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jueves, 20 de octubre de 2011

Con la mirada más allá del 20 de noviembre


El 20 de noviembre, salvo sorpresas, parece ser el último acto de un cambio político que se inició el pasado mes de mayo. En términos democráticos y generales esto es sano en la medida que el poder desgasta y se hace necesario en nuestra sociedad un cierto nivel de alternancia política, o turnismo para los críticos, que en poco tiene que identificarse con el canovista. Sin embargo, el nuevo ciclo político puede ser el contrapunto del predominio del signo contrario de 1982. Pudiera haber sorpresas, pero 2011 parece ser muy distinto a 1993 o 1996. Parece; ojalá haya cambios en este mes que falta.

Las elecciones generales de 2011 será la convocatoria electoral menos entusiasta de la democracia. La ilusión por el cambio político o la continuidad, simplemente, no existe, a diferencia de 1982, 1996 o 2004. Coincide con el mayor momento de desconfianza hacia la clase política, ya sea a través del movimiento de los indignados o por la apatía general. La prolongación y el deterioro de la crisis económica en España no sólo ha privado de un fin tranquilo a la presidencia de Zapatero y de una posibilidad a Rubalcaba de presentarse como otra vía alternativa a la seguida por entonces, sino que incluso empieza a calar la idea de que un gobierno conservador tampoco será capaz de sacar a España del agujero donde ha caído. Y es que ni Rajoy tiene la varita mágica de la que brotará el maná, por eso su campaña es la que es, la vía tranquila, esperar a que alguien llame a su puerta y le entregue la cartera de presidente del gobierno. Sin embargo, aunque es el anhelo que le ha tenido esperando ocho años, pese a perder una mayoría absoluta y las siguientes elecciones, este regalo será envenenado. Sea para él o para Rubalcaba. Rajoy puede tenerlo muy fácil: el electorado socialista está indignado, el conservador está activado, motivado por la obsesión por el desquite hacia Zapatero. Nunca le han perdonado que ganara dos elecciones.

No hay ilusión por las elecciones porque estas no resolverán los problemas de España. España por sí sola no puede salir de la crisis, porque la crisis es más profunda, no es solo circunstancial, es estructural, y la crisis financiera y económica reciente solo nos ha roto el espejismo en el que nos quiso meter Aznar a ladrillazos, del mismo espejismo que hemos vivido siete años y en el que, teniendo la oportunidad, no se supo cambiar a tiempo nuestro modelo productivo. Sea por electoralismo o por otra cuestión, la forma del Estado siempre vuelve al debate, la crisis también se está llevando por delante la credibilidad de las autonomías y de los municipios y su vía de financiación, los servicios públicos son los primeros en ser sacrificados y vilipendiados como un lastre para los presupuestos de las administraciones.

¿Y que es acaso la única vía? ¿Quién nos está dando esta vía? ¿No son acaso los intereses de la patronal y de las finanzas internacionales, revestidos de la ideología neoliberal, los que están detrás de esto? Y no quieren acabar con la crisis, no, no. Lo que quieren es acabar con los logros de la socialdemocracia. Los sindicatos no tienen un poder excesivo; tienen su propia crisis, sí, pero son un instrumento esencial para los trabajadores, y una rémora para los que quieren minimizar todo lo posible los derechos laborales. Los servicios públicos no están obsoletos, el Estado no ha abusado de los recursos que disponía. Simplemente, ha perdido esos recursos: a menos recaudación, menos recursos puede gastar. ¿Por qué los ha perdido? Porque las instituciones financieras no invierten, y de ahí se crea un proceso en cadena que va desde los bancos, a las administraciones y acaba en el ciudadano, endeudado por hipotecas, agobiado por los pagos atrasados si tiene una pequeña empresa o temeroso de perder su empleo si trabaja a cuenta ajena. Esto tiene que ver mucho con las impresiones, y la crisis no es solo una realidad, es una percepción, porque detrás del dinero no están máquinas, están personas, sean las que tengan el poder económico como las que no lo tengan.

España sufre mucho esta crisis porque nuestro modelo productivo está obsoleto. No se educa al emprendedor, sea en la investigación o en la empresa. Se potencia la gran superficie, la gran empresa, se ahoga al pequeño empresario, se crean licenciados sin futuro, se recurre en gran medida a las administraciones para repartir contratos: las empresas vinculadas a la administración están sufriendo los apuros económicos de municipios y autonomías. Y sí, en España, como en Europa, como en el mundo, los flujos financieros están descontrolados. Por eso la crisis no la ha podido resolver Zapatero, ni lo podrá hacer Rubalcaba o Rajoy. Ellos solos no. Europa necesita resolverla unida. Más unida: no se pueden tener 27 sistemas fiscales distintos. También los distintos gobiernos mundiales, pero eso ya es más difícil. Mientras halla competencia desleal entre las autonomías en España, entre los países en Europa, no se podrá resolver uno de los puntos principales de la crisis: el descontrol de los flujos financieros. El mercado. España necesita no unas nuevas elecciones sino una reformulación tanto política como nacional.

El nuevo parlamento puede ser uno de los más variados de la democracia: el desgaste socialista puede potenciar a IU, UPyD, CiU, además de abrir la puerta a nuevas formaciones como la abertzale Amaiur y a los ecologistas de Equo. Pero el nuevo parlamento no será el más fraccionado, porque se anuncia una gran mayoría para el partido conservador. Con estos aspectos, una oposición fraccionada, gracias a un partido socialista débil, será un regalo para un gobierno conservador. También la perspectiva de mayoría absoluta puede ser un peligro para el mismo partido conservador: que la ciudadanía obtenga una impresión de miedo ante tanto poder concentrado en un solo partido, sin ningún contrapeso importante.

En términos generales, la concentración de poder en tan pocas manos sólo puede recordarnos a una máxima: el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Un nuevo predominio no será sano para nuestra sociedad y nuestra democracia. Una caída de la socialdemocracia española, más allá de los intereses del Partido Socialista, será una desgracia no solo para la izquierda española, de la que es su mayor representante, sino también para España. Precisamente cuando en Europa central Francia y Alemania empiezan a advertir que la receta neoliberal no ha solucionado nada, y que incluso caminan a nuevas recesiones.