Los sucesos de Tirso de Molina ponen, una vez más, de manifiesto la similitud de los extremos: fascismo y "antifascismo". Me produce incomodidad tener que referirme a ese movimiento extremo y violento como "antifascismo". En primer lugar por definirse anti algo. Anti algo se es siendo otra cosa: es evidente que un socialista no será conservador, ni un liberal un comunista. Son anarquistas, comunistas (dudo que sean en verdad una de las dos cosas), o en el peor caso es violencia sin más, con una justificación en una ideología que no conocen muy bien.
La provocación fascista de celebrar un acto electoral en un barrio de intensa población inmigrante tiene un fin: el mismo discurso xenófobo que comparten con el Partido Popular. No discuto que celebren acto o no, es más, defiendo que puedan expresarse con libertad, al igual que los "antifascistas": así es el método de saber su opinión y dejarles a ellos mismos la oportunidad de que se desacrediten con sus actos de violencia, como muy bien han demostrado.
Lavapiés es un barrio, como he dicho, de fuerte presencia inmigrante y de otros ciudadanos españoles modestos, sin ostentaciones. La presencia antifascista se ha dejado notar su impronta: coches quemados, escaparates rotos… propiedades de personas modestas atacadas sin piedad por los violentos. Ya no es ideología, fascistas o los otros: es violencia. Únicamente violencia y armar bronca. Y su mejor modo es hacer sufrir a los ciudadanos más modestos.
Ni luchas por la paz, ni por liberación de trabajadores, ni por lucha contra el capitalismo ni nada: violencia por violencia.
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