Haciendo gala de esa ardiente “defensa” de la libertad a la que nos ha acostumbrado Rouco Varela, ha condenado la campaña de los autobuses patrocinada por los ateos españoles porque “es un abuso que condiciona injustamente el ejercicio de la libertad religiosa”. ¿Perdón? No sé que entiende Rouco por libertad religiosa. Quizás lo que él entiende por libertad religiosa es cuando él y su séquito de religiosos y fieles pueden hacer misas-manifestaciones en la calle, y el resto de confesiones o no confesiones no pueden. Ellos también se manifiestan, aunque en vez de pancartas sostengan a un cristo en la cruz. A saber qué diría Jesús de eso.
La libertad de expresión “ha de ser tutelada”, dice. Es decir, restringida, controlada. El único límite es el derecho al honor, a la propia imagen, a la intimidad, a la protección de datos personales y a la propiedad intelectual. Lo que Rouco quiere es que no haya toda libertad que se aleje de la Iglesia.
¿Dónde hay un ataque a la fe? La campaña dice “probablemente”. Es decir, una posibilidad. ¿Eso es un ataque? Que haya cristianos que crean no es un ataque, es libertad de creencia, es bueno. Que se añada que los matrimonios del mismo sexo no pueden hacer una familia es un ataque. ¿Y? Allá ellos, pueden opinar, pero que no se imponga la prohibición a esa libertad a la que tienen derecho. Algo que, para que recuerde Rouco, ya dijo Jesús: amaos los unos a los otros. Y no puso restricciones a esa frase.
Lo que sin duda es un ataque a la fe es el ataque que hace la propia Iglesia católica con su silencio y vil complicidad. Me refiero a los sangrantes casos de pederastia que azotan a la Iglesia y que saldan con aflojamiento de dinero a cambio de silencio y con el alejamiento de los sacerdotes pederastas a monasterios de otros países, pero sin llevarlos ante la justicia. Un repugnante acto de hipocresía de la institución que se cree portadora de la verdad y defensora de la vida.
En Italia, 70 sordomudos han acusado a 25 sacerdotes y laicos de abusos sexuales, tras décadas de silencio sin atreverse a denunciarles. Y más cerca de Rouco, en Aluche, un sacerdote fue condenado a dos años (sólo) por abusos sexuales en 2006. Rouco conocía los hechos y los ocultó, y la justicia acabó condenando también al Arzobispado de Madrid. Fueron los catequistas quienes denunciaron. Es paradójico que la jerarquía abdique de los principios que dice defender, pero es la base quien de verdad profesa esos principios, vive según ellos, y actúa sin ofender a nadie. Los cristianos siguen siendo cristianos, pero los obispos hace mucho tiempo que dejaron de serlo.
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