El pasado 2 de mayo se cumplieron 130 años de la fundación del Partido Democrático Socialista Obrero Español, como se le llamó por aquel entonces, aunque se usara posteriormente otras formas como Partido Socialista, Partido Obrero… El 2 de mayo es una ocasión especial, olvidémonos de violar a la Historia dándoles un significado distinto o una reinterpretación del 2 de mayo madrileño, que parece divertir a la aprendiza de nacionalista mientra a su alrededor crecen las imputaciones.
Aquel 2 de mayo de 1879 se reunieron en la fonda de la Casa Labra, muy cerca de la Puerta del Sol, un grupo de tipógrafos, un médico y un zapatero, de los que destacan Pablo Iglesias, Jaime Vera y Antonio García Quejido. Ellos dieron vida al partido de la clase obrera, sin saber que su pequeño partido, que vivió un crecimiento minúsculo concentrado en Madrid y en Vizcaya, llegaría a ser tan importante como lo es hoy.
El pequeño partido obrero fue, en muchos de sus aspectos, más avanzado que la larga lista de partidos burgueses y republicanos que le precedieron y que quisieron apelar al pequeño proletariado español decimonónico. Era un partido que no dudaba en reivindicar la igualdad entre hombres y mujeres, la universalización del voto, la protección a los trabajadores, el fin de la explotación infantil, la jornada de ocho horas… y lo más importante en aquella España de la Restauración, en la España que nunca fue democracia: el cumplimiento de la ley para todos. El famoso “o todos o ninguno” que se pueden leer en numerosos ejemplares de El Socialista, de la mano de Pablo Iglesias. Y que es que era una pequeña reivindicación, pero revolucionaria, porque la ley era sólo para el pobre, y al rico era la dispensa, el trato de favor, el enchufe. Y si había guerra, el partido obrero no la defendía, pero si había que ir a la guerra, que fueran todos, desde los hijos de los obreros a la de los burgueses, porque así lo decía la ley.
Qué gran honor para el Partido Socialista, ser heredero de una tradición de lucha por los más humildes. A esa tradición hay que tenerla siempre presente. A Pablo Iglesias hay que tenerle siempre presente, porque él fue el primer gran socialista español, y nadie nunca se podrá comparar a alguien tan íntegro. Todos nosotros tenemos que enorgullecernos de este glorioso legado, y ser fieles a él, porque hay que ser fiel a la Historia.
Aquel 2 de mayo de 1879 se reunieron en la fonda de la Casa Labra, muy cerca de la Puerta del Sol, un grupo de tipógrafos, un médico y un zapatero, de los que destacan Pablo Iglesias, Jaime Vera y Antonio García Quejido. Ellos dieron vida al partido de la clase obrera, sin saber que su pequeño partido, que vivió un crecimiento minúsculo concentrado en Madrid y en Vizcaya, llegaría a ser tan importante como lo es hoy.
El pequeño partido obrero fue, en muchos de sus aspectos, más avanzado que la larga lista de partidos burgueses y republicanos que le precedieron y que quisieron apelar al pequeño proletariado español decimonónico. Era un partido que no dudaba en reivindicar la igualdad entre hombres y mujeres, la universalización del voto, la protección a los trabajadores, el fin de la explotación infantil, la jornada de ocho horas… y lo más importante en aquella España de la Restauración, en la España que nunca fue democracia: el cumplimiento de la ley para todos. El famoso “o todos o ninguno” que se pueden leer en numerosos ejemplares de El Socialista, de la mano de Pablo Iglesias. Y que es que era una pequeña reivindicación, pero revolucionaria, porque la ley era sólo para el pobre, y al rico era la dispensa, el trato de favor, el enchufe. Y si había guerra, el partido obrero no la defendía, pero si había que ir a la guerra, que fueran todos, desde los hijos de los obreros a la de los burgueses, porque así lo decía la ley.
Qué gran honor para el Partido Socialista, ser heredero de una tradición de lucha por los más humildes. A esa tradición hay que tenerla siempre presente. A Pablo Iglesias hay que tenerle siempre presente, porque él fue el primer gran socialista español, y nadie nunca se podrá comparar a alguien tan íntegro. Todos nosotros tenemos que enorgullecernos de este glorioso legado, y ser fieles a él, porque hay que ser fiel a la Historia.
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