El proyecto del Gobierno de crear una Comisión de Propiedad Intelectual, con capacidad para cerrar webs que contengan documentos sujetos a derechos de autor, y con el miedo de que esto se ejecute sin la aprobación de un juez, ha desatado reacciones y un gran movimiento en contra. “¿Vais a hacer que España sea como China?”, preguntó Nacho Escolar en la reunión de la ministra de Cultura con internautas de renombre, entre los que también se encontraban Fernando Berlín, de radiocable.com, y Gumersindo Lafuente, de Soitu, entre otros.
Y en verdad, parece que España se va a situar en el mismo nivel de China, puesto que, de aprobarse el proyecto de ley, los internautas se encontrarían en indefensión, vulnerándose los derechos civiles. Pero la medida se acerca más a Francia y al resto de países de la Unión, que desarrollan legislaciones parecidas y encuentran una oposición muy fuerte, como refleja la creación y auge de los partidos “piratas” en Suecia y Alemania. El Partido Popular, en su ejercicio de la hipocresía, se suma a la oposición a la medida, a la vez que sueña con desarrollar la legislación de Sarkozy.
Al final, lo que se está debatiendo es de libertad. En el escaso análisis de la cuestión, o en las presiones de la nefasta SGAE, los ciudadanos pagan la ineficacia de la administración y la resistencia de un sector de la cultura a reconsiderar su modelo de negocio. Los autores no son los culpables de la situación, sino el modelo económico, donde las editoriales y compañías discográficas y tecnológicas se apropian de los derechos de autor a bajo precio y comercializan la cultura a un precio muy superior para conseguir el máximo beneficio posible. Los ciudadanos, lógicamente, no están dispuestos a pagar por un precio que les parece desmesurado.
Ayer en un VIPS escuché a una mujer ilusionarse por unos discos de música a cinco euros, a la vez que declaraba “no comprender por qué la gente se baja música”. Pero es que cinco euros por un disco es una rareza en el mercado. Pero es que en la FNAC, la edición especial de “Vino y rosas” de Sabina cuesta 25,95 €, rebajado de los originales 37,95€. Lo normal es que el precio de los discos oscile entre 15 y 20 euros.
Los ciudadanos, enfrentados a altos precios, se rebelan y buscan alternativas. El fruto del trabajo no puede salir gratis, pero sí tener un precio asequible. Si los ciudadanos rechazan esos precios, no se les puede criminalizar, sino que la administración y la industria de la cultura deben aplicar un dicho: renovarse o morir.
SINDErechos dimision!
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