No tenía pensado entrar al trapo del que parece uno de los acontecimientos que de nuevo polarizan a la sociedad española. No iba a entrar porque me parecía un asunto secundario, una cortina de humo, frente a otros problemas más cercanos como puede ser la crisis económica y las respuestas del Gobierno, la degradación de la política española o, más importante aún, cuestiones internacionales de diversa índole, como la represión de los “camisas rojas” de Tailandia a manos del Gobierno y las fuerzas represivas, la crisis económica en Grecia, etcétera.
Pero ha sido la orientación del caso contra Garzón lo que me ha llevado a una profunda indignación, que es la manipulación, no sólo de la Historia, sino de lo que ocurre. Recogí, hace poco más de un mes y medio, una reflexión sobre los peligros de enfrentarnos a nuestro pasado, intentando comprender qué había hecho Garzón y qué revuelo había provocado en algunos sectores minoritarios de la sociedad.
Está claro que aquí ha habido bastantes beneficiados del revuelo. Uno, Garzón, que ganaba la notoriedad y el prestigio que da investigar los crímenes del fascismo, o la notoriedad que da ser víctima de aquellos sectores incómodos con el pasado, aun perdiendo su puesto en la Audiencia Nacional, siempre ha tenido alternativas, como la Universidad de Nueva York o ser asesor en el TPI de La Haya. En definitiva, notoriedad en todos los supuestos. Otros, clase política y sectores dispuestos a utilizar la memoria histórica y los muertos de las fosas comunes para desplegar una cortina de humo que distraiga la atención de otros problemas. Perdedores: todos aquellos que nos vemos rodeados y manipulados, entre el deseo de notoriedad y la hipocresía de unos y otros.
Sinceramente, parece que todos los indicios apuntan a la prevaricación de Garzón. No por investigar los crímenes del franquismo, sino porque no eran de su competencia. No es el qué, sino el cómo. El peligro estriba que esto se ha manipulado por los medios de comunicación y la clase política interesada, para presentar a Garzón como un perseguido, un mártir de la causa por la verdad. La realidad es que la verdad ha sido dejada a un lado.
Del tema principal se ha pasado a unos secundarios que, en la lógica de un Estado de derecho, no se sostienen. Ideológicamente, podemos (y debemos) estar en contra de los posicionamientos de grupos sectarios y minoritarios como Manos Limpias o los partidos ultraderechistas. Pero no podemos impedir que ejerzan sus derechos como personas jurídicas sin destruir el principio de igualdad ante la ley. En la legislación actual, con la Ley de Partidos vigente, no se puede impedir el ejercicio de sus derechos o su concurrencia a las elecciones, por el simple hecho de que, a menos que se demuestre, cumplen con la ley.
Reaccionar como se ha hecho, dándole publicidad gratuita a estos grupúsculos (desgraciadamente para comentar esto no puedo evitar hacer lo mismo) y aterrorizándose porque determinadas organizaciones (aun ultraderechistas y en las antípodas de un pensamiento democrático) ejercen sus derechos reconocidos en la ley y en la Constitución, es más propio de un pensamiento conservador, incapaz de transmitir un mensaje positivo.
Y aquí quiero hacer una breve reflexión sobre el fascismo y la Historia. El régimen de Franco no era un régimen fascista. Sí fascistizado, como dice Ismael Saz, catedrático de Historia Contemporánea, pero esto señala una gran diferencia. Es muy halagador para la Falange declararla como la gran heredera de ese régimen autoritario; pero, ¿qué Falange? ¿Cuál de las tres que existen?
Es que hay muchos que no saben qué es exactamente el fascismo, y lo confunden con un pensamiento conservador y reaccionario, más cercano al discurso de Menéndez Pelayo, como la esencialidad católica de España, y hegemónico en el discurso de la derecha. Pero el fascismo no es eso, sino una ideología totalitaria, cargada de un discurso modernista y futurista. Por eso, el falangismo español estuvo influenciado de la corriente regeneracionista y nacionalista. No sería de extrañar que fueran los círculos culturales del falangismo los que defendieron la reconciliación y la integración de los vencidos, encuadrado en su ideal de totalidad y de resurgir de España., y de ahí, posteriormente, engrosar las filas de la oposición antifranquista, como Dionisio Ridruejo Pero esto es algo que ni unos ni otros entienden, más preocupados por la perpetua reescritura de la Historia.
No podemos obviar que los verdaderos herederos del franquismo no fueron sólo estos, pobre engranaje más de todo ese sistema, sino que también lo son la Iglesia católica, los poderes económicos, la clase política del centro derecha… el franquismo no fueron cuatro monos, reducidos a un partidito minoritario como es la Falange, sino que fue todo un movimiento social que, admitámoslo, ha sido fruto del pensamiento de las derechas españolas y ha sido el origen del pensamiento actual de la derecha, aun democrática. ¿O es que a Franco no le quería nadie en España? Esto no es malo por sí mismo, esto es nuestra historia.
Está claro que tenemos un grave problema con nuestra historia. Es necesario preservar, cultivar, la memoria histórica, pero esta no es la verdad ni mucho menos es Historia. Es una pluralidad de relatos que nos vienen transmitidos de nuestros familiares y conocidos, hasta llegar al punto de constituir un relato impuesto a la comunidad a modo de reforzar la cohesión social, como puede ser una construcción del pasado para el nacionalismo. Pero no es Historia. El historiador es quien tiene el deber de encontrar la verdad que está detrás de esos relatos, averiguando quién, cómo y porqué se elaboran dicha memoria, con qué intención, con qué resultados, cómo se modifica y quiénes los comparten. Se trata de investigar, de encontrar la verdad.
JAJAJAJAJAJAJA
ResponderEliminarLos verdaderos herederos del franquismo es el gran colchón de clase media que da estabilidad a la convivencia, y esa es la realidad; ni la mayor parte de la riqueza está en unos pocos, ni la pobreza está extendida en una mayoría.
Curioso que los cachorros del franquismo sigan en órganos del poder, abominando del franquismo en general, mientras fueron los beneficiados por la maquinaria del Estado que pudieron ascender socialmente.