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jueves, 1 de julio de 2010

Historia de Vasconia (I): La formación del reino de Navarra


Antes de la invasión musulmana de la península Ibérica, el territorio comprendido entre el curso alto del Ebro y los Pirineos occidentales se hallaba poblada por los vascones, un pueblo cuya romanización había retrocedido desde la dominación de estas tierras por el Imperio. A la llegada de los musulmanes, estas tierras se hallaban bajo el dominio formal del reino visigodo de Toledo y el reino franco, controlado por señores locales, en la línea de la feudalización europea.


Tras la ocupación musulmana de la región, su poder rivalizó con el carolingio a través de dos facciones de la aristocracia vascona: los Velasco, partidarios del poder franco y apoyados por la población cristiana, y los Arista, aliados del valí de Córdoba y de los Banu Qasi, gobernadores de las tierras del curso medio del Ebro (señorío de Zaragoza). El siglo VIII fue un período de rivalidad constante por el gobierno de Pamplona y de la región, hasta que Íñigo Arista derrota a los procarolingios y a las tropas del reino franco, alrededor del 820, y se corona rey de Pamplona (820-852), dando inicio al Reino de Pamplona (luego Reino de Navarra), y a la dinastía de los Arista, que gobernó hasta inicios del siglo X. A estos primeros reyes les sucede la dinastía Jimena, otra de las grandes familias aristocráticas de Pamplona, con Sancho Garcés I (905-925).


Con la dinastía Jimena, los reyes navarros empiezan a incorporar a su patrimonio territorios riojanos (Nájera) y el condado de Aragón (entonces una pequeña entidad enclavada en el Pirineo aragonés). A su vez, el rey Sancho Garcés I tejió una gran red diplomática con varios poderes peninsulares, a través del matrimonio de sus hijas con los reyes de León, el conde de Álava y el conde de Castilla, así como el gobernador musulmán de Huesca.


El reinado de Sancho Garcés III (1004-1035) supone el momento de mayor apogeo del reino de Navarra y su condición de primera potencia cristiana peninsular, uniendo bajo su corona Navarra, Sobrarbe-Ribagorza, Álava y Castilla, llegando a ser denominado Rex Ibericus o Sancio rege Navarriae Hispaniarum. A su muerte, el reino navarro se dividió en varias entidades, otorgadas a sus hijos, como el condado de Castilla a Fernando Sánchez (éste sometido a vasallaje al reino de León), el reino de Navarra a García Sánchez III, al que estaban vinculados Gonzalo Sánchez, conde de Sobrarbe-Ribagorza y Ramiro I, rey de Aragón, que pronto se desvinculó de su hermano García e incorporó al nuevo reino aragonés los condados de Sobrarbe-Ribagorza tras la muerte de Gonzalo en 1045: entre 1035 y 1045 comenzaba la historia independiente del reino de Aragón, Castilla y Navarra, los tres reinos que acabarían por repartirse la península a expensas de Al-Ándalus. La idea de reconquista no llegó hasta más tarde de los inicios del reino de Navarra, pero cuando los reinos de Castilla y Aragón, en su expansión al sur, habían cortado el paso al pequeño reino, cuyo crecimiento se estancó.


En el territorio del reino navarro no había una única lengua uniforme. No existían academias que reglamentaran los usos del idioma. Había una fragmentación lingüística en varios niveles, uno regional y otro social. Las malas comunicaciones, el aislamiento de comarcas unas de otras favorecía la evolución dispar del idioma, generando dialectos con características comunes, agrupados en torno a un idioma navarroaragonés, en el este del reino, el vasco, en las tierras altas de Navarra, y el castellano, que surgía en torno a San Millán de la Cogolla. La población culta, como comerciantes, nobles y clero dominaban el latín, que usaban en los documentos públicos.


La sociedad navarra. Repasado fugazmente la historia política de esta primera etapa de Navarra, hay que señalar que la sociedad medieval era una sociedad feudal, dividida en estamentos (nobleza, clero y tercer estado) y vinculada entre sí por vasallaje individual o colectivo. Las ciudades del reino, habitadas por comerciantes y funcionarios, dependían directamente del rey (que era un primus inter pares respecto a los nobles), formando parte de su patrimonio, o bien podían estar bajo el dominio de nobles o del clero, lo mismo que los habitantes del campo.


Las tierras eran en su mayoría grandes propiedades de los grupos dominantes de la sociedad, trabajadas por campesinos a cambio de parcelas de tierra para la manutención de las familias, así como existían tierras comunales para uso colectivo, como bosques o pastos para el ganado. El clero poseía bastantes tierras, patrimonio de obispados o de monasterios, como el de San Millán de la Cogolla.


Las condiciones de vida no diferían de los del resto de la Europa cristiana: muy duras, con una agricultura de bajo rendimiento, dependiente de las condiciones climáticas, sometidos a una fiscalidad, sea al rey, a la nobleza el diezmo a la Iglesia, que sobre todo era en especie (ganado y cosechas) y la prestación de trabajos por el vasallaje, como podría ser la producción artesanal, textil, u obras públicas.


No había un sentimiento de pertenencia a una nación como la concebimos hoy día. Los grupos dominantes, esto es, clero y nobleza, tenían una concepción de participar de la universitas cristiana y de la península como una unidad geográfica e histórica, por lo que no era de extrañar que pudieran llegar a pactos diplomáticos y dinásticos tanto con musulmanes como con cristianos.

2 comentarios:

  1. Muy interesante el artículo histórico! Me ha llamado la atención que un Rey de Navarra llegada a ser Rex Ibericus, pensaba que Navarra se había quedado encerrada sobre su territorio y siempre había estado marginada de la política en la península. También me llama la atención la distribución de lenguas, a colación de la reclamación de los nacionalistas, que piden la enseñanza de euskera en toda Navarra.

    Un saludo!

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  2. Es que el problema que tenemos nosotros, los contemporáneos, es ver el pasado con nuestros prejuicios y no entender lo que los antiguos veían y pensaban. Obviamente ellos no tenían idea de conciencia nacional porque eso no existía.

    Ellos veían el mundo como cristianos (civilización y Europa) contra lo no cristiano (no Europa, Islam, pueblos "bárbaros"...). Lo mismo que no había una conciencia de España como la entendemos ahora, sí lo había de una Hispania cristiana, heredera de la civilización romana. De ahí su empeño en justificar sus conquistas como la "reconquista" de esa España cristiana, y la proclamación de Sancho el Grande como "Rex Ibericus" o la de Alfonso VII de León como "Imperator totius Hispaniae", reconocido por el resto de poderes cristianos peninsulares.

    Es una cosa que no podemos soslayar: todas aquellas figuras históricas que algunos quieren dotar de mística nacionalista tenían una idea de la península como una totalidad que la lógica llevaría a unificar, claro está, sin romper las relaciones feudales de su tiempo.

    La existencia de reinos, fueros y relaciones de vasallaje entre los gobernantes son coherentes, para ellos, con llegar a la unificación peninsular bajo la corona cristiana.

    El euskera, cuyas zonas son el norte de Euskadi y de Navarra, no tuvo o perdió su vigencia en el sur. La enseñanza está bien, claro no puede ser en detrimento del castellano, lengua oficial, y obviamente despojada de toda significación nacionalista, que no es más que ganar de confrontar y separar a la gente en un pseudo-apartheid lingüístico.

    Perdona que me enrolle, ¡son temas apasionantes! jajaja un saludo ;)

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