"Un equipo, una nación, un sentimiento", rezaban ayer en la radio, al poco de comenzar el partido más importante de la historia de la selección española de fútbol. Sin tener que ser tan categoricos, lo cierto es que la difusión mediática de las victorias de la selección en el Mundial de Sudáfrica pronto obvió las carencias de la fracasada república "multicolor" de Mandela (infraestructuras, delincuencia, SIDA, pobreza, paro...) para celebrar que, por primera vez, el fútbol español ganaba la copa mundial.
Con ello, se ha desbordado el "patriotismo" de los españoles. El patriotismo en España estaba mal visto, las banderas rojigualdas eran monopolizadas por la derecha para su manipulación en actos y discursos sectarios contra el nacionalismo periférico, el republicanismo, la izquierda y los grupos sociales minoritarios. Además, teníamos pocos motivos para estar orgullosos de este país: "si habla mal de España, es español" o, como dijo Cánovas sobre la definición de ser español: "son españoles quienes no pueden ser otra cosa".
Hemos tenido pocos motivos para estar orgullosos como pueblo unido. Estamos más orgullosos de lo que nos separa (el 18 de julio, la república, las naciones periféricas, las costumbres locales) que de lo que nos une. Sin duda, es una desgracia que lo que nos una ahora, momentáneamente, sea el fútbol. No queda poco para el debate del Estado de la nación, donde se evidenciará una división política izquierda-derecha, centro-periferia que no existe tan radicalmente en la sociedad, aunque nos quieran convencer. Si se puede definir a la sociedad actual, no es por división, es por hastío.
Me he alegrado, como muchos otros, de la victoria del fútbol español, pero no me he sentido más patriota por ello. No hace falta una victoria para amar a un país. Si hay que amar a España, es por ser la tierra donde hemos nacido, donde vivimos y por las posibilidades que nos puede proporcionar a todos los españoles.
Si algo bueno puede aportar la victoria de la selección, es arrancar las banderas del sectarismo nacionalista y derechista. Rojigualda o tricolor, la bandera española debe ser símbolo de unidad nacional. Aunque no me guste la bandera actual del Estado, si consigue ser vista como algo despojado de todo odio y sufrimiento de antaño, todo este patriotismo momentáneo habrá valido la pena. Los colores de la bandera no son un conflicto para seguir reclamando para España el mejor sistema político.
La euforia durará unos días, hasta que esas banderas vuelvan a guardarse en los cajones y todos sigamos teniendo tan poca estima al país. La debilidad de este patriotismo es que es efímero. España no es la imposición de un centro a una periferia o el medio de unos pocos para gobernar sobre el resto. España aún necesita un proyecto nacional, un proyecto que la clase política es incapaz de potenciar. Aunque por las mismas calles por las que se manifestaban unos catalanes con senyeras y esteladas al día siguiente se inundaban de otros catalanes con la rojigualda, discutir sobre la nación/naciones y su relación, siempre cambiante, entre sí, muestra el fracaso de la actual arquitectura política. Pero las reglas del juego no pueden cambiarse por una fracción de la comunidad nacional ni por los intereses de un grupo dirigente. Cada vez es más necesario la reforma integral del Estado, en un sentido republicano, democrático y federal, la unión más perfecta donde la palabra la tengan ciudadanos, no naciones. Solidaridad y libertad son conceptos que trascienden las naciones, conceptos que crean el verdadero patriotismo, el patriotismo cívico.
¿Cuándo estaremos orgullosos de un país no sólo por sus éxitos deportivos, sino por ser país de progreso, acogida y libertad? Yo estoy orgulloso de España y de ser español, porque este país tiene potencial para ser todo eso. Los españoles son quienes tienen que crear una nación de ciudadanos.
Con ello, se ha desbordado el "patriotismo" de los españoles. El patriotismo en España estaba mal visto, las banderas rojigualdas eran monopolizadas por la derecha para su manipulación en actos y discursos sectarios contra el nacionalismo periférico, el republicanismo, la izquierda y los grupos sociales minoritarios. Además, teníamos pocos motivos para estar orgullosos de este país: "si habla mal de España, es español" o, como dijo Cánovas sobre la definición de ser español: "son españoles quienes no pueden ser otra cosa".
Hemos tenido pocos motivos para estar orgullosos como pueblo unido. Estamos más orgullosos de lo que nos separa (el 18 de julio, la república, las naciones periféricas, las costumbres locales) que de lo que nos une. Sin duda, es una desgracia que lo que nos una ahora, momentáneamente, sea el fútbol. No queda poco para el debate del Estado de la nación, donde se evidenciará una división política izquierda-derecha, centro-periferia que no existe tan radicalmente en la sociedad, aunque nos quieran convencer. Si se puede definir a la sociedad actual, no es por división, es por hastío.
Me he alegrado, como muchos otros, de la victoria del fútbol español, pero no me he sentido más patriota por ello. No hace falta una victoria para amar a un país. Si hay que amar a España, es por ser la tierra donde hemos nacido, donde vivimos y por las posibilidades que nos puede proporcionar a todos los españoles.
Si algo bueno puede aportar la victoria de la selección, es arrancar las banderas del sectarismo nacionalista y derechista. Rojigualda o tricolor, la bandera española debe ser símbolo de unidad nacional. Aunque no me guste la bandera actual del Estado, si consigue ser vista como algo despojado de todo odio y sufrimiento de antaño, todo este patriotismo momentáneo habrá valido la pena. Los colores de la bandera no son un conflicto para seguir reclamando para España el mejor sistema político.
La euforia durará unos días, hasta que esas banderas vuelvan a guardarse en los cajones y todos sigamos teniendo tan poca estima al país. La debilidad de este patriotismo es que es efímero. España no es la imposición de un centro a una periferia o el medio de unos pocos para gobernar sobre el resto. España aún necesita un proyecto nacional, un proyecto que la clase política es incapaz de potenciar. Aunque por las mismas calles por las que se manifestaban unos catalanes con senyeras y esteladas al día siguiente se inundaban de otros catalanes con la rojigualda, discutir sobre la nación/naciones y su relación, siempre cambiante, entre sí, muestra el fracaso de la actual arquitectura política. Pero las reglas del juego no pueden cambiarse por una fracción de la comunidad nacional ni por los intereses de un grupo dirigente. Cada vez es más necesario la reforma integral del Estado, en un sentido republicano, democrático y federal, la unión más perfecta donde la palabra la tengan ciudadanos, no naciones. Solidaridad y libertad son conceptos que trascienden las naciones, conceptos que crean el verdadero patriotismo, el patriotismo cívico.
¿Cuándo estaremos orgullosos de un país no sólo por sus éxitos deportivos, sino por ser país de progreso, acogida y libertad? Yo estoy orgulloso de España y de ser español, porque este país tiene potencial para ser todo eso. Los españoles son quienes tienen que crear una nación de ciudadanos.
Yo diría que no hay nacionalismos malos; puede haber cosas malas en el nacionalismo, como en todo llevado al extremo. Me alegro por el logro deportivo de la selección española (los que entienden de fútbol dicen que lo merecía), pero a la vez me entristece este espectáculo banal de cancioncitas y banderitas. Esto, sumado a la orgía de "senyeras" de la manifestación del Estatut, ha resultado en un empacho de "banderitis" aguda.
ResponderEliminar¿Es que cien años y dos guerras mundiales más tarde aún no hemos aprendido nada? Afortunadamente, creo que hay más cosas que nos unen que las que señalas. Por ejemplo, la lengua y literatura españoles y su potenciación a través del Instituto Cervantes; hay más cosas de las que uno puede sentirse orgulloso, España es el país líder mundial en energías renovables. Creo que el nacionalismo puede ser (y es) positivo por lo que supone en la conservación de la riqueza cultural de los pueblos minoritarios, pero eso no lo convierte en la doctrina idónea; y en todo caso lo es a pesar de toda esta parafernalia sentimentaloide que lo rodea.
Espero que algún día ese "orgullo" nacionalista deje de fundamentarse en la "autoafirmación" ante el otro (este "soy mejor que tu") para pasar a fundamentarse en lo que podemos aportar al resto del mundo. Quizá ese será el primer paso para no necesitar del orgullo para sentirse español; y puede que, a su vez, ahí empiece el largo camino hacia la utopía de que todos los hombres somos hermanos, como decía Schiller.