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martes, 21 de diciembre de 2010

Melquíades Álvarez, un republicano olvidado


La memoria histórica de los españoles trata muy mal a sus grandes hombres. Las deficiencias en el sistema educativo, la pésima consideración que se tiene hacia las humanidades y las ciencias sociales y el relevo generacional pueden ser varios de los factores que expliquen el escaso conocimiento de los hechos que acaecieron más allá de 1975 o de 1939. En muchas ocasiones, la historiografía, y pseudohistoriadores conocidos -por desgracia- por todos, han distorsionado el pasado hasta simplificarlo, bien por facilitar su conocimiento, bien por causas ajenas al verdadero conocimiento histórico.

Es el caso de la historia del republicanismo español. En líneas generales, la palabra "república" nos remite a los hechos más destacados de 1931 y 1939 y a las connotaciones más negativas: comunismo, violencia, sectarismo, separatismo, inestabilidad... en medio de palabras tan nefastas se ha hundido deliberadamente al republicanismo español.

La figura de Melquíades Álvarez (1864-1936) bien puede ser el símbolo de la tragedia del republicanismo español. Nacido en Gijón, se licenció en derecho por la Universidad de Oviedo, donde sería catedrático de derecho romano desde 1898. Además, se inició en el mundo del periodismo con la fundación del periódico La Libertad y colaborando en El Eco de Gijón. Conjugó la abogacía y el periodismo con la política: en 1898 fue elegido diputado por Asturias por la candidatura democráta-liberal, sumergiéndose en el mundo político de la Restauración española, ademas en un año tan destacado para la historia española, el del Desastre.

Melquíades Álvarez no escapa a la cuestión en voga de la época, derivada del Desastre, el regeneracionismo. Se define como republicano y pasa a colaborar con los republicanos posibilistas Nicolás Salmerón, Blasco Ibáñez, Joaquín Costa y Gumersindo de Azcárate. Desde 1901 hasta 1923, renueva su escaño dentro de las candidaturas republicanas. Durante un primer período que va de 1901 a 1912, colabora en la unión de los partidos republicanos (Unión Republicana de 1903 a 1908) y en la colaboración con el Partido Socialista (Conjunción Republicano-Socialista de 1910). En la primera década del novecientos, desde el republicanismo, ofrece apoyo político al Partido Liberal dinástico para reformar el régimen de la Restauración y la Constitución de 1876, con la intención de democratizar el sistema y consolidar la supremacía del poder civil sobre el militar, muy dañado tras la aprobación de la Ley de Jurisdicciones por el gabinete liberal de Moret y Romanones de 1906, tras los sucesos contra la revista Cu-Cut!.

En 1912, Melquíades Álvarez crea el Partido Reformista, siendo la cabeza visible del amplio republicanismo reformista, democrático y laico que había surgido en la década de 1880 de las filas del krauso-institucionismo y del Instituto de Reformas Sociales. Como partido reformista, la formación de Melquíades Álvarez defendía la reforma gradual del sistema político en varios aspectos. Reforma política para crear un Estado democrático y social de derecho que abriese el sistema a la participación de la sociedad, acabando con el caciquismo y fomentando la autonomía de las regiones como respuesta al creciente regionalismo y como freno al nacionalismo independentista. Reforma de las relaciones laborales para conjugar capital y trabajo y alcanzar la "armonía social", mediante el asociacionismo obrero y una legislación de cobertura social de los trabajadores.

Como partido republicano, el Reformista se definía accidentalista, dejando para un momento posterior el debate en torno al tipo de régimen: lo importante era primero democratizar el Estado. Bajo los ideales del nuevo liberalismo se integraban buen número de los intelectuales republicanos y krausistas: Adolfo González Posada, Manuel Azaña, Gumersindo de Azcárate, José Ortega y Gasset, Fernando de los Ríos, Américo Castro y otros tantos otros.

De 1912 a 1923, el Partido Reformista y su líder Melquíades Álvarez variaron en sus alianzas, ora los republicanos, ora los liberales dinásticos, en el intento de conseguir la influencia necesaria para presionar en favor de la democratización del sistema político. Hay que destacar una paradoja que afectaba a todos los partidos de la Restauración: todos, desde los dinásticos a los republicanos, defendían la democratización, en mayor o menor medida; pero todos se beneficiaban del "encasillado" y del fraude electoral que decidía la composición de las Cortes. El Partido Reformista no escapó a esas prácticas y de ahí provienen sus grandes triunfos electorales en Asturias en la década de 1910-1920. En 1922, merced a la coalición entre liberales dinásticos y reformistas, Melquíades Álvarez es nombrado presidente del Congreso de los Diputados, cargo que ocupa hasta la clausura de las Cortes y la suspensión de la Constitución de 1876 por el golpe de Estado del general Primo de Rivera.

La dictadura de Primo de Rivera, pese a defender las reformas regeneracionistas y la crítica al caciquismo e ineficacia del sistema político de la Restauración, no era lo que defendían los republicanos y los reformistas. El político asturiano espera, no ocioso, sino colaborando o mostrando simpatías por conspiraciones para quitar al dictador. En 1930, con Primo de Rivera dimitido y el régimen monárquico haciendo aguas, el rey Alfonso XIII le pide que forme gobierno, proposición rechazada por Álvarez si no se convocan unas Cortes constituyentes que se definan la naturaleza del régimen político. En las municipales de abril de 1931, sin esperarse que iban a convertirse en una consulta contra la monarquía, inicialmente integró el bloque monárquico y luego pasó a defender la abstención.

Con la proclamación de la república, acepta el nuevo régimen y refunde el Partido Reformista en Partido Republicano Liberal Demócrata, en un campo mucho más moderado y conservador que el Reformista, fruto de la evolución del pensamiento de su líder: estaba muy desencantado con el rumbo de los acontecimientos y, como Ortega y Gasset, era de la opinión que la república no debía ser lo que el gobierno del primer bienio estaba realizando. Por ello, colaboró en el bienio negro con los gobiernos radical-cedistas y hasta en apoyar la represión de los obreros de Asturias, reclamando que orden y libertad no tenían sentido el uno sin el otro. La colaboración de su partido en el bienio radical-cedista, el apoyo a las represiones obreras, la defensa que hizo de José Antonio Primo de Rivera tras su detención y, posteriormente el apoyo de muchos de sus miembros a la rebelión militar de julio de 1936 desacreditó al viejo partido reformista y a su veterano líder. Melquíades Álvarez fue encarcelado en agosto en la Cárcel Modelo de Madrid, donde el 22 de ese mismo mes fue fusilado sin juicio y sin conocimiento por el gobierno y la presidencia de la república, con gran dolor de quien fue en su día compañero de partido, Manuel Azaña.

Melquíades Álvarez fue una víctima de ese caos político, social y bélico que acabó con las esperanzas del republicanismo español. Es, sin duda, un buen representante de lo que se ha dado en llamar la "tercera España", esa España reformista que tenía un proyecto de democracia y regeneración en medio de los odios, larvados tiempo atrás, de las otras dos Españas. El desencanto de Melquíades Álvarez por la república no era un caso aislado, sino que embargaba a personajes ilustres a izquierda y derecha, preocupados y desesperados por una España que, ni con monarquía o república, conseguía unirse al tren de las naciones democráticas y desarrolladas.

Enlaces de interés en Internet:
Melquíades Álvarez y los nudos de la memoria
Biografía de Melquíades Álvarez

martes, 14 de diciembre de 2010

Los tres votos de Berlusconi

Frente a 311 votos a favor y 2 abstenciones, la moción de censura de la oposición a Berlusconi ha sido derrotada por los 314 diputados que han apoyado en contra, entre los que se encuentran dos miembros de Italia de los Valores de Di Pietro, uno del Partido Democrático y un ex finiano.

Silvio Berlusconi salva así su enémisa moción de censura. Para ello, no ha dudado en convertir el Parlamento italiano, si no lo era ya, en un mercado de compra de votos y venta de favores en una recreación grotesca y vergonzosa del Templo de Jerusalén invadido por los mercadores, profanando el que debería ser el lugar sagrado de la representación de la soberanía nacional. La compra de votos no es un fenómeno novedoso en el desacreditato sistema político italiano: ya venía de mucho antes de la llegada de Berlusconi y cuenta con buenos antecedentes históricos. Incluso en el Parlamento de Westminster, insigne modelo del parlamentarismo constitucional, se institucionalizó semejante práctica con la creación de una ventanilla donde los diputados recibían el precio acordado por su voto.

Hay que ser "compresivo" con la despreciable clase política italiana. No podemos ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Pedir un comportamiento noble y virtuoso a seiscientas treinta personas, aunque reciban el trato de "sus honorables señorías", es estéril cuando no cultivamos la propia virtud. Las seiscientas treinta honorables señorías de la Cámara de los Diputados de Italia, y las más de trescientas honorables señorías de la Cámara del Senado son seres de carne y hueso con los mismos vicios y virtudes que el resto de seres humanos. Cuentan, claro está, con mejores oportunidades que muchos de nosotros de obtener pingües beneficios, gracias a sus actas de diputado. Ante los cantos de sirena de un Berlusconi dispuesto a cancelar la hipoteca de un diputado, ¿quién puede resistirse? Y el que el susodicho diputado no es de piedra.

Igualmente hay que ser compresivo con los miles de estudiantes que han desencadenado una guerrilla contra los policías de Roma. Es normal que frente a un Berlusconi que impone sus leyes sin escucharles sea motivo de enfado. Aún más que les obligue a cumplir la ley mientras él y sus más estrechos acólitos disfruten de inmunidad ante la misma ley. Con ello, ¿quién no diría basta ya? Muchos italianos están hartos de que sus políticos no sean sus representantes públicos. No sirve de nada votar, ya que salga quien salga actuará conforme a sus propios intereses, y por si acaso dudara todos saben que Berlusconi acudiría raudo con la chequera en sus manos.

Hay que ser comprensivos con buena parte de los ciudadanos de Italia que votaron a Berlusconi. Sabían lo que hacían y lo que haría Berlusconi. No sólo en 2008, sino también en 2001 o en 1994. Ciertamente, la democracia queda vacía de contenido si los representantes políticos vulneran el interés general a favor del interés privado. Igualmente, la democracia es inservible cuando el electorado hace un mal uso de su voto.

Sí, ciertamente muchos millones de italianos votaron a Berlusconi libremente, lo mismo que muchos alemanes votaron libremente a Hitler, y no se puede reprochar en gran medida porque el voto pertenece a uno mismo y cada uno lo ejerce como cree más conveniente. ¿Qué otra opción tenían los alemanes y los italianos? Al mismo tiempo, parte del electorado italiano no ejerce un voto "libre". No es libre si operan los favores, las influencias, en definitiva, la misma corrupción que había antes de Tangentopoli.

Hay que ser comprensivo con la oposición a Berlusconi. No la forma una cohorte de personas virtuosas y de abnegado servicio por la cosa pública, pese a que muchos vienen de un Partido Comunista bastante ejemplar y de inteligente estrategia. Las ideas se difuminan con el tiempo, pero la ambición de poder siempre queda. No es extraño que las filas del centroizquierda se hallen casi tantos casos de corrupción como en las del centroderecha.

Aunque muchos italianos pudieran tener la oportunidad de no votar a un Berlusconi que ven viril y triunfador, o la inagotable fuente de favores personales, organizada de una forma piramidal enquistada dentro del Estado italiano, ¿qué harían con su voto? ¿Dárselo a una oposición desorganizada, sin ideas y potencialmente corrupta?

Hay que ser comprensibles con la clase política, no tienen la ciudadanía ejemplar que deberían tener. Hay que ser comprensibles con la ciudadanía, no tienen la fuerza que deberían tener para quitarse de enmedio un tumor tan despreciable. Hay que lamentarse por la filosofía política de la democracia: no tiene los tipos ideales que debería tener.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Julian Assange, ¿héroe o villano?


La mayor filtración de Wikileaks en su historia, la de los documentos del Departamento de Estado de Estados Unidos o Cablegate, sin duda va camino de convertirse en el acontecimiento del año. No ha sido, claro está, la primera de las filtraciones de Wikileaks, con poco más de tres años de vida, pero sí es la más impactante: a medida que se van conociendo los cables entre el Departamento de Estado y las embajadas estadounidenses, el miedo y la ira de la administración norteamericana y del establishment no dejan de aumentar.

No es únicamente Estados Unidos quien ve al descubierto su diplomacia secreta. Al mismo tiempo, ve la luz el doble rasero de muchos otros gobiernos en el mundo: China, Reino Unido, Rusia, Italia, España, Francia... ninguno escapa de las revelaciones de estos cables diplomáticos. Desde el 28 de noviembre, día que comenzó la publicación de las filtraciones en El País, Le Monde, Der Spiegel, The Guardian y The New York Times, parece habérseles caído una fina máscara a los gobiernos de muchos países.

Hay quienes pensaban que estas filtraciones eran un simple cotilleo. En muchos casos, venían a confirmar muchos de los rumores que circulan sobre los líderes y los gobiernos del mundo. Desde los líos de Sarkozy a los de Berlusconi, la espina de las Malvinas para Argentina a los temores de los países árabes a un Irán nuclear... Luego vinieron otros datos: presiones de Estados Unidos hacia sus aliados para defender sus intereses (ya sea desde el caso Couso a las ventas de armas a Venezuela por parte de España y Rusia), los planes secretos de China sobre la península de Corea, la corrupción en Rusia... en fin, muchos temas y para su recolección ya están los diarios antes citados y, sobre todo, la página de El País a tal efecto.

A los distintos gobiernos se les ha creado un nuevo abismo, mucho más infinito que cualquier otro hasta ahora, entre ellos y sus ciudadanos. En sus reacciones, poco pueden decir excepto intentar negarlo todo, en vano. En esta cuestión (y en otras) nadie les cree ya, tan grande es la desconfianza que poseen entre los ciudadanos, bien cultivada a lo largo de muchos años. Otros gobiernos optan por dar la callada por respuesta, sabiendo que aún no se sabe todo y puede quedar mucho todavía por saber. Tampoco ha hablado la clase política de cada país de forma clara, todos sabiendo lo que se juegan, unidos por un pacto de silencio.

Los distintos gobiernos han perdido legitimidad. Ya no pueden presentarse como reflejo de la voluntad popular y garantes de la independencia nacional. ¿Será el gobierno yemení independiente cuando no puede hacer frente a insurgentes y necesita el apoyo en la sombra del poderío militar norteamericano? ¿Será independiente el gobierno español que entre bambalinas intercedió en favor de los intereses norteamericanos en el Caso Couso? ¿Será el gobierno ruso reflejo de la voluntad popular o de la oligarquía del régimen de Putin?

En muchos casos, la bandera del nacionalismo es una fina cáscara que esconde la sumisión al aún imperio de nuestro tiempo o la hipócrita excusa para mantener, una vez más, la dominación de las minorías dirigentes sobre la mayoría de los dominados.

En estas circunstancias, ¿cómo se puede hablar de democracias, Estados de derecho e independencia en la aldea global? La globalización, inicialmente económica, va dando pasos hacia la globalización de las relaciones humanas paralelas a la del Estado-nación, proceso lento y difícil; en cambio, la globalización de la información es ambivalente. La Red no es inmune a la manipulación o a la opacidad, caso de China. Todos a una, gobierno y oposición, clase política, en definitiva, el establishment de cada país hace piña contra las revelaciones de Wikileaks. En España, los rumores sobre los movimientos dentro de la derecha española se confirman, incluso corroborando que Rajoy no es favorito ni para Estados Unidos, ni para el resto de sus correligionarios.

Al gobierno estadounidense no le ha quedado otra opción que huir hacia adelante y querer matar al mensajero, a Julian Assange. En este caso, el presidente Barack Obama no ha hablado hasta hace bien poco sobre Assange y Wikileaks y ha dejado en manos de su secretaria de Estado, Hillary Clinton, la responsabilidad de enfrentarse a la opinión pública nacional e internacional. Mientras, los miembros del Congreso norteamericano y otras figuras relevantes del panorama político estadounidense, como Sarah Palin o Joe Lieberman, piden desde el asesinato a la detención del terrorista Assange, así como prohibir consultar la página de Wikileaks, amén de querer privarla de cualquier servidor para poder seguir operando. Nos han querido mostrar los límites de la libertad de expresión y así lo han hecho: con el imperio no se juega.

¿Nos ha hecho un favor Julian Assange? Sí, sin duda. El lema de Wikileaks, "we open governments", se cumple o se desborda con creces. Cierto es que todo es siempre una amplia gama de colores grises: las acusaciones de abusos sexuales son graves, igual que las de opacidad de las cuentas de Wikileaks. Una cosa no deslegitima ni quita validez a la otra. No debemos ser ciegos apoyos a una persona y una empresa con sus propios (y legítimos) intereses, como tampoco furibundos opositores y situarnos en el lado peligroso del debate de cuáles son los límites de la libertad de información.

Hemos de mantener una independencia de criterio a la vez que conocer los argumentos y motivaciones de ambas partes. Por ejemplo, leo en ABC que Alonso de los Ríos acusa a Wikileaks de "delictiva" y la prensa que revela su información como la terminal del negocio "criminal" del portal de filtraciones, así como comete el error de englobar en el mismo saco las acciones de Wikileaks, El País y Anonymous, como si fueran parte de una nueva teoría de la conspiración, a imagen de la que la derecha española quiso ver para el atentado del 11-M. Lejos de reconocer al antiguo marxista un profundo amor por una profesión periodística que obtiene de forma limpia la información de sus fuentes, hay una línea clara del periódico monárquico de lamentarse no ser uno de los cinco periódicos que disfrutan de una exclusiva tan jugosa.

¿Qué supondrá Wikileaks y el proceso contra Assange? La posible extradición de Assange de Reino Unido a Suecia, y puede que de Suecia a Estados Unidos para juzgarlo por la filtración de los documentos no será un juicio a una persona concreta, sino un juicio a la libertad de información y a los límites de ésta. Es pronto para determinar si Julian Assange es un héroe de estos tiempos posmodernos o el violador autoritario y sombrío que nos pintan desde otros lares. De momento, es personaje del año para Time. Mientras, sabremos, sabemos ya, que los gobiernos defienden la libertad y la democracia con pasión, pero una pasión muy pequeñita.

¿Por qué calla la clase política? Wikileaks no descubre el Mediterráneo mostrando la verdadera faz de una minoría persiguiendo sus intereses personales y encadenada a los intereses de la clase económica o a los de Estados Unidos. No hay un ataque a la política; en todo caso, podría haber una crítica a aquellos que consideran la política, en toda su extensión, como la esfera de actuación de una minoría con unos intereses concretos en juego.

Sintiendo pecar de utópico, idealista u optimista, no es/no debe ser así, y los ciudadanos tienen el derecho a saber la verdad. No secretos de estado, eso es un consenso universal: Wikileaks no ha dado información que vulnere la seguridad nacional, ni códigos nucleares. Nos ha dado algo más potente: el simple conocimiento, para que cada cual pueda informarse y hacerse una mejor opinión. Así, podrán formarse mejores elecciones de cara al futuro. La minoría y élite que es la clase política es "elegida", en un sistema democrático, para llevar a cabo políticas que vayan en beneficio del interés general. Es una bonita teoría, y por lo tanto irreal.

El profesor Javier Redondo lamenta en La aventura de la Historia la banalización de la política, con la decepción de la democracia 2.0 como un fracaso en la participación de la ciudadanía en un sentido republicano liberal (también llamado republicanismo cívico, que tan en moda estuvo una vez en boca de Zapatero), viendo cómo el ideal democrático y liberal es sustituido por una política del entretenimiento y del pensamiento rápido y simple.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Érase una vez... unos yankis en la corte del rey Remendón

Érase una vez que había una guerra muy, muy lejos. Un Imperio estaba dirigido por un ambicioso emperador, Arbusto II. Este emperador quería hacer vasallos al resto de países. A muchos los tenía ya dominados; otros desafiaban su dominio como podían. Eran países muy pobres, aunque tenían fabulosas riquezas en sus tierras, pero sus líderes eran también muy malos. Sucedía que este emperador hacía la guerra contra esos países justificando que había que acabar con la maldad de esos dirigentes que hacían mucho daño a sus respectivos pueblos. Lo que pretendía ocultar este emperador es que, en realidad, hacía la guerra para robar sus riquezas y extender su dominio por todo el orbe.

Pues bien, este emperador declaró la guerra a la satrapía de Babilonia. Además de soldados, a Babilonia fueron muchas otras personas, periodistas, que iban a contar al resto del mundo lo que ocurría allí y cómo se desarrollaba la guerra. Sin embargo, a este emperador y a su corte no le gustaba nada que hubiera gente que contara las cosas malas que allí pasaban. Por lo menos, quería que se guardaran de decir y de ver ciertas cosas. En esas circunstancias, los soldados del emperador mataron a José Couso, un periodista de Iberia.

En Iberia, la gente reaccionó muy mal. Los dirigentes de Iberia estaban liderados por Botella I, un pequeño hombre que tenía veleidades de caudillo, pero que en realidad era el vasallo más servil del emperador. Este caudillo quiso hacer oídos sordos a la opinión de sus oponentes y del pueblo, que exigía justicia para Couso y que los soldados del emperador se sometieran a un juicio de crímenes de guerra. Los oponentes del caudillo estaban liderados por Remendón, un hombre de tan buenas intenciones que era llamado "Bambi" por los siervos del caudillo Botella I. Los hombres de Remendón se pusieron de lado de la familia de Couso y prometieron justicia si el pueblo les apoyaba para derrotar al caudillo Botella I.

Y así sucedió. El heredero del caudillo Botella I, un "señor de los hilillos" de nombre El Tato, fue derrotado junto a toda su jauría de siervos por las mentiras de los ataques a Madrid. El bambi Remendón nombró como fiel lugarteniente a María Teresa Hernández de la Vera, como canciller de exteriores a Miguel Ángel Moritos, a Juan Fernando López Palomar como ministro de justicia, a Javier Zamora como fiscal de la audiencia y a Cándido Noble-Cumplido como fiscal del reino. Todos estos fieles lugartenientes del bambi debían asegurar que se iba a cumplir con la justicia.

En el reino de Iberia se decía que la justicia era independiente, que los caudillos no podían entrometerse en sus asuntos, y que el propio país era independiente. El Imperio se iba a meter en muchos problemas, y rápidamente el emperador Arbusto II supo que el bambi Remendón era más bien un león. Tenía que tomar cartas en el asunto.

Pronto se abrió un caso contra los soldados del emperador que mataron a José Couso. Un juez pidió que detuvieran a esos tres soldados para juzgarlos. Pero por mucho que insistía no resultaba nada fácil. La audiencia del reino, que era la que impartía justicia, intentaba que el caso no saliera adelante. Lo triste de esta historia, queridos lectores, es que los tres asesinos de Couso continuaron libres.

Lo que ocurrió entonces fue muy, muy importante. Un chivato consiguió información de los órganos de espionaje y diplomacia del Imperio y los difundió al resto del mundo. Entre esos datos, se descubrieron cosas muy, muy graves. Algunos escritos contaban que los lugartenientes del león bambi Remendón, es decir, De la Vera, Moritos y López Palomar, habían mentido al pueblo. Decían ser los defensores de la justicia y de Couso, pero lo que no contaron es que en realidad ayudaron a los siervos y espías del Imperio a ocultar los delitos, y que los fiscales Zamora y Noble-Cumplido contaron a los espías y embajadores del emperador cómo hacer como que ayudaban, pero en realidad no ayudaban. Además, los embajadores del emperador intentaban presionar a los fiscales del reino para archivar las causas, cosa que consiguieron varias veces.

Entonces la gente se enfadó más y más. Muchos que sentían simpatía por el bambi Remendón se sintieron muy desilusionados. También sintieron que los lugartenientes de Remendón les habían tomado por tontos. Y a la gente no le gusta que les tomen por tontos. Lo que ocurrió, aún está por llegar. ¿Creéis que la gente sentirá vergüenza del bambi Remendón y de sus lugartenientes? ¿Creéis que los siervos de Remendón dejarán su silencio, se levantarán y exigirán castigo ejemplar por estos engaños? Esto, queridos lectores, está aún por verse.

Así que, colorín colorado, este cuento, ¿ha acabado?

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Epílogo a las elecciones catalanas

No quisiera terminar este importante tema sin recoger una carta de opinión, de Antonio R. Campoy Martínez, en El País, a propósito de las elecciones catalanas:

"Creímos ser muchos, la mayoría. Hijos de la emigración. Pero catalanes. Crecimos en los cinturones del área metropolitana, pero nos gustaba tanto ir a Vic, a Olot, a Ripoll, a pasear por Girona o La Seu d'Urgell, que también las considerábamos nuestras.

Nos lanzamos a hablar catalán antes de depurar las vocales neutras y los pronombres. De fuera, de aquí, charnegos. Tuvimos parejas cuyo nombre (Meritxell) era impronunciable para nuestra madre (nacida en Jaén). Tuvimos hijos y nos esforzamos en que conocieran las dos lenguas. Leímos a Gabriel Ferrater, a Maragall, a Sagarra, a Martorell. Y a Marsé.

Nos gustaba enseñar, a nuestros amigos sevillanos, la casa en la que había vivido Cervantes, frente al Puerto de Barcelona, y les invitábamos a esqueixada, escalivada y les mostrábamos cómo untar el tomate en el pan.

Fuimos a Madrid y explicamos qué fantástica era Cataluña. En Barcelona, explicamos qué chula era Madrid. Sí, nos subimos al ascensor social, pero seguimos yendo en metro.

Un día, unos que se nos parecían llegaron al Gobierno de la Generalitat. Cataluña, esta vez ejemplar, unía a independentistas con cordobeses. Pudimos ser un ejemplo, una esperanza. España no sabía tener un presidente catalán, pero Cataluña tenía un president nacido en Andalucía y con un catalán precario. Por encima de la identidad estaban las personas. La identidad la hacían las personas, porque es en ellas en las que se une la historia, la cultura, el respeto al pasado y la fe en el futuro. Cataluña no era lo que las radios bramaban que era.

Pero, pasado el tiempo, los que se parecían tanto a nosotros lo hicieron tan mal, tan mal, que acabamos eligiendo entre ser una cosa o la otra. Era el Palau de la Música, sí, pero también era Pretoria. Y a mí me duele más Pretoria. Acabamos eligiendo, decía, entre la española bandera de la plaza Colón o la estelada. Vencidos, los que no somos ni una cosa ni la otra, o somos ambas, nos subimos al AVE conscientes de la derrota.

Los que se nos parecían siguen ahí, balbuceando que el problema fue que nos les entendimos. Después de tantos errores y tantas oportunidades perdidas, siguen ahí, esperando no sé qué.

Creíamos ser muchos. Nos equivocamos. Otro día ya decidiré qué soy a partir de ahora. Por el momento, seguiré siendo ciudadano del AVE".