"Guerra justa frente a guerra buena"
Lluís Bassets dijo en su blog de El País que "la guerra es el mal por definición". No hay, por tanto, guerras buenas, porque siempre que hay muertos, destrucción y sufrimiento la humanidad muestra su faceta más cruel. Añadía Bassets que, puestos a elegir entre dos males, había que optar por el mal menor, la guerra justa, frente al mal mayor, la guerra injusta. En el caso de la guerra civil libia, la guerra justa sería una incómoda intervención de potencias extranjeras, necesaria sólo para evitar la guerra injusta, que sería dejar a Gadafi retomar el control de Libia, quedándose la comunidad internacional en el papel de mero espectador o de dar la espalda a una segura y anunciada masacre. Es bien conocido que "para que el mal triunfe sólo es necesario que los hombres buenos no hagan nada". Aparte de los hombres buenos, que en este caso son los que pedían intervenir para poner fin a la represión, sin duda entre los que han apoyado la intervención de la coalición internacional hay intereses nada altruistas, que sí tienen más que ver con intereses geoestratégicos o económicos. Por esto esta guerra es un mal menor.
"No a la guerra"
En el Congreso de los Diputados, la izquierda, de herencia pacifista e internacionalista, se halló dividida: no sólo el mayor partido de la izquierda, el Socialista, apoyó la medida de su gobierno, algo lógico, sino que también otros partidos de izquierda, como Esquerra Republicana o Iniciativa secundaron la intervención española; en otro lado, otros partidos de izquierda, como el Bloque Nacionalista Galego o Izquierda Unida vieron en esta situación una reedición de la guerra de Irak, cuyas diferencias ya se han tratado en este blog, y rechazaron apoyar la intervención. Llamazares volvía a enarbolar en discurso y en pegatina el "No a la guerra" y al poco algunos invitados a la sesión hicieron que resonara por el hemiciclo.
Muchos de los que hoy vemos como mal menor y necesario la intervención en Libia no hemos cambiado de planteamientos. Muchos estuvimos en las grandes manifestaciones contra la guerra y, como Llamazares, conservamos esas consignas. Ya hemos mencionado las diferencias entre Irak y Libia. Aunque tampoco es comparable, pensemos en la España de 1936: un Estado legítimo pero débil, en guerra contra un ejército rebelde, pidiendo con angustia la intervención de las potencias extranjeras. Ya sabemos qué ocurrió. En 2011, el pueblo libio se ha manifestado frente a Gadafi pero no ha podido derribarlo, se ha establecido un poder alternativo con una nueva legitimidad, pero en desventaja militar frente a un Estado deslegitimado, pero con un ejército mejor equipado, dirigido por un tirano que promete sangre. La comparación que hizo con la entrada de Franco en Madrid no fue gratuita ni inocente.
Javier Valenzuela, en El País, criticó la confusión del lema "No a la guerra": "no a aquella guerra, pero sabiendo que hay algunas que deben ser libradas". Citaba a la guerra contra Hitler y lamentaba la inacción occidental en otras regiones, como Ruanda o Bosnia cuando se realizaron verdaderas limpiezas étnicas. Y añadía: "el pacifismo a ultranza no es progresista. Sin unas cuantas revoluciones y/o guerras justas la humanidad seguiría en los tiempos de Espartaco".
Pacifismo
El mejor debate en torno a conciliar pacifismo con apoyo a esta intervención quizás puede estar en las decisiones de Los Verdes alemanes o aquí de Iniciativa per Catalunya, argumentando éstos la necesidad de no confundir "la pasividad con un pacifismo mal entendido". Los que creemos en el pacifismo queremos firmemente la paz, pero es por esa paz por la que hay que destruir a los tiranos que reprimen a sus pueblos. Llamazares dijo en el Congreso que por qué no se actuaba entonces en el Sáhara o en Birmania, y tiene razón en desenmascarar la hipocresía de los gobiernos occidentales y de los intereses económicos relacionados. Pero, ¿qué hacemos? ¿No hacemos nada? En todo el mundo no deja de haber buenas personas que denuncian las violaciones de los derechos humanos.
Llamazares expuso el caso de la Sudáfrica del apartheid, que sólo pudo derrumbarse a sí misma por la presión internacional en base a sanciones. Seguramente ese método pueda servir, en algunos casos, para regímenes autoritarios o segregacionistas que mantienen el control sobre la población; ahora mismo, esto no se da en Libia, sino que el Estado libio ha perdido el control de buena parte del territorio y de su población, sosteniendo una guerra civil contra su propio pueblo. Una guerra difiere de los mecanismos de control y coerción: ya no son sólo acciones esporádicas para sembrar el terror, sino acciones bélicas a gran escala donde ya no se guardan las apariencias.
Libia manifiesta los miedos ocultos de la extrema izquierda española. Para algunos, Libia es un modelo de progreso para el norte de África, ya se ve en noticias recogidas por larepublica.es, algo completamente alejado de la realidad. Como con Cuba o Venezuela, no se admiten críticas salvo débiles regañinas, que en ningún paso niegan apoyo o la reconsideración de la misma estructura ideológica que define esos regímenes. Desde 1989, la izquierda tiene miedo de perder más referencias internacionales. Ahora, el nuevo "no a la guerra", sin un análisis objetivo de la nueva realidad, no es más que la demostración del inmovilismo y el conservadurismo de una izquierda no alternativa.
Lluís Bassets dijo en su blog de El País que "la guerra es el mal por definición". No hay, por tanto, guerras buenas, porque siempre que hay muertos, destrucción y sufrimiento la humanidad muestra su faceta más cruel. Añadía Bassets que, puestos a elegir entre dos males, había que optar por el mal menor, la guerra justa, frente al mal mayor, la guerra injusta. En el caso de la guerra civil libia, la guerra justa sería una incómoda intervención de potencias extranjeras, necesaria sólo para evitar la guerra injusta, que sería dejar a Gadafi retomar el control de Libia, quedándose la comunidad internacional en el papel de mero espectador o de dar la espalda a una segura y anunciada masacre. Es bien conocido que "para que el mal triunfe sólo es necesario que los hombres buenos no hagan nada". Aparte de los hombres buenos, que en este caso son los que pedían intervenir para poner fin a la represión, sin duda entre los que han apoyado la intervención de la coalición internacional hay intereses nada altruistas, que sí tienen más que ver con intereses geoestratégicos o económicos. Por esto esta guerra es un mal menor.
"No a la guerra"
En el Congreso de los Diputados, la izquierda, de herencia pacifista e internacionalista, se halló dividida: no sólo el mayor partido de la izquierda, el Socialista, apoyó la medida de su gobierno, algo lógico, sino que también otros partidos de izquierda, como Esquerra Republicana o Iniciativa secundaron la intervención española; en otro lado, otros partidos de izquierda, como el Bloque Nacionalista Galego o Izquierda Unida vieron en esta situación una reedición de la guerra de Irak, cuyas diferencias ya se han tratado en este blog, y rechazaron apoyar la intervención. Llamazares volvía a enarbolar en discurso y en pegatina el "No a la guerra" y al poco algunos invitados a la sesión hicieron que resonara por el hemiciclo.
Muchos de los que hoy vemos como mal menor y necesario la intervención en Libia no hemos cambiado de planteamientos. Muchos estuvimos en las grandes manifestaciones contra la guerra y, como Llamazares, conservamos esas consignas. Ya hemos mencionado las diferencias entre Irak y Libia. Aunque tampoco es comparable, pensemos en la España de 1936: un Estado legítimo pero débil, en guerra contra un ejército rebelde, pidiendo con angustia la intervención de las potencias extranjeras. Ya sabemos qué ocurrió. En 2011, el pueblo libio se ha manifestado frente a Gadafi pero no ha podido derribarlo, se ha establecido un poder alternativo con una nueva legitimidad, pero en desventaja militar frente a un Estado deslegitimado, pero con un ejército mejor equipado, dirigido por un tirano que promete sangre. La comparación que hizo con la entrada de Franco en Madrid no fue gratuita ni inocente.
Javier Valenzuela, en El País, criticó la confusión del lema "No a la guerra": "no a aquella guerra, pero sabiendo que hay algunas que deben ser libradas". Citaba a la guerra contra Hitler y lamentaba la inacción occidental en otras regiones, como Ruanda o Bosnia cuando se realizaron verdaderas limpiezas étnicas. Y añadía: "el pacifismo a ultranza no es progresista. Sin unas cuantas revoluciones y/o guerras justas la humanidad seguiría en los tiempos de Espartaco".
Pacifismo
El mejor debate en torno a conciliar pacifismo con apoyo a esta intervención quizás puede estar en las decisiones de Los Verdes alemanes o aquí de Iniciativa per Catalunya, argumentando éstos la necesidad de no confundir "la pasividad con un pacifismo mal entendido". Los que creemos en el pacifismo queremos firmemente la paz, pero es por esa paz por la que hay que destruir a los tiranos que reprimen a sus pueblos. Llamazares dijo en el Congreso que por qué no se actuaba entonces en el Sáhara o en Birmania, y tiene razón en desenmascarar la hipocresía de los gobiernos occidentales y de los intereses económicos relacionados. Pero, ¿qué hacemos? ¿No hacemos nada? En todo el mundo no deja de haber buenas personas que denuncian las violaciones de los derechos humanos.
Llamazares expuso el caso de la Sudáfrica del apartheid, que sólo pudo derrumbarse a sí misma por la presión internacional en base a sanciones. Seguramente ese método pueda servir, en algunos casos, para regímenes autoritarios o segregacionistas que mantienen el control sobre la población; ahora mismo, esto no se da en Libia, sino que el Estado libio ha perdido el control de buena parte del territorio y de su población, sosteniendo una guerra civil contra su propio pueblo. Una guerra difiere de los mecanismos de control y coerción: ya no son sólo acciones esporádicas para sembrar el terror, sino acciones bélicas a gran escala donde ya no se guardan las apariencias.
Libia manifiesta los miedos ocultos de la extrema izquierda española. Para algunos, Libia es un modelo de progreso para el norte de África, ya se ve en noticias recogidas por larepublica.es, algo completamente alejado de la realidad. Como con Cuba o Venezuela, no se admiten críticas salvo débiles regañinas, que en ningún paso niegan apoyo o la reconsideración de la misma estructura ideológica que define esos regímenes. Desde 1989, la izquierda tiene miedo de perder más referencias internacionales. Ahora, el nuevo "no a la guerra", sin un análisis objetivo de la nueva realidad, no es más que la demostración del inmovilismo y el conservadurismo de una izquierda no alternativa.
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