Las elecciones generales de la república de Irlanda han sido, en palabras del líder del democristiano Fine Gael, una "revolución democrática". En efecto, sin poder presuponer que estas elecciones inauguran un nuevo ciclo electoral en Irlanda, el período del Fianna Fáil como partido hegemónico ha terminado.
Fine Gael y Fianna Fáil son dos viejos adversarios políticos desde la independencia de Irlanda. Teniendo ambos su nacimiento en la división del primitivo Sinn Féin entre partidarios y detractores del Tratado Anglo-Irlandés, los primeros aceptaron la independencia de Irlanda como Estado libre ligado al imperio británico. Ello les enfrentó en una guerra civil con los republicanos intransigentes, la facción de Eamon de Valera. La victoria de los pro-tratado, organizados como partido Cumann na nGaedheal, les dio el poder hasta inicios de los años treinta, cuando el Fianna Fáil, el partido republicano de De Valera, ganó las elecciones de 1932. A partir de ese año, y hasta las elecciones de 2007, el FF se convirtió en el partido hegemónico de Irlanda, con porcentajes de voto situados entre el 39 y el 50%, controlando el gobierno durante 67 de esos 79 años.
En las elecciones del pasado 25 de febrero, los resultados del FF no tienen precedentes: 17% de votos frente al 41% y 20 por los anteriores 77. Aun cuando en el período electoral concluido no estaba en el poder, el FF no bajó del 40% de los votos ni de la condición de primer o segundo partido. Ahora, no sólo ha sido sobrepasado por su eterno rival, el FG, sino por el tercer partido clásico del sistema irlandés, los laboristas.
Sin ninguna duda, estas elecciones han sido un verdadero castigo para el partido dominante por la gestión de la crisis económica, la necesidad del rescate por la Unión Europea y las draconianas medidas de recorte en el gasto estatal. El tigre celta se ha comido al padre (el liberal Irish Times tituló uno de sus artículos "Un electorado enojado votó con frialdad por liquidar al Fianna Fáil"), aunque es muy pronto para proclamar el fin de las lealtades clientelares o la conversión del Partido Laborista en segundo partido del país.
En todas las elecciones todos los partidos se proclaman vencedores. Menos en el caso del FF y del Partido Verde, derrotados en todos los niveles (los ecologistas han quedado fuera del parlamento), el resto del arco parlamentario tiene motivos para alegrase: el Fine Gael vuelve al liderazgo del gobierno tras 14 años de oposición, con Enda Kenny y se mantiene dentro de su media de apoyo electoral; el Partido Laborista pasa a ser segunda fuerza y a potencial socio de coalición del nuevo gobierno; los candidatos independientes, sin filiación política o agrupados en el cartel electoral de New Vision, también han aumentado, siendo otra posible fuente de apoyos para el Fine Gael en caso de que los laboristas no entren en el gobierno; el Sinn Féin de Gerry Adams engrosa su grupo parlamentario sumando 10 a sus escasos 4 diputados anteriores, saliendo del crecimiento moderado que experimentaba desde que se presentó a inicios de los años 80, con resultados mediocres; también vuelve a entrar la izquierda más obrerista, unida bajo el cartel electoral de la United Left, agrupando a pequeños partidos de izquierda: el Partido Socialista, el Grupo de Acción de Trabajadores y Desempleados y la Alianza de las personas antes que el lucro, con 5 escaños.
Los buenos resultados de la izquierda unida y del Sinn Féin, junto a los de los laboristas, permiten decir que un tercio de los electores han acudido a opciones de izquierda ante la crisis. Que estas condiciones se mantengan, dependerán de muchos factores: que estos resultados no sean circunstanciales, el papel que juegue el Sinn Féin en las instituciones de las dos partes de la isla y la posición que adopte el Partido Laborista, tanto si entra en el gobierno -exigiendo la renegociación del rescate por la UE y de las instituciones financieras internacionales además del mantenimiento de prestaciones sociales o del impulso de reformas económicas y fiscales- como si permanece en la oposición, por diferencias con el Fine Gael en la forma de resolución de la crisis o por encabezar la oposición y una posible apuesta como potencial partido de alternancia para liderar el ejecutivo. Pero esto es sólo una hipótesis.
¿Cuál es la diferencia sustancial entre el Fine Gael y el Fianna Fáil? Todos los diarios no irlandeses coinciden en etiquetarlos como partidos de centro derecha: el FG situado en el espectro democristiano y el FF en el liberal. La realidad es muy complicada: ambos partidos han desarrollado tanto políticas neoliberales a su paso por el gobierno como políticas socialdemócratas (sobre todo cuando han gobernando en coalición con los laboristas), sin poder etiquetar a uno más a la izquierda o a la derecha que el otro. El FG es miembro del Partido Popular Europeo, el FF, del Partido Liberal Europeo (pero anteriormente del grupo euroescéptico Unión por la Europa de las Naciones), lo que supondría pensar que el FF pasó de la derecha del FG a su izquierda.
Las diferencias, como he dicho antes, vienen desde la independencia, por rivalidad, más que por grandes diferencias ideológicas; con ello también se explica la escasa movilidad del voto y la existencia de fuertes baluartes rurales de los dos partidos. La situación puede cambiar en el mundo urbano: en Dublín, de 47 diputados, los laboristas han conseguido 18 por 17 del FG y sólo 1 del FF, repartidos el resto entre independientes, Sinn Féin y la izquierda. Estas elecciones han derribado el poder rural del Fianna Fáil.
Hay quienes se preguntan, yo incluido, si un voto de castigo de tal envergadura puede reproducirse en el caso español. Obviamente, hay que considerar que España no es Irlanda: no estamos en las mismas condiciones económicas que Irlanda pero tampoco con mejores expectativas, el desempleo en España es mucho más elevado, la banca no estaba tan expuesta al riesgo como la irlandesa y la existencia del empleo sumergido paliaba la situación. Eso como diferencias socio-económicas. En lo político, el sistema electoral y el de partidos impiden el caso irlandés: el voto español está más concentrado en dos grandes partidos -cada uno es la inetivable alternativa al otro- y la ley electoral aplicada en España, con provincias poco pobladas, conlleva un sistema mayoritario donde sólo los partidos de fuerte implantación estatal y/o regional pueden competir con éxito.
En Irlanda, el sistema del voto transferible con distritos de 3 a 5 escaños, a diferencia de España, permite no sólo una proporción votos/escaños aceptable, sino también la existencia de más opciones políticas estatales y la posibilidad de castigar a los candidatos no deseados mediante una sencilla combinación de preferencias en el voto.
En consecuencia, en España el descontento con la actuación del gobierno Zapatero es muy grande, pero también lo es con la oposición conservadora. Esto ha llevado a considerar a la clase política como el tercer problema del país, a tener una muy poca confianza en el gobierno y también en su recambio político. Unido a la imposibilidad de los partidos menores, como veremos abajo, de ser alternativas a los grandes partidos, la respuesta más lógica a la desconfianza hacia el PSOE y al PP puede ser una elevada abstención.
Terceras opciones -IU, UPyD, nuevas formaciones como Equo, y descartados los regionalistas/nacionalistas por su misma naturaleza- son devastadas por el "voto útil", con la única opción de arañar parte del pastel dando sus votos en momentos de ausencia de mayorías absolutas. Cada país tiene una cultura política determinada; la española evidencia una ausencia de cultura de coalición gubernamental a nivel nacional, con la añadidura de la mala experiencia a nivel regional y local.
En una visión más europea, la evolución de la crisis económica va dando diferentes respuestas ciudadanas: en Grecia, la crisis tumbó un gobierno conservador encumbrando uno nuevo socialista, que fue el que tuvo que hacer las reformas más drásticas; en Hungría, la falta de respuestas del ejecutivo llevó al hundimiento del Partido Socialista y una abultada victoria de los conservadores; en Reino Unido, los laboristas dejaron el gobierno y tanto conservadores como liberales obtuvieron muy buenos resultados, tanto que los liberales volvieron a un gobierno de coalición, hecho que no había vuelto a suceder desde los años 30 y los gobiernos de unidad nacional de la II Guerra Mundial; en Alemania, el Partido Liberal ganó una muy buena tercera posición a expensas de democristianos y socialdemócratas.
Uno tras otro, la mayoría de países prácticamente enterraron a la izquierda a mínimos resultados de apoyo. Sin embargo, frente al ansia conservadora por ver destruida a su competencia socialista, no está tan claro. En Alemania, los liberales se hunden en los sondeos y en las elecciones regionales los socialdemócratas recuperan posiciones, dejando a Merkel sin mayoría en el Bundesrat; en el Reino Unido, los laboristas encabezan una renovada oposición con visos de recuperar el gobierno regional de Escocia y los liberaldemócratas encajan el descontento hacia las medidas del gobierno de coalición con Cameron. Como hemos visto, en Irlanda el partido dominante ha dejado de serlo y se han registrado resultados históricos para la izquierda. Puede concluirse que en las democracias sanas, la ineficacia y la falta de alternativas se castigan con severidad.
Fine Gael y Fianna Fáil son dos viejos adversarios políticos desde la independencia de Irlanda. Teniendo ambos su nacimiento en la división del primitivo Sinn Féin entre partidarios y detractores del Tratado Anglo-Irlandés, los primeros aceptaron la independencia de Irlanda como Estado libre ligado al imperio británico. Ello les enfrentó en una guerra civil con los republicanos intransigentes, la facción de Eamon de Valera. La victoria de los pro-tratado, organizados como partido Cumann na nGaedheal, les dio el poder hasta inicios de los años treinta, cuando el Fianna Fáil, el partido republicano de De Valera, ganó las elecciones de 1932. A partir de ese año, y hasta las elecciones de 2007, el FF se convirtió en el partido hegemónico de Irlanda, con porcentajes de voto situados entre el 39 y el 50%, controlando el gobierno durante 67 de esos 79 años.
En las elecciones del pasado 25 de febrero, los resultados del FF no tienen precedentes: 17% de votos frente al 41% y 20 por los anteriores 77. Aun cuando en el período electoral concluido no estaba en el poder, el FF no bajó del 40% de los votos ni de la condición de primer o segundo partido. Ahora, no sólo ha sido sobrepasado por su eterno rival, el FG, sino por el tercer partido clásico del sistema irlandés, los laboristas.
Sin ninguna duda, estas elecciones han sido un verdadero castigo para el partido dominante por la gestión de la crisis económica, la necesidad del rescate por la Unión Europea y las draconianas medidas de recorte en el gasto estatal. El tigre celta se ha comido al padre (el liberal Irish Times tituló uno de sus artículos "Un electorado enojado votó con frialdad por liquidar al Fianna Fáil"), aunque es muy pronto para proclamar el fin de las lealtades clientelares o la conversión del Partido Laborista en segundo partido del país.
En todas las elecciones todos los partidos se proclaman vencedores. Menos en el caso del FF y del Partido Verde, derrotados en todos los niveles (los ecologistas han quedado fuera del parlamento), el resto del arco parlamentario tiene motivos para alegrase: el Fine Gael vuelve al liderazgo del gobierno tras 14 años de oposición, con Enda Kenny y se mantiene dentro de su media de apoyo electoral; el Partido Laborista pasa a ser segunda fuerza y a potencial socio de coalición del nuevo gobierno; los candidatos independientes, sin filiación política o agrupados en el cartel electoral de New Vision, también han aumentado, siendo otra posible fuente de apoyos para el Fine Gael en caso de que los laboristas no entren en el gobierno; el Sinn Féin de Gerry Adams engrosa su grupo parlamentario sumando 10 a sus escasos 4 diputados anteriores, saliendo del crecimiento moderado que experimentaba desde que se presentó a inicios de los años 80, con resultados mediocres; también vuelve a entrar la izquierda más obrerista, unida bajo el cartel electoral de la United Left, agrupando a pequeños partidos de izquierda: el Partido Socialista, el Grupo de Acción de Trabajadores y Desempleados y la Alianza de las personas antes que el lucro, con 5 escaños.
Los buenos resultados de la izquierda unida y del Sinn Féin, junto a los de los laboristas, permiten decir que un tercio de los electores han acudido a opciones de izquierda ante la crisis. Que estas condiciones se mantengan, dependerán de muchos factores: que estos resultados no sean circunstanciales, el papel que juegue el Sinn Féin en las instituciones de las dos partes de la isla y la posición que adopte el Partido Laborista, tanto si entra en el gobierno -exigiendo la renegociación del rescate por la UE y de las instituciones financieras internacionales además del mantenimiento de prestaciones sociales o del impulso de reformas económicas y fiscales- como si permanece en la oposición, por diferencias con el Fine Gael en la forma de resolución de la crisis o por encabezar la oposición y una posible apuesta como potencial partido de alternancia para liderar el ejecutivo. Pero esto es sólo una hipótesis.
¿Cuál es la diferencia sustancial entre el Fine Gael y el Fianna Fáil? Todos los diarios no irlandeses coinciden en etiquetarlos como partidos de centro derecha: el FG situado en el espectro democristiano y el FF en el liberal. La realidad es muy complicada: ambos partidos han desarrollado tanto políticas neoliberales a su paso por el gobierno como políticas socialdemócratas (sobre todo cuando han gobernando en coalición con los laboristas), sin poder etiquetar a uno más a la izquierda o a la derecha que el otro. El FG es miembro del Partido Popular Europeo, el FF, del Partido Liberal Europeo (pero anteriormente del grupo euroescéptico Unión por la Europa de las Naciones), lo que supondría pensar que el FF pasó de la derecha del FG a su izquierda.
Las diferencias, como he dicho antes, vienen desde la independencia, por rivalidad, más que por grandes diferencias ideológicas; con ello también se explica la escasa movilidad del voto y la existencia de fuertes baluartes rurales de los dos partidos. La situación puede cambiar en el mundo urbano: en Dublín, de 47 diputados, los laboristas han conseguido 18 por 17 del FG y sólo 1 del FF, repartidos el resto entre independientes, Sinn Féin y la izquierda. Estas elecciones han derribado el poder rural del Fianna Fáil.
Hay quienes se preguntan, yo incluido, si un voto de castigo de tal envergadura puede reproducirse en el caso español. Obviamente, hay que considerar que España no es Irlanda: no estamos en las mismas condiciones económicas que Irlanda pero tampoco con mejores expectativas, el desempleo en España es mucho más elevado, la banca no estaba tan expuesta al riesgo como la irlandesa y la existencia del empleo sumergido paliaba la situación. Eso como diferencias socio-económicas. En lo político, el sistema electoral y el de partidos impiden el caso irlandés: el voto español está más concentrado en dos grandes partidos -cada uno es la inetivable alternativa al otro- y la ley electoral aplicada en España, con provincias poco pobladas, conlleva un sistema mayoritario donde sólo los partidos de fuerte implantación estatal y/o regional pueden competir con éxito.
En Irlanda, el sistema del voto transferible con distritos de 3 a 5 escaños, a diferencia de España, permite no sólo una proporción votos/escaños aceptable, sino también la existencia de más opciones políticas estatales y la posibilidad de castigar a los candidatos no deseados mediante una sencilla combinación de preferencias en el voto.
En consecuencia, en España el descontento con la actuación del gobierno Zapatero es muy grande, pero también lo es con la oposición conservadora. Esto ha llevado a considerar a la clase política como el tercer problema del país, a tener una muy poca confianza en el gobierno y también en su recambio político. Unido a la imposibilidad de los partidos menores, como veremos abajo, de ser alternativas a los grandes partidos, la respuesta más lógica a la desconfianza hacia el PSOE y al PP puede ser una elevada abstención.
Terceras opciones -IU, UPyD, nuevas formaciones como Equo, y descartados los regionalistas/nacionalistas por su misma naturaleza- son devastadas por el "voto útil", con la única opción de arañar parte del pastel dando sus votos en momentos de ausencia de mayorías absolutas. Cada país tiene una cultura política determinada; la española evidencia una ausencia de cultura de coalición gubernamental a nivel nacional, con la añadidura de la mala experiencia a nivel regional y local.
En una visión más europea, la evolución de la crisis económica va dando diferentes respuestas ciudadanas: en Grecia, la crisis tumbó un gobierno conservador encumbrando uno nuevo socialista, que fue el que tuvo que hacer las reformas más drásticas; en Hungría, la falta de respuestas del ejecutivo llevó al hundimiento del Partido Socialista y una abultada victoria de los conservadores; en Reino Unido, los laboristas dejaron el gobierno y tanto conservadores como liberales obtuvieron muy buenos resultados, tanto que los liberales volvieron a un gobierno de coalición, hecho que no había vuelto a suceder desde los años 30 y los gobiernos de unidad nacional de la II Guerra Mundial; en Alemania, el Partido Liberal ganó una muy buena tercera posición a expensas de democristianos y socialdemócratas.
Uno tras otro, la mayoría de países prácticamente enterraron a la izquierda a mínimos resultados de apoyo. Sin embargo, frente al ansia conservadora por ver destruida a su competencia socialista, no está tan claro. En Alemania, los liberales se hunden en los sondeos y en las elecciones regionales los socialdemócratas recuperan posiciones, dejando a Merkel sin mayoría en el Bundesrat; en el Reino Unido, los laboristas encabezan una renovada oposición con visos de recuperar el gobierno regional de Escocia y los liberaldemócratas encajan el descontento hacia las medidas del gobierno de coalición con Cameron. Como hemos visto, en Irlanda el partido dominante ha dejado de serlo y se han registrado resultados históricos para la izquierda. Puede concluirse que en las democracias sanas, la ineficacia y la falta de alternativas se castigan con severidad.
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