Con el gobierno de la Diputación de Guipúzcoa y más de la mitad de los ayuntamientos de esa provincia, amén de otros tantos en el País Vasco y Navarra, Bildu, la coalición de EA, Alternatiba y los independientes abertzales obtiene el registro más alto de gobiernos forales y locales en toda la historia de la izquierda independendista.
Esta es la oportunidad histórica, no solo de la izquierda abertzale, sino también del conjunto de los vascos y navarros de normalizar por fin una situación que, desde el inicio de la democracia en España, ha pasado por múltiples fases y en ningún momento, excepto hasta ahora, ha camino tan obviamente hacia la posible resolución del terrorismo y de la reconciliación.
Ni siquiera en los años 80, cuando Herri Batasuna era legal, la izquierda abertzale obtuvo resultados electorales tan destacables. Han cambiado las condiciones: ETA está débil y se le escapa el control de su antigua base social, lo que es la mejor noticia; la izquierda abertzale ha sabido iniciar el camino a la paz, soltando el lastre de todo lo que conlleva la sumisión a la organización terrorista; todo ello le ha sido premiado en votos, no solo por su apuesta por la vía política, sino merced a un voto de castigo a otras opciones políticas -PNV, Aralar, EB...- que trataron captar votos en ese sector, además de cierto voto por simpatía frente a la amenaza de ilegalización o gracias a que otras fuerzas políticas -PNV, PSE, PP- le prestaron una gran ayuda en la campaña electoral.
EA, junto con las otras fuerzas que componen Bildu, perdió en las elecciones autonómicas su espacio político. En cierto modo, el éxito de Bildu no ha sido su éxito, si acaso que ha conseguido incluir a la izquierda abertzale dentro del campo de las fuerzas democráticas. Pero lo que no ha conseguido es la moderación de la ideología socialdemócrata que inspiró a Eusko Alkartasuna, sino que, en cambio, ha tenido que adoptar el discurso más radical de los abertzales.
Ahora Bildu ya gobierna tres exponentes de la vida pública vasca: los municipios rurales, antiguos feudos abertzales, la ciudad de San Sebastián y la diputación foral. Ahora, Bildu tiene una gran responsabilidad: tiene que demostrar que la izquierda abertzale puede no solo mantener el ritual soberanista, sino tambien gobernar, y gobernar bien, cumpliendo la ley y respetando las reglas de la democracia.
Las primeras medidas tomadas por Bildu desde sus diferentes administraciones -la retirada de retratos del rey o de la bandera, la prohibición de los escoltas, la petición de retirar la policía y el ejércto de Euskadi...- son, principalmente, simbólicas. Tampoco sorprenden. Lo que sí hacen es alentar aquellas voces que ahora dicen "¿véis cómo teníamos razón al pedir que fueran ilegales?" Obviamente aceptar y alegrarse su legalización para presentarse a las elecciones no es lo mismo a suscribir su programa.
La conclusión no es tan simple. Por supuesto, como demócratas, como progresistas y como partidarios de la unidad, muchos no podemos compartir esa decisión. La democracia exige que participen todas las opciones políticas. Recordemos que han sido sus votantes, y no el Tribunal Supremo o el Constitucional -mucho menos el gobierno- el que ha metido a Bildu en las instituciones. Nunca puede ser democrático excluir la opción política de, ahora, un cuarto del electorado vasconavarro. Estas medidas y las futuras que le corresponde tomar a Bildu exigirán, si están dentro de la legalidad, por supuesto, respuestas políticas y sociales.
Entre las medidas futuras, por ejemplo, parece que Bildu desea paralizar la alta velocidad en Euskadi. Independientemente de la criticable falta de política en infraestructuras de ferrocarriles regionales y convencionales que tiene el gobierno nacional, el ideario de Bildu revela la concepión tradicional que la izquierda abertzale ha tenido de Euskadi: una arcadia como se reconoce en "La pelota vasca", una versión moderna del tradicionalismo carlista. En resumen, el paraíso euskaldún de Bildu pasa por su aislamiento, algo que en un mundo globalizado ninguna región puede permitirse sin condenar a su sociedad.
Esas son las cosas que, dentro del juego democrático, hay que hacer ver y convencer de que esa opción no es deseable, ni para la sociedad vasca en particular ni para la española en general. Estoy en desacuerdo en pedirles a los cargos electos de Bildu una declaración diaria de condena de la violencia. Ya lo han realizado, por ello son legales. Si no lo hicieran o se mostraran contradictorios con sus principios, ya existen vías legales -la ley de partidos- y políticas -las elecciones- para subrayar que solo se puede participar en la vida pública por medios pacíficos, como hace el movimiento del 15-M. Ojalá se fuera tan escrupuloso con la ley con otros políticos, como los corruptos que, aunque no recurren al terrorismo, también sus actos causan daño a la sociedad.
Esta es la oportunidad histórica, no solo de la izquierda abertzale, sino también del conjunto de los vascos y navarros de normalizar por fin una situación que, desde el inicio de la democracia en España, ha pasado por múltiples fases y en ningún momento, excepto hasta ahora, ha camino tan obviamente hacia la posible resolución del terrorismo y de la reconciliación.
Ni siquiera en los años 80, cuando Herri Batasuna era legal, la izquierda abertzale obtuvo resultados electorales tan destacables. Han cambiado las condiciones: ETA está débil y se le escapa el control de su antigua base social, lo que es la mejor noticia; la izquierda abertzale ha sabido iniciar el camino a la paz, soltando el lastre de todo lo que conlleva la sumisión a la organización terrorista; todo ello le ha sido premiado en votos, no solo por su apuesta por la vía política, sino merced a un voto de castigo a otras opciones políticas -PNV, Aralar, EB...- que trataron captar votos en ese sector, además de cierto voto por simpatía frente a la amenaza de ilegalización o gracias a que otras fuerzas políticas -PNV, PSE, PP- le prestaron una gran ayuda en la campaña electoral.
EA, junto con las otras fuerzas que componen Bildu, perdió en las elecciones autonómicas su espacio político. En cierto modo, el éxito de Bildu no ha sido su éxito, si acaso que ha conseguido incluir a la izquierda abertzale dentro del campo de las fuerzas democráticas. Pero lo que no ha conseguido es la moderación de la ideología socialdemócrata que inspiró a Eusko Alkartasuna, sino que, en cambio, ha tenido que adoptar el discurso más radical de los abertzales.
Ahora Bildu ya gobierna tres exponentes de la vida pública vasca: los municipios rurales, antiguos feudos abertzales, la ciudad de San Sebastián y la diputación foral. Ahora, Bildu tiene una gran responsabilidad: tiene que demostrar que la izquierda abertzale puede no solo mantener el ritual soberanista, sino tambien gobernar, y gobernar bien, cumpliendo la ley y respetando las reglas de la democracia.
Las primeras medidas tomadas por Bildu desde sus diferentes administraciones -la retirada de retratos del rey o de la bandera, la prohibición de los escoltas, la petición de retirar la policía y el ejércto de Euskadi...- son, principalmente, simbólicas. Tampoco sorprenden. Lo que sí hacen es alentar aquellas voces que ahora dicen "¿véis cómo teníamos razón al pedir que fueran ilegales?" Obviamente aceptar y alegrarse su legalización para presentarse a las elecciones no es lo mismo a suscribir su programa.
La conclusión no es tan simple. Por supuesto, como demócratas, como progresistas y como partidarios de la unidad, muchos no podemos compartir esa decisión. La democracia exige que participen todas las opciones políticas. Recordemos que han sido sus votantes, y no el Tribunal Supremo o el Constitucional -mucho menos el gobierno- el que ha metido a Bildu en las instituciones. Nunca puede ser democrático excluir la opción política de, ahora, un cuarto del electorado vasconavarro. Estas medidas y las futuras que le corresponde tomar a Bildu exigirán, si están dentro de la legalidad, por supuesto, respuestas políticas y sociales.
Entre las medidas futuras, por ejemplo, parece que Bildu desea paralizar la alta velocidad en Euskadi. Independientemente de la criticable falta de política en infraestructuras de ferrocarriles regionales y convencionales que tiene el gobierno nacional, el ideario de Bildu revela la concepión tradicional que la izquierda abertzale ha tenido de Euskadi: una arcadia como se reconoce en "La pelota vasca", una versión moderna del tradicionalismo carlista. En resumen, el paraíso euskaldún de Bildu pasa por su aislamiento, algo que en un mundo globalizado ninguna región puede permitirse sin condenar a su sociedad.
Esas son las cosas que, dentro del juego democrático, hay que hacer ver y convencer de que esa opción no es deseable, ni para la sociedad vasca en particular ni para la española en general. Estoy en desacuerdo en pedirles a los cargos electos de Bildu una declaración diaria de condena de la violencia. Ya lo han realizado, por ello son legales. Si no lo hicieran o se mostraran contradictorios con sus principios, ya existen vías legales -la ley de partidos- y políticas -las elecciones- para subrayar que solo se puede participar en la vida pública por medios pacíficos, como hace el movimiento del 15-M. Ojalá se fuera tan escrupuloso con la ley con otros políticos, como los corruptos que, aunque no recurren al terrorismo, también sus actos causan daño a la sociedad.
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