Decía Edmund Burke (1729-1797) que “lo único que se necesita para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada”.
A finales de Marzo, Morgan Tsvangirai, líder del Movimiento para el Cambio Democrático de Zimbabwe, ganó las elecciones presidenciales y legislativas de su país, en manos del dictador de facto Robert Mugabe. Ni la maquinaria totalitaria de Mugabe pudo evitarlo, hasta plantear todas las artimañas posibles para forzar una segunda vuelta. Eran, y muchos lo temíamos, una trampa. Pero la oposición aceptó. Y tras comprobar semanas y semanas de detenciones de miembros de la oposición, del mismo líder de la oposición y ganador de las elecciones, y la violencia desatada, han provocado que se retire de la carrera de la segunda vuelta por el miedo a lo que Mugabe pueda hacer con los ciudadanos opositores.
Zimbabwe, antes la colonial Rhodesia del Sur, fue antes un país de grandes posibilidades económicas. Hoy, la inflación es del 100.000%, el paro del 80%, y el 25% de la población afectada por el SIDA. Mugabe dejará sin duda una huella imborrable: cómo dejar a la ruina un gran país en apenas tres décadas, sin que el mundo haya movido un dedo. A Cuba se le imponen sanciones, pero en Zimbabwe la población vive de la ayuda alimentaria internacional para sobrevivir, sino, Mugabe acabaría igual que acabó Mussolini: colgado de los pies. ¿Qué intereses tiene el resto del mundo para apoyar a Mugabe?
Los momentos de crisis económicas son terribles por lo que pueden deparar: la crisis de 1929 dio el último empujón para el ascenso del mal en persona: Hitler. Y fue porque muchos no hicieron nada, creyendo que se le podría controlar. Pero no, a un paranoico no se le puede controlar.
El mundo está viviendo de nuevo otra crisis económica. Europa vive momentos de regresión: medidas contra los inmigrantes, recortes en los derechos laborales… se está creando un caldo de cultivo terrible porque quienes pagarán la crisis serán los trabajadores. Hitler, antes; 65 horas, ahora, todo viene de la iniciativa de los conservadores. Ellos serán sus primeras víctimas, y luego, el resto. La historia así lo demostró.
Y la izquierda política, en sus cumbres, callada. Las bases quieren hablar, quieren un liderazgo de la izquierda fuerte.
Pero la izquierda política ahora es débil. Y como en 1933, la democracia habrá sido abortada.
A finales de Marzo, Morgan Tsvangirai, líder del Movimiento para el Cambio Democrático de Zimbabwe, ganó las elecciones presidenciales y legislativas de su país, en manos del dictador de facto Robert Mugabe. Ni la maquinaria totalitaria de Mugabe pudo evitarlo, hasta plantear todas las artimañas posibles para forzar una segunda vuelta. Eran, y muchos lo temíamos, una trampa. Pero la oposición aceptó. Y tras comprobar semanas y semanas de detenciones de miembros de la oposición, del mismo líder de la oposición y ganador de las elecciones, y la violencia desatada, han provocado que se retire de la carrera de la segunda vuelta por el miedo a lo que Mugabe pueda hacer con los ciudadanos opositores.
Zimbabwe, antes la colonial Rhodesia del Sur, fue antes un país de grandes posibilidades económicas. Hoy, la inflación es del 100.000%, el paro del 80%, y el 25% de la población afectada por el SIDA. Mugabe dejará sin duda una huella imborrable: cómo dejar a la ruina un gran país en apenas tres décadas, sin que el mundo haya movido un dedo. A Cuba se le imponen sanciones, pero en Zimbabwe la población vive de la ayuda alimentaria internacional para sobrevivir, sino, Mugabe acabaría igual que acabó Mussolini: colgado de los pies. ¿Qué intereses tiene el resto del mundo para apoyar a Mugabe?
Los momentos de crisis económicas son terribles por lo que pueden deparar: la crisis de 1929 dio el último empujón para el ascenso del mal en persona: Hitler. Y fue porque muchos no hicieron nada, creyendo que se le podría controlar. Pero no, a un paranoico no se le puede controlar.
El mundo está viviendo de nuevo otra crisis económica. Europa vive momentos de regresión: medidas contra los inmigrantes, recortes en los derechos laborales… se está creando un caldo de cultivo terrible porque quienes pagarán la crisis serán los trabajadores. Hitler, antes; 65 horas, ahora, todo viene de la iniciativa de los conservadores. Ellos serán sus primeras víctimas, y luego, el resto. La historia así lo demostró.
Y la izquierda política, en sus cumbres, callada. Las bases quieren hablar, quieren un liderazgo de la izquierda fuerte.
Pero la izquierda política ahora es débil. Y como en 1933, la democracia habrá sido abortada.
Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada
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