El comité electoral del Parlamento israelí ha cometido una terrible falta al aprobar la proposición de los partidos religiosos y nacionalistas judíos, Israel es Nuestra Casa y Unión Nacional, que quiere prohibir la participación en las elecciones de los partidos árabes, que obtuvieron siete escaños en las últimas elecciones y son el 20% de la población de Israel.
Los partidos árabes actualmente representados en la Knesset son el Balad y el Raam Taal. El partido Balad, por ejemplo, tiene en su programa transformar a Israel en un país con igualdad de oportunidades para todos sus ciudadanos, promover la convivencia entre judíos y árabes y retirar a Israel de todos los territorios en disputa y crear un Estado palestino. El partido Taal defiende poner fin a la ocupación de los territorios palestinos, la cooperación judía-árabe en Israel e igualdad de derechos para los ciudadanos árabes en Israel.
Los partidos afectados recurrirán en el Tribunal Supremo de Israel. Si la justicia, irónicamente, aún es justa, deberían dar un tirón de orejas a los políticos que no dudan en sacrificar la democracia por rentabilidad electoral. Privar a un sector de la población de sus partidos es acabar con la democracia misma. La vuelta a las leyes de excepción bismarckianas y al sufragio censitario. Como ayer mismo escribí Gulag 3 Millones, hay que marcar las diferencias. Estos partidos árabes son partidos democráticos, ambos defienden el fin de la ocupación, la colaboración entre árabes e israelíes y la igualdad de derechos. ¿Dónde está el problema? No son terroristas, no defienden la violencia. No son una Batasuna árabe. Sería tan demencial como intentar impedir allí al Likud o al izquierdista Meretz poder presentarse, o aquí intentar ilegalizar al Partido Popular o al Bloque Nacionalista Galego. Un sinsentido, un desprecio a los ciudadanos, eso es lo que ha ocurrido en el Parlamento israelí.
Si la justicia israelí bendice este asalto a la democracia se habrá creado un terrible precedente: que los propios partidos decidan qué otros partidos pueden participar en el sistema y cuáles no.
No hay muchas esperanzas para la paz a corto plazo. La batalla se dirime entre el derechizado Likud y el descompuesto Kadima. La izquierda, totalmente noqueada, le queda un puesto humillante. Mientras, el sistema político comienza a aproximarse a un futuro colapso, dividido en una galaxia de pequeños partidos ultrarreligiosos que dan y quitan mayorías.
La paz, si llega, además de permitir de una vez por todas una Palestina independiente, la erradicación del terrorismo, y también la reforma política en Israel. También, por qué no, configurar partidos que no se basen en algo tan racista como la etnia, sino en los intereses y opiniones comunes, en una ideología común, unos partidos laicos. Si hay que seguir manifestándose, que se haga una manifestación amplia de exigencias.
Los partidos árabes actualmente representados en la Knesset son el Balad y el Raam Taal. El partido Balad, por ejemplo, tiene en su programa transformar a Israel en un país con igualdad de oportunidades para todos sus ciudadanos, promover la convivencia entre judíos y árabes y retirar a Israel de todos los territorios en disputa y crear un Estado palestino. El partido Taal defiende poner fin a la ocupación de los territorios palestinos, la cooperación judía-árabe en Israel e igualdad de derechos para los ciudadanos árabes en Israel.
Los partidos afectados recurrirán en el Tribunal Supremo de Israel. Si la justicia, irónicamente, aún es justa, deberían dar un tirón de orejas a los políticos que no dudan en sacrificar la democracia por rentabilidad electoral. Privar a un sector de la población de sus partidos es acabar con la democracia misma. La vuelta a las leyes de excepción bismarckianas y al sufragio censitario. Como ayer mismo escribí Gulag 3 Millones, hay que marcar las diferencias. Estos partidos árabes son partidos democráticos, ambos defienden el fin de la ocupación, la colaboración entre árabes e israelíes y la igualdad de derechos. ¿Dónde está el problema? No son terroristas, no defienden la violencia. No son una Batasuna árabe. Sería tan demencial como intentar impedir allí al Likud o al izquierdista Meretz poder presentarse, o aquí intentar ilegalizar al Partido Popular o al Bloque Nacionalista Galego. Un sinsentido, un desprecio a los ciudadanos, eso es lo que ha ocurrido en el Parlamento israelí.
Si la justicia israelí bendice este asalto a la democracia se habrá creado un terrible precedente: que los propios partidos decidan qué otros partidos pueden participar en el sistema y cuáles no.
No hay muchas esperanzas para la paz a corto plazo. La batalla se dirime entre el derechizado Likud y el descompuesto Kadima. La izquierda, totalmente noqueada, le queda un puesto humillante. Mientras, el sistema político comienza a aproximarse a un futuro colapso, dividido en una galaxia de pequeños partidos ultrarreligiosos que dan y quitan mayorías.
La paz, si llega, además de permitir de una vez por todas una Palestina independiente, la erradicación del terrorismo, y también la reforma política en Israel. También, por qué no, configurar partidos que no se basen en algo tan racista como la etnia, sino en los intereses y opiniones comunes, en una ideología común, unos partidos laicos. Si hay que seguir manifestándose, que se haga una manifestación amplia de exigencias.
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