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lunes, 23 de febrero de 2009

Degeneración: oligarquía y oclocracia (II)


“(…) los más preclaros analistas de la naturaleza humana y de la política han advertido siempre de un permanente peligro para la democracia: el interés de unos pocos en hacerla degenerar hacia la oclocracia.”

Elecciones sin debates, José Juan González Encinar

El problema surge cuando la voluntad general es desvirtuada o ignorada por los representantes elegidos. Los antiguos veían en la democracia el peligro de que ésta se desvirtuase y se convirtiera en la encarnación de los intereses de unos o un gobierno de la muchedumbre. Esto es, la oclocracia. Actualmente, ¿la democracia puede degenerar? Puede hacerlo.

Veamos, hay más peligro de que la democracia degenere en oligarquía que en oclocracia. Incluso éstas mismas las veo muy interrelacionadas. Montesquieu decía que la república se lleva por la virtud; era la virtud la que movía (inicialmente) a los magistrados de las polis griegas y de la res publica romana. Degeneró y pasó lo que todos conocemos: la república romana, aristocrática, degeneró en oligarquía enfrentada a la plebe, luego en la dictadura y en el principado de los césares que, en nombre de la plebe, gobernaban personalmente con un Senado comparsa. Los césares utilizaron a la plebe para perpetuar un sistema dominado por los oligarcas.

Ahora bien, al abolirse el Antiguo Régimen, ¿se quiso ir a un sistema llevado por la virtud? Sí, en cierta medida, inspirados por las ideas de los ilustrados. En la Revolución francesa quisieron gobernar por la virtud cívica, para dar a Francia buenas leyes basadas en la Razón. Su radicalismo tiene un nombre: Robespierre y el Terror. La idea que ha estado, cada día más olvidada, ha sido guiarse por la virtud cívica para que las instituciones del Estado cumplieran su misión, que era garantizar la libertad de los individuos. El republicanismo, que hoy se llamaría republicanismo cívico o el anglicismo "civicismo".

Entonces, tras el período de las revoluciones atlánticas, el Estado burgués se mantenía para proteger los intereses de una oligarquía, restringidos los derechos de participación. Esto es, las voluntades particulares dominan sobre la voluntad general. Conforme la presión de la clase obrera se fue haciendo más intensa, el Estado amplió la participación a las capas humildes: se llegó a la democracia, todo el mundo pudo participar. Técnicamente es así pero, ¿realmente es el gobierno del pueblo? ¿No será el mantenimiento de la oligarquía bendecido por los ciudadanos? Entonces, ¿quién detenta la soberanía, los portadores de iure o los representantes de facto? ¿Los menos gobiernan sobre los más, a costa de engañarlos y manipularlos, en una fusión de oligarquía y oclocracia? ¿Es esto la gran mentira?

(Capítulo anterior: Vox populi vox Dei (I))

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