Los sucesos que están ocurriendo en Irán son históricos, tan históricos como las manifestaciones populares que derribaron la monarquía del Sha. Las manifestaciones contra el supuesto fraude electoral son algo desconocido en 30 años de teocracia islámica. No así los recursos que utiliza todo régimen autoritario para mantener el orden y su poder: censura en los medios de comunicación, restricción de las “libertades” y violencia para sembrar el miedo. Pero el miedo no está en la calle, en la cual se ha derramado la sangre de al menos siete vidas. El miedo está instalado en el régimen islámico, que ha encontrado la horma de su zapato. Cada sangre derramada es una razón más para acabar con una dictadura teocrática.
Enfrente de Ahmadineyad no está la revolución. Enfrente del rostro duro está el rostro suave. Enfrente de la facción conservadora de la élite dirigente está la facción reformista. Musavi no es menos antiamericano de discurso o pronuclear que Ahmadineyad. No se pueden esperar grandes cambios cuando la mayoría de los resortes del poder y los aparatos represivos están en manos de un dirigente no electo, el cuasi orwelliano Líder Supremo.
¿Ha ganado Musaví las elecciones? ¿Lo ha hecho Ahmadineyad? La sensación de parte de la sociedad de Teherán (está por ver qué piensa el medio rural) es que ha habido fraude. La reacción tomada por parte del poder, el miedo desatado, la brutalidad contra las masas, los ha delatado. No vale un recuento ordenado por una cámara de lores anacrónica, el Consejo de Guardianes. Las masas están enfurecidas, exigen elecciones limpias.
La legitimidad de la teocracia iraní pende de un hilo. Si aceptan las nuevas elecciones, puede ganar la facción reformista. Pero hasta ahí. La existencia de todo un aparato antidemocrático detentador máximo del poder, que va desde el líder Jamenei hasta las fuerzas paramilitares de los basiyís pasando por el Consejo de Guardianes, impedirá cualquier cambio. Como ocurrió durante la presidencia de Jatamí. ¿Qué democracia existe cuando un jefe de Estado no electivo controla todo y tiene poder de veto? ¿Una democracia vetada? ¡Una dictadura consumada!
Si, por el contrario, rechazan una repetición de los comicios, ¿se llegará a un clima revolucionario? Entonces, ¿cuál será el nivel de la represión? Eso nos lleva a muchas preguntas, si la comunidad internacional está dispuesta a permitir una carnicería, si la sociedad iraní va a permitir un acuerdo entre notables que pase por alto sus reivindicaciones o cómo responderán las fuerzas represivas.
En cualquier caso la república islámica está en un aparente callejón sin salida. El movimiento surgido no debería detenerse en la simple acusación de fraude. El aparato constitucional de Irán es lesivo para su propia sociedad. Musaví no cambiará esto, ni queriendo ni pudiéndolo intentar.
La alternativa no es una copia del modelo de la democracia occidental. Es otra sociedad y otra cultura. El Islam es el elemento cohesionador de un pueblo tan inmenso. Pero no es aceptable una lectura única de la palabra de Dios, ni el sometimiento de la mujer, ni la pena de muerte.
Esta es la oportunidad de la sociedad iraní para decidir su futuro. Un Irán sin cambios, con Musaví o con Ahmadineyad, será lo mismo, una fachada democrática que oculta una teocracia, una dictadura de clérigos y notables en nombre de Dios.
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