El post que realicé ayer, "La Yamahiriyya libia", me llevó a realizar una reflexión de interés sobre la naturaleza de estos regímenes autoritarios. Autoritarios, para no distinguir entre sus diversas definiciones propias, ya que muchos de ellos se consideran democracias, religiosos o monarquías absolutas. Venezuela, Irán o Arabia Saudí, por poner un ejemplo de cada caso. Hay muchos más. El post, dedicado a Libia, se me alargó a esta reflexión, lo que me llevó a decidir separarla y publicarla hoy, para dar a cada tema la importancia debida. A estos regímenes los paso a considerar "regímenes del petróleo", por la característica que los une. No sé si algún politólogo, sociólogo o historiador los bautiza con este nombre. "Tiranías petroleras", he leído hoy en una web tras revisar el texto.
Los "regímenes del petróleo" son el callejón sin salida de Estados autoritarios con amplios recursos energéticos, como es el caso de Irán, Arabia Saudí y Venezuela, antes citados, entre muchos otros. Su futuro es incierto, ya que se encuentran a merced del futuro agotamiento del crudo y la inexistencia de planes alternativos que suplan ese pilar esencial de su economía. Son la cigarra en lugar de la hormiga.
Estos países no tienen serias amenazas exteriores, ya que la comunidad internacional tiene mucho interés en poder disponer de recursos energéticos bien controlados. Tampoco tienen importantes amenazas interiores, ya que aquí actúan factores tales como la represión ejercida sobre la población, el hastío de éste frente a una clase política fracasada y el nulo apoyo internacional. Chávez no habría llegado nunca al poder si los partidos venezolanos no estuviesen tan desacreditados.
Su condición autoritaria les garantiza una estabilidad gubernamental excelente para establecer negocios millonarios para ambas partes. Poseen una legislación pobre en estos temas, no existe el control de una justicia independiente o el de una oposición fuerte. Aquí hay que considerar que parte de estos países han nacionalizado la industria que les sostiene. Esto no es grave para las grandes empresas petrolíferas. El Estado consigue mayores ingresos y los mercados internacionales se pueden adaptar sin problemas a este hecho. Pese al antagonismo entre Venezuela y Estados Unidos, éste no deja de comprar petróleo venezolano, siendo su principal cliente. La rivalidad se queda en un ritual dialéctico para contentar a los más exaltados.
Los programas sociales de estos Estados son simples parches. Su pretensión es evitar la existencia de una masa empobrecida que recurra a la vía revolucionaria, dejándola por encima del nivel de la subsistencia y dependiente siempre de las ayudas estatales. No se intenta impulsarles a generar más riqueza.
La clase intelectual nacional ha sido borrada, exiliada o apesebrada. La administración del Estado es un nido de clientelismo, nepotismo y corrupción. Muchos de estos regímenes del petróleo se han impuesto a las viejas élites llevando un mensaje revolucionario y de independencia nacional frente a intereses de terceros países. Irán, Libia o Venezuela son el mejor ejemplo en este sentido. La realidad es que han derivado en una nueva versión de lo que detestaban: el chavismo no ha regenerado Venezuela y el mensaje teocrático de Irán no es mejor que la tiranía del Sha.
El Estado no debe ser, como pretende la ideología paleoliberal, mínimo o anulado. El Estado debe ser estimulador y regulador de la economía, pero para permitir la libre iniciativa y conducirla a la eliminación de las desigualdades. Cuando el Estado obstaculiza la propia vida de los ciudadanos, ahoga cualquier desarrollo, no lleva más que a la frustración y a una sociedad débilmente articulada, solidaria y democrática. Estos Estados autoritarios guardan en su seno una peligrosa bomba de frustración social, cada vez mayor. Cuando la materia prima que sostiene su economía se agote o sea reemplazada, puede no haber una alternativa que sea capaz de tener la misma capacidad de crecimiento o de generación de riqueza. O también puede haberla, pero la transición será una nueva crisis mundial, mucho peor que la actual, la de 1929 o la de 1973. Dará de lleno a estos países. En esa crisis la mayoría de los gobiernos no tendrá un gran margen de maniobra para sostener a amplias masas sin ingresos. Reaparecerá el hambre, las enfermedades y se dará rienda suelta a la frustración acumulada.
Este peligro será activado en un futuro no muy lejano. Para los países de la comunidad internacional, teniendo en cuenta sus intereses económicos y en absoluto democráticos, es un peligro para los precios de las materias primas. Para los que anhelan la democracia y la libertad en el mundo, es el desencadenante de tiranías aún mayores, no sólo en puntos concretos y alejados del planeta, sino a escala global. Los perjudicados seremos todos.
Es a los progresistas, los que anhelamos la libertad y el bienestar en el mundo, a los que corresponde luchar por cambiar este perverso futuro. El mundo ha vivido una auténtica pesadilla en el siglo XX: guerras mundiales, exterminios masivos, SIDA y millones obesos frente a millones de hambrientos. La lucha por la libertad ha sido reemplaza por la hipocresía a escala mundial, cuando la ciudadanía ha tenido más cerca que nunca cambiar las estructuras del poder.
Muchos pensábamos que el siglo XXI sería un nuevo siglo de paz, tras reconocer nuestros graves errores y así poder evitar atrocidades pasadas. Pero esto no es así: el nuevo siglo trae un mundo más inseguro, presa de los errores heredados del siglo anterior. En esa inseguridad se están destruyendo los derechos civiles, en nombre de la seguridad. Pero no en nombre de la seguridad colectiva, sino en la seguridad de los grandes negocios, de los bajos precios de las materias primas y por encima de todo, en la seguridad de que las estructuras de poder nunca cambien.
Nos corresponde cambiarlo todo.
buen analisis el de la situacion de venezuela, la cuestion es que las ayudas tienen que ser constructuvias de futuras riquezas, y no ser la dependencia de los sectores desfavorecidos hacia el Estado.
ResponderEliminaroier garmendia