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viernes, 20 de noviembre de 2009

China (I): El (no tan) nuevo gigante mundial


Formalmente, el régimen chino formula su modelo económico como “economía socialista de mercado” o “socialismo con características chinas”. Sin embargo, la realidad muestra una economía claramente capitalista donde el Estado juega un papel esencial como actor intervencionista.

En el debate de interdependencia de sistema político y sistema económico, en la interrelación de desarrollo político y democracia, claramente China no sigue esa norma. ¿Por qué? Hay a desgranar las “características chinas”:

El modelo colectivizador de la industria y las comunas agrarias de Mao terminó en 1978. Den Xiao Ping, apartado del poder desde la Revolución Cultural, introdujo un nuevo programa reformista, basado en cuatro modernizaciones: agricultura, industria, defensa y tecnología, reconociendo así el fracaso del modelo maoísta de los treinta años anteriores. El reformismo no iba más allá de la economía, como demostró la represión de Tiananmen. Cuando Gorbachov, en 1985, introdujo los conceptos de Perestroika y glasnost, intentaba reproducir exactamente lo mismo: reformar la Unión Soviética sin acabar con el dominio del Partido Comunista y su sistema político.

El modelo chino mantiene en parte la planificación económica. Como en la Unión Soviética, una abultada burocracia se encarga de recoger toda la información posible para diseñar un plan que recoja todos los aspectos económicos, y que las empresas públicas sean las ejecutoras del plan, regulando su actividad en función del cumplimiento del mismo. Con la reforma de Den Xiao Ping, el mercado cumple un papel subsidiario en la economía planificada, pero que en la actualidad es el sector más dinámico y que más empleo produce, generando más del 60% del PNB chino.

En la cuestión agraria, las tierras son de propiedad estatal, alquiladas a empresas colectivas propiedad de los campesinos y dirigidas por los gobiernos locales, sin planificación económico, con interés en mejorar la producción, competividad y mecanización del sector agrícola, además de mantener la fidelidad del campesinado en el régimen del Partido Comunista. Esto permite un mejor abastecimiento de la población y su beneficio evidente en el combate de enfermedades endémicas y en el aumento de la esperanza de vida.

En 1984 se introdujo una reforma más, el sistema de “doble precio” para el sector industrial público. Parte de la producción de las empresas públicas se rige por la planificación burocrática, pero permitiendo que incrementen la producción por encima de lo previsto y venderlo a precio de mercado para obtener beneficios, incentivando la producción de la empresa pública. En 1998 se ejecutó otra reforma de la empresa pública, con objetivo de mantener bajo control del Estado la industria pesada y la investigación tecnológica, privatizando las pequeñas empresas vendiendo las acciones a los dirigentes locales del Partido Comunista. Con esto, el Estado chino se desprende de una parte muy importante del gasto público, agiliza la burocracia y garantiza la fidelidad de los cuadros del Partido, favoreciendo una clase media afín al régimen.

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