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martes, 23 de febrero de 2010

China (y IV): La ideología del régimen chino, ¿autoritarismo o totalitarismo?


La ideología oficial del régimen Chino se construye a través de interpretaciones de Marx, Lenin y Mao que hizo Deng Xiaoping con sus propias aportaciones para justificar el dominio del PCCh sin romper con la legitimidad que le otorga el pasado y unirlo a la legitimidad que le otorga la eficacia económica. La recuperación de la teoría de fases económicas marxista explica así que se empleen métodos capitalistas argumentando que con ello se posibilita la creación del socialismo en un futuro abierto, sin fecha definida.


De Lenin, a través de Mao, el PCCh justifica su mantenimiento como un aparato burocrático, con el control de los medios de coacción para mantenerse en el poder, unido a la incorporación de la nueva clase empresarial para ampliar su base social. El control del poder por el partido es muy rígido y no admite discusiones o protestas sociales, que son duramente reprimidas. Aquí también argumenta su legitimidad en que es el único garante de la unidad del Estado, del desarrollo económico y de la paz social (en la línea de la teoría del tutelaje de Dahl). Teóricamente, mantiene todos los postulados del marxismo leninismo (control del poder por el partido, control del partido por una minoría revolucionaria, ideario comunista) pero en la práctica los transforma en conceptos más confucianos de respeto a la autoridad.


Sobre la naturaleza autoritaria o totalitaria del régimen, es muy difícil dictaminarlo claramente. Combina aspectos totalitarios con los propios del autoritarismo burocrático, que es a lo que tiende. El PCCh controla todos los ámbitos de poder desde lo más local o lo más nacional por una estructura paralela a la del Estado, de tal modo que éste no toma directamente las decisiones sin la aprobación de la sección correspondiente del partido. Pero el control no es únicamente Estado-partido o de arriba-abajo, sino que el PCCh no es un todo monolítico sino una coalición de redes clientelares formadas por la nueva élite empresarial privada, los empresarios del sector público y los dirigentes regionales, que básicamente comparten el actual modelo del sistema y no lo discuten, y es en él donde compiten moderadamente entre sí por conseguir influencia política y la extensión de sus redes.


El sistema es totalitario en sentido que el PCCh controla todos los ámbitos de la vida pública y económica, pero porque reúne en sus filas a las élites políticas y económicas de la sociedad; es autoritario y no totalitario en sentido que su dominio sobre la sociedad se va basando cada vez menos en el terror, en que las élites interactúan en el seno del partido y, si bien el sistema no es en absoluto democrático, está atento a la opinión pública, al menos de los sectores pujantes de la economía. En este caso quiero señalar un aspecto que leí hace poco en un artículo de Robert Fogel en la revista Foreign Policy (nº37 febrero/marzo de 2010, pps. 80-85)), “123.000.000.000.000 $”, donde señala el debate en el seno de la Sociedad de Economistas Chinos sobre cuestiones de diversa índole económica o social, hablar de la planificación y conseguir recoger la atención del Gobierno para escuchar sus opiniones.


El poder del partido es progresivamente más “blando” en la búsqueda de ampliación de su base y legitimidad en base a la eficacia económica para ganarse a la élite económica y tranquilizar a la sociedad. El sistema es altamente burocrático ya que no hay que olvidar que tanto los aparatos del Estado como los paralelos del PCCh requiere un gran aparato burocrático para proponer, legislar, ratificar leyes, elaborar la planificación económica, otorgar contratos y permisos, colocar en puestos clave a la clientela política, etcétera. Con el fin de los grandes liderazgos de Mao y Deng esto se amplía por la descentralización de las decisiones, el reparto de poder en un aparato cada vez más tecnocrático y la institucionalización de un Estado de Derecho que garantice la seguridad jurídica, la independencia de la justicia y la economía de mercado, al menos todo esto en teoría, y sin obviar la gran corrupción que impera en el seno de la burocracia, que no tiene visos de permitir una competencia libre por el poder.

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