Cuatro meses después de las elecciones ya se sabe qué partidos integrarán el nuevo gobierno neerlandés. Tras arduas negociaciones, que abarcaban desde el centro izquierda hasta la extrema derecha, Mark Rutte, líder de los liberales de derecha VVD, formará gobierno con los democristianos de la CDA, ahora cuarta fuerza política de los Países Bajos. Ambos partidos suman 52 escaños de 150. Para conseguir la mayoría parlamentaria, 76 escaños, deberán apoyarse en la extrema derecha del PVV, el Partido por la Libertad de Geert Wilders, que sólo proporcionará apoyo parlamentario.
Es, sin duda, el resultado que más se acercaba a los deseos de Rutte. En junio, comentando los resultados de las elecciones neerlandesas, aposté por la formación de un gabinete de centro-derecha con el PVV. Argumentaba que era la coalición de gobierno que haría posible un mayor desmantelamiento del Estado del bienestar neerlandés, endurecería la inmigración y sería más beligerante respecto al Islam. La participación de la extrema derecha en el gobierno revelaría "a la opinión pública la esterilidad del odio como programa político" y podría correr la misma suerte que su antecesor ideológico, la Lista Pim Fortuyn, que desapareció como opción política.
Lamento haber estado tan equivocado, ya que acerté en parte y no en lo importante. Subestimé la inteligencia de Wilders. Evitando el ejemplo de la Lista Pim Fortuyn, consigue eludir la responsabilidad del gobierno pero haciendo que el futuro gabinete de liberales y democristianos aplique sus exigencias. En el acuerdo firmado con ellos, se prevé una reducción de parlamentarios y funcionarios, el ahorro de 18.000 millones de euros, recorte de la ayuda al desarrollo y de la cuota a la Unión Europea. A pesar del recorte social que se prevé, Wilders intenta presentar a su partido como defensor de los jubilados y trabajadores con medidas como mayores ayudas a ancianos y la subida de la edad de jubilación de 65 a 66 años, por debajo de lo que planteaban los liberales.
En las medidas que más interesan a Wilders, la inmigración y el Islam, el nuevo gobierno prohibirá el burka en todo el país, restringirá los fondos públicos a las escuelas musulmanas, las condiciones para la reunificación familiar serán más estrictas, los inmigrantes que no superen los exámenes de civismo serán expulsados y los escolares inmigrantes deberán ir a centros especiales para aprender el neerlandés y alcanzar el nivel de aprendizaje de sus compañeros. Se vigilará la concesión de asilos político de "países peligrosos". Además, se aumentará el número de policías. Y sobre los "coffeeshops" donde se consume legalmente marihuana, deberán convertirse en clubes de socios. A fastidiarse el "turismo de maría".
Así pues, la sombra de Geert Wilders sobre el nuevo ejecutivo será alargada, con la circunstancia de que él se lava las manos de las decisiones impopulares que deberán tomar, pero apropiándose de las populares. Con ello, quiere consolidar el crecimiento de su partido y obtener buenos réditos electorales para próximas elecciones. Para ello, no dudará en mantener el discurso del odio al Islam y la visión de dos civilizaciones enfrentadas: Occidente contra el Islam y su invasión, la inmigración, Occidente como sociedad democrática amenazada por un Islam tiránico e invasor.
Hay dos métodos de controlar a la gente: asustándola y desmoralizándola. Ya han conseguido desmoralizar a las clases medias y bajas para alejarlas de la socialdemocracia. Ahora las asustan para que no puedan prescindir de la extrema derecha. Wilders quiere ser un líder mesiánico, carismático y providencial para los Países Bajos. En ello, habrá "salvado" a la sociedad neerlandesa: habrá mantenido el orden y los valores tradicionales, una sociedad homogénea y temerosa del poder. Lo conseguirá, claro está, a costa de destruir los mismos valores de democracia y libertad que dice defender.
Actualmente, Geert Wilders está siendo juzgado por los tribunales neerlandeses por incitación al odio, discriminación e insultos a los musulmanes. Amparándose en un supuesto partidismo de los jueces, Wilders se niega a contestar sus preguntas. ¿Cómo lo verán sus conciudadanos? Wilders intenta explotar el juicio como un proceso político y una restricción a su libertad de expresión, que considera que no debe tener restricciones. "Es usted muy bueno haciendo planteamientos que luego no quiere discutir", dijo Jan Moors, juez presidente del caso.
El juicio sentará un precedente sobre los límites de la libertad de expresión. La principal preocupación es que este proceso sea visto como una "rendición" al Islam, como quieren venderlo la extrema derecha, recordando la reacción de los islamistas ante las caricaturas de Mahoma en la prensa danesa. Así, para ellos Islam es islamismo radical, es violencia, es tiranía y sus brazos son el terrorismo y la invasión a través de la inmigración. No hay lugar a distinciones, todos los musulmanes son iguales para ellos. Por extensión, nosotros, los europeos, los demócratas, los defensores de la libertad, sólo podemos combatirlo. Tener otra mentalidad implica habernos "rendido".
Ésa es la verdadera visión totalitaria, la única peligrosa para la libertad. Tenemos que combatir a los intolerantes.
Es, sin duda, el resultado que más se acercaba a los deseos de Rutte. En junio, comentando los resultados de las elecciones neerlandesas, aposté por la formación de un gabinete de centro-derecha con el PVV. Argumentaba que era la coalición de gobierno que haría posible un mayor desmantelamiento del Estado del bienestar neerlandés, endurecería la inmigración y sería más beligerante respecto al Islam. La participación de la extrema derecha en el gobierno revelaría "a la opinión pública la esterilidad del odio como programa político" y podría correr la misma suerte que su antecesor ideológico, la Lista Pim Fortuyn, que desapareció como opción política.
Lamento haber estado tan equivocado, ya que acerté en parte y no en lo importante. Subestimé la inteligencia de Wilders. Evitando el ejemplo de la Lista Pim Fortuyn, consigue eludir la responsabilidad del gobierno pero haciendo que el futuro gabinete de liberales y democristianos aplique sus exigencias. En el acuerdo firmado con ellos, se prevé una reducción de parlamentarios y funcionarios, el ahorro de 18.000 millones de euros, recorte de la ayuda al desarrollo y de la cuota a la Unión Europea. A pesar del recorte social que se prevé, Wilders intenta presentar a su partido como defensor de los jubilados y trabajadores con medidas como mayores ayudas a ancianos y la subida de la edad de jubilación de 65 a 66 años, por debajo de lo que planteaban los liberales.
En las medidas que más interesan a Wilders, la inmigración y el Islam, el nuevo gobierno prohibirá el burka en todo el país, restringirá los fondos públicos a las escuelas musulmanas, las condiciones para la reunificación familiar serán más estrictas, los inmigrantes que no superen los exámenes de civismo serán expulsados y los escolares inmigrantes deberán ir a centros especiales para aprender el neerlandés y alcanzar el nivel de aprendizaje de sus compañeros. Se vigilará la concesión de asilos político de "países peligrosos". Además, se aumentará el número de policías. Y sobre los "coffeeshops" donde se consume legalmente marihuana, deberán convertirse en clubes de socios. A fastidiarse el "turismo de maría".
Así pues, la sombra de Geert Wilders sobre el nuevo ejecutivo será alargada, con la circunstancia de que él se lava las manos de las decisiones impopulares que deberán tomar, pero apropiándose de las populares. Con ello, quiere consolidar el crecimiento de su partido y obtener buenos réditos electorales para próximas elecciones. Para ello, no dudará en mantener el discurso del odio al Islam y la visión de dos civilizaciones enfrentadas: Occidente contra el Islam y su invasión, la inmigración, Occidente como sociedad democrática amenazada por un Islam tiránico e invasor.
Hay dos métodos de controlar a la gente: asustándola y desmoralizándola. Ya han conseguido desmoralizar a las clases medias y bajas para alejarlas de la socialdemocracia. Ahora las asustan para que no puedan prescindir de la extrema derecha. Wilders quiere ser un líder mesiánico, carismático y providencial para los Países Bajos. En ello, habrá "salvado" a la sociedad neerlandesa: habrá mantenido el orden y los valores tradicionales, una sociedad homogénea y temerosa del poder. Lo conseguirá, claro está, a costa de destruir los mismos valores de democracia y libertad que dice defender.
Actualmente, Geert Wilders está siendo juzgado por los tribunales neerlandeses por incitación al odio, discriminación e insultos a los musulmanes. Amparándose en un supuesto partidismo de los jueces, Wilders se niega a contestar sus preguntas. ¿Cómo lo verán sus conciudadanos? Wilders intenta explotar el juicio como un proceso político y una restricción a su libertad de expresión, que considera que no debe tener restricciones. "Es usted muy bueno haciendo planteamientos que luego no quiere discutir", dijo Jan Moors, juez presidente del caso.
El juicio sentará un precedente sobre los límites de la libertad de expresión. La principal preocupación es que este proceso sea visto como una "rendición" al Islam, como quieren venderlo la extrema derecha, recordando la reacción de los islamistas ante las caricaturas de Mahoma en la prensa danesa. Así, para ellos Islam es islamismo radical, es violencia, es tiranía y sus brazos son el terrorismo y la invasión a través de la inmigración. No hay lugar a distinciones, todos los musulmanes son iguales para ellos. Por extensión, nosotros, los europeos, los demócratas, los defensores de la libertad, sólo podemos combatirlo. Tener otra mentalidad implica habernos "rendido".
Ésa es la verdadera visión totalitaria, la única peligrosa para la libertad. Tenemos que combatir a los intolerantes.
Esto es más peligroso de lo que pensamos.
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