Alemania es el motor de Europa. Su economía es la más potente, sus arcas han aportado mucho dinero a los fondos de la Unión Europea y con ellas han permitido el desarrollo económico de los países de la periferia de la Unión, entre ellos España. Aunque muchas veces han protestado por todo lo que aporta Alemania y lo poco que recibe a cambio, lo cierto es que el desarrollo económico de la Unión redunda en beneficio de todos. Si la Unión es vista como un gran mercado -por desgracia muchos sólo lo ven así- Alemania es el gran mercader y los europeos sus clientes.
Pero el desarrollo de las relaciones económicas y la convergencia europea no han desterrado aún viejos prejuicios y costumbres. La gestión de la crisis desatada por la bacteria Escherichia coli se une a una serie de actitudes de los gobiernos del país germano que, poco a poco, han ido generando cierto resentimiento en el resto de la Unión.
Alemania ha conseguido superar con éxito el bache de la crisis económica. Mientras muchos países, como España, aún no consiguen ver la luz al final del túnel, Alemania vuelve a crecer y a crear empleo de tal modo que le faltan recursos humanos. La gran parafernalia montada por la canciller alemana, Angela Merkel, para pedir ingenieros del sur de Europa ha vendido más humo que empleos, que son mucho menos de los anunciados y con un nivel muy alto de requisitos.
Animada por el éxito económico alemán, Merkel ha puesto en evidencia quiénes detentan realmente el poder en Europa para marcar las directrices. Recordemos que hace no mucho la canciller democristiana reñía a los países del sur de Europa por tener más vacaciones y jubilaciones anticipadas que Alemania. Una nueva versión de los prejuicios del "norte trabajador" frente al "sur pobre". Esa crítica sentó muy mal en el sur, donde la crisis golpea con más crudeza y todos los ajustes están afectando especialmente a las clases trabajadoras. En las manifestaciones de Sol, uno de los carteles iba especialmente para Merkel, a la que se recordaba que ella no había sido elegida canciller de Europa.
La crisis de la E. coli, mal llamada crisis del pepino, ha vuelto a dirigir -ahora- todas las críticas a Alemania. Esta vez ha sido el gobierno federado de Hamburgo, dirigido por los socialdemócratas, el que ha desatado el pánico, acusando sin pruebas al pepino de la Andalucía oriental de ser el causante de la epidemia que ha ocasionado más de veinte muertos en Alemania. La facilidad de la acusación, sin duda, se ha visto acompañada de los típicos prejuicios antes comentados: la bacteria sólo puede venir de zonas que son menos rigurosas en los controles. La verdad de los estereotipos es su falsedad: la bacteria no viene de España.
La polémica no iría a más si no fuera por las pérdidas ocasionadas a los agricultores españoles: casi 200 millones de euros semanales. No son sólo perdedores los propietarios, sino los miles de inmigrantes que trabajan en los invernaderos de Almería, algo que apenas ha sido recordado, silenciando de nuevo el trabajo que aportan en nuestro país. Tampoco la crisis se ha ceñido al pepino de Almería: los cultivos de otras regiones, como Murcia, Valencia, y los de otros países, también han sufrido a la histeria provocada en los mercados por culpa de Alemania: Bélgic y Austria cerraron sus mercados a los productos españoles y Rusia a los europeos.
El daño ya está hecho. La senadora de sanidad de Hamburgo se ha disculpado y la Comisión estudia las indemnizaciones para el campo, de inicialmente 150 millones de euros para todos los países afectados, insuficiente según la ministra de Medio Rural, Rosa Aguilar. Alemania ha sido ahora la reñida, por la Comisión europea, por extender alertas sin base científica.
A Merkel -que durante la crisis de la E. coli no ha dicho nada- los problemas se le acumulan, por mucho que haga gala de dar lecciones al resto de Europa. Lo cierto es que desde que su influjo electoral es relativo: ha ganado dos elecciones generales perdiendo votos y desde que gobierna con los liberales ha perdido todos los lander que han renovado sus parlamentos, hasta el punto de que sus socios menores se han visto expulsados de algunos de ellos y en los sondeos generales no lleguen casi al 5%. La nueva moratoria nuclear para 2022 supone el reconocimiento de su derrota en el debate energético, asumiento un plan de cierre de centrales que ya había sido puesto en marcha por el anterior gobierno roji-verde: la intención es cerrar el paso al espectacular crecimiento electoral de Los Verdes alemanes, pero era inevitable reconocer la victoria de los ecologistas en la cuestión nuclear tras el desastre de Fukushima. La moratoria nuclear, a pesar de todo, supone un nuevo debate en Alemania y en Europa: ¿de dónde sacamos ahora tanta electricidad? ¿De las viejas y contaminantes plantas de carbón y petróleo? ¿Desarrollaremos las energías renovables? La razón no es la que estará, al final, detrás de la resolución, sino los intereses de las empresas energéticas.
Por ponernos conspiranoicos, quizás detrás de la alarma contra el pepino pueden esconderse intereses económicos de otros sectores europeos. Es difícil suponer eso, tras situar una nueva alarma contra los brotes de soja que han ido contra los campos alemanes, aunque no es imposible suponer "manos negras" detrás de toda la crisis. Sí es cierto una cosa, en la Unión Europea la competencia económica está adquiriendo niveles nauseabundos. Las imposiciones a Grecia y a Portugal para salvar su economía supondrán recortes traumáticos. No es una casualidad tampoco que ahora la Deustche Telekom (controlada por el gobierno alemán) se haga con el principal operador público de telefonía griega. De Irlanda se habló de revisar su bajo Impuesto de Sociedades, pero dudo que ese aumento llegue finalmente a llevarse a cabo. Como se dice, todos somos iguales, pero algunos más iguales que otros.
Los malos modos de actuar del gobierno alemán irán creando una muy mala imagen en el seno de la Unión, una suerte de nasty Germany, más adecuada para el discurso populista de la extrema derecha que para la mayoría de la sociedad. Seguiremos viendo a Alemania como un ejemplo en muchas cosas, los turistas seguirán recorriendo la nación de Goethe y los alemanes seguirán yendo a Ibiza y a la Costa del Sol. No sé si seguirán comiendo pepino. Lo cierto es que hoy comí una ensalada con brotes de soja.
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