¿Podría estar la UE en su peor y, a la vez, mejor momento? Todo depende de qué impulso se le quiera dar. La ciudadanía, qué novedad, sigue viendo las instituciones comunitarias alejadas de su vida cotidiana, pero hay que reconocer la gran influencia que tienen en nuestra vida. Poco a poco, casi sin percibirlo, se crea una ciudadanía europea en la medida en que los distintos habitantes de cada país miembro pueden moverse con libertad dentro de la Unión y se camina a una mayor armonización en diversos aspectos, especialmente la educación superior.
Europa tiene dos caminos que puede recorrer.
Podría seguir como la débil confederación que es o, incluso, debilitarse más aún si decidieran acabar con el experimento del euro o dejar que algún país cayese en la bancarrota, ahogado por las deudas, como algunos quieren hacer con Grecia, Portugal o incluso con Italia y España, sin tener en cuenta las graves consecuencias que ocasionaría en la economía mundial. Ni a Estados Unidos, principal acreedor y deudor de Europa, ni a los países emergentes -el "BRIC"-, principales vendedores de materias primas, les interesa que su mercado europeo se hunda. Marine Le Pen, candidata de la extrema derecha a la presidencia de Francia, preconiza la salida de Francia del euro, y como ella la extrema derecha de los países dentro de la Eurozona pero que no explica los riesgos que tiene salirse de la moneda única. Esa postura es populista y, además, irreal.
Por el contrario, la Unión podría fortalecerse como federación, es decir, dotarse de un fuerte gobierno central. Esta es una opción que ningún político, salvo escasas excepciones, plantea actualmente. En términos prácticos, la existencia de 27 políticas fiscales diferentes es nefasta y se hace necesaria una armonización, si bien igual para todos, o bien con escasos márgenes de autonomía. La ocultación de datos económicos, como ha sido el caso de Grecia, es una experiencia que no debe volver a repetirse, como tampoco el incumplimiento de los límetes de déficit público por parte de grandes países, como ocurrió en su día con Francia y Alemania, sin que les supusiera consecuencias. Esto nos lleva al asunto más espinoso: la federación implica el traspaso de la soberanía de modo irreversible. Incluso en la actual configuración de la Unión ya se ha cedido soberanía en temas monetarios y la salida de un país del seno de la Unión, dentro del euro y con un mercado totalmente ligado a la economía europea sería de graves consecuencias, especialmente para sus ciudadanos. Ya se ha especulado qué podría ocurrirle a Grecia si se viera obligada a salir del euro o incluso de la Unión al ser incapaz de reducir su déficit o estar al corriente del pago de la deuda: una nueva moneda nacional se vería irremediablemente reducida de valor, con el consiguiente aumento de la deuda, el nivel de vida caería en picado, el país se vería obligado a no poder pagar a sus funcionarios, a imponer restricciones a movimientos bancarios fuera del país, a pagar mayores intereses por su deuda... un corralito a la griega.
El fortalecimiento de la Unión depende, en buena medida, de una ciudadanía informada y favorable a esta opción. Por ello es esencial el papel de los medios de comunicación y de los políticos nacionales y comunitarios. También depende de la voluntad del principal motor económico de Europa, que es Alemania, y de Reino Unido, cuyos intereses económicos fuera de la Unión son el principal obstáculo a una Unión homogénea.
La construcción federal de la Unión no es cosa de un día. Es un proceso lento, como lo vamos observando. La comparaciones históricas, como por ejemplo la construcción de los Estados Unidos de América, no tienen sentido si no comprendemos las grandes diferencias que separan uno y otro proceso. No se trata de regiones poco pobladas, de aún gran potencial por explotar y de costumbres en materias como sociedad, política o economía parecidas. En este sentido, el proceso en cada país debe ser convergente, con grandes ejercicios de pedagogía hacia políticos, medios de comunicación y ciudadanos, frente a las voces euroescépcticas o antieuropeas, que señalan un camino fácil, pero de muy corta duración.
Europa tiene dos caminos que puede recorrer.
Podría seguir como la débil confederación que es o, incluso, debilitarse más aún si decidieran acabar con el experimento del euro o dejar que algún país cayese en la bancarrota, ahogado por las deudas, como algunos quieren hacer con Grecia, Portugal o incluso con Italia y España, sin tener en cuenta las graves consecuencias que ocasionaría en la economía mundial. Ni a Estados Unidos, principal acreedor y deudor de Europa, ni a los países emergentes -el "BRIC"-, principales vendedores de materias primas, les interesa que su mercado europeo se hunda. Marine Le Pen, candidata de la extrema derecha a la presidencia de Francia, preconiza la salida de Francia del euro, y como ella la extrema derecha de los países dentro de la Eurozona pero que no explica los riesgos que tiene salirse de la moneda única. Esa postura es populista y, además, irreal.
Por el contrario, la Unión podría fortalecerse como federación, es decir, dotarse de un fuerte gobierno central. Esta es una opción que ningún político, salvo escasas excepciones, plantea actualmente. En términos prácticos, la existencia de 27 políticas fiscales diferentes es nefasta y se hace necesaria una armonización, si bien igual para todos, o bien con escasos márgenes de autonomía. La ocultación de datos económicos, como ha sido el caso de Grecia, es una experiencia que no debe volver a repetirse, como tampoco el incumplimiento de los límetes de déficit público por parte de grandes países, como ocurrió en su día con Francia y Alemania, sin que les supusiera consecuencias. Esto nos lleva al asunto más espinoso: la federación implica el traspaso de la soberanía de modo irreversible. Incluso en la actual configuración de la Unión ya se ha cedido soberanía en temas monetarios y la salida de un país del seno de la Unión, dentro del euro y con un mercado totalmente ligado a la economía europea sería de graves consecuencias, especialmente para sus ciudadanos. Ya se ha especulado qué podría ocurrirle a Grecia si se viera obligada a salir del euro o incluso de la Unión al ser incapaz de reducir su déficit o estar al corriente del pago de la deuda: una nueva moneda nacional se vería irremediablemente reducida de valor, con el consiguiente aumento de la deuda, el nivel de vida caería en picado, el país se vería obligado a no poder pagar a sus funcionarios, a imponer restricciones a movimientos bancarios fuera del país, a pagar mayores intereses por su deuda... un corralito a la griega.
El fortalecimiento de la Unión depende, en buena medida, de una ciudadanía informada y favorable a esta opción. Por ello es esencial el papel de los medios de comunicación y de los políticos nacionales y comunitarios. También depende de la voluntad del principal motor económico de Europa, que es Alemania, y de Reino Unido, cuyos intereses económicos fuera de la Unión son el principal obstáculo a una Unión homogénea.
La construcción federal de la Unión no es cosa de un día. Es un proceso lento, como lo vamos observando. La comparaciones históricas, como por ejemplo la construcción de los Estados Unidos de América, no tienen sentido si no comprendemos las grandes diferencias que separan uno y otro proceso. No se trata de regiones poco pobladas, de aún gran potencial por explotar y de costumbres en materias como sociedad, política o economía parecidas. En este sentido, el proceso en cada país debe ser convergente, con grandes ejercicios de pedagogía hacia políticos, medios de comunicación y ciudadanos, frente a las voces euroescépcticas o antieuropeas, que señalan un camino fácil, pero de muy corta duración.