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miércoles, 28 de marzo de 2012

El Ayuntamiento de Madrid roba las fiestas de los barrios y en Aluche nos las usurpa


Aluche es un barrio madrileño, situado al sudoeste de la capital, en el Distrito de Latina (256.000 hab.), uno de los más populosos de la villa y Corte, con 78.000 vecinos. Tradicionalmente, ha sido un barrio residencial de clases trabajadoras y medias. Siempre ha sido un barrio receptor de inmigrantes: primero del interior de España, con una gran presencia de extremeños, castellano-leoneses y castellano-manchegos; luego de fuera de España, sobre todo de América Latina.

Cuando España empezaba a salir de la longa noite de pedra que fue la dictadura franquista, en 1976, en plena efervescencia del movimiento vecinal, el movimiento vecinal de Aluche (al principio las asociaciones de vecinos de Aluche y Puerto Chico) comenzó a desarrollar las fiestas del barrio. En 1979, con la constitución de los ayuntamientos democráticos, el Ayuntamiento de Madrid, en ese momento gobernado por el socialista Enrique Tierno Galván, se incorporó a la Comisión de Fiestas encargada de organizarlas, conjuntamente con el resto de asociaciones vecinales y partidos políticos.

Desde entonces y aunque el Ayuntamiento de Madrid pasara a manos de la derecha en 1991, las Fiestas de Aluche no han dejado de crecer en tamaño y popularidad, y aunque el resto de barrios de Latina tenían sus fiestas (como Lucero, Batán, Las Águilas, Los Cármenes, etcétera), ninguna ha alcanzado tanta notoriedad como las de Aluche. Su situación, por otra parte, es excelente: el Parque Aluche, uno de los pulmones del distrito, bien comunicado y con unos espacios e infraestructuras considerables para su desarrollo.

Pero desde que la crisis económica ha afectado a las administraciones municipales, y con más fuerza a Madrid por la mala gestión del ya ex alcalde Gallardón, la deuda y la falta de fondos municipales ahogan al Ayuntamiento de la capital. En la frenética carrera en la que han caído las administraciones para recortar gastos, que han ahogado el crecimiento más que conseguir cuentas saneadas, el Ayuntamiento que actualmente dirige Ana Botella decidió recortar drásticamente el dinero destinado a las fiestas de los barrios, un 61,2%. Muchos distritos de la capital se han quedado sin fiestas. Otros, como en Latina, su junta de distrito decidió dejar de destinar dinero a las fiestas de los barrios. No obstante, se celebrarían unas fiestas, llamadas "del distrito", cuya localización y fechas son las mismas que las de las fiestas de Aluche... esta medida ha contado con el apoyo de los grupos del PP y de UPyD.

El Ayuntamiento y la junta de distrito de Latina han hecho mal al acabar con esas maneras con las fiestas de los barrios, sin hablar con las asociaciones. Porque, lo que dice la junta, es que si esas asociaciones quieren hacer fiestas, que se las paguen. Muchas no pueden. En el caso de Aluche, la más populosa y la de las asociaciones más fuertes, ni siquiera puede plantearse celebrar las fiestas pagadas con su propio bolsillo (que tampoco podría). El problema, como he dicho arriba, es que se han usurpado las fechas y zonas donde siempre han celebrado.

Una de las intenciones del equipo de gobierno es la privatización de las fiestas, un punto más del programa ideológico de la derecha por hacer negocio con la política. Es un robo descarado a unas fiestas que han sido iniciativa de las asociaciones de vecinos, con unas casetas llevadas directamente por los vecinos (menos algunas, como la del PP, subcontratada, ellos no se manchan). Ha sido esa iniciativa vecinal la que ha dotado a estas fiestas de los barrios de arraigo popular. No deja de ser paradoja con el supuesto liberalismo del que quiere hacer gala el PP: porque si ellos defienden que la sociedad civil se organice, están ahogando a la sociedad civil de Aluche y del resto de barrios de Latina. El cierre del grifo a las fiestas de barrio y la creación ex novo de unas fiestas de distrito cambia las reglas del juego: ahora es la administración quien decide quién participa y quién no. Y ya hay algunos que se están quedando fuera.

A los vecinos de Aluche nos queda protestar, movilizarnos. Todos los barrios de Latina tienen derecho a celebrar sus tradicionales fiestas populares, organizadas por los vecinos. Pero los vecinos de Aluche lo tenemos más difícil, al sentirnos expulsados, con unas fiestas usurpadas. Esasas fiestas del distrito quieren usurpar también el prestigio de las fiestas de Aluche. No pueden hacerlo. Porque no es solo el sitio y la fecha, sino su origen: el movimiento vecinal. Todo junto son las fiestas de Aluche, unas fiestas que nos han gustado muchos años, que nos han molestado muchas veces con el ruido en época de exámenes, pero que son nuestras, de los vecinos. Aluche no va a callar ni a claudicar. Lucharemos por nuestras señas de identidad.

Enlaces de interés:
Comunicado conjunto de las asociaciones vecinales
Historia de Aluche
Madrid recorta un 61,16% el gasto en fiestas de barrio

Actualización acerca de las elecciones andaluzas y asturianas


Hoy, terminado el escrutinio del voto del exterior en Asturias, ha cambiado sensiblemente el resultado electoral. Un nuevo escaño engrosa el futuro grupo parlamentario de la FSA-PSOE hasta los 17 parlamentarios, en detrimento de Foro, que pasa de 13 a 12 diputados regionales. Este pequeño cambio es de enorme trascendencia: los bloques de izquierda (PSOE e IU) y derecha (Foro y PP) empatan en escaños a 22, quedando como llave de gobierno el único parlamentario de UPyD.

Está ahora en manos de Ignacio Prendes, cabeza de lista de UPyD en la circunscripción central de Asturias, decidir el futuro del gobierno del Principado. Es el resultado más cómodo, como dije, para el PP: que UPyD se decante a dejar gobernar a los socialistas, los más votados, le ahorraría la humillación de tener que votar a Álvarez-Cascos como presidente de Asturias.

La pelota cae sobre el tejado de UPyD. La tesis principal de esta formación, a caballo entre izquierda y derecha, es dejar gobernar a la lista más votada. Es lo que ha hecho en la mayoría de municipios donde ha obtenido representación, aunque creo que en algún municipio andaluz contravino ese principio. De todos modos, según ese principio, Javier Fernández no tendría problemas en alcanzar la presidencia de Asturias. No obstante, Rosa Díez, demostrando que es la única cuya voz tiene valor dentro de su partido, ha querido hacernos ver que empieza a tragarse ese principio por un sentido más pragmático de la política, con algunas declaraciones suyas y de su diputado asturiano, en contradicción con lo que dijo en las últimas elecciones municipales.

Así pues, para los que queremos que el centroizquierda vuelva a gobernar en Asturias, tendremos que esperar a: o bien UPyD quiere encontrar más afinidades ideológicas y programáticas con el PSOE que con Foro, o Álvarez-Cascos renuncia a presentar su candidatura a una sesión de investidura o que el PP anuncie que no piensa apoyar al líder de Foro Asturias. Tiene que darse una de esas condiciones para que el PSOE vuelva al gobierno asturiano. Como una circunstancia más, no conviene olvidar que, en el Congreso de los Diputados, UPyD y Foro Asturias llegaron a un acuerdo para que el partido magenta pudiese tener grupo parlamentario propio. Entre otras razones, se hizo para evitar que la mesa del Congreso interpretara de forma amplia el reglamento de la Cámara y reconocerles tanto a Amaiur como a UPyD grupo parlamentario.

En definitiva, en cuanto al próximo gobierno en Asturias, habrá que seguir esperando a tener una certeza clara.

Una reflexión más: vista la cara y portadas de la caverna mediática de la derecha respecto al resultado electoral de las elecciones andaluzas, su reacción ha sido la esperada. No han faltado no ya las críticas, sino los insultos, desde los votantes de Izquierda Unida a los del PSOE, pero también a todo el conjunto de andaluces. "Andalucía no cambia", como se lamentaba El Mundo, tiene mucho doble sentido. Las firmas de ABC, están más que rabiosas por la humillación que ha sufrido la centenaria cabecera de los Luca de Tena, desde la nefasta campaña contra los socialistas andaluces al gatillazo que tenían preparado para saludar una mayoría absoluta de Javier Arenas. De Intereconomía, es mejor no hablar... en Diestralandia está una selección de las perlas dichas por sus acólitos. Andalucía ha pasado de ser una comunidad hastiada y ansiosa por echar a los socialistas del gobierno ha repetir el tópico de andaluces vagos, vividores del PER y condescendientes con la corrupción, en resumen, una panda de estómagos agradecidos. Insultos tan claros hacia todos los andaluces que no son solo una rabia ancestral contra la izquierda, sino un anticipo de que habrá cuatro años más de acoso y derribo contra el socialismo andaluz y contra Andalucía. Una señal al PSOE de que debe hacer muy bien las cosas para entender la oportunidad que le han concedido los andaluces y regenerar su proyecto, no solo en Andalucía, sino también en Asturias y en toda España.

lunes, 26 de marzo de 2012

Análisis de las elecciones andaluzas y asturianas


Este domingo los ciudadanos asturianos y andaluces, en el libre ejercicio democrático de su voto, han renovado sus parlamentos autonómicos. Se puede volver a repetir que la victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana. No obstante, los ciudadanos de estas dos regiones españolas han repartido premios y castigos para todos, y por supuesto que hay derrotados, aunque no lo reconozcan. Por mi parte, estoy muy sorprendido con los resultados, no esperaba una salida así.

El Partido Socialista celebra su consolidación como primer partido asturiano en un parlamento más fragmentado, y Javier Fernández tiene serias opciones de encabezar el gobierno si el voto del extranjero da un escaño más a los socialistas en detrimento de Foro, y si UPyD se retrata, optanto por un bloque de izquierdas o de derechas con su voto positivo o neutral. En Andalucía, Griñán ha conseguido hacer frente a unas encuestas que todos creímos que auguraban el cierre de un extenso capítulo de gobierno socialista. En lugar de la brutal derrota con la que soñaba la prensa de derechas -que apostó bien fuerte para movilizar al electorado conservador y desmovilizar al progresista sacando a relucir por encima de todo la corrupción de los ERE; ABC ha perdido las elecciones andaluzas-, el PP ha ganado en votos las elecciones andaluzas, sí, pero con una distancia de poco más de 40.000 votos y un escaso punto porcentual, una distancia muy raquítica comparada con elecciones cercanas como las municipales o las generales. Comparadas con las de 2008, es cierto que la caída socialista es impresionante: los años de gobierno, la corrupción y el agotamiento de un modelo clientelar pasan factura, y se espera que, de llegar a un acuerdo con IU -que debería entrar en el gobierno andaluz-, debe hacer una profunda limpieza interna e institucional si no quiere verse dentro de cuatro años con una derrota total. Los ciudadanos no deben aceptar bromas.


Es cierto que Griñán ha protagonizado una resurrección milagrosa que no solo rompe los planes de Javier Arenas de asaltar, por fin, el gobierno de la junta de Andalucía. De renovar el gobierno con IU, Griñán se convierte en el presidente autonómico socialista con más poder institucional, una gran plataforma para hacer oposición a las contrarreformas neoliberales de Mariano Rajoy con un modelo alternativo socialdemócrata. Es de esperar que la derecha nacional haga todo lo posible por seguir marginando a Andalucía y castigando la libre elección de sus votantes: la derecha mediática ya ha arrancado la típica retahíla de insultos; la máscara demócrata quema mucho ante fachadas tan autoritarias. Pero Griñán también rompe los planes del equipo de Rubalcaba, en concreto los de Manuel Chaves y Gaspar Zarrías, de eliminar un sucesor incómodo y que apostó por Carme Chacón en el 38º Congreso socialista. Aunque a Rubalcaba le perturba bastante un líder socialista poco afín con poder institucional, no hay mal que por bien no venga: lo importante es que el PSOE andaluz, y si se une también el PSOE asturiano, han conseguido conjurar un terrible peligro para la democracia, que sería la concentración excesiva de poder institucional en manos de un solo partido. Sobre todo, más terrible cuando ese mismo partido encarna un proyecto de desmantelamiento del Estado del bienestar.

El Partido Popular, aunque tiene como alegrías del domingo ganar en votos las elecciones andaluzas por primera vez en su historia y ser determinantes en Asturias si el voto del exterior no arrebata la mayoría de derecha, su situación es complicada. Pese a todos los esfuerzos propios y de su aparato mediático por desgastar al socialismo andaluz y conseguir la ansiada mayoría absoluta, Javier Arenas pierde su cuarto intento de llegar al poder. Personalmente, es una gran satisfacción ver a alguien tan autoritario fuera del poder. Al PP y su aparato mediático les ha pasado lo que a la del cuento de la lechera: soñaban demasiado y han tropezado con las urnas. Al PP le ha perdido las contrarreformas que Rajoy ha hecho y anunciado, y también las contrarreformas que aún no ha anunciado. Las formas jugaron un papel muy importante: un nuevo programa electoral poco concreto y la soberbia de rechazar el debate televisivo le han hecho perder votantes potenciales, porque realmente los andaluces sentían necesario un cambio de gobierno, pero no al gobierno que les ofrecía el PP de Arenas. En Asturias ha ocurrido algo parecido, y ni el cambio de candidata ha conseguido que el PP salga de su condición de tercera fuerza, estrenada el año pasado, con la posible humillación de tener que votar a Álvarez Cascos.

Izquierda Unida tiene más cosas que celebrar. Ha aumentado en votos y escaños en las dos comunidades, pese al aumento de la abstención. En Andalucía, la sorpresa ha sido mayúscula, y no solo se evita una mayoría de derecha sino que se aleja el peligro de un extremadurazo con el posible voto díscolo de Sánchez Gordillo, empeñado en no pactar con los socialistas: la mayoría PSOE-IU es cómoda. Estoy de acuerdo que IU de Andalucía debe influir y mucho en el nuevo gobierno de Griñán y en lo que vaya a hacer el PSOE andaluz: la corrupción existente en los ámbitos de poder de los tres partidos debe atajarse de una vez. Pero la IU andaluza debe entrar en el ejecutivo de Griñán: es necesario que se conviertan en una fuerza seria de gobierno, implicándose en el día a día del ejercicio del poder, desmontando de una vez por todas ese discurso purista que solo genera má frustración en la izquierda más utópica. En Asturias debe ocurrir lo mismo: si el voto del exterior da mayoría al centroizquierda y UPyD da su voto o abstención para que Javier Fernández sea el nuevo presidente del Principado, la IU asturiana también debe participar de la responsabilidad de gobierno.

*Gráfico cortesía de Iván Llera

El Foro de Álvarez-Cascos, en Asturias, hizo una apuesta arriesgada al disolver anticipadamente la asamblea del Principado. Quería ganar una cómoda mayoría a costa de culpar a socialistas y populares de no votar unos presupuestos que Cascos no quería negociar, sino imponer. Cascos no ha aprendido cómo funciona el sistema parlamentario y la apuesta está a poco de resolverse. Si la mayoría de centroderecha se consolida, el PP debe tragarse todo lo que le molesta la deserción de Cascos y apoyarle. Si PSOE e IU suman mas, el experimento de Cascos habrá acabado, de momento. Lo paradójico de estas elecciones sería que su causa, esto es, la división y falta de acuerdo entre los dos partidos de derecha, se tradujera en un acuerdo entre esas dos fuerzas políticas. Porque, para ello, lo lógico hubiera sido que ocurriera en la legislatura disuelta y ahorrar a los asturianos ser llamados a elecciones como un arbitraje para desbloquear la situación política.

UPyD, por su parte, fracasa en su intento de abrirse un espacio en el Parlamento andaluz, un alivio por cuanto era cada vez más evidente su posición de sumisión al PP andaluz para darles el gobierno si se hubiera clavado el resultado de las encuestas. En Asturias, su entrada les obligará a retratarse entre optar por dejar que gobierne la izquierda o la derecha, esperando, claro, a saber qué ocurre con el escaño que baila entre Foro y socialistas por el voto del exterior. Esa posibilidad sería un alivio para el PP asturiano, evitando la humillación de votar a Álvarez Cascos y pasarle el muerto al partido magenta.

Cuestión muy importante es el aumento de la abstención en ambas regiones. Lejos del mensaje antisistema de que los actuales partidos no representan a la sociedad, lo cierto es que hay un cansancio y desafección muy grande al comportamiento de la clase política: la abstención ha aumentado porque los ciudadanos no creen que la crisis económica se resolverá por la vía electoral, ni con el PSOE ni con el PP ni con ningún otro. También han castigado la falta de acuerdos estables en Asturias y la corrupción en Andalucía. Los partidos, realmente, son un reflejo de la sociedad que les vota. Pero es cierto que existen grandes distancias entre los intereses de sus élites dirigentes y los intereses reales de los ciudadanos, cuestión que el 15-M quería que se resolviese, y yo suscribo esa necesidad de acercar de nuevo los partidos a la ciudadanía.

sábado, 24 de marzo de 2012

Ante las elecciones asturianas y andaluzas


El domingo los andaluces y los asturianos están llamados a renovar sus respectivos parlamentos autonómicos. Estas dos elecciones autonómicas, tras las generales del 20-N, suponen una primera valoración de parte de la ciudadanía española bajo la hégida de un gobierno conservador embarcado en una contrarreforma sistemática del Estado de bienestar, auspiciado por los vientos neoliberales que circulan por la mayoría de gobiernos europeos.

Los andaluces acuden a una convocatoria ordinaria, marcada por el desgaste del PSOE andaluz tras treinta años de gobierno, al que se une el desgaste que sufre el PSOE nacional por su parte de la gestión de la situación económica y laboral. A todo ello se une también los escándalos de corrupción de los ERE, mina de oro para la prensa conservadora -que los ha destacado incluso por encima de otros de otras afinidades políticas, como el Gürtel o el caso Palma Arena-, unida ante la muy cercana posibilidad de acabar con la hegemonía del PSOE en Andalucía.

En democracia, los excesos nunca son buenos. En Suecia, los socialdemócratas han gobernado en la mayoría de los últimos setenta años, sin perjuicio de su excelente salud democrática, y han perdido el poder cuando no han sabido responder correctamente a los problemas de la ciudadanía, y se mantienen en la oposición por no saber ofrecer una alternativa atractiva. En España, ojalá hubiera funcionado algo parecido de este modo. Con frecuencia, en España los gobiernos prolongados de un solo partido han ido unidos a un impresionante despliegue de corrupción, clientelismo y despilfarro. Independientemente de qué partidos sean. Ha ocurrido en Cataluña, ocurre en Valencia y ocurre también en Andalucía. En este sentido, es cierto que el PSOE andaluz ha generado unas prácticas nada sanas para una democracia seria, inexcusables y penosas. Por cierto que parece que existen dos tipos de corrupción que son castigadas de forma distinta por la ciudadanía: una más visible, que es el robo de dinero público; otra más comprensible, que es el tráfico de influencias, aunque también haya malversación de fondos públicos. También temo que distintas partes de nuestra sociedad se enfrentan a la corrupción de distinta forma: los más progresistas tienden a castigar sin compasión a su partido de referencia, y es bueno que así sea; pero los de tendencia conservadora tienden a comprender y premiar a los suyos, y esto sí que es alarmante. No olvidemos que la política refleja la sociedad donde se desarrolla. A lo mejor hay que debatir seriamente sobre la calidad de nuestra sociedad.

Pese a la clara afinidad ideológica, las prácticas del PSOE andaluz no hacen sino apenarme por la situación, porque actos así merecen el castigo ciudadano, que seguramente tendrá, pero que la perspectiva de la oposición mayoritaria como minoritaria no hace sino agravar. Porque el recambio democrático, con mayoría absoluta o sin ella, no va a suponer sino un quítate tú para ponerme yo, o peor, un nuevo puntal para el neoconservadurismo que nos gobierna para seguir desmantelando sin compasión ni oposición el Estado de bienestar. Y aún mucho peor, que es la gran concentración de poder nacional, autonómico y local que goza y va a seguir gozando el Partido Popular, con los peligros que entraña siempre toda concentración del poder en manos de un solo partido. No puedo sino desear la victoria de la izquierda que representa el PSOE, pero un PSOE renovado, limpio y reconciliado con los ciudadanos. Si eso no puede ser ahora, quizás unos años de oposición no le vengan mal. La desgracia para los andaluces será eso, que ellos mismos pueden acabar con una mala situación para empezar otra peor. ¡Ah, si un pacto con IU resolviera la situación! Imposible cuando están embarcados en una lucha sistemática por la desunión de la izquierda y elevan a práctica política una inquina contra los socialistas que tiene mucho de los males unidos al sentimiento de inferioridad. Ninguna solución ni postura es fácil, y esta no se escapa a esa lógica: se me hace difícil pensar que el domingo los andaluces resuelvan realmente sus problemas.

En Asturias, las condiciones son distintas. En primer lugar, estas elecciones son una repetición de las del año pasado, una demostración del fracaso de mayo de 2011, que acaban repentinamente con la legislatura pero van a dar paso a una legislatura breve, hasta mayo de 2015. El nuevo gobierno que salga de las urnas, si es estable, tendrá menos tiempo para arreglar la situación económica que vive el Principado. Los asturianos coinciden, en gran mayoría, en atribuir la responsabilidad del desgobierno al Foro de Álvarez-Cascos y al PP, que pese a contar con mayoría de las derechas en el parlamento autonómico, sus rencillas les han impedido llegar a acuerdos estables, como sería lo lógico dadas sus grandes coincidencias ideológicas. Las diferencias son personales; el PP no perdona a Cascos su fuga para colmar su ambición por presidir Asturias y Cascos ha demostrado que no sabe el funcionamiento de un sistema parlamentario: si no tienes mayoría hay que llegar a pactos. Él no ha sabido llegar a pactos, pues él demuestra que no sabe gobernar en nuestro sistema democrático.

Ante el desgobierno de la derecha, se debería abrir una esperanza para la izquierda, expulsada del poder en mayo de 2011. En Asturias, PSOE e IU sí han gobernado juntos y la estabilidad, más o menos, ha funcionado. Por ello, estas nuevas elecciones serían idóneas para iniciar la recuperación de los socialistas que, si no ganaran en Asturias y Andalucía, se verían fuera de todos los gobiernos autonómicos, menos Euskadi, y en Canarias y Navarra, donde participan como socios menores. Asturias necesita ser una nueva Covadonga donde los socialistas tuvieran su referencia para recuperarse en la oposición a nivel nacional y en el resto de autonomías y frenar la dañina concentración de poder en manos de la derecha.

A diferencia de Andalucía, donde se tiene más presente la necesidad de cambio político, el freno a la corrupción última de los ERE y la situación económica, en Asturias la economía ha pasado a segundo plano, en beneficio de la búsqueda de la estabilidad. El CIS parecía dar un poco de esperanza a los socialistas, en tanto que ellos no son vistos como culpables del bloqueo político que ha sufrido la región en 2011 y generan más simpatía que los partidos de la derecha asturiana. Lo paradójico es que unas elecciones donde prima la búsqueda de la estabilidad puedan dar lugar, si las encuestas se acercan al resultado que conoceremos el domingo, a una asamblea con más fragmentación política. Los socialistas volverían a ganar por votos, y ahora por escaños, las nuevas elecciones, pero PP y Foro podrían tener mayoría absoluta o acercarse más a ella que los partidos de izquierda. Si UPyD consigue entrar en la asamblea tendría la llave del gobierno, pudiendo optar entre un bloque Foro-PP, si llegasen a un acuerdo, o a una alianza PSOE-IU, si estos también acercan posturas. En cualquier caso, las elecciones serán muy reñidas y habrá muchas esperanzas en juego. Personalmente, no me gustan las posturas de UPyD como tampoco las de IU, renuentes a entrar en gobiernos. IU por una inmediata estrategia de desgastar todo lo posible a los socialistas, aun provocando la entrega del poder a la derecha. UPyD por su hipócrita crítica hacia el comportamiento de los partidos nacionalistas como partidos bisagra, cuando lo que quiere hacer en Andalucía y Asturias es exactamente lo mismo: condicionar gobiernos sin mojarse en la gestión del poder. Si no hay mayorías absolutas, el poder debe compartirse todo lo posible, con mayorías estables y con la implicación de todos los partidos que sostengan dichas mayorías.

Si el PSOE puede gobernar en Andalucía o Asturias, y no tiene mayoría absoluta, debe hacer todo lo posible por integrar a otros partidos en el ejercicio de gobierno. En Andalucía, por supuesto, debería hacer todos los esfuerzos posibles por renovarse y purificarse. En Asturias, IU ve la posibilidad de que la izquierda acaricie la vuelta al poder y, en ocasiones, habla de la posibilidad de entrar en el gobierno. La política no debería ser, o no es solo, una lucha por el poder, sino por saber negociarlo y compartirlo. Quizás la sociedad española no esté muy sana democráticamente, pero los partidos y sus líderes, si tienen sentido de Estado, deberían tener en cuenta que ellos deben dar ejemplo.

jueves, 15 de marzo de 2012

Réplica a la izquierda mundial de Wallerstein

Este escrito es una réplica al artículo de Immanuel Wallerstein “La izquierda mundial después de 2011”, enlazado aquí. Su artículo gira en torno a dos cuestiones. La primera, el desarrollo de los nuevos movimientos sociales surgidos con el desarrollo de la última crisis mundial del capitalismo y también de los sucesos conocidos como la “Primavera Árabe”, aunque apenas se centra en ellos. La segunda, y más importante, es su reflexión acerca del papel que le toca a la izquierda en el nuevo contexto mundial y su actual división entre pragmáticos y utópicos, caracterizaciones dentro de las cuales existen aún más divisiones y el relato principal es su impotencia para unirse y disputar la hegemonía al centroderecha.

Surge en la escena política mundial una nueva oleada de movimientos sociales (jóvenes con perspectivas muy precarias, indignados), que se suman a los tradicionales de movimientos ecologistas, feministas o altermundistas. Estos nuevos movimientos recogen el tradicional debate de los movimientos socialistas y de liberación nacional acerca del poder del Estado como medio de transformación social. En muchas ocasiones, no se trata de conquistar el Estado o superarlo, como podría ser el discurso de la extrema izquierda, sino que se trata de que cumpla el papel formal que recogen sus leyes fundamentales o inspiraciones teóricas: una distribución más equitativa de la riqueza, la lucha contra la corrupción y el acercamiento de la política a los ciudadanos, muy alejada y dominada por unos pequeños grupos elitistas que compiten por el poder. Se trataría, en suma, de democratizar la democracia, el cumplimiento mínimo de la democracia liberal como imperio de la ley y de la socialdemocracia plasmada en el Estado de bienestar. Este argumento se vincularía con el discurso tradicional de la izquierda de transformación social, donde el Estado aún tiene algo que decir, si bien limitado por el desarrollo de la globalización económica y la emergencia de nuevos poderes supranacionales, sean estos alejados del control democrático, como las empresas multinacionales, o impulsados por los gobiernos nacionales, como la Unión Europea.

El caso de la Primavera Árabe es distinto. En primer lugar, no es una, sino varias Primaveras. El caso de Túnez ha sido tomado como paradigma de revolución árabe: movimientos populares contra la dictadura y resistencia de las fuerzas de represión (policía y ejército) para acabar con las revueltas y acabar finalmente apoyándolas y obligando al régimen a abrir un proceso democrático. Algo parecido sucedió en Egipto, y en otros países, los que tienen monarquías pseudoconstitucionales como Marruecos o Jordania, consiguieron llegar a una especie de consenso y canalizar las protestas. Los casos de Libia o Siria son distintos, pues a las protestas no ha seguido la caída de la dictadura sino la resistencia y la represión indiscriminada, con el resultado que sabemos en un caso, y en el otro se permanece a la espera. La principal crítica realizada a las revoluciones árabes es el peligro de los movimientos islamistas, crítica no solo realizada por los gobiernos occidentales –con el argumento de la seguridad de los intereses occidentales en la región y el equilibrio de poder en zonas geoestratégicas– sino también por la extrema izquierda, asistiendo a insólitos apoyos a dictadores como Gaddafi o Bashar al-Asad bajo argumentos donde se mezclan la laicidad frente al islamismo radical, la independencia nacional o factores de progreso económico. Este miedo se vería confirmado por las victorias electorales en Túnez y Egipto de partidos islamistas y la introducción de la agenda islámica (confesionalidad del Estado, inspiración religiosa de la ley, la posición respecto a minorías religiosas, el estatus de la mujer…) en los debates constitucionales. Se tiende a olvidar el papel que ha jugado el movimiento islamista, radical o moderado, como movimiento político de oposición a los regímenes autoritarios del mundo árabo-musulmán, y como movimiento social, desplegando fundaciones de asistencia social, sanitaria y educativa a las clases populares, cuestión capital en Estados con una estructura asistencial muy débil. Ese papel es parecido a la labor asistencial de la Iglesia Católica en Occidente. Hay que recordar que comprendemos la evolución del mundo árabo-musulmán desde nuestra perspectiva occidental, de ahí la incomprensión hacia si se embarcan o no en un proyecto de democracia que tendrá una gran inspiración en el Islam (democracia islámica) o de ver la faceta social de los movimientos islamistas.

Wallerstein da a los partidos un papel esencialmente estatal. Mas, si no nos podemos sustraer a las dinámicas globalizadoras, los partidos, sobre todo las fuerzas de izquierda y centroizquierda, se verían aún más limitados en su potencial capacidad transformadora de la realidad. Ese defecto de los partidos, su estrechez nacional, ha venido a ser beneficioso para el desarrollo de los nuevos movimientos sociales, que sí han o pueden alcanzar una dimensión supraestatal y centrar sus críticas y luchas contra los actores internacionales como empresas multinacionales, los foros económicos como el de Davos, organismos internacionales como el FMI o el Banco Mundial y cumbres europeas. En estos foros es donde tienen cabida muchas decisiones que acaban afectando a la acción de los Estados y que quedan muy alejadas de cualquier control democrático. Por su parte, parte de la izquierda mundial, partidos de izquierda, movimientos sociales progresistas y otros grupos altermundistas han dado lugar a diferentes respuestas, como el Foro de Sao Paulo, el Foro Social Europeo o el Foro Social Mundial, como alternativa al discurso neoliberal.

La alusión de Wallerstein a los profundos desacuerdos en el seno de la izquierda mundial y a los pocos progresos en cuanto a superar las divisiones no es otra cosa que el clásico dilema de la izquierda en cuanto a reformistas y revolucionarios, entre los defensores de llegar al poder y los de oponerse radicalmente a él. La cuestión no es entre blanco y negro, por cuanto existen multitud de matices: dejando a un lado el movimiento anarquista, totalmente contrario a la participación dentro del Estado y la concurrencia electoral, otros movimientos socialistas defendieron la participación electoral y la reforma a la vez que la revolución cuando se cumpliesen las condiciones objetivas para tal fin. En esta izquierda política, la diferencia principal es dar un valor retórico o dotar de contenido real a la revolución, cuestión que la práctica cotidiana del poder o la expectativa de llegar a él relegaba a meras alusiones cosméticas en los discursos políticos, no solo en la socialdemocracia, sino en el comunismo, aunque se presentara como oposición al reformismo socialdemócrata: la construcción del Estado soviético en el antiguo imperio de los zares no cumplió totalmente con las expectativas de una sociedad realmente socialista ni con una real libertad para el ser humano. En su lugar, la tesis estalinista de “socialismo en un solo país” tuvo más fundamentos de pragmatismo que de espera real a la revolución mundial y más nacionalistas que internacionalistas; además, la posterior expansión de sistemas socialistas en buena parte del planeta reprodujeron las contradicciones intrínsecas del Estado soviético de pobreza material, totalitarismo y represión, sin que las contrapartidas objetivas de relativa igualdad económica y ciertos niveles de asistencia social lo compensaran o se convirtieran realmente en una alternativa al sistema-mundo capitalista, sobre todo cuando la socialdemocracia lograba establecer en la Europa occidental un Estado de bienestar como consenso interclasista, manteniendo y gestionando el capitalismo a la vez que aprovechándolo para aumentar el nivel de vida, económica, social e intelectual de las clases trabajadoras. El fin del consenso del Estado de bienestar no se rompió por la caída de las dictaduras socialistas; su razón de ser como alternativa había dejado de existir mucho antes: la extrema izquierda abrazó el trotskismo y el maoísmo contra una Unión Soviética a la que veían como imperialista y alejada de cualquier ideal socialista, y los principales partidos comunistas europeos, como el francés o el italiano, que tenían un gran poder regional o local y las expectativas de llegar de forma democrática al poder –lo mismo esperó en su momento el PCE al inicio de la transición de la dictadura a la democracia y bajo el liderazgo de Carrillo–, se embarcaron en el eurocomunismo, que se puede interpretar como una revisión democrática del comunismo y vuelta a las esencias de la socialdemocracia revolucionaria de discurso y reformista de práctica de principios de siglo XX o como una constatación de la moderación que obliga la posibilidad de poder y de la que no puede sustraerse nadie, excepto los movimientos marginales y radicales. El fin del consenso del Estado de bienestar provocó la revisión neoliberal, el vaciado sustancial de los programas sociales y el combate sistemático contra el sindicalismo y los valores progresistas. De ahí una de las críticas a la socialdemocracia por haberse desideologizado en el poder y no ser capaz de elaborar un nuevo discurso que renueve los apoyos al centroizquierda contra el embate neoliberal, esa acusación cuasi-ritual de la extrema izquierda de acusar a la socialdemocracia de ser una derecha camuflada –que recuerda a la acusación de “socialfascista” de la época de entreguerras.

Wallerstein parece pretender algo iluso como es la superación de las divisiones y la unión de las izquierdas, si bien es algo que muchos querrían –quisiéramos–. Si bien el debate acerca de las tesis desarrollistas o del crecimiento frente a la antidesarrollista –mejor podría denominarse del decrecimiento, como sostiene Carlos Taibo– es un debate muy interesante por cuanto se proponen discursos alternativos o superadores del actual sistema-mundo capitalista, no es, sin duda, el principal escollo que separa a la izquierda “mundial”. Es un apelativo que, al contrario que Wallerstein, personalmente me es difícil de otorgar a la izquierda por cuanto, pese a la existencia de Foros Sociales mundiales o la de Internacionales de partidos, el esquema nacional sigue imperando y constriñendo las alternativas contrarias al capitalismo, sea radicalmente a cualquier capitalismo o al del sesgo más descarnadamente neoliberal. El principal obstáculo es la posibilidad de unión electoral entre las diferentes opciones de izquierda. Si Wallerstein pide “aceptar de buena fe las credenciales de izquierda del otro”, esto es difícil, y conecta con todo lo anterior, acerca del debate entre reformistas y revolucionarios, que es también un debate entre los que tienen más facilidades para gobernar y los que no las tienen; es decir, las acusaciones de derechismo vienen de sectores que difícilmente llegarán a tener una gran representación electoral o ganar unas elecciones y, por tanto, están alejadas de cualquier experiencia de gobierno y la toma de decisiones que conlleva, más cercana al pragmatismo que al idealismo, sujeto por la realidad existente y los equilibrios de poder. Por el otro lado, la experiencia de poder puede generar en una excesiva moderación o identificación con el orden existente y defraudar las expectativas de los ciudadanos, en la idea que el radicalismo no ayuda y no cambia las relaciones de poder existente, y puede crear el efecto contrario, esto es, la reacción y reagrupamiento de las fuerzas del centroderecha. Entre los que acusan de derechismo a la socialdemocracia también se encuadran aquellos que desconfían de las elecciones para transformar la sociedad –en ello tiene mucho que ver su escasa relevancia electoral y peso social–, planteamientos que se alejan de principios democráticos y están más cercanos del dogmatismo, autoritarismo y anquilosamiento que sufre la extrema izquierda.

Finalizando, Wallerstein no propone elementos de unión entre las izquierdas, aparte de una declaración mutua de buenas intenciones. Si hay que propiciar el cambio social, hay que mirar con perspectiva histórica y criterio las experiencias previas de los viejos movimientos socialistas, de los nuevos movimientos sociales y de las nuevas condiciones del sistema-mundo. En cierto modo de respuesta y conclusión, si el sistema-mundo capitalista ha roto con una cierta vía de progreso en la democratización, inclusión de las masas en un sistema democrático y de cierta igualdad política y económica, las respuestas a ello han de ser fuerzas unidas bajo unos mínimos de respeto del principio democrático y construcción de un nuevo bloque histórico que conquiste la hegemonía, como requisito previo para el cambio social.