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martes, 11 de septiembre de 2012

Cataluña ante la Diada de 2012: la cuestión nacional

Cataluña celebra hoy su Día Nacional. Fuera de los actos oficiales de conmemoración y de homenaje a Rafael Casanova -y fuera de la mitificación de su lucha-, miles y miles de catalanes abarrotan el Paseo de Gracia barcelonés para dar comienzo a una manifestación independentista que tiene como lema "Catalunya, nou estat d'Europa".

La manifestación es la plamasción final en la calle de la campaña independentista, organizada por distintos grupos partidarios de la independencia, que arrancó de aquellas consultadas ciudadanas celebradas en 2009 y del estado de opinión molesto por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el nuevo Estatuto de autonomía de Cataluña. Los grupos independentistas han animado las creencias de "maltrato" de España a Cataluña. Desde la calle y los círculos intelectuales, los grupos por la independencia catalana han ido haciéndose un hueco y colando su discurso, donde se juntan argumentos "históricos", sentimentales, económicos y políticos, más o menos heterogéneos, no muy sólidos, pero lo importante era asentar una idea: el sentimiento independentista es mayoritario en Cataluña, sea o no sea cierto. Un ejemplo: para el nacionalismo hay expolio fiscal, sea o no cierto porque, claro, habrá según la vara de medir.

El contexto les ha sido favorable: la opción independentista siempre ha gozado de un peso importante en la sociedad catalana, minoritario, pero presente. A esa base se ha unido la crisis económica y la crisis política que sufre no solo Cataluña, sino el resto de España y el resto de Europa. La crisis ha erosionado el optimismo anterior y la confianza en las instituciones. Rotas estas, las sociedades se sienten algo huérfanas: los partidos políticos han perdido confianza como canalizadores de la voluntad de los ciudadanos, las instituciones políticas se ven como alejadas e impotentes ante organismos superiores e intereses económicos que escapan de sus manos. En el resto de España, el anticatalanismo militante de la derecha, que arranca desde la aparición de los nacionalismos más reaccionarios en España, ha servido como elemento retroactivo para el discurso del "maltrato", en un sentido de "¿véis como no nos quieren?". 

La crisis política contribuye: CiU, como movimiento nacionalista, siempre vio su sustitución al frente de la Generalitat por parte del PSC como un ataque no solo a su predominio político, sino a su concepción nacional catalana, sobre todo cuando a Pasqual Maragall le sucedió José Montilla, andaluz de nacimiento, como president de la Generalitat. Esta alternancia política de izquierda tuvo una breve y accidentada vida: el PSC siempre ha tenido una característica, que es la existencia de una base electoral trabajadora, de poco pedigrí catalán y poco preocupada por la cuestión nacional, y una élite política suscrita a esta cuestión. La característica podría haber sido virtud: el PSC podría haber contribuido a forjar un discurso de una sociedad catalana más diversa, en lo que está claro que no sería una Cataluña intransigente, ni españolista negando su particularidad, ni catalanista negando su diversidad. Entonces, la característica se transformó en problema: el PSC ha sometido su discurso político al discurso nacionalista de CiU. Además del desgaste que ha sufrido todo el socialismo español, el desgaste del socialismo catalán lo es también por la desafección de ese electorado que se siente huérfano, yendo hacia otras opciones como el PP, Ciutadans o Plataforma per Catalunya. 

Por tanto, hay una absoluta falta de respuesta, fuerte, del interior de Cataluña, al desafío nacionalista, pero no porque no existan las bases, sino porque no existen los cauces. De momento. Quizás una buena noticia para el PSC es la dificultad de su sustitución por otras fuerzas: tanto PP como UPyD generan rechazo por su discurso nacionalista del sentido opuesto, por más que el PP intente disimular ese aspecto; tan grande es aún la huella antiPP, herencia recibida del gobierno de Aznar. ICV únicamente puede aspirar a recoger el voto joven, y tiene la problemática de que su discurso político bascula demasiado al son de la opinión dominante de la izquierda nacionalista; como esa izquierda, su ideología acaba en el Ebro, por lo que no resulta extraño su voto favorable, junto con ERC, al pacto fiscal propuesto por CiU. Pero está claro que el PSC debe reconfigurar su discurso.

La crisis que vive ERC explica buena parte del "auge" del independentismo. Primeramente, su incapacidad para contribuir en los pasados tripartitos a consolidar el proyecto federalista, así como para combatir la hegemonía convergente en el nacionalismo catalán. El discurso de ERC no pudo conciliar el federalismo histórico de la formación con la presión independentista, de la que algunos grupos en su seno se sirvieron para desafiar el liderazgo de Carod Rovira, que no halló otra forma de combatirlo sino copiando su discurso. Los sectores derrotados sirvieron para configurar nuevas formaciones más radicales que Esquerra en cuanto a independentismo, como Reagrupament y Solidaritat. Lo cierto es que a medida que Esquerra apostaba más por el independentismo más caía electoralmente, y ahí están sus resultados desde 2003 hasta 2011.

El gran beneficiado de la crisis del independentismo político ha sido CiU, y si el movimiento independentista goza ahora de una gran cobertura mediática es gracias a la federación nacionalista. CiU, como en otras ocasiones, juega con el sentimiento nacionalista para conseguir dos objetivos: seguir condicionando la política española para conseguir más y más competencias, amenanzando con desatar las fuerzas secesionistas; y mantener la hegemonía de su discurso político. La propuesta del pacto fiscal es la síntesis de la estrategia de CiU. Tal es su capacidad de marcar la agenda política, que hasta Esquerra, olvidando todo su discurso izquierdista y de la ética por la transparencia (que, teóricamente, acompaña a la izquierda) ha salvado a CiU de investigar la corrupción del caso Palau, "en pos de la construcción nacional", cuya estación actual es el pacto fiscal.

Los nacionalistas moderados, a diferencia de los radicales, juegan con la larga duración: por supuesto que quieren la independencia, pero no la quieren mientras suponga una ruptura dramática de la sociedad y una gran incertidumbre para la economía de su clientela política. "Ahora no es el momento". El contexto internacional, ciertamente, no iría en ayuda de una Cataluña independiente: una ruptura unilateral no sería bien vista por la comunidad internacional, así como una economía tan unida al resto de España y la Unión Europea, de la que tendría que salir, así como abandonar el euro, no es un escenario deseado para la burguesía catalana. Obviamente, para el nacionalismo radical esto es secundario: como todo nacionalismo, siempre hay un enemigo externo o interno al que culpar, todo supeditado a la construcción nacional y a un único discurso nacional.

Que el sentimiento independentista sea mayoritario es una cuestión muy relativa. Como se desprende de lo dicho líneas arriba, hay una sensación de que es mayoritario por la gran repercusión mediática que goza. No hay, por supuesto, una opresión real que viene desde Madrid, ese Madrid fuente de todos los males (enemigo externo). En un comentario que un independentista me dijo que la cuestión era "que no se podía sentir catalán". La identidad. Obviamente, en un país democrático y de Estado de derecho como es España es muy difícil legislar los sentimientos, por no decir imposible. La identidad no es algo homogéneo y eso queda reflejado en todas las encuestas, tanto del CIS como del CEO catalán. Esa pluralidad, que niega al discurso homogéneo de todo nacionalismo, obliga a construir una sociedad donde cuenten todos los ciudadanos (el proyecto que debería abanderar el PSC), lo que daría seguramente a una Cataluña no diera la espalda al resto de España. También podría llevar al nacionalismo a negar esa pluralidad, y voces no faltan, ansiosas de señalar quién es o no es un buen catalán, en la tesis que es el nacionalismo quien crea la nación y no al revés. Eso daría una Cataluña que daría la espalda tanto al resto de España como a buena parte de sus habitantes.

En una crisis que se ha llevado por delante la confianza en los partidos tradicionales y en las instituciones es muy fácil que medre el populismo y el radicalismo, y las voces moderadas queden apartadas. Europa tiene demasiada experiencia adquirida de desastres, divisiones y conflictos como para olvidarlos. No hay que olvidar que la historia más fecunda de Europa en lo social, político y económico son los últimos sesenta años, marcados por la construcción europea. Tampoco hay que olvidar que, incluso en Europa en la historia más reciente, la división y el odio a lo diferente han traído guerras y genocidios. España es una sociedad democrática donde todo puede ser discutido desde las bases del respeto y la convivencia. No podemos estar a rastras con  la cuestión nacional, sobre todo cuando la actual Constitución es un contrato social que consagra a España como un Estado que tiene como valores superiores la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo. Es decir, que si hay que cambiar algo, hay que cambiar las bases. Hay países que tienen bien determinado las reglas del juego. La cuestión sería si los nacionalistas aceptarían algo que perjudicara su camino a la construcción nacional, aun cuando busque que el camino sea pacífico, aunque largo o infinito. 

Ciertamente, mientras los europeos sufrimos una crisis económica y política que pone en duda un modelo social justo, divididos ante los poderes económicos, no ayuda mucho que se nos quiera dividir aún más. Hay que apostar por el federalismo, como base para garantizar la diversidad y la identidad de cada uno de los ciudadanos, que son los verdaderos sujetos políticos. Ese debería ser el proyecto del federalismo español y del federalismo europeo.

Catalans, feliç Diada Nacional de Catalunya, ¡visca Catalunya!


Notas de interés:

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2 comentarios:

  1. La ambigüedad del Estado español, que oscila entre un federalismo tutelado y la perpetua amenaza soberanista, lleva a pensar que la Constitución se concibió bien como solución pasajera para el momento; bien como paso previo a la construcción de un verdadero Estado federal. En cualquier caso, describe un país ficticio, parecido a la realidad pero que sigue sin ajustarse a ella (indisoluble unidad de la nación, bla, bla, bla).

    ¿Federalismo en España? En democracia, España será federal o será fallida. No es viable un país en el que cualquier debate parlamentario de calado global (modelo de crecimiento económico, educación, sanidad...) esconde un aumento de autogobierno. Y esto sucede porque la Constitución no es clara, deliberadamente. Las competencias deben estar bien delimitadas, no sólo para evitar duplicidades, sino para terminar con el tira y afloja territorial.

    Las consecuencias de esto son claras: llevamos 30 años hablando de lo mismo y los catalanes sienten un expolio y los demás españoles ven falta de solidaridad. Cuanto más se prolonguen este tipo de debates, mayor será la desafección mutua entre las partes. Por eso urge cerrar el modelo de Estado de una vez.

    Creo que el PP comete un grave error, una tremenda irresponsabilidad, al frustrar este salto a un Estado federal, alineado con la causa de una nación uniforme. Esto, además, le ha llevado a apropiarse de buena parte de los símbolos que deberían ser de todos, pero que acaban representando su voluntad de homogeneidad y deja sin banderas a aquellos españoles que no van a los toros todos los domingos. En este terreno el PP debe caminar aún mucho. La célebre recogida de firmas por la unidad de la nación española, y todas sus implicaciones, aún está cerca.

    Escuché el otro día a un periodista decir que las estadísticas de partidarios de la independencia no son tan altas, teniendo en cuenta que en 30 años España ha gozado de la peor propaganda posible en estas regiones. Pienso que es verdad. Alguien debería explicar a los catalanes que la España de los 70 se quedó en los 70. Que ahora es respetuosa con las diferencias (y debe demostrarlo) y que juntos somos más que divididos.

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  2. Estoy muy de acuerdo. Yo creo que la parte dogmática de la Constitución encierra una cuestión fundamental: dejamos atrás los motivos que nos llevaron a guerras internas y construimos entre todos un nuevo proyecto común. Yo no creo en naciones eternas ni espíritus nacionales tipo volkgeist, la nación se construye cuando hay un proyecto colectivo: la constitución de 1978 inauguraba un nuevo proyecto colectivo, en cierta forma, daba comienzo a una nueva nación española, aunque es bien cierto lo que dices y que el PP ha ido copando los símbolos nacionales. El problema de la izquierda y del nacionalismo ha sido ver esos símbolos como ajenos. Por esta misma razón que la nación es un proyecto colectivo, dudo que Cataluña pueda llegar a serlo porque, sinceramente, son demasiados los vínculos con el resto de España como para romperlos sin un gran trauma social.

    Está claro que no podemos estar cada treinta años hablando del modelo de Estado. La virtud de la constitución era ser laxa para que cada autonomía pudiera obtener competencias según sus estatutos, pero no se puede estar siempre cada X tiempo pidiendo más competencias, no mientras no se pueden hacer frente. La virtud del modelo federal es señalar exactamente qué competencias tiene cada administración territorial. Pero quizás eso no es lo que quieren los nacionalistas, pero es lo que hay que hacer, establecer un punto, una adecuada financiación y acabar con el debate autonómico. Porque yo creo que lo secundario son los sentimientos e identidades: que cada cual pueda sentirse como quiere y que la legislación lo proteja, no que fomente una sobre otra ni mucho menos que se pueda permitir esta campaña de desprestigio que en Cataluña señala a España como el enemigo opresor ni en el resto de España a Cataluña como una región desconsiderada, rica y egoísta. Vamos, unos modernos judíos de Hitler. Eso es peligroso.

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