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martes, 25 de septiembre de 2012

La Comunidad de Madrid o aguirrismo sin Aguirre


Mientras escribo estas líneas contemplo en la pequeña pantalla -sintonizado el canal de propaganda, antes servicio público, llamado Telemadrid- la investidura de Ignacio González como nuevo presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid.

Es muy cierto que la dimisión de Esperanza Aguirre ha pillado a todos, incluso a sus más próximos, con sorpresa. Una semana antes, en el debate del estado de la región, Aguirre parecía mostrar ganas de seguir gobernando como siempre lo ha hecho: para beneficio de unos pocos, con la desazón de unos muchos y con el asentimiento silencioso y vergonzante de otros muchos más, tal es la desgracia de la Comunidad de Madrid. Sin duda, no conoceremos las causas reales de su dimisión hasta dentro de mucho, lejos de los bulos lanzados que, de ser reales, no los considero suficientes para que esta "dama de hierro" a la madrileña de un portazo no solo a Mariano Rajoy sino a su coto de influencia política. Me aventuro a imaginar que las razones son más económicas y de cara a la historia: la continua degradación económica de España y de Madrid no pueden empañar el aura de "liberal exitosa" de Esperanza Aguirre que sí ensució, entre otras cosas, el recuerdo de su referente británico, Margaret Thatcher.

No notaremos mucho la diferencia en el gobierno del día a día y a largo plazo, porque lo que se va a ensayar es un aguirrismo sin Esperanza Aguirre, es decir: el mantenimiento de los regalos fiscales a los más ricos; el desmantelamiento del Estado de bienestar a cargo de la Comunidad (sanidad, educación, dependencia y transporte público, principalmente), troceado y regalado a los grupos económicos e ideológicos afines; el uso del nacionalismo español y centralista como herramienta política que complementa y retroalimenta al nacionalismo periférico. 

El modelo económico basado en la construcción y recalificación de suelo público, llenando los bolsillos de algunos ricos de dinero gracias a lo que era propiedad y derecho de todos, y también los bolsillos de algunos cargos públicos de comisiones y regalos por los "servicios prestados", ha terminado porque la coyuntura obliga a ello. Pero eso no pone punto final al proyecto de enriquecimiento del neoliberalismo -o neoconservadurismo para otros- que representa la clientela política de Esperanza Aguirre, enriquecimiento para unos pocos y deterioro de los servicios públicos y las condiciones laborales para la inmensa mayoría, ahora con la mirada cambiada del ladrillo al casino, campo en el que el beneficio para la sociedad es limitado y discutible. Lo que no es discutible es que será el negocio para un grupo muy pequeño y la desesperación para la mayoría: esa es la base del neoliberalismo y, con esos mismos parámetros, de momento está teniendo éxito, para desgracia de la mayoría. Otro ejemplo es el credo liberal de que bajar los impuestos beneficia a la mayoría de la población, lo que no es verdad: los más ricos se han beneficiado de esas bajadas y los más humildes, trabajadores y clase media, la han sufrido porque la han compensado con la subida de las precios de las tasas, universitarias y de transporte: está claro que alguien con ingresos elevados no sufre igual que alguien con menos que una matrícula suba de 1.000 a 3.000 euros -y si no, tiene la universidad privada, donde le regalarán el título mientras pague religiosamente-; está claro que alguien con ingresos elevados no sufre igual que alguien con menos que el precio del billete del transporte público suba de forma brutal desde que gobierna Aguirre - subida que no se corresponde con el nivel de vida y menos en un momento de elevado paro-, simplemente porque ese ciudadano de ingresos elevados usa mucho menos el metro y el autobús que las clases medias y trabajadoras. El liberalismo aguirriano, como vemos, solo beneficia a una selecta minoría con la aquiesciencia de la mayoría.

Ignacio González no goza ni del carisma ni la influencia que posee Esperanza Aguirre. Tampoco de su fortaleza política. Es muy seguro que, al menos en sus primeros momentos de gobierno, la influencia de Aguirre sobre el quehacer del nuevo gobierno de González será de una sombra muy alargada -el "efecto" de que Esperanza Aguirre llegue a la Asamblea de Madrid conduciendo su propio coche pero llevando de copiloto a Ignacio González ya es bastante esclarecedor-. Pero, fuera de la Comunidad de Madrid, no corren buenos tiempos para los afines a Esperanza Aguirre: pesa el pulso que Aguirre pareció lanzar a Rajoy en 2008 y el protagonismo desmedido que, si bien proporciona una buena distracción frente a la crisis -fútbol, nacionalismo, "meteduras de pata"- en otras ocasiones puede ser embarazoso, como presuponer que el gobierno nacional cambiará las leyes laborales y antitabaco al gusto de Aguirre y Adelson, en una total intención de invasión de competencias o marcar el camino a otros. Ignacio González tendrá que intentar acercarse a Rajoy para garantizar su lugar en el seno del Partido Popular o confiar en lo que disponga su referencia, Esperanza Aguirre.

Las mayorías absolutas de Esperanza Aguirre se han basado en la construcción de una imagen pública de cercanía, campechanía con el ciudadano madrileño medio, así como en la publicidad que sin descanso ha vendido una idea de eficacia en la Comunidad de Madrid y de trabajo por el bienestar, cuestiones lejos de la realidad y, aunque fácilmente cuantificables, han generado un mito instalado en el imaginario colectivo de los madrileños que es difícil romper. En buena parte el capital político del Partido Popular madrileño se ha basado en ello y en la explotación de su figura pública. 

Sin Esperanza Aguirre, es posible imaginar un escenario más abierto para la competencia de otros partidos y en la configuración de un mensaje alternativo que perdió su oportunidad en 2003. No obstante, el escenario político ha cambiado y ya no hay una oposición clara y más o menos homogénea al neoliberalismo y al conservadurismo del Partido Popular madrileño. A la opción clara del centro izquierda representado en el PSM y apoyado por una IU que se instalaba en la colaboración de las fuerzas de izquierda y en la participación en los gobiernos como método de influencia y demostración de su capacidad de gestión se ha pasado a una oposición muy dividida y aislada. Por un lado, un PSM muy debilitado e inmerso en sus luchas internas aún ocupa el liderazgo de la oposición, pero sin un mensaje alternativo claro -más allá de una defensa del Estado de bienestar, del sector público sin romper el mensaje conservador de que "sector público" se relaciona con "poder sindical" y que todo ello, en conjunto, es malo y perjudicial para el madrileño (sería paradójico, pero la mayoría de la ciudadanía en Madrid se lo cree)- y no tiene al lado aliados potenciales más que interesados. IU juega a la carta de la representación de la "única y verdadera izquierda" pero no goza de la impresión de saber poder gobernar para el conjunto de la ciudadanía, también inmersa cada pocos años en luchas intestinas de reconfiguración del poder entre los sectores del Partido Comunista y la izquierda más abierta. UPyD, la nueva fuerza parlamentaria en Madrid, bascula entre el apoyo casi gratuito al PP madrileño -Getafe, Alcalá de Henares- y la reivindicación de mensajes regeneradores muy interesantes pero más retóricos que cargados de otras cuestiones, como demostrar que pueden ser un partido para gobernar más que un partido para protestar, como le pasa a Izquierda Unida.

Es de esperar que el cambio de Esperanza Aguirre a Ignacio González sea una oportunidad que aproveche la izquierda política de Madrid para configurar un programa alternativo y reconstruya los lazos perdidos con la sociedad y los medios de opinión pública como paso necesario para la cohesión y la construcción de una nueva mayoría. En democracia, la alternancia es sana pero también la existencia de una potencial alternancia.

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