El discurrir histórico de la izquierda europea ha sido diverso tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Los partidos socialdemócratas adquirieron nuevo vigor y vieron la victoria de sus planteamientos económicos del Estado intervencionista; el Estado del Bienestar se empezaba a construir. Por su parte, los partidos a la izquierda de la izquierda, los comunistas, veían recompensado su lucha antifascista con grandes apoyos electorales en Francia, Italia y el Este, hasta llegar incluso a ser en aquellos momentos el primer partido nacional.
Suecia ya conocía gobiernos socialdemócratas desde los años 30, siendo el primer modelo de construcción del Estado del Bienestar y referente de la izquierda no comunista como alternativa a los Soviets. La historia política nórdica ha dado un gran predominio del partido socialdemócrata en Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca. La Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO) vio un proceso de unión de fuerzas hasta crear el Partido Socialista de Mitterrand y ganar las elecciones en 1981. El Partido Laborista británico ganó las primeras elecciones tras el conflicto bélico y se caracterizó, hasta Tony Blair y sus tres victorias consecutivas, en gobiernos cortos, no más allá de una legislatura, y una política clásica a veces no muy adaptado a lo que Reino Unido necesitaba. Tanto se degradó que el último hachazo lo dio Thatcher desmantelando el sistema del bienestar bajo la bandera del neoliberalismo. El SPD alemán, el gran partido modelo de la socialdemocracia, hubo de renunciar a lo poco de marxismo que le quedaba en su discurso en 1959 para pasar al gobierno de la mano de democristianos, y luego en compañía de los liberales y los verdes. El Partido Socialista Italiano vivió a la sombra entre el poderoso Partido Comunista, y la Democracia Cristiana, llegando al gobierno con éstos en el llamado pentapartito para privar del acceso al poder de los comunistas.
En España no tuvimos oportunidad de decidir libremente hasta la muerte del dictador, y se reveló que el PCE, muy fuerte en la oposición al franquismo, no tenía nada que hacer frente al PSOE. Si en este caso pudiéramos hacer un análisis de la situación, tendríamos que ver los apoyos socialistas en la II República y los actuales. En la República, los apoyos le venían de las regiones y centros urbanos industriales (Madrid, Asturias, País Vasco, País Valenciano y los jornaleros andaluces no anarquistas). Esos apoyos le valían entre 2 y 4 millones de votos. En la nueva etapa democrática, el PSOE tiene, más los apoyos entre los trabajadores urbanos y rurales, los de la nueva clase media creada bajo el régimen dictatorial. Podría decirse que tiene los apoyos electorales clásicos, los trabajadores, más los que recogería un partido liberal progresista si existiera. Así es el resto de partidos socialdemócratas: su gran éxito fue la integración de clases para dar con partidos de izquierda, moderados, pero muy reformistas.
La caída de este modelo viene pareja a la crisis del sistema económico, los años 70 y 80. No fueron su inmediato declive, pero si los inicios, para mostrarse en toda su manifestación desde los 90. Porque la manifestación del declive fue la renovación misma en la derecha. La derecha había acabado por aceptar la intervención estatal en la economía y el Estado del Bienestar para dar nacimiento a una derecha, proclamada liberal, pero que nada tiene que ver con el antiguo liberalismo: inhibición total en la economía, privatización sistemática de todo lo público, rebajas impositivas a sus electores, esto es, las clases más ricas, y un profundo conservadurismo social en un nacionalismo étnico extremo, discriminación de las minorías y la ideología clasista más rancia. Todo empezó con Ronald Reagan en Estados Unidos, pero el mayor paradigma de esta nueva, y ahora vieja, derecha, es Margaret Thatcher. Una cosa que todos tenemos que aceptar, una cosa hicieron bien: los tuvieron bien puestos para atreverse a imponer sus programas. Otra cosa es que no compartimos sus postulados. Pero la izquierda no supo evitarlo, porque no supo actuar previamente. Y ahí comenzó la caída.
El hecho más dramático es la propia caída del socialismo italiano, cómplice de la Democracia Cristiana en los múltiples escándalos de corrupción sacados a la luz por Di Pietro en Manos Limpias. Se quedó al 1% como castigo y se inició la diáspora socialista en pequeños partidos. Curiosamente era el Partido Comunista, convertido en Democrático de Izquierda, quien ocuparía su lugar. Ni la unión socialista hace poco tiempo ha servido para volver a dar energía a algo en lo que los italianos no muestran confianza. Es un hecho curioso que un partido comunista renuncie a sus principios, acepte de nuevo la socialdemocracia y sea capaz de seguir siendo uno de los dos grandes partidos italianos, añadiendo ser capaz de unirse a democristianos progresistas y dejando fuera del parlamento a sus escisiones del comunismo ortodoxo. Visto que actualmente los partidos de la izquierda comunista en Italia, España y Francia estén en un apoyo electoral ridículo, creo que sería muy positivo que siguieran el mismo camino, porque eso sí sería de ayuda para una izquierda unida muy fuerte ante la derecha.
Y en Alemania la cosa cambia, la unión de los socialdemócratas descontentos con Schroeder y los antiguos comunistas del Este sí ha dado un partido de izquierda bastante considerable hasta en el Oeste. Ahí está la debilidad de la izquierda, pero, ¿por qué se divide? Por abandonar parte de sus postulados y bases clásicas. Ahí está toda la lista de Ciudadanos, UPyD, Die Linke… y la extrema derecha.
¿Hay acaso un modelo unificado? No, la Internacional Socialista se ha desvirtuado y vaciado para ser un foro de partidos totalmente independientes, que aplica su política independiente frente a los problemas existentes. Incluso medidas opuestas, como que el Labour Party apoye la reforma de las 65 horas y otros partidos europeos la rechacen, o cada uno mire a un nacionalismo propio en materia energética, o acepten la idea de la derecha de que la inmigración es negativa. Sin olvidar que se ha aceptado la existencia de la gestión privada de lo público. Es una política de parches a un sistema económico que demuestra una vez más sus crisis periódicas y ante la cual la izquierda no sabe proteger a su base, a las clases humildes.
La lógica de un partido de masas impone una estructuración en jerarquía, el crecimiento genera una burocracia inmensa, destinar unos grandes recursos al mantenimiento, y control, del propio partido, que ha derivado más en proteger a la cúpula dirigente de las bases, y a usar éstas en la manipulación y fraccionamiento de corrientes personalistas bajo una excusa ideológica. Todo se reduce a votos, números: clientelismo. Si pudiéramos coger una frase del argot comunista, la "decadente sociedad burguesa", en este caso los partidos de izquierda han heredado, y de ello no se excluyen ni los comunistas, algo "decadente burgués", el antiguo clientelismo, la vinculación personal y no ideológica. Al observar la historia, toda construcción es perfecta en su inicio, el tiempo lo degrada. El viejo imperio romano de Augusto, el imperio carolingio, la unión soviética… eran máquinas perfectas en manos de su creador, ellos sabían qué había que hacer y con quién debían contar. Pero pasados una generación esto no es así, y el mérito y la fortaleza se sustituyen irreversiblemente por el favor y la debilidad. Ése es un grave problema de los partidos socialistas, en un momento de crisis ideológica no son las ideas lo que sostienen al partido, y no es de extrañar las luchas personales (Blair-Brown en Gran Bretaña, el fraccionalismo italiano, Royal y los "elefantes" del socialismo francés…)… es, al final, la derrota del proyecto.
Creo sinceramente que la victoria de la izquierda pasa por el discurso fuerte, pero basado en la realidad, por eso no hay que tener miedo al abrir una reflexión. Y, sobre todo, la izquierda siempre ha sido la rebeldía contra el inmovilismo, otrora burgués, ahora de viejas jerarquías. Es en el mérito y en la eclosión de ideas donde está la solución a esta ecuación que es la victoria y futuro de la izquierda. Un liderazgo fuerte, basado en un proyecto más que en la persona que lo represente, porque al final esa persona que esté delante solo es la punta de un iceberg de personas e ideas.