La nueva gracia de Berlusconi es querer reformar los reglamentos de las cámaras del Parlamento italiano para permitir que los jefes de los grupos políticos voten por todos los diputados de su mismo partido. Esto, si fuera en el Club de la Comedia, podría darle algún aplauso. En la realidad, le han llovido críticas hasta de su mismo partido.
Pero no deja de ser algo sintomático, una evolución temida en esta degradación del sistema parlamentario, en el cual los partidos políticos acaban sustituyendo ejecutivo y legislativo, y en ocasiones el judicial, por las decisiones unilaterales de sus cúpulas dirigentes, sin posibilidad de control.
Si al final resulta que ejecutivo, legislativo y judicial acaban siendo responsables ante el partido, y la ciudadanía se la reduce a emitir un voto bajo la consigna de “los otros son peores”, ¿dónde queda garantizada la soberanía nacional, que reside en el pueblo?
Montesquieu ya señalaba que todo régimen político posee una tendencia autodestructiva, algo que también puede verse como permanente evolución. En realidad, la flexibilidad necesaria en toda estructura constitucional permite el desarrollo de prácticas políticas perniciosas y, posiblemente inevitables. Según el organigrama constitucional, el poder legislativo controla la acción de gobierno del ejecutivo. En la realidad, a esto se le añade que el ejecutivo está formado por el líder o líderes del partido o coalición gobernante, y estos partidos controlan a la mayoría parlamentaria con un argumento muy fuerte: el que se mueve no sale en la foto, como dijo acertadamente Alfonso Guerra en su día. El que se sale de la regla no repite en las listas.
Entonces, el siguiente paso es el berlusconismo, y sus ocurrencias. Con todo lo anterior expuesto, ¿no es lógico que lo siguiente sea pedir el voto en bloque, decidido por el jefe parlamentario? No sé por qué vendrá a mi recuerdo los Estados Generales del reino de Francia, donde el voto era por estamento y no por cabeza. ¡La reclamación del Tercer Estado, un hombre, un voto, se ve así rota!
Los diputados, representantes del pueblo en su conjunto, dejan de serlo para convertirse en simples números, simples reglas aritméticas para formar o quitar mayorías. Su otro extremo, siendo la Italia democristiana el mayor ejemplo, es el excesivo personalismo, que conlleva a la inestabilidad, el fraccionalismo exponencial y al trapicheo, siendo su máxima degeneración Tangentopolis. Ambos extremos, degeneraciones del parlamentarismo, se alejan de la ciudadanía, a la que se le otorga el "poder" de ratificar, cual plebiscito, las prácticas políticas.
No queda espacio para la reflexión, para los estadistas, el buen juicio o algún mínimo resquicio de virtud. Es, simple y llanamente, pasarse.
Rousseau defendía una ciudadanía cívica para evitar la degradación. Es ese punto el que menos se ha desarrollado en la democracia actual. Irónicamente, la democracia fue posible por la constante presión de los individuos, con masas tras ellos, más cívicos, o civicistas, que nosotros. Es quizá una de las ironías de la democracia, su muerte por éxito. En este caso, por ejemplo, Educación para la Ciudadanía alberga una ligera esperanza de crear ciudadanos cívicos… quizás por eso mismo es tan combatida por algunos sectores. La ciudadanía activa es una cura necesaria a esa degradación del sistema.
Pero no deja de ser algo sintomático, una evolución temida en esta degradación del sistema parlamentario, en el cual los partidos políticos acaban sustituyendo ejecutivo y legislativo, y en ocasiones el judicial, por las decisiones unilaterales de sus cúpulas dirigentes, sin posibilidad de control.
Si al final resulta que ejecutivo, legislativo y judicial acaban siendo responsables ante el partido, y la ciudadanía se la reduce a emitir un voto bajo la consigna de “los otros son peores”, ¿dónde queda garantizada la soberanía nacional, que reside en el pueblo?
Montesquieu ya señalaba que todo régimen político posee una tendencia autodestructiva, algo que también puede verse como permanente evolución. En realidad, la flexibilidad necesaria en toda estructura constitucional permite el desarrollo de prácticas políticas perniciosas y, posiblemente inevitables. Según el organigrama constitucional, el poder legislativo controla la acción de gobierno del ejecutivo. En la realidad, a esto se le añade que el ejecutivo está formado por el líder o líderes del partido o coalición gobernante, y estos partidos controlan a la mayoría parlamentaria con un argumento muy fuerte: el que se mueve no sale en la foto, como dijo acertadamente Alfonso Guerra en su día. El que se sale de la regla no repite en las listas.
Entonces, el siguiente paso es el berlusconismo, y sus ocurrencias. Con todo lo anterior expuesto, ¿no es lógico que lo siguiente sea pedir el voto en bloque, decidido por el jefe parlamentario? No sé por qué vendrá a mi recuerdo los Estados Generales del reino de Francia, donde el voto era por estamento y no por cabeza. ¡La reclamación del Tercer Estado, un hombre, un voto, se ve así rota!
Los diputados, representantes del pueblo en su conjunto, dejan de serlo para convertirse en simples números, simples reglas aritméticas para formar o quitar mayorías. Su otro extremo, siendo la Italia democristiana el mayor ejemplo, es el excesivo personalismo, que conlleva a la inestabilidad, el fraccionalismo exponencial y al trapicheo, siendo su máxima degeneración Tangentopolis. Ambos extremos, degeneraciones del parlamentarismo, se alejan de la ciudadanía, a la que se le otorga el "poder" de ratificar, cual plebiscito, las prácticas políticas.
No queda espacio para la reflexión, para los estadistas, el buen juicio o algún mínimo resquicio de virtud. Es, simple y llanamente, pasarse.
Rousseau defendía una ciudadanía cívica para evitar la degradación. Es ese punto el que menos se ha desarrollado en la democracia actual. Irónicamente, la democracia fue posible por la constante presión de los individuos, con masas tras ellos, más cívicos, o civicistas, que nosotros. Es quizá una de las ironías de la democracia, su muerte por éxito. En este caso, por ejemplo, Educación para la Ciudadanía alberga una ligera esperanza de crear ciudadanos cívicos… quizás por eso mismo es tan combatida por algunos sectores. La ciudadanía activa es una cura necesaria a esa degradación del sistema.
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