Europa es un gigante que no para de crecer y de poseer candidatos potenciales o declarados en todas su latitudes. Al este, Turquía, Croacia, Macedonia, Albania, Bosnia, Serbia y Montenegro. Al oeste, Islandia. Y al norte, Ucrania. La Unión es vista como el mayor factor de desarrollo de aquellos países asolados por antiguas guerras, dictaduras e inestabilidades políticas. Asimismo, esta visión se refuerza al convertirse en un paraguas contra la crisis económica, como en el caso de Islandia. El capital, las ideas y las personas circulan libremente por una Unión que atraviesa una crisis de identidad en el momento de mayor apogeo.
Sin embargo, en este paradigma de integración y desarrollo sólo un país recibe largas, Turquía, candidata desde 1999. Turquía, en los ocho años de gobierno del islamismo moderado, ha realizado un gran esfuerzo por cumplir todos los requisitos que la Comisión Europea ha ido recomendando desde entonces. Las reformas económicas y fiscales se han llevado a cabo, y sólo las reformas en materia de democracia y derechos humanos cojean, no hay que olvidar la represión al pueblo kurdo y a la ilegalización de sus partidos, así como el peligro latente de que una islamización radical de la sociedad pueda acabar con la tradición de modernización y secularización de Ataturk, así como una intervención militar, garante de esos pilares de la República turca.
Hace pocos días el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, en una visita a España, se quejaba de que la Unión Europea “nunca impuso a ningún país lo que nos exige a nosotros”. Francia y Alemania son dos de los grandes países miembros de la Unión que mantienen su negativa al ingreso de Turquía. Sus argumentos van desde el miedo a una gran inmigración turca (el mismo miedo que se tuvo con Rumania y Bulgaria, hecho que luego no ocurrió), al gran peso que tendría en la UE un país de más de setenta millones de habitantes, necesitado de grandes inversiones comunitarias. Todo ello se encuentra impregnado del miedo esencial: que Turquía sea el caballo de Troya de la islamización de Europa. Para justificar la negativa al ingreso turco, muchos esgrimen el argumento de que la Unión Europea es una unión de países cristianos. Ese argumento dejaría fuera también a países con una importante presencia musulmana, como Bosnia o Albania.
Estos argumentos ceñirían los límites de la Unión a aquellos países de cultura cristiana y encuadrados geográficamente en el continente europeo, además de poseer sistemas políticos democráticos. Con ello algunos Gobiernos y medios tratan de justificar la negativa a Turquía. Pero la situación en la contraria respecto a Israel. Hace un mes, el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, declaraba su deseo de que el país hebreo se convirtiera en un Estado miembro más de la Unión. Los requisitos cristianos y geográficos no cuentan aquí, ni siquiera los relativos a los derechos humanos, aspectos muy discutibles en el conflicto israelí con los árabes palestinos. ¿Qué justificación quedaría aquí? Que la Unión Europea es un club de países occidentales.
Occidente es un término muy ambiguo. Turquía ha sido un país encuadrado geográficamente en una parte de Asia más integrada históricamente en la economía y política europea, de cultura islámica y, desde Ataturk, de posicionamiento claramente occidental.
Otros analistas, para justificar la negativa a Turquía de un modo más “neutral”, defienden que la Unión detenga sus fronteras y se preocupe más por la profundización en la Unión que en la ampliación de la Unión. Motivos no les faltan, por la debilidad de las instituciones europeas frente a los Gobiernos nacionales. Pero Erdogan ya advierte de que su país pierde la paciencia y que Turquía es un actor esencial para la seguridad de los países de Oriente Medio y su democratización, presentando lo que ocurra en el futuro como ejemplo para toda una región histórica y económicamente muy presente en las relaciones internacionales.
Muy interesante post, Javi. Me parece un análisis realista y muy entendible para los que no somos muy entendidos.
ResponderEliminarSon muchos los que justifican la no entrada en Europa debido la tema de los derechos humanos, todo ello relacionado con los Kurdos, pero quizás eso es lo que nos quieren vender los defensores del no a Turquia.
La verdadera razón del no, es la entrada de un país eminentemente islamista(entendido como segudores del Islam como religión).
¿Porque NO? ¿es que acaso no buscamos una Unión por encima de las ideologias, politicas y religiones?
La no-inclusión de Turquia representa todos los defectos de la UE que anda buscando su identidad y que no da con ella.
Ni siquiera articula una respuesta conjunta para una salida global de la crisis.
La UE nunca será una potencia a no ser que aune las diferentes sensibilidades de los estados miembros, y dia a día nos muestra su debilidad.
So firme creyente en Europa, pero una Europa sin valores no la quiero. Que nos expliquen el BETO a Turquia.
Me gusta tu aportación. Yo haría una sentencia muy firme: para Turquía, la vía europea es el único camino que la separa de toda la inestabilidad de Oriente Medio, de seguir el camino de Irán o de convertir el país en un nuevo Irak por el conflicto con el PKK.
ResponderEliminarDesde mi punto de vista el problema de todo está en -como bien señaláis- que la UE aún no ha conseguido definir lo que quiere ser. Se habla mucho de unión, de intereses y de mercado -sobre todo de mercado- común, pero luego cada país va por su lado.
ResponderEliminarNo creo que sea el momento de plantearse la incorporación de Turquía. No en un momento en que ni siquiera sabamos adónde va la propia UE.
Solo un apunte al comentario de Borja.
ResponderEliminarEl término para definir a los seguidores del Islam como religión no es "islamista" sino "musulmán". Por "islamista" se entiende más bien a aquel que reivindica la shari'a como base del Estado. Esto quiere decir que no todos los musulmanes son islamistas, ni mucho menos.
Es una diferencia importante que debe tenerse en cuenta antes de abordar temas como el de la inclusión de Turquía.
La UE; en realidad, es una Unión de Mercaderes, la libre circulación de personas llegó mucho después que la de las mecancias y de los capitales, pasando por la de los trabajadores; y aún hoy, estamos en proceso de la de libre circulación del conocimiento con el Plan Bolonia, tras lo enriquecedor de la experiencia Erasmus, por lo que estoy de acuerdo con Iván: "que la UE aún no ha conseguido definir lo que quiere ser. Se habla mucho de unión, de intereses y de mercado -sobre todo de mercado- común, pero luego cada país va por su lado."
ResponderEliminarMientras en España caminamos a dividir políticas con las autonomías: salud, mercado, justicia... a Europa aún le queda mucho por unir en política fiscal, defensa...
Cuando los "mercaderes" se fijaron en integrar Turquía fue por la deslocalización, a menores costes de producción, de empresas de poco valor añadido: electrónica de consumo, textil, marcas blancas...; con la apertura de los países de economía dirigida en Europa del Este, por su colapso; y la globalización, que ha convertido a China en el taller del mundo, los motivos para mirar a una Turquía integrada han perdido peso y se impone la realidad: Turquía NO es un país europeo, el enclave geográfico de Estambul es pura anécdota, y culturalmente tampoco; la revolución de Ataturk, A PUNTO DE CUMPLIR UN SIGLO, no la ha modernizado como a un país europeo: tras una guerra devastadora, Alemania, Francia, Italia... o la misma Rusia.
"Decía Unamuno: “Cristianismo es filosofía griega y Derecho romano”. Europa es cristiana."
http://www.albadigital.es/2009/10/26/religion/%E2%80%9Csoy-un-ateo-catolico%E2%80%9D/?cp=1
Recomiendo leer ese corto artículo.
¿Qué le queda a Turquía de esa riqueza de filosofía griega del helenísmo? El islam, con su "libro de instrucciones" es devastador culturalmente. Es el cristianismo, con su libertad de espíritu: "la letra mata, el espíritu vivifica" es el motor de progreso.
Hoy ha dicho Sampedro que Europa no existe, que está pero no es la misma. Todo está cambiando y nosotros seguimos un poco creyéndonos el centro del mundo, cuando Europa está bastante alejada de las decisiones mundiales.
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