Confieso no haber sentido interés por seguir el debate del estado de la nación de este año. No lo he visto en directo, y sólo ahora he visto los discursos por la web de RTVE y leído algunos discursos y reacciones al debate.
El presidente del Gobierno ha adoptado un tono de sacrificio de él, su Gobierno y el Partido Socialista, un aspecto de estadista que mira antes por los intereses de la nación que los partidistas, confiado en el amplio apoyo que el Partido Socialista consiguió en 2008 en las elecciones generales. Sinceramente, a tenor de lo leído y visto, el verdadero estado de la nación no se ve en estos dos días, sino que hay que retrotraerse a cuando Zapatero presentó al Congreso el plan de recorte el 12 de mayo de este año, comparecencia parlamentaria de mayor trascendencia.
Ayer y hoy vemos y leemos un debate gris, la condensación frívola de la actualidad más destacada: victoria de la selección, sentencia del Estatuto catalán, los refugiados políticos de Cuba y mucha, mucha demagogia. Demagogia, ¡cómo no!, en el discurso de Rajoy: no hay alternativa al Gobierno de Zapatero, sólo oportunismo, mentiras y falta de soluciones. Del resto de fuerzas políticas, todas han cumplido el papel que vienen jugando, cada uno barriendo para sus intereses propios y obviando los ajenos, esto es, de los ciudadanos en conjunto.
Sí, Zapatero ha vuelto a repetir que reconoce sus errores, buscando en su sacrificio la redención que sólo le podrán dar los ciudadanos en unas elecciones o la historia, cuando la escriban los futuros historiadores. No es suficiente la autocrítica, sino hechos: resultados económicos, cifras de empleo, educación (apartado que en el discurso aguardaba para el final, sin más que unas pocas intenciones y datos, pero sin mencionar el fracaso escolar u otros temas de relevancia, como el papel de los padres, la autoridad del profesorado, la educación para la ciudadanía...).
Sin duda, Zapatero ha sido más humilde, más realista, con más sentido de gobierno. Rajoy ha vuelto a mostrar su dominio del discurso parlamentario para no decir nada, palabras llenas de humo y demagogia. Partido de los trabajadores, pero contra los trabajadores. Partido del Estado del bienestar, pero destruyendo el Estado del bienestar. Zapatero ha ganado el debate, quizás más por deméritos ajenos que méritos propios, lo cual es una pena. Sin estadistas a ambos lados del arco parlamentario, sin confianza, sin calidad democrática, este es el debate del estado de la nación más huero de la era Zapatero. No son a elecciones generales a lo que hay que acudir, sino a un poco de sensatez general. Con una débil confianza en el presidente más progresista de nuestro país: "tomaré las decisiones que España necesita aunque sean difíciles (...) cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste". Que sea verdad.
Como apunte, prefiero las noticias de un país hermano de América Latina, de donde vienen noticias más históricas y trascendentales para la historia que las que tenemos aquí en España.
El presidente del Gobierno ha adoptado un tono de sacrificio de él, su Gobierno y el Partido Socialista, un aspecto de estadista que mira antes por los intereses de la nación que los partidistas, confiado en el amplio apoyo que el Partido Socialista consiguió en 2008 en las elecciones generales. Sinceramente, a tenor de lo leído y visto, el verdadero estado de la nación no se ve en estos dos días, sino que hay que retrotraerse a cuando Zapatero presentó al Congreso el plan de recorte el 12 de mayo de este año, comparecencia parlamentaria de mayor trascendencia.
Ayer y hoy vemos y leemos un debate gris, la condensación frívola de la actualidad más destacada: victoria de la selección, sentencia del Estatuto catalán, los refugiados políticos de Cuba y mucha, mucha demagogia. Demagogia, ¡cómo no!, en el discurso de Rajoy: no hay alternativa al Gobierno de Zapatero, sólo oportunismo, mentiras y falta de soluciones. Del resto de fuerzas políticas, todas han cumplido el papel que vienen jugando, cada uno barriendo para sus intereses propios y obviando los ajenos, esto es, de los ciudadanos en conjunto.
Sí, Zapatero ha vuelto a repetir que reconoce sus errores, buscando en su sacrificio la redención que sólo le podrán dar los ciudadanos en unas elecciones o la historia, cuando la escriban los futuros historiadores. No es suficiente la autocrítica, sino hechos: resultados económicos, cifras de empleo, educación (apartado que en el discurso aguardaba para el final, sin más que unas pocas intenciones y datos, pero sin mencionar el fracaso escolar u otros temas de relevancia, como el papel de los padres, la autoridad del profesorado, la educación para la ciudadanía...).
Sin duda, Zapatero ha sido más humilde, más realista, con más sentido de gobierno. Rajoy ha vuelto a mostrar su dominio del discurso parlamentario para no decir nada, palabras llenas de humo y demagogia. Partido de los trabajadores, pero contra los trabajadores. Partido del Estado del bienestar, pero destruyendo el Estado del bienestar. Zapatero ha ganado el debate, quizás más por deméritos ajenos que méritos propios, lo cual es una pena. Sin estadistas a ambos lados del arco parlamentario, sin confianza, sin calidad democrática, este es el debate del estado de la nación más huero de la era Zapatero. No son a elecciones generales a lo que hay que acudir, sino a un poco de sensatez general. Con una débil confianza en el presidente más progresista de nuestro país: "tomaré las decisiones que España necesita aunque sean difíciles (...) cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste". Que sea verdad.
Como apunte, prefiero las noticias de un país hermano de América Latina, de donde vienen noticias más históricas y trascendentales para la historia que las que tenemos aquí en España.
Esta vez tengo poco con lo que discrepar contigo, porque el análisis está muy claro...;P
ResponderEliminarLo único, que ZP y Rajoy no me parecen malos estadistas. Ambos creo que tienen una capacidad intelectual y un conocimiento de los asuntos de Estado bastante aceptable; el problema es precisamente que son malos políticos. No saben inspirar confianza a la población ni vender sus ideas con convicción. No son capaces de unir a la sociedad en un ideal ni indicar un camino. No saben, en fin, ser un líder político. Ambos hablan y actúan como consejeros-delegados.
Estoy seguro que Ronald Reagan era intelectualmente muy inferior a ZP o Rajoy, pero lideró la salida neoliberal a la crisis de los 70 porque supo galvanizar a toda la sociedad con sus convicciones. Carter es superdotado, pero falló. Edward Heath o Harold Wilson también eran brillantes, pero fracasaron miserablemente a la hora de prevenir la descomposición social del Reino Unido bajo su mandato; Churchill, en cambio, era capaz de conmover a toda la nación a pesar de las anfetaminas y el scotch con los que combatía su tendencia a la depresión. Willy Brandt hizo más por Alemania arrodillándose en Vasovia que cualquier sesudo análisis sobre la östpolitik; cuatro palabras le bastaron a Reagan para conmover los cimientos del equilibrio europeo (para bien): "Tear down this wall". ¡¿Dónde se ha metido esa clase de políticos?!
Estoy seguro que en la Moncloa hay cientos de asesores brillantes y que ZP se deja las cejas leyendo informes...pero igual que ahora el país está en una depresión colectiva (González dixit) de forma irracional, hace falta este tipo de líder político que sepa apelar a nuestros "animal spirits" irracionales para que recuperemos la fe en nuestras instituciones.
Sé que mi afirmación suena rara pero..necesitamos más políticos (de verdad).