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jueves, 10 de noviembre de 2011

Debate a dos y a cinco


Viendo los debates que se están desarrollando en algunas de las elecciones españolas, podemos dictaminar que los debates de 1993 fueron un gran éxito: salieron tan bien, influyeron tanto en el electorado que algunos no quisieron volver a repetirlos; o permitir unos debates light, encorsetados, aburridos, limitados... nada que ver con otros países donde existen multitud de debates, incluso entre candidatos de un mismo partido, o más dinámicos.

El debate del lunes entre los dos principales partidos transcurrió, a grandes rasgos, como lo esperado. Rajoy intentó no perder terreno y no arriesgarse, de ahí que sus propuestas fueran apenas débiles esbozos, más bien cuestiones teóricas en las que todos estamos de acuerdo. ¡Cómo no vamos a estarlo, cuando es simple que a más empleo, más ingresos! ¡Ese es justamente el problema que tenemos ahora mismo! Ahora bien, no dio respuestas concretas, excepto alguna ayuda a las PYMEs y cuestiones del IVA, música que suena muy bien, pero con el fondo de bajadas de impuestos y los consiguientes recortes.

Rubalcaba tenía una losa muy pesada que ya le impedía ganar, de entrada, el debate: la pésima situación económica. Con todo, su baza era desarmar el programa oculto de los conservadores. Era una estrategia peligrosa: la impresión que me dio, en algún momento, es que nos estaba relatando el programa de humo -pero programa, al fin y al cabo- del PP, y sus propuestas de transformar el ICO, en la contratación, mejoras en I+D+i, servicios públicos, etcétera, quedaba diluido intentando pillar en un renuncio a Rajoy. Tampoco, claro podía darle muchas alas a su adversario, que salió con un esperado "¿y por qué no hizo todo eso en estos últimos años?"

Durante buena parte del debate, Rubalcaba marcó la agenda, llevando la ofensiva, aunque Rajoy intentó no seguirle el juego y, cuando pudo, este supo embrollarle en las neblinas que leía en sus chuletas, como el tema de las diputaciones para no tener que hablar del matrimonio del mismo sexo, aunque al final tuvo que entrar; no sé si hizo bien, porque me dejó preocupado su afán por crear ciudadanos de segunda clase que se pueden "unir", pero no casar.

Rubalcaba dio una impresión de conocer más su programa que el propio Rajoy, que tenía que leer hasta sus propuestas, recordándonos aquella vez que no recordaba las medidas de su partido para crear empleo. No se puede tener mucha confianza en un candidato que no sabe lo que propone. En definitiva, Rubalcaba tenía difícil, si no imposible, ganar; pero podía haber hecho más. Añado un gran suspenso para los dos candidatos por dedicarle a la Unión Europea como proyecto europeo o a las relaciones internacionales apenas unos breves instantes del final.


En el debate a cinco de ayer, de entrada diré el enorme acierto de permitir que fuera Izquierda Unida, representada por Gaspar Llamazares, la que representara el grupo parlamentario que creó con Esquerra Republicana. A juzgar por la intervención de los otros dos grupos nacionalistas, PNV y CiU, el debate hubiera quedado desfigurado entre los dos grandes partidos nacionales y la intervención de los nacionalistas, sesgada sólo para sus más cercanos conciudadanos -lógico, por otra parte; sólo se presentan en una parte limitada de nuestro país-. Lo mismo digo si en vez de ir Gaspar Llamazares hubiese ido Cayo Lara, que no le llega ni a la suela del zapato en cuanto a argumentaciones y réplicas.

Sí es cierto que los dos partidos nacionalistas hablaron -a veces- de temas más generales, pero para ir de inmediato a los problemas de su región. Y no es cierto que en el debate a dos no se hubiera hablado de Cataluña o Euskadi; por supuesto que se habló, porque se hablaron de los problemas que afectan a nuestro país, donde a día de hoy Cataluña y Euskadi son parte integrante del mismo, aunque no les guste, pero ellos no representan la totalidad de sus regiones. A falta de renovar las Cortes, 9 de los 18 diputados vascos y 25 de los 47 catalanes, así como 9 de los 12 senadores por Euskadi y 8 de los 20 por Cataluña pertenecen al grupo socialista.

Ya Josu Erkoreka, del PNV, reconoció que no era el único vasco del debate pero sí el único que tenía un programa "pensado en Euskadi, por Euskadi y para Euskadi", lo que no estaría mal en unas elecciones regionales, pero el día 20 de noviembre elegimos diputados que representan a toda la nación. Ramón Jáuregui, vasco con orgullo y orgullo para todos los españoles, no sólo hablaba por y para Euskadi, hablaba por y para toda España. A diferencia de Rubalcaba, Jáuregui sí reivindicó la labor del gobierno de Zapatero por resolver, aunque infructuosamente, el golpe de la crisis a la economía española; también reivindicó la labor del gobierno en cuanto a derechos sociales y vertebración del Estado autonómico como garante de su pluralidad social y cultural.

Junto con Jáuregui, y como dije antes, Llamazares fue el otro acierto del debate. Es más, incluso para mí fue el verdadero ganador, capaz de obviar el radicalismo demagogo del programa electoral de Izquierda Unida y, frente al nacionalismo de Pere Macias y de Erkoreka, él vino a "hablar de las personas". También fue ganador por encima de Gallardón, al que debió resultar irónico defender que el PP arregla la economía cuando los recortes de las comunidades gobernadas por los conservadores, las de antes y las nuevas desde este año, siguen creando parados y recortando los servicios públicos, aparte del insulto malsano a los madrileños, a los que deja una deuda astronómica que será -y ya es- difícil de pagar.

En definitiva, para el debate a cinco, mi reconocimiento a Llamazares por su discurso de izquierda, socialdemócrata, sí, porque era más realista que el que enarbola ahora su partido, lo que no deja de ser una desgracia por la estirilidad de su triunfo dialéctico.

Un dato: en las elecciones de 2008 ya flotaba sobre el ambiente el fantasma de la crisis, y se celebró un debate económico entre el ministro de economía, Solbes por entonces, y el "ministrable" conservador, Manuel Pizarro. En 2011, cuando la economía es la principal preocupación de los españoles, ni existe un debate monográfico de economía ni existen ministrables reconocidos en uno y otro partido.

Otro dato: la ambigüedad calculada de los conservadores respecto al matrimonio del mismo sexo es preocupante, y las referencias de portavoces del PP en los medios infunden más temor que tranquilidad. Hay que dejarlo bien claro: los derechos no se crean, se reconocen, y no se pueden eliminar. No se pueden crear ciudadanos de segunda, el derecho a la vida es también el derecho a vivirla como queremos, sin hacer daño a los demás. Todos los derechos reconocidos son innegociables.

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