Para nosotros, los europeos, la Historia ha girado siempre en torno a Europa. Europa ha tenido un gran proceso histórico, ha perseguido una búsqueda del equilibrio entre potencias y desarrollado grandes conflictos por la hegemonía económica, militar o ideológica. La religión y las ideologías han jugado en el terreno de lo bélico muchos siglos. Ahora, el equilibrio europeo pasa por su unión.
Desde el siglo XIX se teorizó sobre la unión de los países europeos, como Estados Unidos de Europa a semejanza de los Estados Unidos de América. En el siglo XX, ya lo defendió el primer ministro británico Winston Churchill en su famoso discurso de Zúrich de 1946. En el siglo XXI, el primer ministro belga Guy Verhofstadt también lo ha defendido en su libro Verenigde Staten van Europa (Estados Unidos de Europa).
El debate de los primeros años de la Europa Unida ha girado en torno a las posiciones federalistas y funcionalistas. ¿Cómo debía ser la construcción europea? Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, dijo Robert Schuman en su declaración de 1950.
Se impusieron las tesis funcionalistas: la Europa Unida, la CECA y la CEE en los primeros tiempos, se construyó poco a poco y sin querer llegar a la idea de un modelo federal. Los progresivos tratados de la Unión han sido la consecución de los plazos marcados de cada etapa, hasta llegar al Tratado de Maastricht y la denominación de la Unión Europea. Maastricht es un antes y un después, donde ya no sólo tiene cabida una unión económica, sino una unión donde la ciudadanía reclama presencia y poder de decisión, y una unión política. Esta última idea es la que levanta más opiniones favorables y contrarias.
El proceso de construcción europea ha querido encontrar semejanzas en el proceso fundacional de los Estados Unidos de América. Las semejanzas son pocas: Europa está conformada por varias naciones y Estados con un sentimiento de identidad muy fuerte, que vienen de una historia que se remonta a los romanos, las invasiones árabes y las guerras de religión. Esto no se dio en América, donde prácticamente se empezó de cero, de unas colonias recién independizadas de la metrópoli británica.
La Unión Europea actual se parece más a las Trece Colonias del Congreso Continental, territorios agrupados en una confederación débil y provisional. Pero los padres de la Patria americana supieron ver con buen tino que esa unión era demasiado precaria para que sobreviviera, y acertaron en refundarla en una unión federal. La unión hace la fuerza, el Estado se creó antes que la nación, al revés que Europa.
La Unión Europea parece querer ir por ese camino, pero tanto los Estados como los ciudadanos son reticentes a dar el paso. Primero por el sentimiento nacional, segundo porque los ciudadanos no apoyan un modelo burocrático que sienten alejado de sus problemas. El problema al que se enfrenta la Unión Europea es que es vista como una unión de Gobiernos.
Ahora, cuando se está a punto de celebrar elecciones al Parlamento Europeo, los distintos Gobiernos europeos y las instituciones comunitarias dan por sentado una gran abstención electoral. Para intentar paliar eso se ha hecho una fuerte publicidad institucional llamando a votar. Pero quizás el mejor método para que la ciudadanía se involucre pasa por una toma de conciencia de la realidad. ¿Qué quiere el ciudadano europeo? ¿Por qué se negaron los holandeses y franceses a la Constitución europea? ¿Por qué los irlandeses dijeron no al Tratado de Lisboa?
Hay que ver qué significan esos dos tratados. La Constitución fue una tentativa federalista, débil. El Tratado de Lisboa es una propuesta funcionalista, acordada por los Gobiernos europeos. Los ciudadanos no se han visto representados en ninguno de los dos, porque siguen sin dotar de un contenido social y participativo a la Unión.
Un proceso de Unión Europea no puede hacerse, en la era de masas y de la globalización sin la participación de los ciudadanos. El camino es siempre más Europa, y pensar muy seriamente que los respectivos Gobiernos deben ceder sus intereses nacionales por los intereses paneuropeos y dotar a la Unión de instituciones con más competencias y más presencia, hacia una unión federal irreversible.