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sábado, 27 de febrero de 2010

Los límites de la UE


Europa es un gigante que no para de crecer y de poseer candidatos potenciales o declarados en todas su latitudes. Al este, Turquía, Croacia, Macedonia, Albania, Bosnia, Serbia y Montenegro. Al oeste, Islandia. Y al norte, Ucrania. La Unión es vista como el mayor factor de desarrollo de aquellos países asolados por antiguas guerras, dictaduras e inestabilidades políticas. Asimismo, esta visión se refuerza al convertirse en un paraguas contra la crisis económica, como en el caso de Islandia. El capital, las ideas y las personas circulan libremente por una Unión que atraviesa una crisis de identidad en el momento de mayor apogeo.


Sin embargo, en este paradigma de integración y desarrollo sólo un país recibe largas, Turquía, candidata desde 1999. Turquía, en los ocho años de gobierno del islamismo moderado, ha realizado un gran esfuerzo por cumplir todos los requisitos que la Comisión Europea ha ido recomendando desde entonces. Las reformas económicas y fiscales se han llevado a cabo, y sólo las reformas en materia de democracia y derechos humanos cojean, no hay que olvidar la represión al pueblo kurdo y a la ilegalización de sus partidos, así como el peligro latente de que una islamización radical de la sociedad pueda acabar con la tradición de modernización y secularización de Ataturk, así como una intervención militar, garante de esos pilares de la República turca.


Hace pocos días el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, en una visita a España, se quejaba de que la Unión Europea “nunca impuso a ningún país lo que nos exige a nosotros”. Francia y Alemania son dos de los grandes países miembros de la Unión que mantienen su negativa al ingreso de Turquía. Sus argumentos van desde el miedo a una gran inmigración turca (el mismo miedo que se tuvo con Rumania y Bulgaria, hecho que luego no ocurrió), al gran peso que tendría en la UE un país de más de setenta millones de habitantes, necesitado de grandes inversiones comunitarias. Todo ello se encuentra impregnado del miedo esencial: que Turquía sea el caballo de Troya de la islamización de Europa. Para justificar la negativa al ingreso turco, muchos esgrimen el argumento de que la Unión Europea es una unión de países cristianos. Ese argumento dejaría fuera también a países con una importante presencia musulmana, como Bosnia o Albania.


Estos argumentos ceñirían los límites de la Unión a aquellos países de cultura cristiana y encuadrados geográficamente en el continente europeo, además de poseer sistemas políticos democráticos. Con ello algunos Gobiernos y medios tratan de justificar la negativa a Turquía. Pero la situación en la contraria respecto a Israel. Hace un mes, el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, declaraba su deseo de que el país hebreo se convirtiera en un Estado miembro más de la Unión. Los requisitos cristianos y geográficos no cuentan aquí, ni siquiera los relativos a los derechos humanos, aspectos muy discutibles en el conflicto israelí con los árabes palestinos. ¿Qué justificación quedaría aquí? Que la Unión Europea es un club de países occidentales.


Occidente es un término muy ambiguo. Turquía ha sido un país encuadrado geográficamente en una parte de Asia más integrada históricamente en la economía y política europea, de cultura islámica y, desde Ataturk, de posicionamiento claramente occidental.


Otros analistas, para justificar la negativa a Turquía de un modo más “neutral”, defienden que la Unión detenga sus fronteras y se preocupe más por la profundización en la Unión que en la ampliación de la Unión. Motivos no les faltan, por la debilidad de las instituciones europeas frente a los Gobiernos nacionales. Pero Erdogan ya advierte de que su país pierde la paciencia y que Turquía es un actor esencial para la seguridad de los países de Oriente Medio y su democratización, presentando lo que ocurra en el futuro como ejemplo para toda una región histórica y económicamente muy presente en las relaciones internacionales.

jueves, 25 de febrero de 2010

¿Se puede justificar un golpe de Estado?

Hermann Tersch hace una curiosa forma de “memoria histórica”, propia y ajena. Califica a Carrillo como “criminal absuelto por la amnistía de 1977”. Es curioso esa interpretación miope de la realidad, donde no sólo acusa sin pruebas (y sin pruebas no hay nada que hacer, y los panfletos de César Vidal valen tanto de prueba como el papel de Scottex), sino que también se retrata a sí mismo, ya que él era miembro del PCE vasco en esos años. Seguidor de un criminal, ni nada menos. Pero la ley de amnistía, como dice Txiki Benegas, era una “ley de punto final en virtud de la cual nada de lo ocurrido entre el 18 de julio de 1936 y el 15 de junio de 1977 podría ser objeto de reclamación”. Sobre esta ley de amnistía hay mucho que hablar, así que lo dejo para otro momento.


Para este paranoico periodista, hay golpes de Estado buenos. Para ello pone los ejemplos del propio 18 de julio de 1936, o el de Chile de 1973. Esto nos llevaría a preguntarnos, ¿hay realmente golpes de Estado buenos? Esto puede ir muy en línea con todos estos golpes que estamos viendo en Honduras, Níger o Mauritania, entre otros. ¿Han resultado buenos?


En Historia y en política hay hechos objetivos, que sean malos o buenos es ya subjetivo. Lo que podemos decir, siguiendo nuestros intereses o pasiones, son cosas subjetivas. Por ello, los progresistas podemos pensar que el 18 de julio era malo o que la revolución cubana fue algo inevitable en su momento. Pero hay que superar a estos miopes, hay que ir más allá de esos intereses y ver la verdad, guste o no.


Esos golpes, como actos humanos, responden a intereses. ¿De quienes? Élites descontentas (burgueses, militares, intelectuales…), excluidas del poder injustamente (en su opinión) y con el derecho a participar en el poder. Que las élites que apoyaron al golpe del 18 de julio estaban viendo peligrar sus propiedades y antiguas posiciones porque no supieron resolver el problema agrario y obrero es un hecho, como lo es que su respuesta no fue un compromiso, sino enrocarse en su posición, y lo mismo se puede aplicar en el Chile de 1973. Que las clases medias e intelectuales cubanas veían que la corrupción del régimen de Batista estaba provocando la miseria social y cercenando la soberanía a favor de Estados Unidos es otro hecho.


Entonces, en estos países africanos o latinoamericanos, donde se están o estaban reconfigurando el poder de las élites, para el reforzamiento del presidente y su clientela directa, hace que el órgano de represión del sistema, el ejército, actúe y restablezca lo “bueno”.


Para ser más objetivos, no existe bien ni mal, sino lo beneficioso y lo perjudicial. ¿Qué era el Chile de Allende? ¿Acaso no era beneficioso para las clases oprimidas desde siempre, y no era perjudicial para los intereses económicos de las clases opresoras o del imperialismo norteamericano? ¿Sí o sí?


Animo a pensar de forma más creativa. Por ello, quiero plantear una reflexión sobre lo que más nos duele, el 18 de julio. Y hay que decir que, si era históricamente inevitable, ojalá hubiera triunfado. Lo digo porque nos hubiéramos evitado años de guerra, de dictadura y de penuria. Lo digo porque el régimen republicano se habría mantenido. En este país fracasaron todos. Fracasaron los unos para sacar adelante las reformas sociales que los trabajadores españoles demandaban, no por capricho, sino por supervivencia. Fracasaron los otros por no ceder a la realidad, a la irrupción de las masas y a las cuestiones sociales.


El 18 de julio, con todos sus antecedentes y todos sus derivados, es la demostración palmaria del fracaso de los españoles, el fracaso de no tener estadistas y el fracaso por ver más allá de nuestras narices.

miércoles, 24 de febrero de 2010

El régimen cubano mata a Orlando Zapata

Orlando Zapata, albañil y disidente cubano, ha muerto tras 85 días de huelga de hambre. Independientemente de si hay que alimentar a la fuerza o no a una persona que toma esa decisión, el régimen lo ha matado. Lo ha matado con su calculada lentitud de permitir el deterioro de su salud y, finalmente, lo ha matado porque el régimen cubano está matando la libertad de las personas. Orlando Zapata sabía las consecuencias que podía tener esa decisión y, por ello, es un mártir por la libertad y el respeto de los derechos humanos, aunque sean para respetar sus derechos como recluso.


Vamos a dar por superadas las legitimaciones del régimen en materias sociales, su fracaso por dar una vida digna, material y de espíritu, a los cubanos le arrebata cualquier legitimidad. La libertad personal y colectiva, así como el bienestar material, no son materias prescindibles en búsqueda de un mundo mejor, en ese régimen y en cualquier otro, sea por el socialismo sea por la libertad económica. Parece que seguimos olvidando que el protagonista de la Historia es el hombre, y no la economía o la doctrina, materias subordinadas a la humanidad, y ésta a la naturaleza, aunque no lo piense Ana Botella.


Lula da su apoyo al régimen cubano. ¿Y por qué? Porque ha causado un gran revuelo en el mundo tras la muerte de Zapata. Los motivos de Lula son débilmente ideológicos (pues comparte los ideales originarios de la revolución, algo que muchos podemos estar de acuerdo, pero que se han subvertido con la evolución de la dictadura) y más políticos, puesto que representa a la nueva potencia emergente y rival de Estados Unidos en la hegemonía en el sur de América, y la cuestión cubana le proporciona los apoyos de los regímenes afines al castrismo.


Lula sueña con convertirse en el gran estadista latinoamericano del siglo XXI, y seguramente así quede para la Historia. La ayuda económica que proporciona a Cuba está, en su mente, para propiciar el desarrollo económico de la isla y así abrir la puerta a la posibilidad de la democratización del régimen. Que quede en el recuerdo no sólo el ascenso de Brasil a gran potencia regional, sino también las bases para el reforzamiento de la democracia en América Latina.


Por otro lado, ¿está la comunidad internacional legitimada para reprocharle algo a Lula? Puesto que las grandes potencias del planeta dan su apoyo, colaboran o aceptan regímenes autoritarios, no sólo de la talla de China, sino también de aquellos pequeños países cuya hipotética inestabilidad pudiera desestabilizar los mercados mundiales de materias primas o las rutas comerciales (uranio nigerino, bauxita guineana, gas argelino, etcétera). No es el papel de la comunidad internacional de Estados reprochar nada, ése es el papel de la sociedad civil.


¿Por qué ha de sufrir la sociedad cubana por el régimen? Estoy en contra del bloqueo económico, que no hace sino mantener el control de la élite sobre la sociedad, favorece la corrupción y el empobrecimiento de las clases más humildes. Es muy hipócrita la política internacional de muchos países respecto a los regímenes autoritarios, distinguiendo buenos de facto de "malos".


PD: no quiero hablar de ese tal John Cobra, no vamos a darle pábulo para que viva del cuento a costa de nosotros. “Los directos son así”, dijo Alberto Oliart en el Senado, y aquí se debería zanjar. Lo que sí quiero hacer una breve reflexión sobre las cuentas de Francisco Camps, su situación económica me hace recordar que Esperanza Aguirre decía que no llegaba a fin de mes. ¿Ése es todo el patrimonio de Camps? ¿O es sólo su patrimonio en España?...

martes, 23 de febrero de 2010

China (y IV): La ideología del régimen chino, ¿autoritarismo o totalitarismo?


La ideología oficial del régimen Chino se construye a través de interpretaciones de Marx, Lenin y Mao que hizo Deng Xiaoping con sus propias aportaciones para justificar el dominio del PCCh sin romper con la legitimidad que le otorga el pasado y unirlo a la legitimidad que le otorga la eficacia económica. La recuperación de la teoría de fases económicas marxista explica así que se empleen métodos capitalistas argumentando que con ello se posibilita la creación del socialismo en un futuro abierto, sin fecha definida.


De Lenin, a través de Mao, el PCCh justifica su mantenimiento como un aparato burocrático, con el control de los medios de coacción para mantenerse en el poder, unido a la incorporación de la nueva clase empresarial para ampliar su base social. El control del poder por el partido es muy rígido y no admite discusiones o protestas sociales, que son duramente reprimidas. Aquí también argumenta su legitimidad en que es el único garante de la unidad del Estado, del desarrollo económico y de la paz social (en la línea de la teoría del tutelaje de Dahl). Teóricamente, mantiene todos los postulados del marxismo leninismo (control del poder por el partido, control del partido por una minoría revolucionaria, ideario comunista) pero en la práctica los transforma en conceptos más confucianos de respeto a la autoridad.


Sobre la naturaleza autoritaria o totalitaria del régimen, es muy difícil dictaminarlo claramente. Combina aspectos totalitarios con los propios del autoritarismo burocrático, que es a lo que tiende. El PCCh controla todos los ámbitos de poder desde lo más local o lo más nacional por una estructura paralela a la del Estado, de tal modo que éste no toma directamente las decisiones sin la aprobación de la sección correspondiente del partido. Pero el control no es únicamente Estado-partido o de arriba-abajo, sino que el PCCh no es un todo monolítico sino una coalición de redes clientelares formadas por la nueva élite empresarial privada, los empresarios del sector público y los dirigentes regionales, que básicamente comparten el actual modelo del sistema y no lo discuten, y es en él donde compiten moderadamente entre sí por conseguir influencia política y la extensión de sus redes.


El sistema es totalitario en sentido que el PCCh controla todos los ámbitos de la vida pública y económica, pero porque reúne en sus filas a las élites políticas y económicas de la sociedad; es autoritario y no totalitario en sentido que su dominio sobre la sociedad se va basando cada vez menos en el terror, en que las élites interactúan en el seno del partido y, si bien el sistema no es en absoluto democrático, está atento a la opinión pública, al menos de los sectores pujantes de la economía. En este caso quiero señalar un aspecto que leí hace poco en un artículo de Robert Fogel en la revista Foreign Policy (nº37 febrero/marzo de 2010, pps. 80-85)), “123.000.000.000.000 $”, donde señala el debate en el seno de la Sociedad de Economistas Chinos sobre cuestiones de diversa índole económica o social, hablar de la planificación y conseguir recoger la atención del Gobierno para escuchar sus opiniones.


El poder del partido es progresivamente más “blando” en la búsqueda de ampliación de su base y legitimidad en base a la eficacia económica para ganarse a la élite económica y tranquilizar a la sociedad. El sistema es altamente burocrático ya que no hay que olvidar que tanto los aparatos del Estado como los paralelos del PCCh requiere un gran aparato burocrático para proponer, legislar, ratificar leyes, elaborar la planificación económica, otorgar contratos y permisos, colocar en puestos clave a la clientela política, etcétera. Con el fin de los grandes liderazgos de Mao y Deng esto se amplía por la descentralización de las decisiones, el reparto de poder en un aparato cada vez más tecnocrático y la institucionalización de un Estado de Derecho que garantice la seguridad jurídica, la independencia de la justicia y la economía de mercado, al menos todo esto en teoría, y sin obviar la gran corrupción que impera en el seno de la burocracia, que no tiene visos de permitir una competencia libre por el poder.