De estos días que uno pasa el tiempo mirando por la ventana del tren, abstraído en diversos pensamientos, o leyendo artículos académicos de diversa índole, la mente suele divagar y formular preguntas. Unido al contexto -la indignación ciudadana por/y la crisis económica- surge plantearse la llamada "cultura de la Transición" o CT.
Pero, ¿qué es la cultura de la Transición? Para una aproximación es bastante recomendable la definición que da Guillem Martínez en dos artículos en El País y en Público. Martínez define a la cultura de la Transición, originada a partir del proceso político homónimo, como una cultura que elimina "cualquier posibilidad desestabilizadora y problemática". En pocas palabras, resume, "todo lo que sea problemático no es cultura de la Transición". La cultura de la Transición, "una cultura tutelada y que tutela", necesita "no construir objetos problemáticos", "no meterse en política", o "en el trance de hacerlo, darle la razón al Estado".
En base a esta definición, podemos entrar en la discusión. ¿Por qué surge la cultura de la Transición? ¿Cuáles son los elementos "problemáticos"? A la primera pregunta, la CT parece ser una construcción de la izquierda, según Guillem Martínez, una cultura "que deja ser el territorio en el que se crea lo problemático (...) la CT es la única cultura europea que tiene como principal función denunciar e impedir lo problemático, y crear cohesión full-time". Lejos de compartir totalmente esa apreciación, si la cultura de la Transición fue una creación de la izquierda, la derecha y el centro han aceptado de forma entusiasta una formulación que legitima la actual forma de Estado y la vía seguida para el establecimiento de la democracia en España: en definitiva -se lee entre líneas- no había, no hay, otra alternativa. Actuando de modo vertical, la cultura -como conjunto de todos los modelos a través de los cuales se manifiesta la sociedad en sus costumbres, prácticas, códigos, rituales, comportamientos, etcétera- es un elemento de propaganda del sistema y la cultura de la Transición no escapa a esta definición.
Ahora bien, ¿cuáles son los elementos "problemáticos? No es difícil elaborar una lista concisa de estos: las discusiones sobre la estructura actual del Estado -desde su articulación federal a su disolución por la secesión de Euskadi o Cataluña-, la monarquía, la democracia representativa, el sistema económico, el planteamiento de la memoria histórica... hasta llegar a algo que existe desde los primeros tiempos de la democracia -el revisionismo histórico de la derecha- a un elemento novedoso. Sí, el movimiento de los indignados, el 15-M.
¿Cuál es la argumentación "oficial" o "mayoritaria"? Las izquierda y derecha oficiales parecen estar de acuerdo que el actual sistema democrático y todo lo que ello conlleva -desde la monarquía hasta las autonomías- fueron dados por los españoles a sí mismos. Es esa "ruptura pactada", la reforma "de la ley a la ley a través de la ley" en palabras de Fernández-Miranda, la que construye un nuevo edificio político desde la herencia del franquismo aunque parezca emitir la impresión de ex novo. El régimen surgido de la Transición, surgido de la legalidad franquista destruyó la dictadura y estableció la democracia en la Constitución de 1978 en 169 artículos y once disposiciones. La república, la guerra civil y la represión posterior quedaban para siempre en los libros de historia, junto a los otros regímenes fracasados y los sangrientos enfrentamientos de los españoles. En este sentido, el de dar a España un sistema democrático estable y reconocido por la amplísima mayoría de sus ciudadanos, la Transición culminó en éxito rotundo pero no exento de riesgos.
El conservadurismo que produce la cultura de la Transición se basa en proclamar el actual sistema como el definitivo y único estadio posible de convivencia entre españoles, lo que no deja de revelar uno de los peores cimientos sobre los que se basa esta cultura: el miedo a los españoles. La idea de minoría de edad permanente de los españoles pesa sobre las conciencias de los padres fundadores del régimen y de sus sucesores. Es verdad que desde Cádiz, allá por 1812, los españoles -o mejor dicho, sus élites, ya sea por la tradición o la representación- no han estado de acuerdo en muchos aspectos fundamentales: liberalismo o tradición, república o monarquía, federalismo o centralismo, libertad u orden... pesan mucho y convencen de que, a la mínima que se de a los españoles un espacio de debate trascendental, estos volverán a las históricas andadas.
Cuando se dice "este es el marco de convivencia que nos dimos los españoles" o "hemos luchado durante 40 años para conseguir la democracia" tropezamos con los sagrados límites de derecha e izquierda. Sí, los españoles aprobaron una Constitución donde monarquía y democracia venían en el mismo paquete; y sí, hubo mucha gente que luchó de diversas maneras para exigir el fin del franquismo. Pero este mensaje pierde convicción cuando se repite demasiado. Han pasado casi 33 años desde aquel 6 de diciembre de 1978, durante los cuales han nacido y crecido generaciones que, ya no es que no vivieran la guerra, es que ni siquiera han vivido la dictadura. Los hijos de la Transición, o de la democracia, ciertamente, pueden matar al padre. La memoria transmitida de la guerra, de los dos bandos, y ahora también de la Transición, siguen perviviendo en las conciencias de las nuevas generaciones. Pero ya no son tan relevantes.
Se parte de una nueva experiencia, la toma de conciencia en una España democrática y desarrollada, muy lejana a la de 1975 o la de 1931. Las nuevas generaciones poseen una dialéctica que la cultura de la Transición no puede responder. En cierta medida, ¿estamos ante las primeras señales de cambio de una élite por otra? Se dirá que esa nueva élite no se manifiesta, que los indignados no poseen líderes reconocidos por el movimiento, que los cachorros crecen a la sombra de los partidos tradicionales. Sí. Lo que se puede decir es que el movimiento puede aportar nuevos mensajes y nuevos cuadros a los cachorros de la política, mensajes de regeneración de la democracia y regeneración de las ideologías.
Tomando esto en cuenta, ¿se muere la cultura de la Transición? ¿Asistimos al "final de la democracia postfranquista", en palabras de Ramoneda? Parece agotarse al no dar las respuestas necesarias para vencer, neutralizar o integrar a los elementos "problemáticos", esto es, el recurrente nacionalismo que no sabemos si solo tira o quiere soltar amarras, la ofensiva revisionista en lo histórico y neoliberal en lo económico de la derecha y el surgimiento de un amplio sentimiento de indignación contra los defectos del sistema. En otras palabras, el Estado y sus portavoces culturales, creadores de opinión, no han conseguido convencer por qué una España unida conviene a sus ciudadanos o no han podido llegar a una "fórmula de compromiso", es decir, la tan anunciada "España federal". Tampoco han podido reaccionar, en este caso los historiadores y académicos, al abordaje revisionista de la historia: digan lo que digan las fuentes o su ausencia, han metido en el subconsciente colectivo que Carrillo impulsó los asesinatos de Paracuellos o que la República era la culpable de la guerra civil, ¡que es como culpar a un hijo del enfrentamiento entre sus padres!. Y, por supuesto, no están respondiendo adecuadamente a la indignación y, lo que es peor para la cultura dominante, se le están escapando los apoyos: el movimiento ha encontrado simpatizantes en la inmensa mayoría de la ciudadanía y en buena parte de los viejos intelectuales y creadores de opinión, amén de los nuevos.
En definitiva, lejos de una visión apocalíptica, si esta crisis de la cultura dominante encumbra un nuevo marco más pluralista, libre y democrático de la realidad española, una reformulación del perfectible sistema democrático y un revivir de las ideologías que dan respuestas a nuestra sociedad, bienvenida sea la muerte de la cultura de la Transición. En una visión pesimista, esto puede ser solo el cambio de marco, la sustitución de una cultura dominante por otra, el desplazamiento de una élite por otra. Sea cual sea, los cambios no serán instantáneos, pero serán cambios. También puede ocurrir, por contra, que nada cambie, o que todo llegue a ser una ilusión gatopardista; en ese caso, como dijo Unamuno a los rebeldes, "venceréis, pero no convenceréis".
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Blog de Guillem Martínez
Pero, ¿qué es la cultura de la Transición? Para una aproximación es bastante recomendable la definición que da Guillem Martínez en dos artículos en El País y en Público. Martínez define a la cultura de la Transición, originada a partir del proceso político homónimo, como una cultura que elimina "cualquier posibilidad desestabilizadora y problemática". En pocas palabras, resume, "todo lo que sea problemático no es cultura de la Transición". La cultura de la Transición, "una cultura tutelada y que tutela", necesita "no construir objetos problemáticos", "no meterse en política", o "en el trance de hacerlo, darle la razón al Estado".
En base a esta definición, podemos entrar en la discusión. ¿Por qué surge la cultura de la Transición? ¿Cuáles son los elementos "problemáticos"? A la primera pregunta, la CT parece ser una construcción de la izquierda, según Guillem Martínez, una cultura "que deja ser el territorio en el que se crea lo problemático (...) la CT es la única cultura europea que tiene como principal función denunciar e impedir lo problemático, y crear cohesión full-time". Lejos de compartir totalmente esa apreciación, si la cultura de la Transición fue una creación de la izquierda, la derecha y el centro han aceptado de forma entusiasta una formulación que legitima la actual forma de Estado y la vía seguida para el establecimiento de la democracia en España: en definitiva -se lee entre líneas- no había, no hay, otra alternativa. Actuando de modo vertical, la cultura -como conjunto de todos los modelos a través de los cuales se manifiesta la sociedad en sus costumbres, prácticas, códigos, rituales, comportamientos, etcétera- es un elemento de propaganda del sistema y la cultura de la Transición no escapa a esta definición.
Ahora bien, ¿cuáles son los elementos "problemáticos? No es difícil elaborar una lista concisa de estos: las discusiones sobre la estructura actual del Estado -desde su articulación federal a su disolución por la secesión de Euskadi o Cataluña-, la monarquía, la democracia representativa, el sistema económico, el planteamiento de la memoria histórica... hasta llegar a algo que existe desde los primeros tiempos de la democracia -el revisionismo histórico de la derecha- a un elemento novedoso. Sí, el movimiento de los indignados, el 15-M.
¿Cuál es la argumentación "oficial" o "mayoritaria"? Las izquierda y derecha oficiales parecen estar de acuerdo que el actual sistema democrático y todo lo que ello conlleva -desde la monarquía hasta las autonomías- fueron dados por los españoles a sí mismos. Es esa "ruptura pactada", la reforma "de la ley a la ley a través de la ley" en palabras de Fernández-Miranda, la que construye un nuevo edificio político desde la herencia del franquismo aunque parezca emitir la impresión de ex novo. El régimen surgido de la Transición, surgido de la legalidad franquista destruyó la dictadura y estableció la democracia en la Constitución de 1978 en 169 artículos y once disposiciones. La república, la guerra civil y la represión posterior quedaban para siempre en los libros de historia, junto a los otros regímenes fracasados y los sangrientos enfrentamientos de los españoles. En este sentido, el de dar a España un sistema democrático estable y reconocido por la amplísima mayoría de sus ciudadanos, la Transición culminó en éxito rotundo pero no exento de riesgos.
El conservadurismo que produce la cultura de la Transición se basa en proclamar el actual sistema como el definitivo y único estadio posible de convivencia entre españoles, lo que no deja de revelar uno de los peores cimientos sobre los que se basa esta cultura: el miedo a los españoles. La idea de minoría de edad permanente de los españoles pesa sobre las conciencias de los padres fundadores del régimen y de sus sucesores. Es verdad que desde Cádiz, allá por 1812, los españoles -o mejor dicho, sus élites, ya sea por la tradición o la representación- no han estado de acuerdo en muchos aspectos fundamentales: liberalismo o tradición, república o monarquía, federalismo o centralismo, libertad u orden... pesan mucho y convencen de que, a la mínima que se de a los españoles un espacio de debate trascendental, estos volverán a las históricas andadas.
Cuando se dice "este es el marco de convivencia que nos dimos los españoles" o "hemos luchado durante 40 años para conseguir la democracia" tropezamos con los sagrados límites de derecha e izquierda. Sí, los españoles aprobaron una Constitución donde monarquía y democracia venían en el mismo paquete; y sí, hubo mucha gente que luchó de diversas maneras para exigir el fin del franquismo. Pero este mensaje pierde convicción cuando se repite demasiado. Han pasado casi 33 años desde aquel 6 de diciembre de 1978, durante los cuales han nacido y crecido generaciones que, ya no es que no vivieran la guerra, es que ni siquiera han vivido la dictadura. Los hijos de la Transición, o de la democracia, ciertamente, pueden matar al padre. La memoria transmitida de la guerra, de los dos bandos, y ahora también de la Transición, siguen perviviendo en las conciencias de las nuevas generaciones. Pero ya no son tan relevantes.
Se parte de una nueva experiencia, la toma de conciencia en una España democrática y desarrollada, muy lejana a la de 1975 o la de 1931. Las nuevas generaciones poseen una dialéctica que la cultura de la Transición no puede responder. En cierta medida, ¿estamos ante las primeras señales de cambio de una élite por otra? Se dirá que esa nueva élite no se manifiesta, que los indignados no poseen líderes reconocidos por el movimiento, que los cachorros crecen a la sombra de los partidos tradicionales. Sí. Lo que se puede decir es que el movimiento puede aportar nuevos mensajes y nuevos cuadros a los cachorros de la política, mensajes de regeneración de la democracia y regeneración de las ideologías.
Tomando esto en cuenta, ¿se muere la cultura de la Transición? ¿Asistimos al "final de la democracia postfranquista", en palabras de Ramoneda? Parece agotarse al no dar las respuestas necesarias para vencer, neutralizar o integrar a los elementos "problemáticos", esto es, el recurrente nacionalismo que no sabemos si solo tira o quiere soltar amarras, la ofensiva revisionista en lo histórico y neoliberal en lo económico de la derecha y el surgimiento de un amplio sentimiento de indignación contra los defectos del sistema. En otras palabras, el Estado y sus portavoces culturales, creadores de opinión, no han conseguido convencer por qué una España unida conviene a sus ciudadanos o no han podido llegar a una "fórmula de compromiso", es decir, la tan anunciada "España federal". Tampoco han podido reaccionar, en este caso los historiadores y académicos, al abordaje revisionista de la historia: digan lo que digan las fuentes o su ausencia, han metido en el subconsciente colectivo que Carrillo impulsó los asesinatos de Paracuellos o que la República era la culpable de la guerra civil, ¡que es como culpar a un hijo del enfrentamiento entre sus padres!. Y, por supuesto, no están respondiendo adecuadamente a la indignación y, lo que es peor para la cultura dominante, se le están escapando los apoyos: el movimiento ha encontrado simpatizantes en la inmensa mayoría de la ciudadanía y en buena parte de los viejos intelectuales y creadores de opinión, amén de los nuevos.
En definitiva, lejos de una visión apocalíptica, si esta crisis de la cultura dominante encumbra un nuevo marco más pluralista, libre y democrático de la realidad española, una reformulación del perfectible sistema democrático y un revivir de las ideologías que dan respuestas a nuestra sociedad, bienvenida sea la muerte de la cultura de la Transición. En una visión pesimista, esto puede ser solo el cambio de marco, la sustitución de una cultura dominante por otra, el desplazamiento de una élite por otra. Sea cual sea, los cambios no serán instantáneos, pero serán cambios. También puede ocurrir, por contra, que nada cambie, o que todo llegue a ser una ilusión gatopardista; en ese caso, como dijo Unamuno a los rebeldes, "venceréis, pero no convenceréis".
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