miércoles, 8 de junio de 2011

El movimiento 15-M: Sol, sombras y victoria


El movimiento de los indignados del 15 de mayo da un nuevo paso y levanta las acampadas de las plazas españolas. Ya empezó en Sevilla, en Barcelona lo decidieron hace pocos días y ayer en la Puerta del Sol, en Madrid, los acampados lograron hacer valer sus argumentos frente a una pequeña minoría. Lejos de ser una derrota, levantar la acampada puede ser una victoria. La acampada no es el fin de los indignados, sino la plasmación física y concreta de un amplio sentimiento de enfado que recorre nuestra sociedad. La encuesta de Metroscopia revela un gran apoyo ciudadano a los planteamientos de los indignados: el 66% tiene simpatía al movimiento, el 81% creen que tienen razón y el 84% que tratan de los problemas que afectan a la sociedad. Además, el 51% de los encuestados sostienen que los partidos políticos sólo buscan sus propios intereses y no representan a los ciudadanos.

No hay que ser reduccionistas. Los acampados en España son muy pocos, muchos son personas honradas y con ideales, los menos con intenciones más sectarias. Intentar desprestigiarlos buscando a los aprovechados es copiar y seguirle el juego a la derecha mediática, la que le asusta que la gente hable y no rebuzne las consignas fabricadas. Pero hay millones de ciudadanos que siguen haciendo su vida cotidiana, trabajan, estudian, buscan empleo y hacen su vida social. Pero están enfadados y siguen convencidos de que los partidos siguen sin escuchar.

El problema al que se enfrenta el movimiento es la memoria. La importancia mediática de la indignación cesará, y en una sociedad de consumo y de la televisión, todo lo que no está presente en los medios ya no existe (¿alguien se acuerda aún de los terremotos de Haití y Chile, de las represiones en Birmania o de los cambios políticos de Túnez?). El movimiento acertará si mantiene su actividad periódicamente en la red y en los barrios. Lo importante es mantenerse en el ideario colectivo, hacerse oír, no aprovecharse como algunos para dar la nota. La democracia directa es un ideal muy bello y ya lo teorizó Rousseau, pero también él recordó en su Contrato Social que es imposible. Podemos aspirar, a lo máximo, acercarnos todo lo que podamos. Viendo las asambleas de Sol, buscando la unanimidad, tampoco se consigue la democracia. Las decisiones no pueden eternizarse. ¿Es democrático insistir en sumarse al consenso? ¡Tanto les ha costado decidir irse, y al final habrá una minoría que desea quedarse sin razones! Que la mayoría no respete a la minoría no es democrático, pero tampoco lo es que una minoría bloquee la decisión de la mayoría. Tengo la impresión de que, si se queda una minoría, la más radical, ya no será representativa del movimiento y será desalojada. Por desgracia, esa minoría se equivoca creyendo que la acampada es la única manera de mostrar la indignación; la desvirtúa.

Sin quererlo, revelan que son necesarias normas, quórums y acuerdos. A la democracia, cuando se le añade un adjetivo, deja de ser realmente una democracia. La democracia directa y la representativa son ideales difíciles de realizar. La virtud de una democracia donde el sufragio es secreto es plasmar la existencia de unas reglas de juego: se puede no estar en la mayoría resultante, pero no te pueden obligar ni señalar por inclinarte a determinadas opciones. La existencia de unas normas permiten garantizar que, pese a los resultados, se respetarán los derechos de todos. Qué ironía: esto también es un ideal. Con razón nunca podemos ni debemos estar conformes con nuestro sistema político.

El movimiento de los indignados acierta al señalar a la clase política como uno de los obstáculos para resolver los problemas de los ciudadanos. Sobrepasarlos es, sin embargo, imposible. El acuerdo es deseable: recordar a los políticos a quién representan y la imperiosa necesidad de poner coto a los abusos, a la corrupción y a las decisiones que escapan del conocimiento de los ciudadanos. Hay que establecer mecanismos de participación ciudadana y leyes más duras contra los que incumplan la ley. No solo a los políticos, sino a todos porque aunque todos somos iguales, algunos son más iguales que otros, y no es lo mismo un Dominique Strauss-Kahn, un Francisco Camps o los grandes evasores de impuestos que un ciudadano corriente que quebranta la ley o que le quitan la casa porque no puede pagar sus deudas. La ley, se muestra, no funciona igual para todos.

Los indignados nos enseñan una valiosa lección, que puede resumirse en esta frase del capítulo de los Simpsons Mr. Lisa goes to Washington: "el precio de la libertad es mantenernos siempre vigilantes".

1 comentario:

Jesús Herrera Peña dijo...

Hola Javier.
He buscado por todos los lados la manera de comunicar contigo en privado. No he logrado dar con tu correo-e.
Quiero mandarte una carta.
Me he buscado la artimaña de colgarla aquí y quisiera que la leyeras y me lo hagas saber.

No tiene sentido tener ahí la carta "colgada" indefinidamente esperando que la leas. Si no me dices nada, transcurridos 10 ó 12 días la eliminaré.

Saludos de,
Jesús_____
az_poesia(algarroba)yahoo.es

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