miércoles, 21 de julio de 2010

Vacaciones a Eslovenia


Este blog y su autor inician su descanso por vacaciones. Sin embargo, la actividad no cesará. Me propongo tomar buena nota de todo lo que haga y vea en ese hermoso país de la antigua Yugoslavia y contároslo para acercaros un poco más a Eslovenia y su cultura, cuando vuelva, en sucesivas entradas. Os deseo que paséis una buena semana con mucha paz, que buena falta nos hace.

lunes, 19 de julio de 2010

Fútbol, izquierda e identidad nacional


Hoy quiero volver mi atención a la victoria de la selección española en el Mundial de Sudáfrica. Dos artículos, de distinta importancia, me han parecido muy interesantes. El primero, "A nation wins as one", en la prestigiosa revista "Time", y el otro, "Las supuestas consecuencias políticas de la victoria de la roja", en "Tercera información", de Álvaro Alonso, amigo comunista.

El primero es el reflejo no solo de la relevancia que adquiere internacionalmente la victoria de la selección de fútbol, sino la importancia que tiene el reflejo del sentimiento nacional en un país, la "nueva España", complementaria y no antítesis de la España de las diversas identidades. No sólo diferencias regionales, sino étnicas, resultado de los años de inmigración bajo el permanente debate de integración o asimilación. La victoria deportiva no sólo fue seguida con entusiasmo por los ciudadanos de Bilbao o Barcelona, sino también los de Lavapiés, barrio madrileño con una gran presencia de ciudadanos venidos de otros países.

El artículo de Álvaro es un testimonio esencial, que muy bien podría servir como uno de los documentos esenciales para la refundación de Izquierda Unida. Toca algo que el mundo a la izquierda del PSOE nunca se han atrevido a aceptar, reconsiderar o debatir en profundidad: el sentimiento de españolidad de la ciudadanía. Por encima de las relaciones de clase, es indudable que la victoria deportiva ha escenificado lo que la partitocracia no consigue, la unión en torno a la bandera rojigualda y a una España no politizada, no sectaria, no adueñada por nadie. Sin embargo, no debemos engañarnos: el fútbol es un excelente negocio y el circo de la actual sociedad.

Pero por encima de esta opinión, este texto debería devenir en enterrar la idea de que el confederalismo o el nacionalismo son conceptos "progresistas". La idea de que se es más de izquierda cuanto más nacionalista o independentista se sea, es seguirle el juego a las clases dominantes. Lo progresista es buscar la unidad y la igualdad, desde el rincón más pequeño de un país hasta llegar a escalas continentales y mundiales, donde las fronteras no tienen sentido. No tienen sentido para las operaciones financieras y la circulación de capitales pero, sin embargo, sí para los derechos humanos y las relaciones entre personas. Hay cambiar estos conceptos. La izquierda, sobre todo la IU que aspira a refundarse, necesita recuperar la idea de España. España como nación de ciudadanos iguales.

jueves, 15 de julio de 2010

Un gris estado de la nación


Confieso no haber sentido interés por seguir el debate del estado de la nación de este año. No lo he visto en directo, y sólo ahora he visto los discursos por la web de RTVE y leído algunos discursos y reacciones al debate.

El presidente del Gobierno ha adoptado un tono de sacrificio de él, su Gobierno y el Partido Socialista, un aspecto de estadista que mira antes por los intereses de la nación que los partidistas, confiado en el amplio apoyo que el Partido Socialista consiguió en 2008 en las elecciones generales. Sinceramente, a tenor de lo leído y visto, el verdadero estado de la nación no se ve en estos dos días, sino que hay que retrotraerse a cuando Zapatero presentó al Congreso el plan de recorte el 12 de mayo de este año, comparecencia parlamentaria de mayor trascendencia.

Ayer y hoy vemos y leemos
un debate gris, la condensación frívola de la actualidad más destacada: victoria de la selección, sentencia del Estatuto catalán, los refugiados políticos de Cuba y mucha, mucha demagogia. Demagogia, ¡cómo no!, en el discurso de Rajoy: no hay alternativa al Gobierno de Zapatero, sólo oportunismo, mentiras y falta de soluciones. Del resto de fuerzas políticas, todas han cumplido el papel que vienen jugando, cada uno barriendo para sus intereses propios y obviando los ajenos, esto es, de los ciudadanos en conjunto.

Sí, Zapatero
ha vuelto a repetir que reconoce sus errores, buscando en su sacrificio la redención que sólo le podrán dar los ciudadanos en unas elecciones o la historia, cuando la escriban los futuros historiadores. No es suficiente la autocrítica, sino hechos: resultados económicos, cifras de empleo, educación (apartado que en el discurso aguardaba para el final, sin más que unas pocas intenciones y datos, pero sin mencionar el fracaso escolar u otros temas de relevancia, como el papel de los padres, la autoridad del profesorado, la educación para la ciudadanía...).

Sin duda, Zapatero ha sido más humilde, más realista, con más sentido de gobierno. Rajoy ha vuelto a mostrar su dominio del discurso parlamentario para no decir nada, palabras llenas de humo y demagogia. Partido de los trabajadores, pero contra los trabajadores. Partido del Estado del bienestar, pero destruyendo el Estado del bienestar. Zapatero ha ganado el debate, quizás más por deméritos ajenos que méritos propios, lo cual es una pena. Sin estadistas a ambos lados del arco parlamentario, sin confianza, sin calidad democrática, este es el debate del estado de la nación más huero de la era Zapatero. No son a elecciones generales a lo que hay que acudir, sino a un poco de sensatez general. Con una débil confianza en el presidente más progresista de nuestro país: "tomaré las decisiones que España necesita aunque sean difíciles (...) cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste". Que sea verdad.

Como apunte, prefiero las noticias de un país hermano de América Latina, de donde vienen noticias más históricas y trascendentales para la historia que las que tenemos aquí en España.

Viva Argentina

martes, 13 de julio de 2010

¡Pero no te olvides de Haití!


Puerto Príncipe, Haití. 6 meses desde el terremoto. Más de 250.000 muertos y 1,2 millones de desplazados. Nada parece haber cambiado. La capital del país más pobre de América ofrece un aspecto dantesco: miles y miles de campos de refugiados en condiciones lamentables. El gobierno del país ya no puede ofrecer asistencia sanitaria gratuita. El aún destruido palacio presidencial es el símbolo palmario del fracaso del pequeño Estado, sin recursos, sin ayuda internacional. De esta, cifrada en 10.000 millones de dólares, sólo ha llegado el 10%, según indicaron el presidente de la vecina República Dominicana, Leonel Fernández, y el ex presidente estadounidense Bill Clinton.

Muchos no olvidamos los terremotos de Haití y de Chile. Pero muchos no tenemos la capacidad para mantener el recuerdo, la solidaridad y la presión necesaria para ayudar a estos dos países y sus miles de ciudadanos afectados. Aún hay organismos y entidades, como el BBVA, que mantienen sus líneas de ayuda al país caribeño. Los medios de comunicación, a excepción de unos pocos, como Euronews, no comprenden la influencia que ejercen sobre los ciudadanos y olvidan que la catástrofe no ha pasado, que la desgracia de miles de personas continúa: sin casas, sin trabajo, enfermos y desamparados por un gobierno que poco puede hacer y una comunidad internacional de Estados que no dedican la suficiente atención.

Los medios de comunicación tienen la obligación moral de mantener el recuerdo de la tragedia y apelar a la solidaridad. Pero son los Estados los que tienen la capacidad para administrar las ayudas de forma más efectiva. La inestimable labor de las ONGs es apenas un débil paliativo sin la ayuda de la comunidad internacional de Estados, esos mismos Estados que no tienen dificultades en invadir países conforme a sus intereses económicos, en nombre de la "libertad".

No tenemos que conocer fronteras ni naciones. La solidaridad trasciende todas esas invenciones. Esta es una lección que tenemos que aprender.

lunes, 12 de julio de 2010

Unidos en el deporte, divididos en lo demás


"Un equipo, una nación, un sentimiento", rezaban ayer en la radio, al poco de comenzar el partido más importante de la historia de la selección española de fútbol. Sin tener que ser tan categoricos, lo cierto es que la difusión mediática de las victorias de la selección en el Mundial de Sudáfrica pronto obvió las carencias de la fracasada república "multicolor" de Mandela (infraestructuras, delincuencia, SIDA, pobreza, paro...) para celebrar que, por primera vez, el fútbol español ganaba la copa mundial.

Con ello, se ha desbordado el "patriotismo" de los españoles. El patriotismo en España estaba mal visto, las banderas rojigualdas eran monopolizadas por la derecha para su manipulación en actos y discursos sectarios contra el nacionalismo periférico, el republicanismo, la izquierda y los grupos sociales minoritarios. Además, teníamos pocos motivos para estar orgullosos de este país: "si habla mal de España, es español" o, como dijo Cánovas sobre la definición de ser español: "son españoles quienes no pueden ser otra cosa".

Hemos tenido pocos motivos para estar orgullosos como pueblo unido. Estamos más orgullosos de lo que nos separa (el 18 de julio, la república, las naciones periféricas, las costumbres locales) que de lo que nos une. Sin duda, es una desgracia que lo que nos una ahora, momentáneamente, sea el fútbol. No queda poco para el debate del Estado de la nación, donde se evidenciará una división política izquierda-derecha, centro-periferia que no existe tan radicalmente en la sociedad, aunque nos quieran convencer. Si se puede definir a la sociedad actual, no es por división, es por hastío.

Me he alegrado, como muchos otros, de la victoria del fútbol español, pero no me he sentido más patriota por ello. No hace falta una victoria para amar a un país. Si hay que amar a España, es por ser la tierra donde hemos nacido, donde vivimos y por las posibilidades que nos puede proporcionar a todos los españoles.

Si algo bueno puede aportar la victoria de la selección, es arrancar las banderas del sectarismo nacionalista y derechista. Rojigualda o tricolor, la bandera española debe ser símbolo de unidad nacional. Aunque no me guste la bandera actual del Estado, si consigue ser vista como algo despojado de todo odio y sufrimiento de antaño, todo este patriotismo momentáneo habrá valido la pena. Los colores de la bandera no son un conflicto para seguir reclamando para España el mejor sistema político.

La euforia durará unos días, hasta que esas banderas vuelvan a guardarse en los cajones y todos sigamos teniendo tan poca estima al país. La debilidad de este patriotismo es que es efímero. España no es la imposición de un centro a una periferia o el medio de unos pocos para gobernar sobre el resto. España aún necesita un proyecto nacional, un proyecto que la clase política es incapaz de potenciar. Aunque por las mismas calles por las que se manifestaban unos catalanes con senyeras y esteladas al día siguiente se inundaban de otros catalanes con la rojigualda, discutir sobre la nación/naciones y su relación, siempre cambiante, entre sí, muestra el fracaso de la actual arquitectura política. Pero las reglas del juego no pueden cambiarse por una fracción de la comunidad nacional ni por los intereses de un grupo dirigente. Cada vez es más necesario la reforma integral del Estado, en un sentido republicano, democrático y federal, la unión más perfecta donde la palabra la tengan ciudadanos, no naciones. Solidaridad y libertad son conceptos que trascienden las naciones, conceptos que crean el verdadero patriotismo, el patriotismo cívico.

¿Cuándo estaremos orgullosos de un país no sólo por sus éxitos deportivos, sino por ser país de progreso, acogida y libertad? Yo estoy orgulloso de España y de ser español, porque este país tiene potencial para ser todo eso. Los españoles son quienes tienen que crear una nación de ciudadanos.

miércoles, 7 de julio de 2010

Historia de Vasconia (II): La formación de los señoríos vascos en “Nueva Vasconia”


Los territorios que actualmente conforman el País Vasco (Álava, Vizcaya y Guipúzcoa) estaban ocupadas hasta época tardorromana por los pueblos de los berones, autrigones, caristios y várdulos. Sobre estos pueblos ha habido un debate muy importante acerca de su origen, si celta, indoeuropeo o vascón. Los berones se clasifican como celtas o celtíberos y ocupaban las tierras de Álava y Logroño. Los autrigones ocupaban las tierras de los ríos Nervión y Asón, siendo considerados indoeuropeos o vascones. Los caristios ocupaban Vizcaya y su filiación es igualmente tan discutida como la de los autrigones. Por últimos, los várdulos vivían en las tierras guipuzcoanas, y su filiación tiene los mismos problemas que la de autrigones y caristios.


Algunos historiadores preconizaron una tesis de “vasconización tardía” para las tierras del País Vasco. Adolf Schuten, historiador y arqueólogo alemán interesado por la historia de España, sostenía que entre los siglos II y VI los vascones ampliaron sus territorios desde las tierras altas del Ebro (lo que sería la Vasconia primitiva) hacia el oeste, a las tierras de los berones, autrigones, caristios y várdulos (la nueva Vasconia), y hacia el norte, a Aquitania. El historiador español Sánchez Albornoz sostuvo esta misma hipótesis, incidiendo en la vasconización de estos pueblos prerromanos, facilitado porque pudieron hablar lenguas análogas al protovasco. Estos movimientos de población bien pudieron estar relacionados con las invasiones germanas del siglo V. Por otra parte, esta teoría de la vasconización tardía está discutida por autores como Julio Caro Baroja o Koldo Mitxelena, entre otros (añado un enlace sobre esta tesis en Wikipedia, para no extender este escrito).


Durante la época visigoda, el territorio de la nueva Vasconia se halló con pocos lazos con el poder principal de Hispania, el reino visigodo de Tolosa, primero, y de Toledo, después. Aún así, hay constancia de saqueos de pueblos germanos como los hérulos en Vardulia (posteriormente de vikingos), así como intervenciones del rey visigodo Leovigildo a finales del siglo VI, creando la ciudad de Victoriacum (la Vitoria actual). En general, estas tierras permanecieron en una condición pre-estatal y de declive de la romanización, asemejándose a los períodos prerromanos.


No es hasta después de la invasión musulmana del siglo VIII cuando estas tierras se insertan en el conjunto de relaciones de los poderes peninsulares. El pequeño reino astur-cántabro parece extender su influencia sobre las tierras de Vizcaya y Álava desde el siglo IX, lo mismo que el reino de Pamplona poseía las tierras guipuzcoanas y riojanas. El problema de este período es la escasez, inexistencia o dudosa veracidad de las fuentes. La escasez de fuentes escritas refuerza los relatos míticos, como la batalla de Padura, acaso un relato posterior que viniese a reforzar la legendaria bravura de los vascones.


A mediados del siglo XI acaban surgiendo poderes autónomos al avanzar el proceso de feudalización de la sociedad, con la dotación de instituciones y leyes propias y el dominio de la nobleza local. Se forman el señorío de Vizcaya (dividida a su vez en condado o merindad de Durango, las Encartaciones y la Tierra Llana) y el condado de Álava.


El condado de Álava:

El condado de Álava estuvo en su origen vinculado al condado de Castilla, siendo el conde señor de ambos territorios. El condado de Álava era autónomo respecto a otros poderes, pero sometido por vasallaje y linaje al reino astur-leonés. Desde el primer mítico conde Rodrigo de Castilla (762-800), pasó por ser gobernada por señores propios como Vela Jiménez (870-883), perteneciente a la dinastía pamplonesa de los Jimeno, lo que revelaría el traspaso del dominio astur-leonés al navarro. Para ampliar y relacionar una historia del artículo anterior de Historia de Vasconia, Sancho Garcés I de Pamplona había casado a su hija Sancha con el conde de Álava, Álvaro Herrameliz (921-931), cuyo sucesor fue Fernán González, primer conde de Castilla.


Ambos condados volvieron a poseer un mismo señor, incluso cuando el condado castellano pasó a formar parte del vasto reino navarro de Sancho Garcés III (1004-1035) por matrimonio con Muniadona de Castilla. El condado alavés pasa al hijo de Sancho Garcés III, Fernando I, en 1035, y de éste a su hijo Sancho II, primer rey de Castilla, en 1065, quedando Álava definitivamente ligada al nuevo reino castellano y luego al reino unificado de Castilla y León.


Las instituciones alavesas eran varias. La Cofradía de Arriaga poseía Juntas, órgano de representación de la nobleza y la hidalguía del territorio, hasta que en 1332 deciden adoptar la legislación castellana e integrarse en el territorio de realengo castellano. El señorío de Ayala poseía su propio fuero, hasta 1487 cuando decidió adoptar las leyes de Castilla. Otras villas del territorio poseían fueros propios, y Llodio aplicaba el fuero de Vizcaya.


El señorío de Vizcaya:

El señorío de Vizcaya tiene su origen legendario en la batalla de Padura de 840 contra las tropas astur-cántabras de Alfonso II, donde la victoria vizcaína lleva a los vascones a elegir como señor propio al noble Lope Fortún, llamado Jaun Zuria (Señor Blanco) por su aspecto físico, rubio y de piel clara. Este y sus hijos, los primeros señores de Vizcaya, son considerados legendarios al carecer de pruebas sólidas de su existencia, aunque algunos investigadores creen que Jaun Zuria era en realidad un caudillo vikingo o un aristócrata sajón exiliado, hecho que justificaría su presunto origen del matrimonio entre un noble local y una princesa escocesa.


Entrando en un período de evidencias históricas, a comienzos del siglo XI el territorio vizcaíno estaba bajo dominio navarro, gobernado por Íñigo López, conde en Vizcaya (y no conde de Vizcaya, al ser una delegación del gobierno), un cargo designado y no hereditario de por sí. Deseando liberarse del poder navarro, aprovechó la rivalidad navarros con astur-leoneses para declararse vasallo del rey astur-leonés, que a cambio le concedió el ansiado título hereditario, garantizando la autonomía del señorío vizcaíno.


Íñigo López dio comienzo a la primera dinastía vizcaína, la Casa de Haro, que decía descender del legendario Jaun Zuria. La Casa de Haro gobernará Vizcaya desde el año 1040 hasta 1334, que pasa de la heredera de Haro, María Díaz II, a su esposo Juan Núñez, primer conde de la dinastía castellana de Lara, familia que poseerá el título hasta 1359, año de la muerte de la condesa Juana de Lara, pasando el condado a su esposo el infante Tello de Castilla, hijo del rey Alfonso XI. A la muerte de Tello en 1370, el condado pasará a Juan I de Castilla, quedando desde ese momento vinculado el título de conde de Vizcaya a la corona castellana de los Trastámara.


El señorío de Vizcaya se gobernaba por varias instituciones, al estar dividido en varios territorios. La tierra llana poseía unas Juntas que se reunían en Guernica y el llamado fuero de Vizcaya, formadas por representantes de las anteiglesias (municipios con concejo abierto) y merindades (regiones intermedias a cargo de un merino). Las Encartaciones poseían unas Juntas propias, que se reunían en Avellaneda, y un fuero específico (que fue confirmado por los Reyes Católicos, posteriormente, y pervivió hasta 1576, año en que las Juntas acordaron aplicar el fuero de Vizcaya). Finalmente, la merindad de Durango, que pasó a control de los condes de Vizcaya desde 1212, con el conde Diego López II de Haro, por su participación en la batalla de las Navas de Tolosa. Durango poseía una Junta de merindad, que se reunía en Abadiano y estaba formada por las doce anteiglesias del territorio que seguían el fuero de Durango, quedando las villas sin derecho a participar en ella, ya que se regían según el fuero de Vizcaya. En 1576 la merindad de Durango adopta el fuero de Vizcaya y en 1628 se integra en las Juntas de Guernica.



El señor de Vizcaya, así como el conde de Álava, acabaron poseyendo el título hereditario, pero su gobierno sobre el territorio no podía ser arbitrario. Siguiendo las lógicas feudales de la época, los señores debían obediencia al rey al que declaraban su vasallaje, fuera el navarro o el leonés. Además, los distintos fueros les obligaban a administrar justicia y acordar impuestos de acuerdo con los representantes de las Juntas, formadas por la nobleza local. Igualmente cuando los títulos condales recayeron en los reyes de Castilla, éstos confirmaron los fueros de Vizcaya y Álava y hubieron de gobernar en esos territorios de acuerdo con las Juntas, lo mismo que en el resto del reino habían de llegar a acuerdos con las Cortes medievales. Sobre la organización social y económica, los párrafos dedicados a ello en el primer artículo de esta serie son válidos para estos señoríos.


Guipúzcoa y la región de Baztán permanecieron bajo control de Navarra hasta el año 1200, cuando pasa a formar parte de Castilla y adoptando su legislación, abandonando el derecho navarro. En 1463, a la par que la Hermandad de Álava, surge la Hermandad de Guipúzcoa y la promulgación de los Cuadernos Ordenanzas. Estas normativas, y la consolidación de las Juntas de Guernica como órgano principal de gobierno de Vizcaya, suponen la creación de las modernas Juntas Generales de los tres territorios, que estuvieron vigentes desde el siglo XV hasta 1876. Concentraban el poder jurisdiccional de los territorios y nombraban a un Diputado General que era a la vez representante de la voluntad del rey como comisionado de las Juntas para el gobierno de los territorios.


En el siglo XVI se reglamentaron las condiciones para ser miembro de las Juntas: propietarios varones, de determinada renta, y con certificado de limpieza de sangre, excluyendo clero y abogados. Con ello se reforzaba el poder de la aristocracia terrateniente y se excluía al resto de estamentos sociales. El asunto de la limpieza de sangre no se reducía a no tener ascendencia musulmana o judía, sino a haber nacido, tanto la persona como sus antepasados, en los territorios vascos, acreditado mediante certificados de limpieza de sangre, a los que podía accederse mediante grandes sumas de dinero, convirtiéndose en un foco de corrupción e intereses para cerrar el paso a otros segmentos sociales.

jueves, 1 de julio de 2010

Historia de Vasconia (I): La formación del reino de Navarra


Antes de la invasión musulmana de la península Ibérica, el territorio comprendido entre el curso alto del Ebro y los Pirineos occidentales se hallaba poblada por los vascones, un pueblo cuya romanización había retrocedido desde la dominación de estas tierras por el Imperio. A la llegada de los musulmanes, estas tierras se hallaban bajo el dominio formal del reino visigodo de Toledo y el reino franco, controlado por señores locales, en la línea de la feudalización europea.


Tras la ocupación musulmana de la región, su poder rivalizó con el carolingio a través de dos facciones de la aristocracia vascona: los Velasco, partidarios del poder franco y apoyados por la población cristiana, y los Arista, aliados del valí de Córdoba y de los Banu Qasi, gobernadores de las tierras del curso medio del Ebro (señorío de Zaragoza). El siglo VIII fue un período de rivalidad constante por el gobierno de Pamplona y de la región, hasta que Íñigo Arista derrota a los procarolingios y a las tropas del reino franco, alrededor del 820, y se corona rey de Pamplona (820-852), dando inicio al Reino de Pamplona (luego Reino de Navarra), y a la dinastía de los Arista, que gobernó hasta inicios del siglo X. A estos primeros reyes les sucede la dinastía Jimena, otra de las grandes familias aristocráticas de Pamplona, con Sancho Garcés I (905-925).


Con la dinastía Jimena, los reyes navarros empiezan a incorporar a su patrimonio territorios riojanos (Nájera) y el condado de Aragón (entonces una pequeña entidad enclavada en el Pirineo aragonés). A su vez, el rey Sancho Garcés I tejió una gran red diplomática con varios poderes peninsulares, a través del matrimonio de sus hijas con los reyes de León, el conde de Álava y el conde de Castilla, así como el gobernador musulmán de Huesca.


El reinado de Sancho Garcés III (1004-1035) supone el momento de mayor apogeo del reino de Navarra y su condición de primera potencia cristiana peninsular, uniendo bajo su corona Navarra, Sobrarbe-Ribagorza, Álava y Castilla, llegando a ser denominado Rex Ibericus o Sancio rege Navarriae Hispaniarum. A su muerte, el reino navarro se dividió en varias entidades, otorgadas a sus hijos, como el condado de Castilla a Fernando Sánchez (éste sometido a vasallaje al reino de León), el reino de Navarra a García Sánchez III, al que estaban vinculados Gonzalo Sánchez, conde de Sobrarbe-Ribagorza y Ramiro I, rey de Aragón, que pronto se desvinculó de su hermano García e incorporó al nuevo reino aragonés los condados de Sobrarbe-Ribagorza tras la muerte de Gonzalo en 1045: entre 1035 y 1045 comenzaba la historia independiente del reino de Aragón, Castilla y Navarra, los tres reinos que acabarían por repartirse la península a expensas de Al-Ándalus. La idea de reconquista no llegó hasta más tarde de los inicios del reino de Navarra, pero cuando los reinos de Castilla y Aragón, en su expansión al sur, habían cortado el paso al pequeño reino, cuyo crecimiento se estancó.


En el territorio del reino navarro no había una única lengua uniforme. No existían academias que reglamentaran los usos del idioma. Había una fragmentación lingüística en varios niveles, uno regional y otro social. Las malas comunicaciones, el aislamiento de comarcas unas de otras favorecía la evolución dispar del idioma, generando dialectos con características comunes, agrupados en torno a un idioma navarroaragonés, en el este del reino, el vasco, en las tierras altas de Navarra, y el castellano, que surgía en torno a San Millán de la Cogolla. La población culta, como comerciantes, nobles y clero dominaban el latín, que usaban en los documentos públicos.


La sociedad navarra. Repasado fugazmente la historia política de esta primera etapa de Navarra, hay que señalar que la sociedad medieval era una sociedad feudal, dividida en estamentos (nobleza, clero y tercer estado) y vinculada entre sí por vasallaje individual o colectivo. Las ciudades del reino, habitadas por comerciantes y funcionarios, dependían directamente del rey (que era un primus inter pares respecto a los nobles), formando parte de su patrimonio, o bien podían estar bajo el dominio de nobles o del clero, lo mismo que los habitantes del campo.


Las tierras eran en su mayoría grandes propiedades de los grupos dominantes de la sociedad, trabajadas por campesinos a cambio de parcelas de tierra para la manutención de las familias, así como existían tierras comunales para uso colectivo, como bosques o pastos para el ganado. El clero poseía bastantes tierras, patrimonio de obispados o de monasterios, como el de San Millán de la Cogolla.


Las condiciones de vida no diferían de los del resto de la Europa cristiana: muy duras, con una agricultura de bajo rendimiento, dependiente de las condiciones climáticas, sometidos a una fiscalidad, sea al rey, a la nobleza el diezmo a la Iglesia, que sobre todo era en especie (ganado y cosechas) y la prestación de trabajos por el vasallaje, como podría ser la producción artesanal, textil, u obras públicas.


No había un sentimiento de pertenencia a una nación como la concebimos hoy día. Los grupos dominantes, esto es, clero y nobleza, tenían una concepción de participar de la universitas cristiana y de la península como una unidad geográfica e histórica, por lo que no era de extrañar que pudieran llegar a pactos diplomáticos y dinásticos tanto con musulmanes como con cristianos.

"Instrúyanse, porque necesitaremos toda vuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitaremos todo vuestro entusiasmo. Organí­cense, porque necesitaremos toda vuestra fuerza".

Antonio Gramsci, Fundador del Partido Comunista Italiano

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Manuel Azaña

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"Causas de la guerra de España", Manuel Azaña

En nuestros conflictos políticos, la República tiene que ser una solución de término medio, transaccional y la válvula de seguridad contra sus desaciertos es el sufragio universal. Lo que se pierde en unas elecciones, puede recuperarse en otras. Nada duradero se funda sobre la desesperación y la violencia. La República no puede fundarse sobre ningún extremismo. Por el solo hecho de ser extremismo, tendría en contra a las cuatro quintas partes del país.

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