domingo, 2 de noviembre de 2008

No hay que tener miedo a las consultas


La libertad es la mayor fortaleza que puede tener la democracia actual. La posibilidad de consulta directa a la ciudadanía, en los temas relevantes a su futuro y a su configuración política, incluso en los temas más locales y controvertidos, sería beneficioso para la regeneración democrática, de no ser solo la democracia representativa, a también incluir la participativa.

Los modelos configurados por las grandes figuras intelectuales, como la participación de una nación, el Poder Soberano, de facultad absoluta, en una democracia directa según el concepto de Rousseau; y el ejercicio del poder soberano de la nación a través de los representantes elegidos, en los que se delega la soberanía, de De Tocqueville.

La nación ha sido objeto de muchas teorías y definiciones a lo largo de la historia. Dejo a un lado el período antes de la Edad Moderna y la Ilustración, cuando los reinos, que no naciones, eran patrimonio absoluto del rey y podían ser perfectamente divididos entre sus hijos como patrimonio, y su ejemplo más claro es el Imperio Carolingio, en Europa en general, y Navarra, en España en particular.

En la Revolución Francesa y Americana, la nación se consideró como la voluntad de unión política, asentada en los individuos; la nación es dueña de sí misma y por tanto soberana. En contrapartida al concepto revolucionario francés, los pensadores alemanes definieron su concepto de nación no como una simple unión de individuos, sino como poseedora de unos rasgos comunes que la definen frente a otras, como la etnia, lengua, religión, tradición, historia y un territorio común. El concepto racional frente al irracional.

En este período, breve en el conjunto total de la historia humana, la idea de nación actual bebe de las dos anteriores, más de la alemana, en mi opinión. La nación en Estados Unidos es claramente el primer concepto, la unión política de los individuos, de procedencia, lengua y costumbres diversas. En el resto del mundo, prácticamente es la alemana, con lo que ello ha conllevado. En esa idea subyace otra: la superioridad. Cada nación se ha considerado superior a las otras: el nacionalismo alemán del siglo XIX y XX, el paneslavismo ruso decimonónico y el nacionalismo ruso sobre el resto de nacionalidades soviéticas, el nacionalismo húngaro en su ámbito en Austria-Hungría, el nacionalismo turco y los nacionalismos en España. Y etcétera…

La nación es, ante todo, una ficción. Sieyès decía que era anterior al Estado, y si es como voluntad de unión política podemos decir que sí, que es anterior al Estado y que existe, pero como idea alemana no. Fue primero el Estado que esa idea de nación, fue primero las reparticiones de las monarquías que las identidades nacionales. Fue primero Sancho el Grande que "Euskal Herria".

La nación, como creación del pensamiento, es ante todo humano y no dado por ningún dios, no hay por tanto pueblo elegido ni pueblo superior. Como idea humana, está sujeta a la misma mortalidad del ser humano: surge, se desarrolla, y se muere. Igual que las lenguas, igual que las costumbres, igual que sus integrantes. No está libre de las vicisitudes de la historia, de sus desastres y de sus acontecimientos. Así, la defensa reaccionaria de cualquier nación no es sino miedo a esta realidad.

Así, la idea más perfecta de nación es la voluntad de unión política. Poniendo como ejemplo a España, con el liberalismo la nación española pretendió una centralización, ya desde los primeros Borbones, basada en Castilla hacia el resto de regiones, ignoradas sus diferencias. El franquismo siguió ese trabajo, pero volviendo más atrás, a los Reyes Católicos y a los Austrias, para cerrarse al mundo y marcar de forma muy exclusiva lo que era español: lo castellano. La democracia ha traído el reconocimiento de las diferencias regionales dentro de la nación: sería volver a la idea de nación como voluntad política. Ahora ya no puede argumentarse la opresión de ninguna lengua, ninguna costumbre, ninguna diferencia, el pueblo es libre. Libre de vivir, libre de decidir, libre de pensar.
Esa libertad entra en contradicción con los postulados de los nacionalismos existentes: "la nación siempre ha sido así, siempre ha existido, España siempre nos ha oprimido y lo sigue haciendo, el progreso pasa por la independencia". ¿Por qué? Es mentira, el progreso no viene automáticamente por esas premisas, el progreso viene por la libertad, la libertad está por tanto por encima de la nación. Si el nacionalismo sigue manteniendo ese discurso, es por razones menos peregrinas: el miedo. Miedo a perder su hegemonía ideológica, y, más importante, miedo a perder el poder. Esas cúpulas que dirigen esos partidos nacionalistas, ellos que argumentan portar con la verdad absoluta, tienen miedo de perder su posición. Con ello cabe preguntarse si el nacionalismo es para el progreso de los ciudadanos en su conjunto, o para el progreso material de una minoría. Y eso vale para periféricos como centralistas.

A partir de ahí, entro en un tema importante: las consultas ciudadanas. Se tiene mucha preocupación para no permitir este tipo de consultas, cumpliendo la ley, por otra parte. Entra en la lógica del nacionalismo, por ejemplo del vasco, ir planteando planes y planes de soberanismo cada vez más imposibles y exigentes. ¿Por qué? Porque el nacionalismo en cuanto gobierno ya no tiene nada que ofrecer a su sociedad, y su mantenimiento en el poder pasa por el engaño masivo a la ciudadanía, prometiendo la soberanía, pero sabiendo que siempre la respuesta es "no", para jugar su papel de victimismo y con ello eternizarse en el poder sin ideas para gobernar. Ante esto la ciudadanía, y sobre todo los apoyos sociales del nacionalismo, debe conocer esta realidad, y actuar en consecuencia. Creo que ya va viendo la dinámica a la que juega el nacionalismo, y a éste le queda cada vez menos margen de maniobra. Y del centralista también, abusador de los símbolos nacionales en momentos electorales, y desdeñándolos en momentos de calma electoral. Son un coñazo, según uno de esos nacionalistas mentirosos.

Con estas ideas, no debemos tener miedo a esas consultas que se plantean. Sabiendo la realidad con la que juega ese nacionalismo, sería un golpe muy duro para él aceptar su farol y derrotarle con su arma. La consulta debe ser muy clara, tanto su formulación como su resultado. En el caso de Montenegro, en 2006, se exigía una participación masiva y una mayoría clara: votó el 86% de los electores y hubo un 55,5% de votos por la independencia. En mi opinión, un resultado que está por debajo de los dos tercios es tan fácilmente volátil que podría cambiar de un momento para otro. En Canadá, por ejemplo, el movimiento por la independencia de Quebec oscila entre el 40-49%, insuficiente. Y en las últimas elecciones regionales los independentistas fueron muy vapuleados: cansancio de tanta retórica independentista. El resultado más claro e inapelable sería la unanimidad, pero como esto difícilmente sería así (pero que demostraría que la totalidad de esos individuos se consideran parte integrante de una nación que debe ser soberana), lo más ideal son los dos tercios, que es una mayoría clara, y una participación mínima de tres cuartos de los electores. ¿Una elección con el 50% afirmativo sobre un 50% de electores sería aceptable para este caso? Significaría que el 25% está de acuerdo, pero el 75% restante no se pronuncia por diversas razones. Una de las muchas razones por las que la gente vota menos es el cansancio de la lucha partidista por problemas de identidad y no por los problemas reales: no se participa más en la farsa política.

Los que más están en contra de las consultas no ven que lo que están haciendo es coartar la libertad de expresión de los ciudadanos, de esos individuos integrantes de la nación que dicen que es única e indivisible. Si es así esa nación permanecerá igual. La derrota del nacionalismo y sus mentiras pasa por su derrota a manos de los ciudadanos en esas consultas. Una vez derrotados, es de recibo que se pongan a gobernar de verdad y dejen sus mentiras a un lado.
Y por último, esa derrota serviría para construir la idea de nación que se quiere, una nación unida por la libre voluntad de sus individuos.

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