Os invito a participar de una reflexión.
En el siglo XIX conocimos el fenómeno del cesarismo democrático. Su paradigma fueron los Imperios franceses de Napoleón I y Luis Napoleón, regímenes profundamente autoritarios revestidos de una supuesta legitimidad popular. Napoleón I sometió a plebiscito su régimen, volvió al sufragio universal, dio instituciones decorativas, pero todo con el “apoyo” popular. Luis Napoleón eliminó la II República Francesa, volvió a crear esas mismas instituciones decorativas con el sufragio universal, fue sometiendo su régimen continuamente a varios plebiscitos de conocido resultado. Sus imitadores, que no llegan ni a la suela de los zapatos de los Bonaparte, que, al menos, tacto político tenían, fueron las dictaduras latinoamericanas, sobre todo.
Todos, regímenes personales; todos, otorgados por la “voluntad” popular. La ficción de que el pueblo decide, que el pueblo gobierna, que el pueblo delega toda decisión a una sola persona, ratificado periódicamente.
¿Seguirá existiendo?
Porque, he aquí la pregunta, ¿gobierna el pueblo? ¿Existe realmente la soberanía popular?
O más bien, ¿es el pueblo engañado cada poco tiempo para otorgar la legitimidad a unos representantes con su voto? ¿Y son realmente esos a quienes se “delega” el poder verdaderos representantes?
Puede que todo no sea más que una serie de jerarquías con intereses definidos que luchan por alcanzar el poder para sus fines, engañando a la ciudadanía con simples promesas que cumplen para acallar bocas y seguir con su reparto del pastel. El clientelismo alcanza su máxima expresión con el acceso al poder y el reparto de prebendas como premio a todo aquel que ha colaborado en apoyar a las jerarquías en su camino al poder, convirtiéndose de facto en parte de la jerarquía y un parásito del poder, sin más oficio ni beneficio.
Así pues, ¿es posible que los ciudadanos abran los ojos y se sacudan de estas jerarquías? Da igual régimen: feudalismo, liberalismo, democracia… siempre hay unas jerarquías luchando por el poder, y la masa es su instrumento. ¿Podrán los ciudadanos elegir a los optimus, a aquellos que sean merecedores por el mérito, el conocimiento y unas ideas de futuro, de administrar esa delegación de la soberanía?
¿En realidad quieren las personas guerras, expulsiones, odios y mentiras? ¿O es que esas jerarquías intrigan y pergeñan una serie de mentiras para lograr sus fines y sus intereses?
No tendremos optimus, tendremos optimates.
En el siglo XIX conocimos el fenómeno del cesarismo democrático. Su paradigma fueron los Imperios franceses de Napoleón I y Luis Napoleón, regímenes profundamente autoritarios revestidos de una supuesta legitimidad popular. Napoleón I sometió a plebiscito su régimen, volvió al sufragio universal, dio instituciones decorativas, pero todo con el “apoyo” popular. Luis Napoleón eliminó la II República Francesa, volvió a crear esas mismas instituciones decorativas con el sufragio universal, fue sometiendo su régimen continuamente a varios plebiscitos de conocido resultado. Sus imitadores, que no llegan ni a la suela de los zapatos de los Bonaparte, que, al menos, tacto político tenían, fueron las dictaduras latinoamericanas, sobre todo.
Todos, regímenes personales; todos, otorgados por la “voluntad” popular. La ficción de que el pueblo decide, que el pueblo gobierna, que el pueblo delega toda decisión a una sola persona, ratificado periódicamente.
¿Seguirá existiendo?
Porque, he aquí la pregunta, ¿gobierna el pueblo? ¿Existe realmente la soberanía popular?
O más bien, ¿es el pueblo engañado cada poco tiempo para otorgar la legitimidad a unos representantes con su voto? ¿Y son realmente esos a quienes se “delega” el poder verdaderos representantes?
Puede que todo no sea más que una serie de jerarquías con intereses definidos que luchan por alcanzar el poder para sus fines, engañando a la ciudadanía con simples promesas que cumplen para acallar bocas y seguir con su reparto del pastel. El clientelismo alcanza su máxima expresión con el acceso al poder y el reparto de prebendas como premio a todo aquel que ha colaborado en apoyar a las jerarquías en su camino al poder, convirtiéndose de facto en parte de la jerarquía y un parásito del poder, sin más oficio ni beneficio.
Así pues, ¿es posible que los ciudadanos abran los ojos y se sacudan de estas jerarquías? Da igual régimen: feudalismo, liberalismo, democracia… siempre hay unas jerarquías luchando por el poder, y la masa es su instrumento. ¿Podrán los ciudadanos elegir a los optimus, a aquellos que sean merecedores por el mérito, el conocimiento y unas ideas de futuro, de administrar esa delegación de la soberanía?
¿En realidad quieren las personas guerras, expulsiones, odios y mentiras? ¿O es que esas jerarquías intrigan y pergeñan una serie de mentiras para lograr sus fines y sus intereses?
No tendremos optimus, tendremos optimates.
2 comentarios:
Curiosa reflexión sobre Napoleón III, sobre todo viniendo de un republicano.
Me imagino que conocerá los avances sociales que se lograron en Francia con este señor:reconocimiento del derecho de huelga y de organización de los asalariados (antecedentes de sindicatos) concedidos en 1864, elevación del nivel de vida de los obreros y de los campesinos, los comedores de beneficencia organizados para los pobres, primeros sistemas de jubilaciones y de seguros para los obreros, desarrollo de la educación de masa, etc.
Simplemente para poder valorarle en su justa medida.
Saludos.
Voy a tener que dejar de hablar contigo, un día de estos contarás mi trama para dominar a las masas :(
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