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sábado, 13 de abril de 2013

Necesitamos un republicanismo transversal




Nos acercamos a un 14 de abril que es especial por varios motivos. Es el día tradicional de recuerdo y reclamación de la República como sistema de gobierno para España, ya que es el día en el cual se proclamó la última república que los españoles han tenido. Antes de esa fecha era el 11 de febrero, proclamación de la I República. Hay quienes desean que el 14 de abril sea, en un día no muy lejano, fiesta nacional de España, y yo admito que sonrío ante esa posibilidad. Fechas como el 12 de octubre, 6 de diciembre son días señalados en la actualidad como fiestas nacionales, si bien es cierto que el 6 de diciembre tiene una importancia más reducida y no ha sido por falta de iniciativas políticas, que las hubo, pero que no gozó, por desgracia, del debido consenso. Son, ante todo, fechas, símbolos, pero que pueden cambiarse, o no. No creo que en el futuro, si hubiera una nueva república en España, el 14 de abril sea su día más importante, sino que lo será el día que se proclamó dicha república, o cuando se promulgó su constitución, es decir, cuando sea un símbolo que sirva de encuentro para la amplia mayoría de españoles. Incluso podría seguir siéndolo el 12 de octubre, ¿por qué no?, una vez se acepte que es una fecha que recuerda un hecho histórico y que señala los lazos comunes que tiene España con los países hispanoamericanos.

Otro motivo especial es el contexto en el que nos movemos actualmente. Este 14 de abril se acerca en un momento en el que la monarquía se halla ampliamente cuestionada, al rey le cuesta cumplir con sus funciones y en otros países vienen ejemplos de tranquilas abdicaciones, caso de los Países Bajos. También se multiplican los escándalos con algunos miembros de la familia real y, más importante, el propio sistema político alumbrado en el consenso de la Transición está siendo criticado duramente y se pide una amplia reforma, que algunos piden que se extienda también a la más alta jefatura del Estado.

Hay que ser conscientes de que, actualmente, una manifestación, o varias, no traerán la República. No habrá un vacío de poder, no habrá —ni debe haber— una revolución, al menos del modo que tradicionalmente se entiende como tal (la revolución debe ser de las ideas, de la sociedad en general y de cada individuo personalmente). Tampoco la traerán los actuales partidos o movimientos que reclaman para sí el monopolio del republicanismo español. Sobre todo, porque esos partidos tienen unos ideales que en ocasiones se alejan de los ideales del republicanismo y, aunque lo nieguen, tienen dentro los mismos vicios que se critican en otras formaciones, con algunos añadidos.

Tenemos que entender que, si queremos que la República se proclame en España, el republicanismo español tiene que cambiar radicalmente. Especialmente, debe ser un republicanismo transversal y suprapartidista. Es decir, el republicanismo no debe estar ligado al monopolio de una ideología, sino que sea una opción común a las distintas alternativas democráticas. El republicanismo supone también otra ética política, o debería serlo si, además, se pretende presentar como la solución lógica a una reforma del sistema político español y a las formas de hacer política. La República debe ser un lugar de encuentro y de forja de nuevos consensos entre españoles. No habrá República venida por accidente, como la Primera, ni venida por sorpresa en unas elecciones "rutinarias", como la Segunda. La Tercera República debe venir porque así lo decida una amplia mayoría de españoles, y los actuales partidos no deberían poner obstáculos al debate y sumarse al republicanismo. 

Hay que entender que el monarquismo español no existe como tal o, al menos, no como una supraideología que entiende que la monarquía es la forma de gobierno natural de España. La mayor parte de los partidarios de la monarquía lo son porque creen que la actual monarquía ha contribuido a la democratización de España y su titular ha sabido comportarse como un símbolo suprapartidista del Estado. No se puede negar. Tampoco se puede negar que, quizá, esa monarquía ya no pueda cumplir con ese papel, o que ya haya realizado su trabajo. Los españoles no son niños, inmaduros políticamente, e incapaces de convivir sin matarse. Se puede debatir y pensar en una reforma profunda del sistema político en España. Se está haciendo, de hecho, pero la república no está en la agenda. Están, sin embargo, los que siguen sembrando ese miedo a la república, esa vinculación excesiva con experiencias pasadas y con traumas pasados, y la verdad es que existe una retroalimentación en el otro lado. No podemos escapar de nuestro pasado, pero no para una condena perpetua, sino para aprender de los errores y superar los traumas, y eso se debe conseguir acabando con la mistificación de la II República y de la Guerra Civil.

En definitiva, tenemos que admitir que un sistema político debe posibilitar la inclusión de la abrumadora mayoría de la ciudadanía, como paraguas donde deben existir unos consensos nacionales y opciones alternativas y afines de hacer política según unas ideas e intereses legítimos. Es decir, el sistema debe ser capaz de dar respuesta y satisfacción a las demandas planteadas por la ciudadanía y funcionar según el principio democrático. El actual sistema se está viendo demasiado estrecho e incapaz de satisfacer ciertas demandas. El republicanismo español no debería ser una alternativa para hacer lo mismo que actualmente se hace, aunque cambie los discursos. La República se proclamará en España cuando los españoles comprendan qué significa realmente.

Viva la República.

jueves, 19 de mayo de 2011

El movimiento 15 de mayo: una vuelta por Sol

Hoy he ido a la Puerta el Sol, a ver con mis propios ojos cómo era, cómo estaba organizada y cómo se desarrollaba. Me he llevado de mi paso por ahí una bonita experiencia: era agradable ver el civismo, el ánimo festivo de los asistentes, la organización "autogestionaria" de la acampada, etcétera. En definitiva, se comprueba el "buen ambiente" de los congregados.

No he visto banderas de ningún tipo, al menos ninguna destacable. Sí he visto cientos de pancartas, de todos los tamaños, llenos desde protestas a los políticos a manifestaciones de apoyo de cientos de personas. Las consignas, igualmente, eran comedidas, no por ello dejaban de ser duras y exigentes. He observado el riguroso control de esos organizadores, que no se ven, pero la realidad es la existencia de comités para el abastecimiento, para la limpieza, para la organización... que hacen posible que miles de personas concentradas en un espacio determinado se relacionen con normalidad y no en el caos. Quien esté detrás, los cientos de mujeres y hombres que anónimamente sostienen toda la protesta, lo hacen muy bien.


Viéndolo con mis propios ojos -perdón por prejuzgar por la apariencia (sin menospreciar)- se puede advertir de la concurrencia de una heterogénea mezcla: desde grupos juveniles más alternativos, a gente normal y corriente, esa "gente común" que Tomás Gómez reivindica: mayores, niños, jóvenes, adultos, estudiantes, trabajadores de todas las clases, empresarios... por cierto, no dudo que debe existir mayor control sobre los grupos más radicales, descartados por supuesto los violentos: ni hay pancartas ni consignas que se desvíen de la voluntad cívica de los indignados. Una curiosa mezcla de civismo, como si fuéramos un país europeo desarrollado, impregnado de lo que algún filósofo llamaría republicanismo cívico y de la indignación del libro de Stephane Hessel.

Una cuestión importante es no dar argumentos a los medios de la derecha. Ellos siguen con la campaña de desprestigio: curioso, los mismos que pedían la "rebelión cívica" desde incluso antes de que Zapatero ocupara la presidencia insultan a los ciudadanos que, con motivos más dignos y más reales, lo hacen. Siguen las medias verdades, las provocaciones, cuando no la mentira pura y dura, todo les parece válido para ocultar su miedo y llamar a la movilización de los votantes conservadores, mediante la criminalización, una vez más, de que el Partido Socialista está detrás de todo esto. Otro punto con el que indignarse, otro punto con el que lamentar el desprestigio que estos medios crean al periodismo, al perder todo su rigor y entregarse a la manipulación pura. Para César Vidal, los manifestantes son "proetarras" y los ciudadanos que vuelvan a votar al PSOE "tontos del culo". En fin, es cómodo que él mismo se autodesprestigie.


Todos los españoles que podamos deberíamos poder acercanos a una de las manifestaciones que se desarrollan por las principales ciudades de España y participar, aunque sea brevemente, de "la historia". Solidarizarse con los acampados, simpatizar con sus planteamientos y provocando debate entre todos nuestros conocidos. En Sol sólo caben unos pocos miles de ciudadanos, pero la opinión puede extenderse desde el kilómetro 0 a la localidad más alejada, y que la opinión de miles pueda ser compartida, contrastada y enriquecida con la de más de cuarenta millones. Me quedo con un comentario de un oyente de La Ventana de la SER: "políticos, somos vuestros jefes y os estamos preparando un ERE".

martes, 21 de diciembre de 2010

Melquíades Álvarez, un republicano olvidado


La memoria histórica de los españoles trata muy mal a sus grandes hombres. Las deficiencias en el sistema educativo, la pésima consideración que se tiene hacia las humanidades y las ciencias sociales y el relevo generacional pueden ser varios de los factores que expliquen el escaso conocimiento de los hechos que acaecieron más allá de 1975 o de 1939. En muchas ocasiones, la historiografía, y pseudohistoriadores conocidos -por desgracia- por todos, han distorsionado el pasado hasta simplificarlo, bien por facilitar su conocimiento, bien por causas ajenas al verdadero conocimiento histórico.

Es el caso de la historia del republicanismo español. En líneas generales, la palabra "república" nos remite a los hechos más destacados de 1931 y 1939 y a las connotaciones más negativas: comunismo, violencia, sectarismo, separatismo, inestabilidad... en medio de palabras tan nefastas se ha hundido deliberadamente al republicanismo español.

La figura de Melquíades Álvarez (1864-1936) bien puede ser el símbolo de la tragedia del republicanismo español. Nacido en Gijón, se licenció en derecho por la Universidad de Oviedo, donde sería catedrático de derecho romano desde 1898. Además, se inició en el mundo del periodismo con la fundación del periódico La Libertad y colaborando en El Eco de Gijón. Conjugó la abogacía y el periodismo con la política: en 1898 fue elegido diputado por Asturias por la candidatura democráta-liberal, sumergiéndose en el mundo político de la Restauración española, ademas en un año tan destacado para la historia española, el del Desastre.

Melquíades Álvarez no escapa a la cuestión en voga de la época, derivada del Desastre, el regeneracionismo. Se define como republicano y pasa a colaborar con los republicanos posibilistas Nicolás Salmerón, Blasco Ibáñez, Joaquín Costa y Gumersindo de Azcárate. Desde 1901 hasta 1923, renueva su escaño dentro de las candidaturas republicanas. Durante un primer período que va de 1901 a 1912, colabora en la unión de los partidos republicanos (Unión Republicana de 1903 a 1908) y en la colaboración con el Partido Socialista (Conjunción Republicano-Socialista de 1910). En la primera década del novecientos, desde el republicanismo, ofrece apoyo político al Partido Liberal dinástico para reformar el régimen de la Restauración y la Constitución de 1876, con la intención de democratizar el sistema y consolidar la supremacía del poder civil sobre el militar, muy dañado tras la aprobación de la Ley de Jurisdicciones por el gabinete liberal de Moret y Romanones de 1906, tras los sucesos contra la revista Cu-Cut!.

En 1912, Melquíades Álvarez crea el Partido Reformista, siendo la cabeza visible del amplio republicanismo reformista, democrático y laico que había surgido en la década de 1880 de las filas del krauso-institucionismo y del Instituto de Reformas Sociales. Como partido reformista, la formación de Melquíades Álvarez defendía la reforma gradual del sistema político en varios aspectos. Reforma política para crear un Estado democrático y social de derecho que abriese el sistema a la participación de la sociedad, acabando con el caciquismo y fomentando la autonomía de las regiones como respuesta al creciente regionalismo y como freno al nacionalismo independentista. Reforma de las relaciones laborales para conjugar capital y trabajo y alcanzar la "armonía social", mediante el asociacionismo obrero y una legislación de cobertura social de los trabajadores.

Como partido republicano, el Reformista se definía accidentalista, dejando para un momento posterior el debate en torno al tipo de régimen: lo importante era primero democratizar el Estado. Bajo los ideales del nuevo liberalismo se integraban buen número de los intelectuales republicanos y krausistas: Adolfo González Posada, Manuel Azaña, Gumersindo de Azcárate, José Ortega y Gasset, Fernando de los Ríos, Américo Castro y otros tantos otros.

De 1912 a 1923, el Partido Reformista y su líder Melquíades Álvarez variaron en sus alianzas, ora los republicanos, ora los liberales dinásticos, en el intento de conseguir la influencia necesaria para presionar en favor de la democratización del sistema político. Hay que destacar una paradoja que afectaba a todos los partidos de la Restauración: todos, desde los dinásticos a los republicanos, defendían la democratización, en mayor o menor medida; pero todos se beneficiaban del "encasillado" y del fraude electoral que decidía la composición de las Cortes. El Partido Reformista no escapó a esas prácticas y de ahí provienen sus grandes triunfos electorales en Asturias en la década de 1910-1920. En 1922, merced a la coalición entre liberales dinásticos y reformistas, Melquíades Álvarez es nombrado presidente del Congreso de los Diputados, cargo que ocupa hasta la clausura de las Cortes y la suspensión de la Constitución de 1876 por el golpe de Estado del general Primo de Rivera.

La dictadura de Primo de Rivera, pese a defender las reformas regeneracionistas y la crítica al caciquismo e ineficacia del sistema político de la Restauración, no era lo que defendían los republicanos y los reformistas. El político asturiano espera, no ocioso, sino colaborando o mostrando simpatías por conspiraciones para quitar al dictador. En 1930, con Primo de Rivera dimitido y el régimen monárquico haciendo aguas, el rey Alfonso XIII le pide que forme gobierno, proposición rechazada por Álvarez si no se convocan unas Cortes constituyentes que se definan la naturaleza del régimen político. En las municipales de abril de 1931, sin esperarse que iban a convertirse en una consulta contra la monarquía, inicialmente integró el bloque monárquico y luego pasó a defender la abstención.

Con la proclamación de la república, acepta el nuevo régimen y refunde el Partido Reformista en Partido Republicano Liberal Demócrata, en un campo mucho más moderado y conservador que el Reformista, fruto de la evolución del pensamiento de su líder: estaba muy desencantado con el rumbo de los acontecimientos y, como Ortega y Gasset, era de la opinión que la república no debía ser lo que el gobierno del primer bienio estaba realizando. Por ello, colaboró en el bienio negro con los gobiernos radical-cedistas y hasta en apoyar la represión de los obreros de Asturias, reclamando que orden y libertad no tenían sentido el uno sin el otro. La colaboración de su partido en el bienio radical-cedista, el apoyo a las represiones obreras, la defensa que hizo de José Antonio Primo de Rivera tras su detención y, posteriormente el apoyo de muchos de sus miembros a la rebelión militar de julio de 1936 desacreditó al viejo partido reformista y a su veterano líder. Melquíades Álvarez fue encarcelado en agosto en la Cárcel Modelo de Madrid, donde el 22 de ese mismo mes fue fusilado sin juicio y sin conocimiento por el gobierno y la presidencia de la república, con gran dolor de quien fue en su día compañero de partido, Manuel Azaña.

Melquíades Álvarez fue una víctima de ese caos político, social y bélico que acabó con las esperanzas del republicanismo español. Es, sin duda, un buen representante de lo que se ha dado en llamar la "tercera España", esa España reformista que tenía un proyecto de democracia y regeneración en medio de los odios, larvados tiempo atrás, de las otras dos Españas. El desencanto de Melquíades Álvarez por la república no era un caso aislado, sino que embargaba a personajes ilustres a izquierda y derecha, preocupados y desesperados por una España que, ni con monarquía o república, conseguía unirse al tren de las naciones democráticas y desarrolladas.

Enlaces de interés en Internet:
Melquíades Álvarez y los nudos de la memoria
Biografía de Melquíades Álvarez

jueves, 28 de octubre de 2010

Kirchner marcó una época


"Kirchner marcó una época". Así titula en portada Clarín, principal diario de la República Argentina (y alejado en intereses e ideología con el peronismo gobernante) la muerte del ex presidente Néstor Kirchner.

Su muerte ha cogido a todos por sorpresa. Tan pronto como se supo la noticia se pusieron en marcha tanto los periódicos para los acostumbrados obituarios, comentarios de expertos... como los políticos argentinos a especular qué sucederá ahora.

La historia reciente argentina no puede explicarse sin el peronismo. No es un movimiento social al uso ni un partido político corriente. Es algo más. La historia del peronismo es muy recurrente y repleta de figuras y modelos que ahora todos usamos para analizar qué está pasando.

Hay quienes comparan la figura de Néstor Kirchner con la de Juan Domingo Perón o Carlos Menem, amados y odiados a partes casi iguales por la sociedad argentina. Motivos no les faltan. En su presidencia, Kirchner tuvo que enfrentarse a la penosa situación económica precedente, caracterizada por el corralito, la falta de confianza en la clase política y el deterioro del nivel de vida. Hasta la crisis económica mundial, la economía ha crecido con fuerza y las clases más desfavorecidas, la base del peronismo kirchnerista, han visto mejorar sus condiciones de vida. Kirchner había conseguido una legitimidad carismática que en su momento sólo han tenido Perón y Evita. Incluso en la presidencia de su mujer, Cristina Fernández de Kirchner, su sombra tras el poder ha sido alargada, preparando su vuelta a la primera magistratura de la nación argentina.

Igualmente, Cristina Fernández también es comparada con otras dos figuras importantes del peronismo: Eva Duarte de Perón, Evita, y María Estela Martínez de Perón, Isabelita. La comparación no se ha hecho a la ligera: sin el soporte de su marido, Cristina debe demostrar la fortaleza de su posición en el gobierno y en el peronismo, si será la Evita fuerte del golpe del 45 o la Isabelita de la guerra sucia e incapaz frente al caos social, político y económico de los años 70.

La supuesta imagen de una Cristina Fernández débil y aislada sin la influencia de su marido no deja de tener cierta carga machista y de subestimar su figura política. No hay que olvidar que en los comienzos de los Kirchner en los cargos públicos Cristina ocupó puestos más elevados que su marido, siendo legisladora provincial de Santa Cruz entre 1987 y 1995, y diputada y senadora nacional entre 1995 y 2007. Por su parte, Néstor Kirchner fue intendente de Río Gallegos de 1987 a 1991 y gobernador de Santa Cruz de 1991 a 2003.

¡Fuerza, Cristina!, animan los simpatizantes peronistas. Los problemas a los que ahora se enfrenta Cristina Fernández en solitario son ya conocidos: pérdida de la mayoría en la Cámara de Diputados, conflictos con la CGT (el sindicato peronista), conflictos con la prensa por la controvertida Ley de Radiodifusión, conflictos con la patronal agropecuaria, deterioro de la situación económica... con o sin su marido, estos problemas requieren de mucho diálogo, negociación y compromisos. Sin duda, muchos políticos ambiciosos querrán sacar rédito electoral para desgastar a la presidenta argentina en beneficio propio.

¿Qué sucederá? Aún es pronto para saberlo. Se concretarán alianzas para el futuro, puede que Cristina vea reforzada una imagen de mujer luchadora contra la adversidad, puede que sin la legitimidad carismática de su marido pierda apoyos... La movilización de las bases peronistas será fundamental en el futuro, la mismo que la continuación de la campaña de la prensa en contra de la actual administración para la oposición. La oposición no es un bloque homogéneo (formada por radicales, peronistas disidentes y pequeños grupos de izquierda y derecha) que no puede sobrevivir a base de ser anti-Kirchner. A día de hoy, no hay en Argentina una alternativa única al peronismo kirchnerista. Quizás así sobreviva unos años más. Quizás mañana todo sea distinto. El tiempo lo dirá.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Supersarko se desinfla

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, atraviesa un período de dificultades en su mandato. La reforma de las pensiones y el cambio en la edad de jubilación, el escándalo Bettencourt, los escándalos de sus ministros y el debate del velo islámico han hecho mella en su popularidad. De "Supersarko", que empezó su presidencia en 2007 en medio de un gran apoyo popular y con un gran proyecto de renovación de las ideas del conservadurismo liberal, no queda casi nada. Ahora, el presidente francés recurre a que las cortinas de humo distraigan a la opinión pública de la república francesa.

La expulsión de gitanos es una medida completamente xenófoba, que vulnera los sacros principios del republicanismo francés. "Libertad, igualdad y fraternidad" no se cumple aquí y Francia, como tantos otros países de la Unión Europea, no sabe, o no quiere, tener una política de integración y de educación que no distinga unos ciudadanos de otros. El "problema" de la inmigración o de las minorías étnicas se ha creado en el momento que las administraciones europeas no saben qué hacer. Ahora, los gobiernos, sobre todo los conservadores, alientan los sentimientos contrarios a las minorías, a las que se quiere presentar como delincuentes, vagos e inadaptados, por no decir enemigos de nuestros valores occidentales.

En esta campaña de desprestigio contra nuestros conciudadanos, a los progresistas no nos queda más remedio que alentar programas de integración y de educación, reconocer que nuestros países hace mucho que dejaron de ser étnica y culturalmente homogéneos y que debemos adaptarnos a la realidad. No somos "amigos" de los terroristas, sino amigos de la libertad, de la verdadera libertad.

Hay base para que las fuerzas progresistas reconquisten la iniciativa política. Sin embargo, no se ha visto ninguna dirección en este sentido en la última cumbre de la Unión Europea. Ningún jefe de gobierno, ni siquiera Zapatero, se atrevió a criticar las medidas contra los gitanos del presidente francés. Pesa más la hipocresía de la política comunitaria que la defensa de los derechos de los ciudadanos. Cada vez es más evidente que los obstáculos de la izquierda en el camino al poder no vienen de fuera, sino de dentro, de la falta de ideas, de valentía y de estadistas.

A diferencia de la sumisión vergonzosa de los líderes europeos, en Francia, pese a todos los intentos de Sarkozy por recuperar su popularidad, los ciudadanos no confían en él. La izquierda tiene cada vez más posibilidades de conquistar el Elíseo en 2012, con Dominique Strauss-Khan, si al final se postula como candidato socialista. La victorias de la izquierda en las elecciones regionales no es sino un espejismo hasta que el PS concrete un nuevo programa de gobierno para Francia, tan ilusionante y reformista como el que presentó Ségolène Royal en su momento. De no ser así, se caerá en el mismo discurso del miedo de la derecha, que sólo puede dar fuerzas a la estancada extrema derecha.

lunes, 19 de julio de 2010

Fútbol, izquierda e identidad nacional


Hoy quiero volver mi atención a la victoria de la selección española en el Mundial de Sudáfrica. Dos artículos, de distinta importancia, me han parecido muy interesantes. El primero, "A nation wins as one", en la prestigiosa revista "Time", y el otro, "Las supuestas consecuencias políticas de la victoria de la roja", en "Tercera información", de Álvaro Alonso, amigo comunista.

El primero es el reflejo no solo de la relevancia que adquiere internacionalmente la victoria de la selección de fútbol, sino la importancia que tiene el reflejo del sentimiento nacional en un país, la "nueva España", complementaria y no antítesis de la España de las diversas identidades. No sólo diferencias regionales, sino étnicas, resultado de los años de inmigración bajo el permanente debate de integración o asimilación. La victoria deportiva no sólo fue seguida con entusiasmo por los ciudadanos de Bilbao o Barcelona, sino también los de Lavapiés, barrio madrileño con una gran presencia de ciudadanos venidos de otros países.

El artículo de Álvaro es un testimonio esencial, que muy bien podría servir como uno de los documentos esenciales para la refundación de Izquierda Unida. Toca algo que el mundo a la izquierda del PSOE nunca se han atrevido a aceptar, reconsiderar o debatir en profundidad: el sentimiento de españolidad de la ciudadanía. Por encima de las relaciones de clase, es indudable que la victoria deportiva ha escenificado lo que la partitocracia no consigue, la unión en torno a la bandera rojigualda y a una España no politizada, no sectaria, no adueñada por nadie. Sin embargo, no debemos engañarnos: el fútbol es un excelente negocio y el circo de la actual sociedad.

Pero por encima de esta opinión, este texto debería devenir en enterrar la idea de que el confederalismo o el nacionalismo son conceptos "progresistas". La idea de que se es más de izquierda cuanto más nacionalista o independentista se sea, es seguirle el juego a las clases dominantes. Lo progresista es buscar la unidad y la igualdad, desde el rincón más pequeño de un país hasta llegar a escalas continentales y mundiales, donde las fronteras no tienen sentido. No tienen sentido para las operaciones financieras y la circulación de capitales pero, sin embargo, sí para los derechos humanos y las relaciones entre personas. Hay cambiar estos conceptos. La izquierda, sobre todo la IU que aspira a refundarse, necesita recuperar la idea de España. España como nación de ciudadanos iguales.

lunes, 12 de julio de 2010

Unidos en el deporte, divididos en lo demás


"Un equipo, una nación, un sentimiento", rezaban ayer en la radio, al poco de comenzar el partido más importante de la historia de la selección española de fútbol. Sin tener que ser tan categoricos, lo cierto es que la difusión mediática de las victorias de la selección en el Mundial de Sudáfrica pronto obvió las carencias de la fracasada república "multicolor" de Mandela (infraestructuras, delincuencia, SIDA, pobreza, paro...) para celebrar que, por primera vez, el fútbol español ganaba la copa mundial.

Con ello, se ha desbordado el "patriotismo" de los españoles. El patriotismo en España estaba mal visto, las banderas rojigualdas eran monopolizadas por la derecha para su manipulación en actos y discursos sectarios contra el nacionalismo periférico, el republicanismo, la izquierda y los grupos sociales minoritarios. Además, teníamos pocos motivos para estar orgullosos de este país: "si habla mal de España, es español" o, como dijo Cánovas sobre la definición de ser español: "son españoles quienes no pueden ser otra cosa".

Hemos tenido pocos motivos para estar orgullosos como pueblo unido. Estamos más orgullosos de lo que nos separa (el 18 de julio, la república, las naciones periféricas, las costumbres locales) que de lo que nos une. Sin duda, es una desgracia que lo que nos una ahora, momentáneamente, sea el fútbol. No queda poco para el debate del Estado de la nación, donde se evidenciará una división política izquierda-derecha, centro-periferia que no existe tan radicalmente en la sociedad, aunque nos quieran convencer. Si se puede definir a la sociedad actual, no es por división, es por hastío.

Me he alegrado, como muchos otros, de la victoria del fútbol español, pero no me he sentido más patriota por ello. No hace falta una victoria para amar a un país. Si hay que amar a España, es por ser la tierra donde hemos nacido, donde vivimos y por las posibilidades que nos puede proporcionar a todos los españoles.

Si algo bueno puede aportar la victoria de la selección, es arrancar las banderas del sectarismo nacionalista y derechista. Rojigualda o tricolor, la bandera española debe ser símbolo de unidad nacional. Aunque no me guste la bandera actual del Estado, si consigue ser vista como algo despojado de todo odio y sufrimiento de antaño, todo este patriotismo momentáneo habrá valido la pena. Los colores de la bandera no son un conflicto para seguir reclamando para España el mejor sistema político.

La euforia durará unos días, hasta que esas banderas vuelvan a guardarse en los cajones y todos sigamos teniendo tan poca estima al país. La debilidad de este patriotismo es que es efímero. España no es la imposición de un centro a una periferia o el medio de unos pocos para gobernar sobre el resto. España aún necesita un proyecto nacional, un proyecto que la clase política es incapaz de potenciar. Aunque por las mismas calles por las que se manifestaban unos catalanes con senyeras y esteladas al día siguiente se inundaban de otros catalanes con la rojigualda, discutir sobre la nación/naciones y su relación, siempre cambiante, entre sí, muestra el fracaso de la actual arquitectura política. Pero las reglas del juego no pueden cambiarse por una fracción de la comunidad nacional ni por los intereses de un grupo dirigente. Cada vez es más necesario la reforma integral del Estado, en un sentido republicano, democrático y federal, la unión más perfecta donde la palabra la tengan ciudadanos, no naciones. Solidaridad y libertad son conceptos que trascienden las naciones, conceptos que crean el verdadero patriotismo, el patriotismo cívico.

¿Cuándo estaremos orgullosos de un país no sólo por sus éxitos deportivos, sino por ser país de progreso, acogida y libertad? Yo estoy orgulloso de España y de ser español, porque este país tiene potencial para ser todo eso. Los españoles son quienes tienen que crear una nación de ciudadanos.

sábado, 19 de junio de 2010

Qué vergüenza para el Instituto Cervantes: censura a "república"

Qué vergüenza: el Instituto Cervantes, en su concurso "Tu palabra favorita", ha hablado primero de "sabotaje" y luego de "fallo informático" para no tener que dar a conocer la palabra favorita en castellano más votada por los participantes de Internet. Esa palabra iba a ser, con mucha seguridad, "república", por encima de "limón".

Aunque no me parezca el medio adecuado para defender un sistema mejor de gobierno, la institución ha decidido que prime lo "políticamente correcto" por encima de la votación democrática y, de paso de la decencia. Señores, cuando se procede a una elección por medios democráticos, se respeta el proceso, se dan a conocer los resultados y, en ningún momento, se procede a manipular o censurar la votación. De los medios de comunicación "progresistas", Público señala esta farsa; El País, en su artículo "Una fiesta de la lengua de Cervantes", sólo se limita a señalar que se ha producido un gran número de propuestas y "por eso se bloqueó la página web de la institución".

Una excusa barata y lamentable. Ya vemos que la defensa de valores progresistas y de la libertad tienen un límite en este mundo de estómagos agradecidos y lacayos del poder. Una simple palabra, "república", tiene un infinito poder para provocar el miedo de "demócratas" de pacotilla.

Creo que debemos de abandonar tanta hipocresía. Está muy bien decir lo bueno que era Saramago, pero no olvidemos qué pensaba y por qué hay que seguirle: llegará el día en que nos tengamos que preguntar Quién ha firmado esto por mí. El mejor modo de honrar a un gran hombre es mantener vivo su espíritu. ¿Vamos a dejar que se muera el espíritu de la libertad?

Hoy mi confianza en las actuales instituciones democráticas decae un poco más. Qué vergüenza, qué vergüenza...

martes, 27 de abril de 2010

Lo que Julio Anguita dijo en la UAM


El pasado jueves 22 de abril Julio Anguita, ex coordinador general de IU y ex líder del Partido Comunista, acudió a un ciclo de conferencias de cultura de la república en la facultad de filosofía y letras de la Universidad Autónoma de Madrid. Su intervención fue, sin duda, la más esperada de todas, y no defraudó.


La crisis actual del sistema no sólo es de índole económica, sino que lo es también social, medioambiental, política y ética, o de valores. El sistema capitalista ha muerto de éxito al llegar a todos los rincones del planeta y, lo que sucede en crisis como esta, es que hay un exceso de producción porque la demanda ha bajado, y como el desarrollo tecnológico permite una mayor producción con menor número de trabajadores, ha ocurrido que sobra el aparato productivo.


La solución a esta crisis, sobre todo en España, que es donde nos interesa, es un debate sobre la realidad con una solución ciudadana y política, política en el sentido clásico, de participación de los ciudadanos en los asuntos de la polis.


Anguita centró su atención en varios aspectos claves en la actualidad para tener en cuenta en el camino a la nueva república. En la justicia, señaló que posee un funcionamiento corrupto cuyo origen se sitúa en proceder del franquismo, desde la aberración legal de que los rebeldes fueron los que juzgaron a los republicanos de adhesión a la rebelión. Criticó la formulación actual de la Constitución al hacer a los partidos de únicos vehículos de participación y fomentar su corrupción. También los sindicatos recibieron críticas, porque ahora son aparatos del Estado en vez de ser organizaciones de defensa de los trabajadores.


El problema de la corrupción en España es ya estructural debido a nuestra cultura de “el que no roba es gilipollas”. Eso establece las pautas de la reacción indiferente de parte de la sociedad hacia la corrupción y al desprecio de lo público, a la proliferación de la recomendación, el favoritismo, el nepotismo… los fondos públicos han tomado una nueva acepción de público, del mismo estilo que un lupanar.


Sin ética no hay política, ni república. Es la ciudadanía la que debe decidir cómo salir de la crisis global sin recurrir a economistas o líderes, deben tomar parte porque sólo se pueden conseguir las cosas con la movilización ciudadana.


La III República Española es, básicamente, la Declaración Universal de Derechos Humanos con la Carta de la Tierra. La república debe partir de un punto básico y de consenso y a partir de ahí ya se pasarán a discutir los ismos. Esta república tiene que tener como principios varias cosas:


Democracia, con una nueva ley electoral y participación ciudadana. Paz, que debe ser confiada en las Naciones Unidas tomadas en serio por la comunidad internacional. Laicidad, permitiendo el pensamiento libre de todos los ciudadanos, todas las opciones religiosas y la libertad de crítica. Cultura, con un concepto de austeridad romano contra la dominación del consumismo. Felicidad, como la entendían los padres fundadores de Estados Unidos, donde el yo somos el nosotros. Educación, como la piedra angular de la república, donde los padres y los poderes públicos tomen responsabilidad de su papel en la formación de los ciudadanos del mañana. Estado, con conocimiento histórico de lo que es y ha sido España y la necesidad de saber cómo funcionan las instituciones para ser ciudadanos.


Anguita no ve un movimiento republicano realmente existente ni coordinado, sino diversos grupos minoritarios, “que se creen depositarios del santo grial republicano” y “son expresión de la sectarización”. Toda una crítica para IU y las organizaciones afines. Para traer la república es necesario un diálogo sin apriorismos de los ismos, donde puedan entrar todos los sectores de la sociedad española para integrarlos en el proyecto republicano.


En ningún modo la III República puede ser una copia de la II República, ese experimentó acabó y la nueva república ha de ser de nueva planta, amplia y ciudadana. Los partidos deben ser cosmovisiones que luchen en el terreno de las ideas y reformulados para abandonar las malas prácticas actuales. Anguita achaca a los partidos el “mal ibérico” de no guiarnos por ideas sino por caudillos y rencillas personales, en un país donde no existe la objetividad y todos comen de lo que tiene que comer. Los medios de comunicación forman parte de ese mal, a la vez que se ha abandonado la antigua cultura obrera, con sus ateneos y sus casas del pueblo por la de la televisión, con su fútbol comercial y sus programas basura. El conocimiento es inseparable de la lucha obrera.


Este es un discurso que comparto al 99%, que va en la línea de lo que planteé hace dos semanas; la república sólo puede venir como regeneración del sistema desde abajo y por la ciudadanía. En este proyecto caben todas las ideologías.

jueves, 15 de abril de 2010

Manifiesto del Árbol Socialdemócrata por la III República


Los 14 de abril son días de la libertad. La historia de España ha estado plagada de demasiadas desgracias colectivas, demasiada sangre derramada, demasiada cabezonería en muchas partes. La sociedad española vive hoy en una democracia que goza ya de más de 30 años de existencia.


Pero no es suficiente, sus límites son sobrepasados por una sociedad dinámica que exige nuevas formas de relación entre política y ciudadanía. El sistema ha propiciado una partitocracia escandalosa que ahoga y sustituye a la sociedad civil. La corrupción, el favoritismo y el secretismo impiden el sano control de la política por la sociedad. Ningún sistema debe de ser eterno e inmutable, menos cuando ese sistema ha ido pervirtiéndose por el paso del tiempo.


Asimismo, España arrastra un problema secular, el problema de la nación. España no ha conseguido alcanzar un consenso unánime en la idea de nación. El antiguo Estado centralista y el nuevo Estado descentralizado no consiguieron resolverlo nunca. Mientras el antiguo sometió al país a los intereses del centro del poder, el nuevo provocó el surgimiento de poderes que no han mejorado la administración pública, sino que han provocado sentimientos de insolidaridad inaceptables en un país moderno y occidental y el surgimiento de fuertes clientelas regionales. Se les llama coloquialmente feudos. Pero en democracia no puede haber siervos, sólo ciudadanos. España es de los ciudadanos.


La nación moderna debe ser capaz de ir más allá de lo que nos separa, debemos luchar por los que nos une. Una nación positiva y no negativa. Somos una sociedad diversa: tenemos varios idiomas de larga y rica evolución, culturas dignas de admiración y regiones cuya visita cura cualquier ciego particularismo. La Costa da norte gallega es tan bella como el parque nacional de Timanfaya. Los caseríos vascos tan destacables como la arquitectura tradicional canaria o andaluza. España no es una cosa, España es nuestra identidad. No podemos sino sentirnos orgullosos de nuestro país, y por eso debemos cuidar su futuro.


La república deberá ser un nuevo contrato social, una democracia integral en todos los niveles. El afán no es persistir en una política decepcionante, sino en devolver a la “política” su significado completo. El hombre es un animal político porque vive en comunidad, y todos decidimos el rumbo de esa comunidad. Política lo abarca todo, influye en nuestras decisiones, actos y pensamientos. No hay que exigir sólo responsabilidad a la clase política, sino también a la ciudadanía. Nuestro objetivo es mantener la armonía basada en los derechos humanos y sin discriminar a nadie. La sociedad tiene que tomar conciencia de sí misma.


España necesita cada vez más una regeneración. Cada día comprobamos que, en las condiciones actuales, es imposible. La Constitución es irreformable en la práctica y los partidos imponen sus visiones a la sociedad. Sólo el acto creador de la república puede devolver definitivamente la soberanía a su legítimo propietario, el pueblo, y establecer nuevas bases que respeten esa premisa universal.

"Instrúyanse, porque necesitaremos toda vuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitaremos todo vuestro entusiasmo. Organí­cense, porque necesitaremos toda vuestra fuerza".

Antonio Gramsci, Fundador del Partido Comunista Italiano

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Bienvenidos al Árbol Socialdemócrata, un sencillo blog que pretende dar su pequeña aportación a los ideales del socialismo democrático y de la libertad.

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En nuestros conflictos políticos, la República tiene que ser una solución de término medio, transaccional y la válvula de seguridad contra sus desaciertos es el sufragio universal. Lo que se pierde en unas elecciones, puede recuperarse en otras. Nada duradero se funda sobre la desesperación y la violencia. La República no puede fundarse sobre ningún extremismo. Por el solo hecho de ser extremismo, tendría en contra a las cuatro quintas partes del país.

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