Nos acercamos a un 14 de abril que es
especial por varios motivos. Es el día tradicional de recuerdo y reclamación de
la República
como sistema de gobierno para España, ya que es el día en el cual se proclamó
la última república que los españoles han tenido. Antes de esa fecha era el 11
de febrero, proclamación de la
I República. Hay quienes desean que el 14 de abril sea, en un
día no muy lejano, fiesta nacional de España, y yo admito que sonrío ante esa
posibilidad. Fechas como el 12 de octubre, 6 de diciembre son días señalados en
la actualidad como fiestas nacionales, si bien es cierto que el 6 de diciembre
tiene una importancia más reducida y no ha sido por falta de iniciativas
políticas, que las hubo, pero que no gozó, por desgracia, del debido consenso.
Son, ante todo, fechas, símbolos, pero que pueden cambiarse, o no. No creo que
en el futuro, si hubiera una nueva república en España, el 14 de abril sea su
día más importante, sino que lo será el día que se proclamó dicha república, o
cuando se promulgó su constitución, es decir, cuando sea un símbolo que sirva
de encuentro para la amplia mayoría de españoles. Incluso podría seguir
siéndolo el 12 de octubre, ¿por qué no?, una vez se acepte que es una fecha que
recuerda un hecho histórico y que señala los lazos comunes que tiene España con
los países hispanoamericanos.
Otro motivo especial es el contexto en el
que nos movemos actualmente. Este 14 de abril se acerca en un momento en el que
la monarquía se halla ampliamente cuestionada, al rey le cuesta cumplir con sus
funciones y en otros países vienen ejemplos de tranquilas abdicaciones, caso de
los Países Bajos. También se multiplican los escándalos con algunos miembros de
la familia real y, más importante, el propio sistema político alumbrado en el
consenso de la Transición
está siendo criticado duramente y se pide una amplia reforma, que algunos piden
que se extienda también a la más alta jefatura del Estado.
Hay que ser conscientes de que,
actualmente, una manifestación, o varias, no traerán la República. No habrá un
vacío de poder, no habrá —ni debe haber— una revolución, al menos del modo que
tradicionalmente se entiende como tal (la revolución debe ser de las ideas, de
la sociedad en general y de cada individuo personalmente). Tampoco la traerán
los actuales partidos o movimientos que reclaman para sí el monopolio del
republicanismo español. Sobre todo, porque esos partidos tienen unos ideales
que en ocasiones se alejan de los ideales del republicanismo y, aunque lo
nieguen, tienen dentro los mismos vicios que se critican en otras formaciones,
con algunos añadidos.
Tenemos que entender que, si queremos que la República se proclame
en España, el republicanismo español tiene que cambiar radicalmente. Especialmente,
debe ser un republicanismo transversal y suprapartidista. Es decir, el
republicanismo no debe estar ligado al monopolio de una ideología, sino que sea
una opción común a las distintas alternativas democráticas. El republicanismo
supone también otra ética política, o debería serlo si, además, se pretende
presentar como la solución lógica a una reforma del sistema político español y
a las formas de hacer política. La República debe ser un lugar de encuentro y de
forja de nuevos consensos entre españoles. No habrá República venida por
accidente, como la Primera ,
ni venida por sorpresa en unas elecciones "rutinarias", como la
Segunda. La Tercera República debe venir porque así lo decida una amplia
mayoría de españoles, y los actuales partidos no deberían poner obstáculos al
debate y sumarse al republicanismo.
Hay que entender que el monarquismo
español no existe como tal o, al menos, no como una supraideología que entiende
que la monarquía es la forma de gobierno natural de España. La mayor parte de los
partidarios de la monarquía lo son porque creen que la actual monarquía ha
contribuido a la democratización de España y su titular ha sabido comportarse
como un símbolo suprapartidista del Estado. No se puede negar. Tampoco se puede
negar que, quizá, esa monarquía ya no pueda cumplir con ese papel, o que ya haya
realizado su trabajo. Los españoles no son niños, inmaduros políticamente, e
incapaces de convivir sin matarse. Se puede debatir y pensar en una reforma
profunda del sistema político en España. Se está haciendo, de hecho, pero la
república no está en la agenda. Están, sin embargo, los que siguen sembrando
ese miedo a la república, esa vinculación excesiva con experiencias pasadas y
con traumas pasados, y la verdad es que existe una retroalimentación en el otro
lado. No podemos escapar de nuestro pasado, pero no para una condena perpetua,
sino para aprender de los errores y superar los traumas, y eso se debe
conseguir acabando con la mistificación de la II República y de la Guerra Civil.
En definitiva, tenemos que admitir que un
sistema político debe posibilitar la inclusión de la abrumadora mayoría de la
ciudadanía, como paraguas donde deben existir unos consensos nacionales y
opciones alternativas y afines de hacer política según unas ideas e intereses
legítimos. Es decir, el sistema debe ser capaz de dar respuesta y satisfacción
a las demandas planteadas por la ciudadanía y funcionar según el principio
democrático. El actual sistema se está viendo demasiado estrecho e incapaz de
satisfacer ciertas demandas. El republicanismo español no debería ser una alternativa
para hacer lo mismo que actualmente se hace, aunque cambie los discursos. La República se proclamará
en España cuando los españoles comprendan qué significa realmente.
Viva la República.
1 comentario:
Completamente de acuerdo contigo. Debemos dejar de monopolizar el republicanismo y debemos entenderlo como un proyecto común e inclusivo.
En este sentido reflexionaba días atrás
Y sobre el apoderamiento de la bandera Tricolor
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