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miércoles, 6 de julio de 2011

"Amreeka", una mirada árabe de Estados Unidos


"(...) He aprendido todo el lenguaje y lo he deshecho para componer
una única palabra: Patria..."

Yo soy de allí
Mahmud Darwish

Patria. ¿Qué es la patria? En wikipedia se recoge un comentario a un ministro italiano: "¿Qué entiende por nación, señor ministro? ¿Es una masa de infelices? Sembramos trigo pero no comemos pan blanco. Cultivamos la vid pero no bebemos vino. Criamos ganado pero no comemos carne. No obstante, usted nos aconseja que no abandonemos nuestra patria. ¿Pero es una patria el lugar donde alguien no puede vivir del propio trabajo?"

Con estas mismas palabras podríamos empezar a hablar de "Amreeka" (la pronunciación en árabe de América), película de la cineasta estadounidense de origen palestino, Cherien Dabis. El título señala la intención de la directora por plasmar en una palabra "que resumiera la mezcla de las dos culturas", la árabe-palestina y la estadounidense, que se relacionan, se chocan y se encuentran finalmente en este precioso relato.

La narración comienza en Palestina, en los territorios ocupados por Israel, donde Muna, una palestina divorciada trabaja en un banco y cuida a su familia, un hijo adolescente y una madre anciana. Cada día, Muna, junto con otros tantos miles de palestinos, sufren la humillación del lento tránsito por los controles del ejército israelí bajo la sombra del nuevo muro de la vergüenza. Humillación que se convierte en una tortura psicológica cotidiana, convertidos todos los palestinos, de todas las condiciones -edad, condición social, sexo...- en un único ser: el sospechoso, el enemigo, el terrorista. Así es la verdadera manifestación del muro: no es la seguridad, es la humillación a todo un pueblo y un insulto perpetuo a la humanidad.


La vida de Muna y su hijo dan un vuelco cuando les conceden el permiso de trabajo en Estados Unidos. Con mucho dolor, dejan su patria y a su familia por la tierra de las oportunidades. Mientras, esa misma tierra, the land of the free and the home of the brave, bombardea e invade Irak. Muna y su hijo Fadi son como aquellos inmigrantes de siglos pasados, los venidos de un continente roto por eternas guerras y, como aquellos, quedan asombrados por las luces y las vastas dimensiones del Nuevo mundo, ese cuyo horizonte está coronado por grandes rascacielos que proclaman en sus cabezas el honor de ser esa patria de la libertad, como antaño la Estatua de la Libertad recibía a los recién llegados recitando con una potente voz silenciosa el poema de Emma Lazarus:

"¡Guardaos, tierras antiguas, vuestra pompa legendaria!, grita ella.
Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres
vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad
(...) ¡Yo elevo mi faro detrás de la puerta dorada!"

Pero, como los inmigrantes de hace un siglo, ellos tenían su Isla de Ellis, una nueva humillación modernizada donde también son el mismo estereotipo: el extranjero, el árabe, el posible terrorista. A partir de aquí, Muna y Fadi deben enfrentarse a un país que aún tiene presente la tragedia del 11-S y está convencido de su liderazgo internacional contra un terrorismo que, resumidamente, creen que combaten en cada país que el gobierno de Bush ha señalado como enemigo. "Mi hermano está luchando en Irak para que sean libres", señala un adolescente en la película, perfecto resumen de las consecuencias de tanta propaganda producida desde el poder: la ignorancia. Porque, ¿no se decía lo mismo de Vietnam?

Dentro de tanta hostilidad y desconfianza, surgen aquellos personajes que no están cortados con el mismo patrón de esa masa recelosa. Con esa visión alegre que nos transmite la película, la conversación entre Muna y el director del nuevo instituto de Fadi, el señor Novatski, es quizás una de las miradas más desenfadadas que resumen las sinrazones de los conflictos: la ignorancia y el temor que caen cuando se descubre que el otro no es como pensábamos, y nos percatamos que no somos tan distintos. En el caso de Novatski, él aprende que no todos los árabes son musulmanes -Muna y su familia son cristianos, "somos una minoría aquí y también allí", se lamenta ella-, y Muna descubre que no todos los judíos son como le han enseñado en Palestina. Y esa es quizás la lección más importante que nos puede dar "Amreeka", que quizás los conflictos serían muchos menos si se dejara a la gente conocerse y hablar tranquilamente, liberados de los prejuicios y estereotipos con los que somos constantemente bombardeados.

"(...) Todos los pájaros que ha perseguido
la palma de mi mano a la entrada del lejano aeropuerto,
todos los campos de trigo,
todas las cárceles
todas las tumbas blancas
todas las fronteras
todos los pañuelos que se agitaron,
todos los ojos,
estaban conmigo, pero ellos
los borraron de mi pasaporte (...)"

Pasaporte
Mahmud Darwish


martes, 3 de mayo de 2011

Un mundo sin Bin Laden no es más seguro


Los Estados Unidos han conseguido acabar por fin con su bestia negra, su antiguo aliado y luego enemigo Osama Bin Laden. La repentina operación ha sorprendido a todos y la celeridad con la que el ejército estadounidense se ha preocupado por hacer desaparecer el cadáver del líder terrorista, aun respetando las normas que exige el Islam, no hace sino levantar suspicacias. Habrá que esperar a que se presenten pruebas fidedignas de su muerte, lejos del morbo mediático de recurrir al photoshop.

Un mundo sin Bin Laden no es, por desgracia, más seguro. Sí cambia una cosa muy importante: Obama ha conseguido la importante baza de convertirse en el presidente estadounidense que consigue acabar con el "enémigo número 1 de América", es decir, la carta mágica para la reelección en 2012 por la vía del patriotismo y el revanchismo de los norteamericanos.

Al Qaeda, sin embargo, no pierde su símbolo. Ahora es un mártir. Tampoco cambiará mucho su estrategia: la organización de células autónomas de la organización terrorista no se verá afectada. En todo caso, esto les animará a intentar llevar a cabo nuevos atentados. Los servicios de seguridad de todos los países afectados por este terrorismo internacional deberán extremar a partir de ahora sus investigaciones y vigilancia. El discurso oficial de muchos Estados por la seguridad -con los ocasionales recortes a la libertad- no va a variar.

La muerte no ha sido la derrota de Bin Laden. Al contrario, su obra sobrevive a su desaparición. El mundo tiene miedo y cada vez se argumentan menos excusas con las que "legitimar" las políticas de seguridad y de geoestrategia para controlar los recursos económicos y energéticos y su apoyo internacional a muchos tiranos que están viendo como sus pueblos se escapan de su control.

Si, por el contrario, el terrorismo internacional de corte islamista resulta en debilitarse, será una importante baza para el cambio que está viviendo el mundo arabomusulmán. Occidente no podrá seguir manteniendo a sátrapas a los que ven como frenos a la influencia islamista, radical o moderada, y fieles aliados en sus intereses económicos y geoestratégicos. Tampoco esos mismos tiranos podrán acusar a su pueblo de tener una "agenda oculta" del islamismo radical y cercano al terrorismo, como hemos visto en Egipto, Libia y Siria. Al contrario, los partidos islamistas moderados y también los laicos podrán recuperar un discurso de democracia y progreso para el mundo musulman, bajo la exigencia de que el pueblo es el legítimo soberano que busca su libertad. Es muy importante hacer ver la diferencia que hay entre el terrorismo internacional, que tiene una visión totalitaria del panislamismo, y la de los pueblos árabes, completamente independiente de este y muy lejano a la uniformidad de intransigencia religiosa.

De una vez, tenemos que comprender que hay que ser duros con las causas de la pobreza, del subdesarrollo y de la corrupción de las élites. Sólo por la democracia y el progreso se pueden superar los extremismos. Claro que esto a muchos no les interesa.

jueves, 24 de marzo de 2011

Consideraciones en torno a la guerra civil libia


"Guerra justa frente a guerra buena"

Lluís Bassets dijo en su blog de El País que "la guerra es el mal por definición". No hay, por tanto, guerras buenas, porque siempre que hay muertos, destrucción y sufrimiento la humanidad muestra su faceta más cruel. Añadía Bassets que, puestos a elegir entre dos males, había que optar por el mal menor, la guerra justa, frente al mal mayor, la guerra injusta. En el caso de la guerra civil libia, la guerra justa sería una incómoda intervención de potencias extranjeras, necesaria sólo para evitar la guerra injusta, que sería dejar a Gadafi retomar el control de Libia, quedándose la comunidad internacional en el papel de mero espectador o de dar la espalda a una segura y anunciada masacre. Es bien conocido que "para que el mal triunfe sólo es necesario que los hombres buenos no hagan nada". Aparte de los hombres buenos, que en este caso son los que pedían intervenir para poner fin a la represión, sin duda entre los que han apoyado la intervención de la coalición internacional hay intereses nada altruistas, que sí tienen más que ver con intereses geoestratégicos o económicos. Por esto esta guerra es un mal menor.

"No a la guerra"

En el Congreso de los Diputados, la izquierda, de herencia pacifista e internacionalista, se halló dividida: no sólo el mayor partido de la izquierda, el Socialista, apoyó la medida de su gobierno, algo lógico, sino que también otros partidos de izquierda, como Esquerra Republicana o Iniciativa secundaron la intervención española; en otro lado, otros partidos de izquierda, como el Bloque Nacionalista Galego o Izquierda Unida vieron en esta situación una reedición de la guerra de Irak, cuyas diferencias ya se han tratado en este blog, y rechazaron apoyar la intervención. Llamazares volvía a enarbolar en discurso y en pegatina el "No a la guerra" y al poco algunos invitados a la sesión hicieron que resonara por el hemiciclo.

Muchos de los que hoy vemos como mal menor y necesario la intervención en Libia no hemos cambiado de planteamientos. Muchos estuvimos en las grandes manifestaciones contra la guerra y, como Llamazares, conservamos esas consignas. Ya hemos mencionado las diferencias entre Irak y Libia. Aunque tampoco es comparable, pensemos en la España de 1936: un Estado legítimo pero débil, en guerra contra un ejército rebelde, pidiendo con angustia la intervención de las potencias extranjeras. Ya sabemos qué ocurrió. En 2011, el pueblo libio se ha manifestado frente a Gadafi pero no ha podido derribarlo, se ha establecido un poder alternativo con una nueva legitimidad, pero en desventaja militar frente a un Estado deslegitimado, pero con un ejército mejor equipado, dirigido por un tirano que promete sangre. La comparación que hizo con la entrada de Franco en Madrid no fue gratuita ni inocente.

Javier Valenzuela, en El País, criticó la confusión del lema "No a la guerra": "no a aquella guerra, pero sabiendo que hay algunas que deben ser libradas". Citaba a la guerra contra Hitler y lamentaba la inacción occidental en otras regiones, como Ruanda o Bosnia cuando se realizaron verdaderas limpiezas étnicas. Y añadía: "el pacifismo a ultranza no es progresista. Sin unas cuantas revoluciones y/o guerras justas la humanidad seguiría en los tiempos de Espartaco".

Pacifismo

El mejor debate en torno a conciliar pacifismo con apoyo a esta intervención quizás puede estar en las decisiones de Los Verdes alemanes o aquí de Iniciativa per Catalunya, argumentando éstos la necesidad de no confundir "la pasividad con un pacifismo mal entendido". Los que creemos en el pacifismo queremos firmemente la paz, pero es por esa paz por la que hay que destruir a los tiranos que reprimen a sus pueblos. Llamazares dijo en el Congreso que por qué no se actuaba entonces en el Sáhara o en Birmania, y tiene razón en desenmascarar la hipocresía de los gobiernos occidentales y de los intereses económicos relacionados. Pero, ¿qué hacemos? ¿No hacemos nada? En todo el mundo no deja de haber buenas personas que denuncian las violaciones de los derechos humanos.

Llamazares expuso el caso de la Sudáfrica del apartheid, que sólo pudo derrumbarse a sí misma por la presión internacional en base a sanciones. Seguramente ese método pueda servir, en algunos casos, para regímenes autoritarios o segregacionistas que mantienen el control sobre la población; ahora mismo, esto no se da en Libia, sino que el Estado libio ha perdido el control de buena parte del territorio y de su población, sosteniendo una guerra civil contra su propio pueblo. Una guerra difiere de los mecanismos de control y coerción: ya no son sólo acciones esporádicas para sembrar el terror, sino acciones bélicas a gran escala donde ya no se guardan las apariencias.

Libia manifiesta los miedos ocultos de la extrema izquierda española. Para algunos, Libia es un modelo de progreso para el norte de África, ya se ve en noticias recogidas por larepublica.es, algo completamente alejado de la realidad. Como con Cuba o Venezuela, no se admiten críticas salvo débiles regañinas, que en ningún paso niegan apoyo o la reconsideración de la misma estructura ideológica que define esos regímenes. Desde 1989, la izquierda tiene miedo de perder más referencias internacionales. Ahora, el nuevo "no a la guerra", sin un análisis objetivo de la nueva realidad, no es más que la demostración del inmovilismo y el conservadurismo de una izquierda no alternativa.

viernes, 18 de marzo de 2011

Libia: ¿demasiado tarde?


Por fin, ayer por la noche (hora española) el Consejo de Seguridad de la ONU votó por establecer una zona de exclusión aérea sobre Libia, con las significativas abstenciones de China y Rusia, con derecho a veto, y de los miembros no permanentes Alemania, India y Brasil. De momento, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Qatar son los países dispuestos a intervenir decididamente para evitar los ataques de Gadafi al poder rebelde de Bengasi. Egipto podría contribuir igualmente con tropas.

La decidida intervención militar, en principio, rompe la doctrina Bush de la guerra de Irak: el ataque contra el sanguinario régimen de Gadafi viene avalado por las peticiones de la resistencia de Bengasi, el apoyo de la Liga Árabe y la autoridad de las Naciones Unidas. La otra cara de la moneda es la desesperante tardanza de la comunidad internacional por tomar una decisión al respecto y la persistente división de la Unión Europea sobre las revoluciones y revueltas en el mundo árabe. Ahora, cuando la resistencia agoniza en unas pocas ciudades, esperando el sangriento golpe de Gadafi, quizás sea todo demasiado tarde. A lo mejor se podrá hacer retroceder o destruir el tiránico régimen de la Yamahiriya de Gadafi, pero el daño se ha hecho: la sinrazón humana ha ocasionado ya demasiados muertos. Las dudas del mundo y el contraataque de Gadafi hacen peligrar la "primavera árabe": Los regímenes de Bahrein y Yemen han empezado a reprimir sin piedad a los manifestantes.

¿Qué significa esta posible o inminente intervención? ¿Es un acto más por preservar los intereses occidentales o por evitar la prometida masacre de Gadafi? En una visión perversa, no es la resolución de la crisis libia lo que hará bajar el precio del petroleo, sino la degradación de la crisis nuclear de Japón. Sin duda alguna, está en el acervo de todo país soberano determinados intereses: es intrínseco a toda institución humana. La humanidad, aparte del afán de competencia por la supervivencia, propio de todo organismo vivo, también posee el altruismo, la cooperación y la solidaridad, en simbiosis con lo anterior. Sin duda, ambas facetas están presentes en este caso: habrá quienes consideren o quieran ver con mayor fuerza la existencia de intereses económicos y geopolíticos en la intervención en la guerra civil libia. También habrá los que consideren que la intervención es necesaria para poner freno a las violaciones de los derechos humanos, evitar las amenazas de más muertes o de olas de refugiados, etcétera, reconociendo que ambos bandos pueden cometer esas barbaridades.

La única postura defendible es reconocer que los libios poseen, como todos, derechos inherentes, entre los que se cuentan el derecho a la vida, a la libertad y a gobernarse a sí mismos como decidan. El mundo ha guardado un incómodo silencio a este respecto: Gadafi era, paradójicamente, el "fiel aliado" de las potencias occidentales contra el islamismo, a la vez que uno de los modelos de la extrema izquierda por su "revolución verde". Los mejores ejemplos a estas dos paradojas son las peligrosas amistades de Gadafi con Berlusconi y con Hugo Chávez, así como la financiación de la campaña electoral de Sarkozy, si damos crédito a las palabras de Saif al Islam, el hijo del tirano libio. Igualmente, la apreciación sobre los rebeldes es variopinta: se les llama libertadores, se les reconoce como los legítimos portavoces de Libia por algunos países y también se les acusa de cercenar los derechos de las mujeres.

Es decir, se agita el miedo al islamismo. Pero, una vez más, ¿ese miedo al islamismo radical es justificación suficiente para mantener el represivo poder de Gadafi sobre sus compatriotas? Las medidas palabras de diversos personajes públicos, desde los más "gubernamentales" a los más "anticapitalistas", les unen por primera vez en vagas defensas de la permanencia de Gadafi.

Pese a que estamos viviendo meses movidos por las revoluciones árabes, no nos despegamos de considerar la "minoría de edad" de la nación árabe, a la que muchos aún ven incapaz, propensa a entregar el poder a los que hablan en nombre de Dios y reprimir a sus minorías nacionales, religiosas, a los homosexuales o a las mujeres. Esa visión, la más pura herencia colonialista, es la que justifica la permanencia de tiranos considerados occidentalizados, laicos o revolucionarios. Pero, ¿hemos olvidados la lucha de Europa por la Ilustración, por sacudirnos el yugo de los estamentos y de la Iglesia? ¿Hemos olvidado que hasta hace pocos años aún se justificaba la violencia doméstica, la marginación de los homosexuales, o se prohibía el aborto, el divorcio y no se observaban las mínimas garantías de los derechos civiles? ¿Es que los europeos somos una raza superior, dotada de mayor conciencia propia que el resto de humanos del orbe? No hace mucho que Europa ha vivido los peores crímenes de la Historia, que existieron unos campos de exterminio donde murieron millones de judíos y otras minorías, o que en Yugoslavia también se intentó una limpieza étnica.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Mesa redonda "¿Hacia dónde va el mundo árabe? en UAM-Filosofía y Letras


Las revoluciones de Túnez y Egipto -creo que ya podemos calificarlas de tal modo- siguen generando charlas y conferencias de los expertos en el mundo árabe. A día de hoy, sin contar la conferencia de ayer en la Universidad Autónoma de Madrid, he podido asistir a la charla de Casa Árabe del 1 de febrero y al debate del Círculo de Bellas Artes del día después, ambos sobre Túnez. No obvio que se habrán desarrollado muchos otros actos por nuestro país, y también por otros países, que sirven, a todos los que tienen el honor de escuchar las palabras de los entendidos en ese mundo, de conocer un poquito más un mundo cuya impresión está contaminada por los estereotipos, los prejuicios y el sesgo de los medios de comunicación, amén de los intereses de nuestros gobiernos. Estas charlas son una gran oportunidad para intentar superar esos muros con los que habitualmente nos enfrentamos en el día a día. Desde esta modesta posición, y el escaso conocimiento propio, os intentaré sintetizar el acto de ayer, día 15 de febrero, realizado en la facultad de Filosofía y Letras de la UAM.

Organizado por el Departamento de Estudios Árabes e Islámicos y moderado por Ana Planet, profesora de dicho departamento, contó con las intervenciones de dignos expertos en el mundo árabe en nuestro país, muchos agrupados en el Taller de Estudios Internacionales Mediterráneos (TEIM), cada uno intentándonos acercar qué ocurre en cada uno de los países árabe-islámicos.

Miguel Hernando de Larramendi, profesor de la UCLM, nos acercó a la realidad de los regímenes autoritarios árabes y a la serie de revueltas, hoy olvidadas en Occidente. Esas revueltas, que afloraron en los países árabes a finales de los 80, llevaron al derrocamiento de Burguiba por Ben Ali, en Túnez, y al intento de apertura en Argelia, abortado al querer evitar la victoria electoral de los islamistas y la consiguiente guerra civil. Los regímenes autoritarios, en los últimos veinte años, intentaron una serie de reformas de arriba abajo, muy lentas: apertura al exterior, pluralismo limitado y liberalización y privatización de la economía, con la connivencia de su principal aliado, Estados Unidos, unidos a él en un objetivo común tras el 11-S: luchar contra el islamismo y utilizar el miedo a éste en Occidente para resistir a las presiones de democratización.

Luz Gómez García, profesora de la UAM, a través de unos extractos del libro del libanés Samir Kassir (1960-2005), De la desgracia de ser árabe, nos acercó la visión de este autor, asesinado en Beirut. La mentalidad de Kassir era muy pesimista: veía en las causas del subdesarrollo árabe en el analfabetismo, la gran desigualdad social, la superpoblación de las ciudades, la desertización de las provincias, percepción de no existir un futuro... con ello, Gómez García replicaba ese pesimismo a que ahora el espacio público árabe ha cambiado de manos y deja a esa desgracia de ser árabe en paréntesis.

Daniel Marx nos devolvió la atención en Túnez, diluida tras la importancia que ha cobrado la revolución egipcia en los últimos días, hablándonos de las condiciones del régimen de Ben Ali, las causas de su caída y los interrogantes para el futuro. El régimen benalista tenía dos caras, una liberal, por su herencia del régimen de Burguiba y el éxito económico posterior, y otra autoritaria, con un auténtico estado policial donde había 200.000 policías en un país de poco más de diez millones de habitantes. Era un régimen de "consumir y callar", con un potencial acceso a la clase media pero sin derechos políticos. Este régimen cayó desgastado por cuatro factores: un clima de represión y miedo constante sin la excusa real de peligro islamista, la corrupción de los Trabelsi (la familia de la mujer de Ben Ali), la censura a los medios de comunicación y redes sociales y la crisis económica, con la subida del paro joven, hasta un 44,5% entre los jóvenes diplomados. Marx elevó dos interrogantes: ¿Ben Ali se fue empujado por el ejército o pensaba volver para "salvar al país" del caos que pudiera producirse? Como interrogantes para el futuro, planteó el miedo de que el nuevo gobierno provisional, ya sin benalistas, pudiera controlar el caos y la violencia que pueden desatarse en Túnez; también quién pilotará la transición, cómo se depurarán los crímenes de la dictadura, quién ganará las elecciones o quién reformará la constitución.

Para Bárbara Azaola, profesora de la UAM experta en Egipto, la revolución tunecina abrió un momento de esperanza e ilusión en los egipcios, que sentían la desgracia de que no podrían hacer lo mismo que sus hermanos tunecinos. Pero las revueltas han tenido éxito y acabaron con Mubarak. Gracias a ello, los egipcios han perdido el miedo a manifestarse y a soportar las presiones agónicas de Mubarak para desgastar y desacraditar al movimiento ciudadano. A su vez, dentro del régimen se dio lugar a una serie de tensiones entre la nueva y la vieja guardia del partido pero también dentro del ejército, imponiéndose la vieja guardia y tomando el poder tras la salida de Mubarak. Aún está por ver que esto suponga la verdadera entrega del poder a civiles o, por el contrario, los generales sigan controlando el poder. La nueva junta militar va dando pequeños pasos, como la suspensión de la constitución y del parlamento, pero aún no se han liberado los presos políticos, ni se ha reformado la ley de partidos o tomado medidas respecto a la sempiterna ley de emergencia.

Bernabé López García, experto de la UAM en Marruecos, fue un poco pesimista respecto a posibles cambios en nuestro inmediato vecino árabe. Existe, dijo, una sensación de que el "enemigo exterior" quiere que se agite el cambio y eso provoca una cierta contencion pese a que el nivel de insatisfacción es el mismo que en otros países árabes. Hay convocada una manifestación para el día 20 de febrero, pero sin saber dónde y el motivo para manifestarse. El principal escollo es la figura del rey: muchos están cansados de la monarquía y del lastre que supone para la economía del país, pero otros más están acordes con el principio de "viva el rey y muera el mal gobierno": no es el rey el culpable, sino todos los que están directamente por debajo de él, desde sus amigos hasta los políticos que mantienen el sistema corrupto e inoperante. Izquierda y derecha están unidas en un mismo gobierno que es débil e incapaz de desarrollar ninguna política, sólo se reparten el poder y sus prebendas. Las débiles reformas propiciadas por el rey, tales como el estatuto de la mujer, algo avanzado, y el código de familia, se han detenido y aún permanece la incógnita de si la monarquía se parlamentarizará y seguirá el ejemplo de la transición española.

En una línea general, Bernabé López habló de las revoluciones ocurridas como revoluciones de individuos, algo que seria revolucionario en el mundo árabe: el nacimiento del individuo, rebelado frente al clan, la familia y al "papá Estado/rey/presidente". Sería además una "mutación laica", que no daña las religiones existentes.

Desde Yemen vía Skype, Leyla Hamad nos acercó la realidad de un país olvidado, del largo proceso que ha seguido el presidente Saleh desde su inicial mandato como presidente del tradicionalista Yemen del Norte a presidente del Yemen unificado, con la incorporación del sur marxista y la colaboración con la oposición, primero socialista, luego islamista, a la posterior marginación de ambas. El intento de democratización del país, iniciado a mitad de los años 90, se detuvo, derivando al semipresidencialismo y a un cada vez más al presidencialismo autoritario, con la ampliación de los mandados del presidente y de los diputados y el vacíado de competencias del legislativo. A ello se suma la frustración de la oposición y de la ciudadanía por el proamericanismo de Saleh y su eternización en el poder que, pese a prometer en 2006 que no se presentaría a la reelección, se desdijo de sus palabras y ganó unas elecciones claramente falsificadas.

Amaia Goenaga, también vía Skype pero desde Líbano, nos explicó el significado de las últimas manifestaciones en el país de cedro, no relacionadas con las revoluciones del norte de África, sino con asuntos internos. La situación política se degradó más con el nerviosismo de Hezbolá al estar cercano el anuncio de la acusación del tribunal de justicia por el asesinato del primer ministro Rafik Hariri. Hezbolá, temiendo ser acusado, ha mantenido presiones para hacer caer al gobierno y para desacreditar al tribunal. El primer punto ya lo ha conseguido, con la caída del gobierno de Saad Hariri y el nombramiento de un gobierno dirigido por Najib Mikati, con apoyo de Hezbolá y del bloque prosirio. El sistema libanés, pese a garantizar cierta libertad, es sectario, al dividir el poder por cuotas confesionales y estar sometido al control de las élites de cada comunidad religiosa, impidiendo la existencia de un movimiento nacional único.

Rafael Bustos, profesor de la UCM y colaborador del TEIM, habló del caso argelino. Argelia es un caso distinto al de Túnez o Egipto: el régimen no tiene fisuras internas frente a un movimiento de la calle muy dividido, con el recuerdo de la guerra civil de los años 90, que mantiene una sociedad dividida. El gobierno argelino contribuyó a la poca asistencia de la manifestación del 12 de febrero con el bloqueo de los transportes, y el islamismo, en un bloque de oposición diferente, criticó a los convocantes laicos y estudiantiles.

Waleed Saleh, profesor de la UAM, cree que las revoluciones actuales han derrumbado varios mitos: que los árabes sean sumisos a sus gobiernos o que no estaban preparados para la democracia. También habló de la actual situación de su país natal, Irak. Saleh no cree que sea una democracia real: la guerra destruyó un país que, pese a la dictadura de Sadam, funcionaba y contaba con un gran potencial humano. La democracia ha caído en manos de grupos sectarios que no creen en ella: han destruido a la élite cultural y el poder lo pasan a controlar ignorantes que no saben manejar un país. Por ello, ha crecido la sensación de inseguridad, faltan servicios básicos, el petróleo se vende sin control del gobierno central y todas las regiones están controladas por milicias, ya sean suníes, chíies o kurdas. El gobierno central ha perdido su poder y el país se ha dividido en tres zonas: los kurdos, con afán expansionista a Kirkuk por el petróleo de su región; los suníes, y los chíies del sur, que han establecido de facto una república islámica, bajo control e influencia iraní.

Marta Saldaña, becaria del TEIM, hizo un rápido repaso a los países del golfo pérsico, con revueltas en cada país por el paro joven, la corrupción y la violación de derechos humanos, unido a la discriminación de la población chií en países de regímenes suníes. En Kuwait las protestas consiguieron la dimisión del ministro de Información y el mantenimiento de las protestas para pedir democracia. En Bahrein el lunes 14 de febrero hubo manifestaciones masivas en la capital, Manama, con el resultado de un muerto. Protestaban por el fin de la discriminación a los chíies y por los intentos de equilibrio demográfico con la nacionalización de suníes saudíes. En Arabia Saudí hay movimientos reformistas que elevan peticiones al rey, protestas de mujeres por el amejoramiento del abastecimiento de agua, aprovechado para pedir trabajo y criticar la corrupción existente. En Omán las revueltas son por los precios. En Qatar existe una oposición más débil y las reformas se producen, aunque de forma lenta. En los Emiratos existen presiones para convocar nuevas elecciones, las segundas de su historia.

Luciano Zaccara, profesor en la UAM, habló de las reacciones en Irán a las revoluciones árabes. La revolución egipcia, que coincidió con las fiestas de la revolución iraní, fue aprovechado por el ayatolá Jamenei para manifestar que son las reminiscencias de la revolución islámica de Jomeini. Pero, al mismo tiempo, el régimen prohibía manifestaciones de apoyo al pueblo egipcio de los opositores Musavi y Karrubi. En su lugar, se dio lugar a una manifestación oficialista, de menor asistencia, con difusión de imágenes manipuladas de las manifestaciones de 2009 contra Ahmanineyad, más concurridas.

Por último, Carmen Rodríguez, investigadora de estudios turcos en la UAM, habló de la influencia que puede tener o recibir Turquía de las revoluciones del norte de África. Habló de un "invierno democrático", regresión democrática, opuesto al proceso de reformas democratizadoras iniciado en 1999, el "verano democrático", por la oposición de países de la UE a su ingreso, por las medidas ambivalentes del islamista AKP y la debilidad de la oposición laica, configurándose dos bloques, religioso y laico, muy conservadores e inmóviles. A favor de Turquía, posee una sociedad civil consolidada y experiencias democráticas, descontenta con el modelo actual por la falta de laicización, en su opinión, aunque la "primavera árabe" puede dar un nuevo impulso al proceso democratizador.

Y para finalizar esta extensa síntesis, os añado el vídeo que visionaron al principio de la charla, "Sout al horeya", "la voz de la libertad", de la revolución egipcia.



miércoles, 9 de febrero de 2011

Debate "Túnez, la revolución de un pueblo" en el Círculo de Bellas Artes


El pasado 2 de febrero en el Círculo de Bellas Artes se celebró un debate con motivo de la revolución tunecina, "Túnez, la revolución de un pueblo", moderado por Teresa Aranguren, escritora y periodista, con la intervención de Kamel Jendoubi (que ya participó el día anterior en el coloquio "¿Hacia adónde va Túnez?", en Casa Árabe), presidente de la Red Euromediterránea de Derechos Humanos; Miguel Hernando de Larramendi, profesor de Historia en la UCLM y experto en el mundo árabe contemporáneo; y Jesús Núñez, director del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria.

Debido a que Kamel Jendoubi participó en el coloquio del día anterior, que recogí aquí la semana pasada, y que hizo una intervención similar, comentaré la invertención de los otros dos invitados.

El profesor Hernando de Larramendi comentó que las revoluciones del norte de África eran la manifestación de un proceso que nadie quería ver. Nadie pensaba que Ben Ali, el derrocado presidente tunecino, fuera a caer tan rápidamente o que la inmolación de Mohamed Bouaziz llevaría a la situación actual. Dado el tiempo que ha transcurrido, la respuesta que se puede esperar no es si va a haber oportunidad para la democracia, sino si esta perdurará y qué alcance va a tener, tanto para la región del Magreb y del mundo árabe musulmán como para las relaciones internacionales.

Nadie pensaba que esta ola de protestas empezara por Túnez, siguió Larramendi, "fue una sorpresa". Lo ocurrido es, para él, un "efecto demostración" que responde a la sociología del mundo árabe: la juventud ha sido el motor de la revolución. Lo que Túnez está transmitiendo al resto de regímenes "cleptócratas y represores feroces" árabes es que la movilización permite hacerles caer, dado que encierran una gran vulnerabilidad.

Se ha tendido a olvidar por la mediatización entre los regímenes autoritarios y el islamismo que en medio existe una sociedad civil, con formación elevada pero nulas perspectivas laborales. Esas tensiones sociales existen en Túnez y en otros países árabes. Por diferentes motivos y ámbitos había un caldo de cultivo presente que no se ha traducido en movilización política hasta ahora, al unirse las causas políticas con las demandas económicas.

Ya nada será igual. Son revueltas tradicionales frente a la corrupción y a la represión, pero el miedo que había se ha perdido al ver que es posible la confrontación con un Estado incapaz de responder a las demandas expresadas. La revolución en Egipto ayuda a consolidar esta ola de cambios y a que lleguen a otros países (Jordania, Yemen, Palestina, Marruecos...).

Son necesarias las reformas y la democratización. La cumbre de la Liga Árabe celebrada en Túnez en 2004 recurría a argumentos de seguridad para mantener los regímenes autoritarios y negar posibles avances: las reformas nunca pueden venir de fuera sino de dentro, decían.

La capacidad de respuesta en distinta en cada régimen. Túnez no es un ejemplo aislado, proyecta que las demandas económicas buscan atajar el problema de raíz: los regímenes. Nos encontramos, dijo Larramendi, con que, caigan o no, introducir la cuestión de cambio político lleva a que los regímenes tienen que adaptarse: el miedo que existe es que esos cambios sean cosméticos y no reformas profundas.

La respuesta de Mubarak a las protestas es de no aprender del caso tunecino. Como Ben Ali, Mubarak mira al exterior; el tunecino no tuvo quien le apoyase pero Mubarak sabe que su supervivencia depende del apoyo exterior.

Por desgracia, como bien apuntó Larramendi, Túnez ha desaparecido de la actualidad. Su proceso de esperanza hay que seguirlo con atención. Para el resto del mundo árabe, todos los cambios fracasarán si no integran la lección de Túnez de integrar a la juventud como motor de cambio y de la historia.


Jesús Núñez, mucho más crítico con la postura de la Unión Europea y de Estados Unidos, dijo que "no estábamos dormidos". "0jalá", proseguía, porque "sabíamos lo que pasaba". La explicación de Núñez a la postura occidental es que se tomó la opción de asegurar la estabilidad a toda costa de los regímenes existentes, al considerarles como los únicos interlocutores válidos que garantizaban la seguridad de los intereses occidentales en la región. La dialéctica occidental fue la de distinguir a los regímenes entre radicales (ejemplo: Libia) y moderados, añadiendo: "¿por qué hablamos de países moderados, qué vemos a los saudíes?

Esta posición ha funcionado hasta ahora: la estabilidad ha redundado en beneficio de los intereses económicos occidentales. Este juego ya no sirve, en opinión de Núñez: no vale agitar el espanto del islamismo porque antes de los regímenes autoritarios árabes no existía.

Lo que ocurre ahora en el Magreb es un cambio estructural: las cosas no serán igual. No hay que confundir cambio con democracia, porque el primero puede no llevar al segundo. Queda la resistencia de actores locales y externos que apoyaron y apoyan a los regímenes autoritarios; también hay que ver si se consolida la democracia en Túnez: el islamismo no puede destruir la democracia porque aún no existe.

Anteriormente, Obama apoyó a Ben Ali. Ahora dice lo que tiene que decir en el momento de las revueltas. Francia dijo que podía colaborar en la represión policial para mantener el control de la calle. "¿Qué es peor -dijo-, decir o no decir nada como muchos países?", en abierta crítica a muchos países, como España, que no han dicho nada relevante o han esperado hasta ver acontecimientos.

Pesan más los intereses, arrinconando a los valores y principios que defendemos: la UE daba una buena calificación a Túnez para darle el estatuto avanzado a cambio de nada, pese a las denuncias de vulneración de derechos humanos y falta de libertades. Si ahora los regímenes árabes consiguen aguantar la presión un par de semanas y que garantizan la estabilidad a la UE le basta. El interés de la Unión no es que las demandas de la calle se vean satisfechas, sino que haya estabilidad, pues los intereses no han cambiado. Si no se satisfacen las demandas, los futuros estallidos serán más violentos. El protagonismo debe ser local pero la UE tiene que apoyar los cambios o nuevos gobiernos, no atraparlos por la idea europea de estabilidad y dejar que cualquier gobierno lo digo o lo asegure: deben hacerse leyes de amnistía, investigar los crímenes y reformas de las leyes electorales para garantizar la integración de la sociedad.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Conferencia "¿Hacia dónde va Túnez?" en Casa Árabe

La caída de la dictadura de Ben Ali en Túnez es, como vamos comprobando y reflejando desde multitud de foros y medios, la chispa de la oleada democratizadora que protagonizan los ciudadanos árabes. Ayer, en Casa Árabe de Madrid, con Gema Martín Muñoz (directora de Casa Árabe y experta en procesos políticos del norte de África) como moderadora, pudimos conocer las opiniones de Souhayr Belhassen, activista tunecina y presidenta de la Federación Internacional de los Derechos Humanos, y de Kamel Jendoubi, hasta hace poco exiliado tunecino y presidente de la Red Euromediterránea de Derechos Humanos y portavoz del Comité por el Respeto de las Libertades y los Derechos Humanos en Túnez. Asimismo, la conferencia fue de las más concurridas de todas las que organiza Casa Árabe, con una presencia destacada de tunecinos entre el público y de expertos en el mundo árabe-musulmán.

Souhayr Belhassen explicó que el proceso político que está viviendo Túnez es un fenómeno tunecino y que ha servido de catalizador para el resto de los países de su entorno: "está trastocando el mundo árabe", dijo. Por fin, las reuniones de los activistas de los derechos humanos, como cualquier reunión de asociaciones civiles, se pueden celebrar sin el control del "partido-estado".

Para ella, esto ha sido posible por la tradición reformista de Túnez, precursora en el mundo árabe del primer sindicato, de la liga de derechos humanos, el código de las personas más laico y medidas avanzadas en derechos de la mujer, anticoncepción y aborto. ¿Cómo pudieron mantenerse las dictaduras de Habib Burguiba primero y la de Ben Ali después? Burguiba fue un "dictador ilustrado" y Ben Ali prometió desarrollo económico a cambio de "infantilismo político". Pero, a la larga, un régimen no puede perdurar cuando sus valores son el ostracismo, la corrupción y el nepotismo. Ello, unido a la marginación de la población del centro del país del desarrollo económico de la costa, la desesperación de la generación más joven, usuaria de Internet y sin empleo y el empobrecimiento de las clases medias, base del régimen de Ben Ali, fue una frustración contenida, que estalló con la inmolación de Mohamed Bouazizi en la ciudad de Sidi Bouzid.

Los sucesos de Túnez son, para Belhassen, una revolución moderna, mixta, laica, democratizadora y responsable. De momento, no ha experimentado ninguna deriva en la lucha social por la dignidad, la democracia y la libertad.

Más extensa fue la intervención de Kamel Jendoubi. Explicó su alegría y su orgullo de ser tunecino, sin que los represente Ben Ali, como estar "en una nube". Más polémico que Belhassen, Jendoubi recordó que el dictador Ben Ali huyó del país sólo hace unos pocos días, y que el régimen, con toda la tecnocracia y aparatos represivos de los que se sirvió para controlar al pueblo aún existen, sin tampoco olvidar que Ben Ali no contó únicamente con apoyos internos, sino también externos, como todos los gobiernos occidentales. Ahora, dijo, "todos dicen ser revolucionarios", en referencia a todos aquellos que apoyaron a Ben Ali: los medios de comunicación, y los intelectuales e ideólogos afectos al dictador derrocado.

No es, en opinión de Jendoubi, una revolución social -"aún"-, sí una revolución política, iniciada por la fractura del espacio público, causada por el intento del régimen por controlar Internet y, sobre todo, Facebook, usada por miles de jóvenes tunecinos. Es una revolución de los actores de la sociedad civil: los parados universitarios con conciencia, en contacto con los sindicalistas y con los abogados, que han nutrido a las protestas de eslóganes, de conciencia. A la existencia de Internet y Facebook, fundamentales para la difusión de noticias y concentraciones, se ha unido la labor de Al Yazeera al ser un espacio donde "la gente normal ha podido hablar".

El sistema de la dictadura aún permanece. El partido dusturiano, mezclado con el Estado, permanece intacto y los aparatos represivos también: siguen existiendo doce mil miembros de la policía política y toda la red de informadores, la guardia presidencial y las fichas de "nombres negros", los considerados enemigos políticos del régimen, como Jendoubi. Es necesario, añadió, cambiar a los responsables políticos, todos nombrados por el clan de los Trabelsi, la familia de la mujer de Ben Ali.

Existen problemas: el riesgo de que la revolución sea confiscada por cualquiera de las fuerzas políticas, o que por la inexistencia de líderes opositores fuertes los ideólogos del régimen aprovechen la situación, así como el desencadenamiento del caos por la liberación de pequeños criminales para crear inseguridad y así justificar una intervención del ejército o de los aparatos del régimen. A estos problemas le añade el gobierno, que no considera de unidad nacional, o las tres comisiones que se han creado sobre la reforma política, la de investigación de los crímenes y la de anticorrupción. Son comisiones formadas por técnicos nombrados por el gobierno, sin responder a las demandas políticas de la población. Jendoubi se preguntó por las limitaciones de las comisiones, ya que consideró inaceptable que pretendan investigar sólo los crímenes del último mes, cuando son años y décadas las de violaciones de derechos humanos.

Europa debe dejar su papel de "fuerza hipócrita" y ayudar al desarrollo económico de Túnez para ayudar al gobierno a satisfacer las demandas de empleo de los tunecinos, en este impasse de seis meses de transición hasta la celebración de elecciones legislativas y presidenciales.

Con la caída del dictador, el mapa político tunecino se está recomponiendo. El sindicalismo de la UGTT, puntal junto con el partido dusturiano de Burguiba y Ben Ali para la cultura política de la independencia, también está afectado por la corrupción. Pero el sindicalismo y el resto de actores de la sociedad civil deben estar integrados en el nuevo régimen, incluyendo a los islamistas de En Nahda para evitar volver a los viejos tiempos de enfrentamiento entre islamistas y no islamistas, y también a los restos del viejo partido-estado, que reconstituido o con un nuevo partido, sus integrantes también tienen derecho a existir.

Sobre un tema crucial -el papel del islamista En Nahda- Jendoubi recordó que no se quieren presentar a las presidenciales, pero habrá que ver a quién apoyarán, ni intentar dominar el futuro legislativo. Tampoco se sabe cuántos votos recibirán, sólo la capacidad que tengan para llegar a acuerdos con el resto de fuerzas sociales determinará su peso. En Nahda, explicó, "quieren existir políticamente y conciliar Islam y modernidad", en línea con el reformismo tunecino, inspirándose en el modelo turco del AKP. Asimismo, los laicos deben de ser capaces de hacer frente dialécticamente al debate ideológico con los islamistas.

En Nahda no cuestiona el estatuto de las personas, defiende la democracia, la soberanía popular, la libertad de opinión y de conciencia. Todo ello, no obstante, no evita que puedan tener una "agenda oculta", pero eso lo demostrarán los hechos. Por último, Jendoubi explicó que el movimiento islamista está dividido, entre los que querían unirse a Ben Ali y los que se oponían a él, entre la vieja generación de líderes (exiliada) y la nueva (en el interior), que no quiere verse controlada por estos. Y, cuestión muy importante, En Nahda nunca ha recurrido al terrorismo ni llamado a la violencia, excluyendo de sus filas públicamente a los violentos. En pocas palabras, para que el proceso político sea un éxito según Jendoubi, "tiene que prevalecer la inteligencia".

Enlaces destacados:
Vídeos de Casa Árabe
Noticia de la conferencia en El País

jueves, 20 de enero de 2011

Túnez y Egipto o el efecto dominó. ¿Primavera de los pueblos árabes?


Desde hace poco más de un mes asistimos con expectación los acontecimientos que se van desarrollando en Túnez. Hace un mes, nadie pensaba que la inmolación de un joven desesperado por la falta de empleo en su país iba a hacer derrumbarse a uno de los regímenes dictatoriales más estables del múndo árabe-musulmán.

Conviene recordar la situación de la que partía Túnez. Desde 1987, la república tunecina ha estado gobernada por Zine El Abidine Ben Ali hasta su derrocamiento en estas fechas. A su vez, Ben Ali derrocó al primer presidente de la república, Habib Burguiba, héroe de la independencia y líder del partido que lo ha sido todo en Túnez, como movimiento por la independencia y partido dominante desde los años 30 que, con diferentes nombres (Dustur, Neo-Dustur, Partido Nacional Dusturiano, Partido Socialista Dusturiano y, finalmente, Reagrupamiento Dusturiano Democrático) ha controlado el país. En su momento, Ben Ali fue "el hombre del cambio" y despertó tanta esperanza entre los tunecinos como la "revolución" que ahora se está desarrollando.

¿Puede hablarse de una revolución? Aún es prematuro y habrá que esperar a ver qué rumbo toman los acontecimientos. Por ello, hay que hablar de protestas generales y exitosas: el motivo no sólo ha sido solamente la falta de empleo para los licenciados universitarios, que sí que es lo que ha prendido la mecha de las protestas. A ellos se le han unido las reacciones por la respuesta que suelen dar los regímenes dictatoriales: la represión policial. Con ello, la protesta alcanzó todo el territorio de la república e incluso se extendió a otros países árabes. Esta catarsis que están experimentando los tunecinos ha servido para arrinconar al aparato del régimen y privarle de uno de sus pilares, el ejército, que goza de amplio prestigio entre la población. En cuestión de dos días, al régimen se le quemaban todos los cartuchos: el movimiento popular no se contentaba ni con la destitución del ministro del Interior, ni con vagas promesas de combatir la corrupción, ni con el anuncio de que Ben Ali no se presentaría más a las elecciones presidenciales. Las masas de la calle unieron sus voces a un solo grito: "Dégage Ben Ali!" (Lárgate, Ben Ali). La conclusión: Ben Ali hizo las maletas (repletas de dinero) y se marchó a buscar cobijo: primero en Francia, pero a Sarkozy le horrorizaba que relacionaran a la vieja metrópoli con el derrocado dictador (no tiene problema en hacerlo con dictaduras del África negra), y tuvo que acabar en Arabia Saudí, una de las peores satrapías árabes.

Hasta la fecha, no ha habido un gobierno en Túnez aceptado por las masas enfurecidas. La virtud de las protestas es su humilde origen: ni partidos, ni sindicatos ni movimientos organizados han sido sus promotores, sino la explosión de la rabia contenida en la ciudadanía tunecina por la falta de empleos justos y la escandalosa corrupción del régimen dusturiano. El mantenimiento de las protestas frente a cualquier gobierno bajo el control del aparato dusturiano, y la negativa de los minúsculos partidos opositores y del sindicato Unión General de Trabajadores de Túnez (UGTT) a participar, ha dado al traste con cualquier intento de transición controlado en última instancia por los restos del régimen, que quería mantener los ministerios clave (como Interior). El único acuerdo, que se hará oficial dentro de poco, ha sido la desvinculación de cualquier posible ministro del gobierno con el partido desturiano. Incluso el primer ministro, Mohamed Ganuchi, "monsieur oui oui" por su seguidismo de Ben Ali, ha renunciado al partido y a mantenerse posteriormente en el poder, siendo su único cometido dirigir la transición hasta la celebración de elecciones parlamentarias y presidenciales, que deben ser libres.

La participación del islamismo, En Nahda (Renacimiento)
ha sido testimonial, si no inexistente. Pese a sus proclamas de moderación y democracia, el nulo protagonismo del islamismo político fortalece las protestas. Ningún gobierno occidental ni árabe puede argumentar peregrinas justificaciones para torcer la voluntad popular de los tunecinos. Túnez da un ejemplo de movimiento popular, democrático y laico al mundo occidental y al árabe: es posible una alternativa democrática al autoritarismo de los regímenes árabes. Es un movimiento protagonizado por jóvenes, universitarios y desemplados, educados en un sistema laico e igualitario y usuarios de Internet. Con ello, desmonta los tópicos de la islamofobia europea, que quiere meter a todos los árabes en el mismo saco de la intolerancia, el machismo y el integrismo religioso.

¿Es Túnez la primera ficha del dominó? Los sucesos de Túnez han reavivado las esperanzas de muchos ciudadanos árabes en una "primavera de los pueblos". Ya hay un caldo de cultivo previo: en Argelia las manifestaciones tienen los mismos motivos de Túnez, en Yemen el descontento parte de la eternización del presidente Saleh en el poder y la penuria económica, en Egipto al enfado de los coptos por la discriminación y violencia terrorista que padecen se unen 30 años de estado de emergencia y la "siriaciación" del régimen como dictadura hereditaria en el hijo de Mubarak. En Egipto y en Yemen es donde ha calado el efecto dominó. Otros países, como Marruecos o Arabia Saudí, tienen todo el apoyo estadounidense para reprimir las protestas contra la corrupción y la pobreza. Libia es el coto privado de Gadafi. Pero es injusto dirigir todas las sospechas a EE.UU. de posibles involuciones y frustraciones populares. Las dictaduras árabes, coronadas o republicanas, temen esta ola de furia. Hasta Israel teme perder a su "aliado" egipcio y confía, como los países árabes, en que Mubarak reprima con dureza las protestas.

¿El mayor miedo en Egipto? La inestabilidad. Los grupos terroristas islamistas están deseando el derrumbe del régimen egipcio. En Túnez esto es más difícil por el rápido derrumbamiento del régimen dusturiano y la aceptación de la mayoría del aparato dirigente por las reformas, así como el apoyo del ejército al pueblo. En Túnez la única violencia, minoritaria y condenada a la desaparición, vendría de su "búnker". Pero la inestabilidad en Egipto sería catastrófica, con el terrorismo apuntando al turismo y a la minoría copta, por un lado, y los Hermanos Musulmanes como posibles capitalizadores de la inseguridad de la población musulmana. Ése es el argumento que sostiene a Mubarak y a sus aliados para reprimir a la población. Pero, como en Túnez, el protagonista principal de las protestas en Egipto es la juventud, y el principal argumento no es Dios ni la religión, sino empleo, justicia y libertad.

No hay, entonces, un dualismo enfrentado entre mundo occidental-mundo árabe, sino de
democracia contra autoritarismo. Ojalá la ciudadanía occidental volviera al espíritu contrario a la guerra en Irak y acudiera en masa a las calles a apoyar la ola democrática árabe.

Posdata: Vergüenza para la Internacional Socialista. Sabiendo que el partido desturiano RCD formaba parte de la Internacional, me extrañó mucho no encontrármelo en sus listas de miembros. Resulta que tres días después (17 de enero) de la huída de Ben Ali (14 de enero), la IS expulsó al RCD de sus filas, sin hacer pública la noticia hasta el 19 de enero. Tampoco hay que olvidar que, a día de hoy, el Partido Nacional Democrático de Mubarak permanece en la Internacional Socialista. ¿Compañeros incómodos cuando pierden el poder?

miércoles, 22 de septiembre de 2010

La democracia en el mundo árabe


Ayer tuve el honor de asistir a la conferencia "Expectativas para la democracia en el mundo árabe" en la Casa Árabe de Madrid, pronunciada por Khair El Din Hasib. Hasib es doctor en Economía por Cambridge, máster en Economía por la London School of Economics, ex gobernador del Banco Central de Irak y actualmente director del Centro de Estudios para la Unidad Árabe.

La conferencia versaba en torno a las preguntas de qué significa la democracia en el mundo árabe, por qué el mundo árabe no ha seguido el camino de democratización de otras regiones como América Latina o Asia y cuáles son sus factores internos y externos. Lo que voy a pasar a relatar es un resumen de las notas que tomé.

Para el doctor Hasib, la democracia es el mejor modelo de gobierno posible, que no deja de poseer defectos, pero también está abierta a mejoras en su funcionamiento. Así, la democracia se convierte en patrimonio de la humanidad. Tras la I Guerra Mundial, los aliados no cumplieron sus promesas de mantener unido e independiente el mundo árabe liberado del dominio del Imperio Otomano, y por el contrario se lo repartieron entre las grandes potencias vencedoras (Gran Bretaña, Francia e Italia). Con ello, el mundo árabe pasó del dominio otomano a la del imperialismo occidental.

Los países árabes, fragmentados, llegado el momento de su independencia, no tuvieron oportunidad de evolución a la democracia. Hasib lo atribuye a la existencia de élites formadas en la época otomana, que fueron las que gobernaron los países tras su independencia entre los años 20 y 60 del siglo XX. Los tímidos intentos que se hicieron para celebrar elecciones no son comparables a un modelo democrático.

Sobre qué quiere decir democracia en el mundo árabe, el Centro de Estudios para la Unidad Árabe plantea hacer una "Hoja de ruta" sobre la disposición de estos países para la democracia. El proyecto de renacimiento del mundo árabe consiste para Hasib en varios elementos: unidad, democracia, justicia social, desarrollo económico independiente, independencia nacional y civilización, uniendo en un mismo proyecto las corrientes políticas del panarabismo, socialismo, nacionalismo e islamismo.

La democracia árabe debe contemplar un modelo de gobierno que reconozca la libertad (de expresión, reunión, asociación...), pluralidad política, representatividad local y nacional, libertad de elegir y ser elegido, votar y supervisar a los gobiernos, soberanía popular, separación de poderes, independencia judicial, alternancia política, un sistema socioeconómico justo e igualdad de derechos y oportunidades, plasmados en una constitución.

Mientras que en la última década del siglo XX países de América Latina, Europa Oriental, Asia o África han pasado de dictaduras a democracias, en el mundo árabe no ha ocurrido lo mismo, sino que se han mantenido la existencia de golpes militares y dictaduras. Sólo el régimen de Náser en su momento, según Hasib, consiguió incluir ciertos elementos de democracia, pero el resto de regímenes sólo querían mantenerse en el poder, impidiendo cualquier evolución a la democracia. Aunque fue a partir de la década de 1970 cuando empezaron a celebrarse elecciones parlamentarias, el poder aprendió cómo engañar mediante la falsificación electoral, vacíando de contenido y resultados las elecciones legislativas. Estas elecciones en el mundo árabe no tienen por qué llevar a reformas, según revistas árabes como "Contemporary Arab Affairs".

Lo que ocurrió, a juicio de Hasib, es que mientras que en América Latina el gobierno y la oposición reconocieron que eran incapaces de vencer a la otra parte, llegaron a acuerdos de transición a la democracia y de integración de ambas partes en un nuevo sistema político. En cambio, en el mundo árabe ninguna de las dos partes, gobierno y oposición, quieren negociar nada. No existe mentalidad pactista, reflejando el subdesarrollo político, social y cultural de las élites políticas e intelectuales árabes en gobierno y oposición. Mientras, estallan focos de desesperación popular, revueltas del pan y desconfianza a soluciones pacíficas.

La democracia sólo se aprende ejerciendo, en palabras de Hasib. Hay que excluir el recurso a la violencia, hay que empezar ejerciendo democracia interna en el seno de los partidos árabes, renuncias por ambas partes y la concreción de un "bloque histórico" que concerte unos objetivos de cara a la fase de transición a la democracia. Hace falta una cultura de democracia y de derechos humanos, que los niños árabes aprendan esos valores en las escuelas, además de que lo aprendan las autoridades y la sociedad. Hay que dinamizar y apoyar a los movimientos de derechos humanos y crear una opinión pública democrática.

En Occidente se confunde Islam con terrorismo, pero el Islam no es incompatible con la democracia y los derechos humanos. Existen paises como Túnez, Líbano, Marruecos, Egipto o Yemen donde los partidos islamistas han aceptado el juego político. Para Hasib, que los islamistas vayan a aprovecharlo para conquistar el poder y excluir a los demás es falso. Lo que hay que juzgar es su comportamiento y no las intenciones.


En la ronda de preguntas, el doctor Hasib defendió un modelo de democracia social, no un sistema capitalista, pero determinando que es al pueblo árabe a quien le incumbe escoger su sistema de gobierno. En Palestina, por ejemplo, las últimas elecciones fueron un proceso limpio que dio como resultado la victoria de Hamás. Occidente no quiso reconocer su victoria y practicó un doble criterio de reprochar la falta de democracia en el mundo árabe pero no aceptándola cuando no le interesa.

Sobre el conflicto del Sáhara Occidental, no se atrevió a pronunciarse claramente, argumentando que los países de pequeña población son económicamente inviables en la época de la globalización y por eso deben darse uniones políticas y económicas supraestatales, a semejanza de la Unión Europea. La desgracia de los árabes es situarse en una zona estratégica para la economía mundial. A las potencias occidentales les interesa que se mantengan disgregados y no se democraticen para que el precio del petróleo no cambie. El temor de Occidente es que el pueblo árabe exija un precio justo por el crudo para poder desarrollarse económicamente.

Sobre los islamistas, el doctor Hasib argumenta que éstos reconocieron que no existía un paradigma de Estado islámico, al existir tan pocos fragmentos sobre éste en los textos islámicos, por lo que el pueblo está capacitado para elegir lo que le conviene en cada momento. Lo mismo ocurriría con la Sharia, la ley islámica, al no poder darse una aplicación literal sino una interpretación de los principios que la inspiran.


En una opinión más personal, yo juzgo una visión demasiado optimista y tímida de la realidad árabe. Se quieren evitar unas críticas más concretas de las élites árabes en pos de la búsqueda de consensos panárabes, pero no es lo mismo la situación de la monarquía saudí que el régimen sirio o la monarquía marroquí. Asismismo, no se juzga con el mismo prisma la situación del Sáhara Occidental, ocupado ilegalmente por Marruecos, que el de Palestina, con un conflicto con una potencia no árabe como es Israel. Incluso la misma crítica a las élites dirigentes adolece de objetividad: el doctor Hasib ve en las élites educadas en la época otomana el primer obstáculo a la democratización en el mundo árabe, pero no hay que olvidar que las élites posteriores de los años 60 para adelante se han educado, como él mismo, en universidades occidentales.

La relación con Occidente siempre es difícil. Por un lado se achaca a su hegemonía política y económica los problemas que adolece el mundo árabe, por otro es fuente de inspiración para llegar a un modelo político democrático y al Estado de derecho que posibilite un "renacimiento" árabe. Sin obviar que en Occidente se educan los hijos de la élite. El "bloque histórico" que preconiza Hasib es un concepto típicamente gramsciano (y occidental), cuya filosofía política fue muy influyente en el socialismo árabe. Pero el bloque histórico debe ser verdaderamente ambicioso.

En un hándicap, realmente, que esas pretensiones tan loables como es conseguir la democracia en el mundo árabe deban moderarse en la búsqueda de consenso con las élites gobernantes para llegar a una transición, a la vez de buscar el máximo de apoyos posibles con la incorporación de los islamistas. No sólo hay que juzgar el comportamiento, sino saber cuáles son las intenciones de cada grupo. Para que la democracia sea efectiva, todos tienen que reconocer al adversario, a la vez que construir un modelo de pesos y contrapesos que evite la conquista del poder por un grupo en exclusiva. A pesar de la necesaria crítica, deseo con todo corazón que el mundo árabe alcance la libertad y la democracia.
"Instrúyanse, porque necesitaremos toda vuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitaremos todo vuestro entusiasmo. Organí­cense, porque necesitaremos toda vuestra fuerza".

Antonio Gramsci, Fundador del Partido Comunista Italiano

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