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lunes, 24 de mayo de 2010

Garzón, fascismo y memoria histórica

No tenía pensado entrar al trapo del que parece uno de los acontecimientos que de nuevo polarizan a la sociedad española. No iba a entrar porque me parecía un asunto secundario, una cortina de humo, frente a otros problemas más cercanos como puede ser la crisis económica y las respuestas del Gobierno, la degradación de la política española o, más importante aún, cuestiones internacionales de diversa índole, como la represión de los “camisas rojas” de Tailandia a manos del Gobierno y las fuerzas represivas, la crisis económica en Grecia, etcétera.


Pero ha sido la orientación del caso contra Garzón lo que me ha llevado a una profunda indignación, que es la manipulación, no sólo de la Historia, sino de lo que ocurre. Recogí, hace poco más de un mes y medio, una reflexión sobre los peligros de enfrentarnos a nuestro pasado, intentando comprender qué había hecho Garzón y qué revuelo había provocado en algunos sectores minoritarios de la sociedad.


Está claro que aquí ha habido bastantes beneficiados del revuelo. Uno, Garzón, que ganaba la notoriedad y el prestigio que da investigar los crímenes del fascismo, o la notoriedad que da ser víctima de aquellos sectores incómodos con el pasado, aun perdiendo su puesto en la Audiencia Nacional, siempre ha tenido alternativas, como la Universidad de Nueva York o ser asesor en el TPI de La Haya. En definitiva, notoriedad en todos los supuestos. Otros, clase política y sectores dispuestos a utilizar la memoria histórica y los muertos de las fosas comunes para desplegar una cortina de humo que distraiga la atención de otros problemas. Perdedores: todos aquellos que nos vemos rodeados y manipulados, entre el deseo de notoriedad y la hipocresía de unos y otros.


Sinceramente, parece que todos los indicios apuntan a la prevaricación de Garzón. No por investigar los crímenes del franquismo, sino porque no eran de su competencia. No es el qué, sino el cómo. El peligro estriba que esto se ha manipulado por los medios de comunicación y la clase política interesada, para presentar a Garzón como un perseguido, un mártir de la causa por la verdad. La realidad es que la verdad ha sido dejada a un lado.


Del tema principal se ha pasado a unos secundarios que, en la lógica de un Estado de derecho, no se sostienen. Ideológicamente, podemos (y debemos) estar en contra de los posicionamientos de grupos sectarios y minoritarios como Manos Limpias o los partidos ultraderechistas. Pero no podemos impedir que ejerzan sus derechos como personas jurídicas sin destruir el principio de igualdad ante la ley. En la legislación actual, con la Ley de Partidos vigente, no se puede impedir el ejercicio de sus derechos o su concurrencia a las elecciones, por el simple hecho de que, a menos que se demuestre, cumplen con la ley.


Reaccionar como se ha hecho, dándole publicidad gratuita a estos grupúsculos (desgraciadamente para comentar esto no puedo evitar hacer lo mismo) y aterrorizándose porque determinadas organizaciones (aun ultraderechistas y en las antípodas de un pensamiento democrático) ejercen sus derechos reconocidos en la ley y en la Constitución, es más propio de un pensamiento conservador, incapaz de transmitir un mensaje positivo.


Y aquí quiero hacer una breve reflexión sobre el fascismo y la Historia. El régimen de Franco no era un régimen fascista. Sí fascistizado, como dice Ismael Saz, catedrático de Historia Contemporánea, pero esto señala una gran diferencia. Es muy halagador para la Falange declararla como la gran heredera de ese régimen autoritario; pero, ¿qué Falange? ¿Cuál de las tres que existen?


Es que hay muchos que no saben qué es exactamente el fascismo, y lo confunden con un pensamiento conservador y reaccionario, más cercano al discurso de Menéndez Pelayo, como la esencialidad católica de España, y hegemónico en el discurso de la derecha. Pero el fascismo no es eso, sino una ideología totalitaria, cargada de un discurso modernista y futurista. Por eso, el falangismo español estuvo influenciado de la corriente regeneracionista y nacionalista. No sería de extrañar que fueran los círculos culturales del falangismo los que defendieron la reconciliación y la integración de los vencidos, encuadrado en su ideal de totalidad y de resurgir de España., y de ahí, posteriormente, engrosar las filas de la oposición antifranquista, como Dionisio Ridruejo Pero esto es algo que ni unos ni otros entienden, más preocupados por la perpetua reescritura de la Historia.


No podemos obviar que los verdaderos herederos del franquismo no fueron sólo estos, pobre engranaje más de todo ese sistema, sino que también lo son la Iglesia católica, los poderes económicos, la clase política del centro derecha… el franquismo no fueron cuatro monos, reducidos a un partidito minoritario como es la Falange, sino que fue todo un movimiento social que, admitámoslo, ha sido fruto del pensamiento de las derechas españolas y ha sido el origen del pensamiento actual de la derecha, aun democrática. ¿O es que a Franco no le quería nadie en España? Esto no es malo por sí mismo, esto es nuestra historia.


Está claro que tenemos un grave problema con nuestra historia. Es necesario preservar, cultivar, la memoria histórica, pero esta no es la verdad ni mucho menos es Historia. Es una pluralidad de relatos que nos vienen transmitidos de nuestros familiares y conocidos, hasta llegar al punto de constituir un relato impuesto a la comunidad a modo de reforzar la cohesión social, como puede ser una construcción del pasado para el nacionalismo. Pero no es Historia. El historiador es quien tiene el deber de encontrar la verdad que está detrás de esos relatos, averiguando quién, cómo y porqué se elaboran dicha memoria, con qué intención, con qué resultados, cómo se modifica y quiénes los comparten. Se trata de investigar, de encontrar la verdad.

jueves, 21 de enero de 2010

El chivo expiatorio (I): el antisemitismo


Los inicios del siglo XX mantuvieron la herencia del antisemitismo, reactivada por la eclosión de los ideales del nacionalismo. En las nuevas naciones modernas, caracterizadas por una defensa de las semejanzas (raza, lengua, religión) no había espacio para las diferencias. En las naciones modernas no cabía ese pueblo sin patria, a menos que renunciase a su distinción y se integrara en un todo uniforme. Me refiero a los judíos.


Cuando había problemas en la Europa de cambio de siglo, crisis económicas, crisis alimenticias, etcétera, se culpaba a los judíos. Los judíos controlaban la economía, los judíos odiaban a los nacionales y les querían matar de hambre, decían. Esos mensajes fáciles nos hacen comprender los pogromos rusos, no sólo bajo el zarismo, sino también bajo el comunismo: los sentimientos irracionales del pueblo eran más fáciles de explotar que los ideales racionales y abstractos. Los liberales gran rusos y los bolcheviques soñaban con liberar al pueblo ruso de siglos de atraso cultural y político, pero en lugar de eso persistieron en mantenerlo controlado en base a la miseria y la ignorancia, manteniendo las bases para la posterior tiranía estalinista.


Otro tanto ocurrió en la Alemania de Weimar y del III Reich. Los judíos eran los culpables de la derrota alemana, los judíos habían humillado a Alemania en la paz de Versalles porque controlaban el sistema económico internacional.


Hoy en día los judíos, los israelíes en este caso, son el chivo expiatorio de sus vecinos regímenes autoritarios como culpables de la situación de Oriente Próximo, son su modo de desviar la atención de sus propios problemas y construir una legitimidad basada en el odio al distinto. Estoy describiendo el nacionalismo.


En Europa, actualmente, el antisemitismo se ha transformado. Es un odio amainado; Israel está en otro espacio geopolítico y se muestra de dos formas. Una es una minoría que mira con nostalgia un pasado idealizado del fascismo europeo y que niega el Holocausto; otra persiste, entre líneas, en la oposición a Israel por sus ataques a los árabes palestinos o, directamente, por la ocupación de la totalidad de la región palestina, exigiendo su destrucción (habría que ver si es en clave de deportación o de exterminio, como sueña el régimen teocrático de Irán). Las posiciones maximalistas, en clave de buenos (palestinos) y malos (israelíes), las que no son capaces de ver todas las variables del conflicto, son las que tienen ese antisemitismo de fondo. Para ellos, la solución pasa por un Estado, pero no un Estado más. El Estado árabe palestino, para ellos, sólo es posible por la negación del Estado israelí.


Mi propósito inicial era hablar del odio hacia los diferentes de hoy, los inmigrantes, pero la divagación en esta introducción ya ha hecho esta entrada muy extensa. Mañana hablaré sobre los inmigrantes.

sábado, 17 de octubre de 2009

El poder sin oposición (II): El poder despiadado

El liberalismo se planteó siempre reducir el papel del Estado, pero una curiosa paradoja fue que nunca como los siglos de la contemporaneidad el Estado ha sido más fuerte, más absoluto y más sólido. El totalitarismo fascista o soviético vino a incorporar un nivel más en el dominio del poder sobre la sociedad.


El extremo dominio de este poder no es fruto del capricho, crueldad o ideología de la élite dirigente, sino la lógica a la que tiende todo poder, como expliqué en el post anterior. Y este poder totalitario es un poder desatado. La existencia de oposición y control es una molestia indispensable en un sistema liberal democrático. Cuando se enarbola la causa de la construcción de una nueva sociedad, este requisito carece de fundamento. Esto lo entendieron muy bien dictadores de ideologías tan dispares, o no, como Stalin o Hitler. La oposición o el control no sólo pueden venir de otros partidos o de organismos del Estado, sino también del partido único mismo. Sin eso no se puede comprender la noche de los cuchillos largos contra las SA o las purgas estalinistas. Éstas, concretamente, no sólo hicieron desaparecer a pueblos enteros o la minoría de opositores fuera del PCUS, sino a toda la vieja guardia bolchevique, para sustituirla por una burocracia de partido más afín a Stalin que a los ideales del comunismo.


El éxito fue rotundo, nunca antes un poder había sido tan despiadado y efectivo por asegurar su base y supervivencia. Y lo más importante: habían conseguido su objetivo, la sociedad estaba totalmente en sus manos; las masas apoyaban, sin reservas, por miedo o por silencio cómplice a las dictaduras totalitarias. ¿Cómo si no millones de italianos, alemanes, soviéticos o franceses apoyaron a sus respectivos regímenes u ocupaciones, caso de Francia? La democracia es el mejor sistema, pero no el único sistema.

"Instrúyanse, porque necesitaremos toda vuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitaremos todo vuestro entusiasmo. Organí­cense, porque necesitaremos toda vuestra fuerza".

Antonio Gramsci, Fundador del Partido Comunista Italiano

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