En abril de 2010, Viktor Orbán y su partido conservador, Fidesz-Partido Civico Húngaro, ganaba las elecciones en Hungría con el 53% de los votos y una mayoría de dos tercíos en el Parlamento magiar. La ciudadanía húngara castigaba duramente la gestión de los socialistas en la crisis económica, pero había algo más: los húngaros están muy desilusionados con los partidos que les han gobernado desde el fin del régimen comunista, con la corrupción y las promesas incumplidas. El resultado ha sido la confianza electoral a un partido y un líder, Fidesz y Orbán, que ha abandonado el liberalismo y la democracia por el neopopulismo y el nacionalismo autoritario; además, ha supuesto la emergencia de un partido de extrema derecha, también nacionalista, xenófobo y autoritario como Jobbik-Movimiento para una Hungría mejor, que casi arrincona al Partido Socialista como tercera fuerza parlamentaria.
Con un Parlamento escorado a la derecha, la clase media empobrecida y el país en camino de quebrar, Viktor Orbán inició su "revolución nacional": había que volver a la "Hungría eterna", de orgullo nacional, limpia de los enemigos que la han humillado y minado moralmente, es decir, todas las minorías y movimientos que son la "bestia negra" de los nacionalismos centroeuropeos. Gitanos, homosexuales, socialistas y periodistas independientes. Esta "revolución nacional" se inició con la ley de comunicación de medios de 2010, que silencia a los medios de comunicación con fuertes multas si vulneran la "objetividad", si no revelan sus fuentes... además, los medios estatales tienen que cumplir con su función como medios de propaganda oficial, difusores de los valores que encarna la nueva Constitución: Hungría eterna, cristianismo... en definitiva, la ley de Orbán intenta acabar con la libertad de prensa.
La ley de ciudadanía es otra piedra en la reconstrucción de la "Gran Hungría": concede la nacionalidad a las minorías húngaras fuera de la República húngara. 3,5 millones de húngaros, repartidos entre Eslovaquia, Austria, Croacia, Serbia, Eslovenia y Ucrania pasan a disfrutar de los mismos derechos que los húngaros de la República magiar. Esta iniciativa también cuenta con el beneplácito de la extrema derecha de Jobbik, que por su parte ampara la escalada de violencia contra la minoría gitana de Hungría.
La última piedra es la Constitución de 2011. En ella, las fuentes de la nación húngara vienen de Dios ("Dios bendiga a los húngaros", comienza el texto constitucional), de la cristiandad como concepto indivisible de la nacionalidad y del papel del rey San Esteban, "constructor del Estado húngaro". El Estado asume también la protección de los húngaros de otros países. La familia está basada en la "unión voluntaria de hombre y mujer". El Tribunal Constitucional será ampliado y renovado por afines a Orbán, además de crear otros tribunales especiales, como la Curia, para controlar el poder judicial. La separación de poderes desaparece y se sustituye por el predominio del ejecutivo sobre todos los demás, con control y vigilancia estrictos. Todo bajo la apelación a la nación. Cualquier vestigio democrático queda bajo sospecha: la Constitución, rompiendo toda la evolución política europea, deja de ser un contrato social construido bajo el consenso de la nación. Es una Constitución a la medida del Fidesz, para preservar la hegemonía política, social e institucional del Fidesz. Una Constitución resultado de la dictadura de la mayoría actual.
En la Unión Europea han saltado las alarmas sobre la deriva autoritaria de Orbán, apodado "Viktator" por la oposición socialista en el Parlamento, y social y sindical en la calle, desde la ley de medios de comunicación y también con esta abominable Constitución. La Comisión y el Parlamento europeos han pedido al gobierno magiar que rectifique la deriva autoritaria, amenazando con privarle de derecho a voto en la Unión y, junto a Estados Unidos y el FMI, negarse a concederle ayudas económicas para salvar a Hungría de la bancarrota. La "blandura" de la Comisión ya ha sido criticada por los socialistas y los liberales europeos, y por Daniel Cohn-Bendit, líder de los verdes en el Parlamento Europeo, calificó a Viktor Orbán de emular a Hugo Chávez.
Posiblemente, Orbán maniobrará para limar los aspectos más escandalosos de sus autoritarias leyes. Pero quedan las actitudes. La sociedad húngara se escinde entre una minoría violenta, xenófoba, nacionalista y homófoba, y otra minoría defensora de las libertades, la separación de poderes y el respeto por la democracia y las minorías. En medio, como siempre, una mayoría silenciosa, frustrada, que es el fiel de la balanza entre uno u otro. La frustración y las promesas de una vida mejor mediante la recuperación del orgullo nacional pueden llevarles a los brazos de los populistas; una escalada más autoritaria, y no ya silenciosa sino violenta y ruidosa puede devolverles al otro lado. Pero quizás, sea demasiado tarde. Esto no pasa sólo en Hungría. En la Unión, en todos sus países miembros, se vive la misma frustración con lo existente, ese mismo silencio de la mayoría ante los recortes del Estado de bienestar, la corrupción y las escandalosas actitudes de las élites económicas de la sociedad.
De esta desgracia también participan los demócratas, esos liberales y socialdemócratas desconectados de la sociedad, de dirigentes demasiado conservadores y cómodos en su condición de élites, que no han visto o no quieren ver que están cavando su tumba, y con la suya la de la democracia. Las propuestas que se escuchan por reformar las instituciones, ¿por qué no se hicieron antes? ¿Por qué se abandonaron? ¿Por qué se permite que en la educación pública se abandonen los valores cívicos esenciales para nuestra sociedad? Si no se transmiten esos valores democráticos, que son la base del europeísmo que necesitamos, la Unión Europea seguirá enferma, foco de frustración de los europeos.
La democracia no puede sobrevivir con el silencio pasivo de la sociedad, porque ya sabemos que para que el mal triunfe solo es necesario que los hombres buenos no hagan nada; solo puede sobrevivir con el compromiso activo. La indiferencia es el peor enemigo de nuestra sociedad actual.
Enlaces de interés:
Presseurop en español - La Hungría de Viktor Orbán
Constitución húngara de 2011 (en inglés)
Regresión húngara
Hungría gira hacia el autoritarismo
Hungría en infracción
El espantajo de la revolución cínica de "Viktator"
Con un Parlamento escorado a la derecha, la clase media empobrecida y el país en camino de quebrar, Viktor Orbán inició su "revolución nacional": había que volver a la "Hungría eterna", de orgullo nacional, limpia de los enemigos que la han humillado y minado moralmente, es decir, todas las minorías y movimientos que son la "bestia negra" de los nacionalismos centroeuropeos. Gitanos, homosexuales, socialistas y periodistas independientes. Esta "revolución nacional" se inició con la ley de comunicación de medios de 2010, que silencia a los medios de comunicación con fuertes multas si vulneran la "objetividad", si no revelan sus fuentes... además, los medios estatales tienen que cumplir con su función como medios de propaganda oficial, difusores de los valores que encarna la nueva Constitución: Hungría eterna, cristianismo... en definitiva, la ley de Orbán intenta acabar con la libertad de prensa.
La ley de ciudadanía es otra piedra en la reconstrucción de la "Gran Hungría": concede la nacionalidad a las minorías húngaras fuera de la República húngara. 3,5 millones de húngaros, repartidos entre Eslovaquia, Austria, Croacia, Serbia, Eslovenia y Ucrania pasan a disfrutar de los mismos derechos que los húngaros de la República magiar. Esta iniciativa también cuenta con el beneplácito de la extrema derecha de Jobbik, que por su parte ampara la escalada de violencia contra la minoría gitana de Hungría.
La última piedra es la Constitución de 2011. En ella, las fuentes de la nación húngara vienen de Dios ("Dios bendiga a los húngaros", comienza el texto constitucional), de la cristiandad como concepto indivisible de la nacionalidad y del papel del rey San Esteban, "constructor del Estado húngaro". El Estado asume también la protección de los húngaros de otros países. La familia está basada en la "unión voluntaria de hombre y mujer". El Tribunal Constitucional será ampliado y renovado por afines a Orbán, además de crear otros tribunales especiales, como la Curia, para controlar el poder judicial. La separación de poderes desaparece y se sustituye por el predominio del ejecutivo sobre todos los demás, con control y vigilancia estrictos. Todo bajo la apelación a la nación. Cualquier vestigio democrático queda bajo sospecha: la Constitución, rompiendo toda la evolución política europea, deja de ser un contrato social construido bajo el consenso de la nación. Es una Constitución a la medida del Fidesz, para preservar la hegemonía política, social e institucional del Fidesz. Una Constitución resultado de la dictadura de la mayoría actual.
En la Unión Europea han saltado las alarmas sobre la deriva autoritaria de Orbán, apodado "Viktator" por la oposición socialista en el Parlamento, y social y sindical en la calle, desde la ley de medios de comunicación y también con esta abominable Constitución. La Comisión y el Parlamento europeos han pedido al gobierno magiar que rectifique la deriva autoritaria, amenazando con privarle de derecho a voto en la Unión y, junto a Estados Unidos y el FMI, negarse a concederle ayudas económicas para salvar a Hungría de la bancarrota. La "blandura" de la Comisión ya ha sido criticada por los socialistas y los liberales europeos, y por Daniel Cohn-Bendit, líder de los verdes en el Parlamento Europeo, calificó a Viktor Orbán de emular a Hugo Chávez.
Posiblemente, Orbán maniobrará para limar los aspectos más escandalosos de sus autoritarias leyes. Pero quedan las actitudes. La sociedad húngara se escinde entre una minoría violenta, xenófoba, nacionalista y homófoba, y otra minoría defensora de las libertades, la separación de poderes y el respeto por la democracia y las minorías. En medio, como siempre, una mayoría silenciosa, frustrada, que es el fiel de la balanza entre uno u otro. La frustración y las promesas de una vida mejor mediante la recuperación del orgullo nacional pueden llevarles a los brazos de los populistas; una escalada más autoritaria, y no ya silenciosa sino violenta y ruidosa puede devolverles al otro lado. Pero quizás, sea demasiado tarde. Esto no pasa sólo en Hungría. En la Unión, en todos sus países miembros, se vive la misma frustración con lo existente, ese mismo silencio de la mayoría ante los recortes del Estado de bienestar, la corrupción y las escandalosas actitudes de las élites económicas de la sociedad.
De esta desgracia también participan los demócratas, esos liberales y socialdemócratas desconectados de la sociedad, de dirigentes demasiado conservadores y cómodos en su condición de élites, que no han visto o no quieren ver que están cavando su tumba, y con la suya la de la democracia. Las propuestas que se escuchan por reformar las instituciones, ¿por qué no se hicieron antes? ¿Por qué se abandonaron? ¿Por qué se permite que en la educación pública se abandonen los valores cívicos esenciales para nuestra sociedad? Si no se transmiten esos valores democráticos, que son la base del europeísmo que necesitamos, la Unión Europea seguirá enferma, foco de frustración de los europeos.
La democracia no puede sobrevivir con el silencio pasivo de la sociedad, porque ya sabemos que para que el mal triunfe solo es necesario que los hombres buenos no hagan nada; solo puede sobrevivir con el compromiso activo. La indiferencia es el peor enemigo de nuestra sociedad actual.
Enlaces de interés:
Presseurop en español - La Hungría de Viktor Orbán
Constitución húngara de 2011 (en inglés)
Regresión húngara
Hungría gira hacia el autoritarismo
Hungría en infracción
El espantajo de la revolución cínica de "Viktator"