Trotsky, antes de enfrentarse con Stalin contribuye a construir la doctrina leninista y a la que luego contribuyó su rival en la Unión Soviética. La revolución permanente y la internacionalización de la misma son sus planteamientos.
Trotsky justifica el paso de la revolución de febrero a la de octubre sin solución de continuidad (primer pilar), las transformaciones sociales como profundización permanente en todos los ámbitos hacia el socialismo (segundo pilar), de forma paulatina pero sin descanso. Por ello, se opone a la Nueva Política Económica y defiende el comunismo de guerra.
Defiende la globalización de los sistemas económicos porque el capitalismo sobrepasa todas las fronteras. La revolución debe extenderse a los eslabones fuertes y débiles del capitalismo.
Hasta la muerte de Lenin esto no se cuestionó, sino que se adaptó en la política del Komintern o en la URSS, como unión de diversos territorios hasta alcanzar un nivel mundial y universal. Esto choca con el socialismo en un solo país de Stalin. Trotsky publica en 1924 “Lecciones de octubre” y reitera la revolución permanente, reeditado en 1930 en “La Revolución permanente”, en el exilio, pero con las mismas ideas de 1905. Stalin le acusa de denigrar al partido y al pueblo ruso, de no ser capaces de llegar al socialismo.
En 1936, en “La revolución traicionada”, se suma a la socialdemocracia en la acusación de que la URSS es totalitaria y que el partido ha absorbido al proletariado, pero no critica lo anterior a Stalin. Con Stalin se ha degenerado en un cuerpo burocrático, un país aislado y en un pluralismo y una democracia interna eliminada. Es una pausa del capitalismo al socialismo, una negación del mismo y de las contradicciones externas e internas.
Stalin se enfrenta al tercer pilar de las tesis de Trotsky, la expansión mundial. Stalin se basa en la deificación de Lenin, y a él como continuador e intérprete del marxismo-leninismo. Para no contradecirse con Lenin, distingue la construcción del socialismo de la construcción definitiva, que sí necesita la revolución mundial. Lo fundamental es construir primero el socialismo en un solo país, a lo que se deben subordinar el resto de movimientos y partidos comunistas del mundo. Mantiene que el Estado debe seguir existiendo porque el capitalismo mundial aún resiste. Repite los postulados de Lenin de militancia ferviente y de intelectualidad orgánica.
La diferencia es el grado de concentración del poder en manos de una persona. Se recupera la idea del patriotismo ruso para demostrar que los rusos pueden construir el socialismo, hasta que bajo el liderazgo soviético se llegue a todo el mundo.
El movimiento de izquierda “alternativa”, autodenominado “anticapitalista” parece ser únicamente fuerte en Francia. Alemania tiene a Die Linke para canalizar ese voto de izquierda descontenta, pero es Francia la gran protagonista en esta cuestión.
En Francia el “fenómeno Besancenot” parece de moda. No sólo en la izquierda más descontenta, sino también en la derecha, pero con otra estrategia. Y es que esa izquierda alternativa puede ser la gran campeona para la eternidad “berlusconiana” de Sarkozy y todo aquel que le suceda. ¿El Sarkozysmo?
Besancenot no es culpable. Es un líder muy capaz, quizás el único de esa izquierda alternativa con capacidad de liderazgo, táctica y, hay que decirlo, mucha inteligencia y honradez. Es más, reúne los requisitos para ser líder pero entre iguales. A diferencia de esos políticos que se jubilan en los consejos de administración de grandes empresas, de los políticos que viven de las prebendas que reparte el partido, Besancenot sigue viviendo de su trabajo de cartero, sin permitirse lujos. La gran virtud que precisa todo líder de izquierda: honradez. Es por eso que es un líder de izquierda muy apreciado para mí, aunque no comparta muchos puntos de su programa político.
Sin embargo, no hay que ocultar que la derecha gobernante en Francia ejerce un despliegue mediático para que siempre esté presente. Su negativa a participar en la gestión política, si llegan a buenos resultados, pero sin dejar de participar en elecciones y conquistar votos y asientos, es el veneno en la izquierda. Aquí, en España, no podemos negar que Izquierda Unida es claramente comunista o poscomunista, republicana y no le gusta el sistema actual, pero no deja de participar activamente desde dentro del “sistema”. Ahí está Rivas-Vaciamadrid, el agonizante tripartito vasco o mejor aun, el municipio de Córdoba. Si IU dejase de participar, imposibilitaría tantas políticas que llevaría a la parálisis a muchas administraciones, o traicionaría a sus votantes, y por tanto se inclinaría a la total extinción.
Sarkozy y su derecha quieren acabar con la izquierda que existe entre él y Besancenot. Incluso pasando por encima de los centristas de Bayrou, de los radicales de izquierda, de los socialistas (que aún son el gran partido de la izquierda), y de los empequeñecidos comunistas. Añadido a su empeño de una reforma electoral cambiando, mayoritariamente, los distritos que se suponen de izquierda. Sí, sí, Berlusconi también hizo su cerdada electoral haciendo chanchullos parecidos. Esos actos son merecedores de una huelga general. Por cosas menores se han llegado a incendiar calles enteras.
Entonces, la negativa a toda colaboración (negativa si ellos no son los que lideran la izquierda, es su argumento) puede, o permitir décadas conservadoras, que no es lo que especialmente desearán por coherencia progresista, o negarles todo voto que, descontento del PS y del PCF, quiera darles una oportunidad de ser mejores. También hay estudios que muestran que no roba votos al resto de izquierda, sino atrae nuevos.
Quite o no, lo cierto es que el mapa progresista permanece fragmentado. El Partido Socialista se encuentra a un lado, atrapado entre la parálisis y el inmovilismo falto de ideas. Aubry salió elegida contra Sególène Royal, pero se ha aliado con parte de su sector y ha dejado a un lado a Benoît Hamon, otro de los socialistas del sector de la izquierda, y buena promesa. El agónico Partido Comunista ha formado un Frente de Izquierda con los socialistas descontentos (también puede leerse como los que querían algo, como algún cargo, enchufe o prebendas, y se quedan sin nada), del Partido de la Izquierda. Y por último el Nuevo Partido Anticapitalista de Besancenot. 20%, 6 y 9% se conceden a cada formación en los sondeos. Más el 2% del trotskista Lucha Obrera, son un 37% de apoyos a la izquierda. La izquierda dividida y sin visos de entenderse. Todos quieren mandar y todos quieren imponer sus programas al resto. Eso es poco menos que imposible, estéril y desesperanzador.
Escribe Domènec Ruiz Devesa en El País del 3 de febrero una interesante reflexión, derivada sobre la teoría de Francis Fukuyama en 1989, acerca del fin de la historia con el derrumbamiento del comunismo y la “victoria” del capitalismo y de la democracia liberal. Tras 1989, la lucha ha ido más en el enfrentamiento del mundo occidental contra el nacionalismo y el fundamentalismo religioso.
Pero, como dice, no se han cumplido las tesis de Fukuyama de resolución de las cuestiones económicas o sociales en los países desarrollados y subdesarrollados, del fin de la contradicción entre capital y trabajo. La persistencia de las crisis económicas y el fracaso del modelo neoliberal en América Latina primero, y en Europa ahora, destruyen esos planteamientos. El neoliberalismo, según Ruiz Devesa, es “una desviación temporal en esa evolución ideológica de impronta hegeliana que proponía Fukuyama, ya que pretende volver a un estado anterior de la humanidad, el del laissez-faire, donde la economía prevalece sobre la política, y donde no hay posibilidad de pacto entre el capital y el trabajo, ya que el primero debe prevalecer, sin ambages, sobre el segundo”.
Fue tanto el poder de esta idea –aunque trajera la privatización de sectores estratégicos, de los servicios públicos, mayores desigualdades, menor crecimiento económico y el final colapso financiero de estos días –que, y al utilizar a Gramsci acierta de pleno, formó la hegemonía cultural y la izquierda cayó presa de su lenguaje, su agenda, sus usos y su discurso. En esto también se puede aplicar a la teoría del marco de lenguaje de Lakoff.
Frente a ello la socialdemocracia, como idea, palabra y movimiento, recupera su fuerza. Ruiz Devesa la condensa muy bien al considerarla como la ideología que “persigue la igualdad real sobre la formal y que opera de acuerdo con el principio de la prevalencia de la política democrática sobre la economía. (…) El sistema de mercado existe (…), pero opera dentro de las reglas que fija el poder político, lo que incluye al Estado de bienestar”. Una explicación perfecta.
“El reto para la socialdemocracia, en un mundo cada vez más interconectado e interdependiente, consiste en alcanzar grados de integración y cooperación política entre los países que permitan la recuperación del equilibrio entre Estado y mercado. El momento histórico es propicio”. Exacto.
No falla el planteamiento, falla la puesta en práctica. A día de hoy, el Foro Social Mundial de Belém es un excelente órgano de debate, discusión y creación de propuestas para la izquierda. Desgraciadamente, cuando el Foro termina y cada uno se va a su casa, cada izquierda sigue un planteamiento limitado a sus fronteras nacionales. La Internacional Socialista dejó de ser el órgano de coordinación de los trabajadores del mundo para ser un club de escasa relevancia de partidos, sin una directriz internacional proactiva.
La socialdemocracia se encuentra atravesada por una batalla entre dar el paso al cambio real o el mantenimiento, con las reformas mínimas y a regañadientes, de un sistema que hace aguas por todas partes. La producción baja, el consumo baja, el paro aumenta, se pasa del riesgo de inflación a deflación, las Bolsas dan un continuo vaivén semanal. Los Gobiernos luchan por mantener a flote los bancos, porque si no esto sería ya una desgracia mundial mucho peor que 1929. Los países occidentales tienen mejor capacidad de reacción ante la crisis, mantienen los subsidios de paro y la precaria paz social se mantiene. Pero, ¿por cuánto tiempo? La crisis, si sigue la lógica capitalista, terminará por pasar, y los índices de crecimiento volverán a subir. Sin embargo, ¿los países en vías de desarrollo, o los directamente infradesarrollados, aguantarán? Es por eso que a la lógica capitalista la debemos cambiar por la lógica socialista.
La lógica socialista es aquella que supera al capitalismo. El hombre no es nada sin el hombre, se forma una inevitable colectividad, una sociedad donde cada individuo siempre guarda lazos con otro, y ese con otro, y así al infinito, hasta alcanzar la totalidad de la humanidad. Por ello, se crean infinidad de sentimientos y una conciencia propia y colectiva. Nos preocupan la vida y los problemas de las personas,y la comunidad, unida, puede encarar más fuerte la solución de cualquier problema que se planteen.
Desautorizando la teoría –cualquier teoría –delfin de la historia, no se puede arrogar una sociedad, una época, un país o un bloque mundial el decreto de haber llegado al cenit de la historia, simplemente porque (a menos que mañana el Sol explote, se escapen las cabezas nucleares de Rusia o se abran los cielos para el Juicio Final) la historia del hombre no tiene fin. Se pueden elaborar débiles certezas y teorías de lo que puede suceder en el futuro próximo, pero no llegar a la conclusión que toda la carrera científica, tecnológica y social humana no puede ir a más.
Los liberales veían en el capitalismo el fin de la historia, Marx lo vio en la sociedad comunista. Simplemente observando los infinitos cambios que ha experimentado la humanidad desde que se separó del mono o de la costilla de Adán, la capacidad del ser humano es ilimitada. Hoy el único movimiento posible en la historia es la socialdemocracia y un mundo socialista. Mañana quizás sea otro.
El camino hacia la historia es el socialismo, no tanto el fin del movimiento, sino el movimiento en sí, porque el fin son utopías, frustraciones que obstaculizan el camino. El socialismo debe ser la orientación, pero sin fin definido, para construir siempre el socialismo y abrirlo a nuevos cambios y realidades, a nuevas reivindicaciones y a la democracia. Siempre debe haber transformaciones sociales, como profundización permanente para construir el socialismo, poco a poco pero sin descanso… hasta que en un futuro cercano o lejano el ser humano vaya más allá. Esto lo sostenían Eduard Bernstein y Lev Trotsky.
Es la reforma sin fin, porque el camino del ser humano no tiene fin. Hasta que, como digo, explote el Sol.
Olivier Besancenot fue entrevistado por El País. Besancenot es el líder del partido trotskista Liga Comunista Revolucionaria, y dentro de una semana la izquierda a la izquierda del Partido Comunista Francés creará, con Besancenot como líder, el Nuevo Partido Anticapitalista (pero dale que dale con el anti-algo).
La entrevista me ha gustado, ha salido como una buena persona con ideas. Claro que ideológicamente no estamos en la misma onda. Él es cartero, no un político profesional. Un 13% de los franceses lo votaría en la primera ronda. Cae bien y tiene el reconocimiento de los simpatizantes de la izquierda. En el resto de partidos le temen, unos por su capacidad de convocatoria y otros por los votos que les puede quitar.
“Pues que no soportamos la sociedad actual, que produce más de lo necesario, y que debemos crear algo nuevo donde vivir”. Dice, respecto a qué es para él el anticapitalismo. Sin embargo esa definición queda grande para una palabra tan vacía. Esa es la definición para superar el capitalismo, no ser su anti. Hay que pensar que el socialismo es una opción de superación, y que según Marx es el siguiente estadio, del capitalismo. El anticapitalismo es quizás más algo reaccionario contra un sistema que nunca debió existir… pero sin el capitalismo no se podía llegar tampoco al socialismo. Contradictorio.
Quizás lo más especial de él es que no es político profesional, es un trabajador, un mileurista, algo totalmente distinto a los viejos dinosaurios de la izquierda, viviendo de sus altos sueldos de diputados, senadores, consejeros de administración o de sus conferencias. Ese éxito les ha arrebatado parte del ser de la izquierda, que Besancenot aún conserva. Dice que no quiere dedicarse a la política toda su vida, pero esa es una promesa que yo no creo. Y menos esperanzas a que cuando eso pase no se convierta en uno más. El éxito es realmente perverso para la lucha social, paradójicamente.
Dice buscar algo nuevo, “un socialismo del siglo XXI”, entre el “capitalismo y el estalinismo”. “"Observamos y estudiamos todo lo que, por tradición obrera y anticapitalista, nos es afín: el régimen venezolano, el cubano, el vietnamita, el chino, el guevarismo, el troskismo, los movimientos obreros, los movimientos ecologistas, feministas... Asumiendo que la sociedad ideal por la que luchamos a lo mejor no existe”. Aunque todo lo primero que he escrito aquí sobre él, a base de la entrevista de El País, sea muy bonito y casi esperanzador, en este párrafo hay cosas que ponen los pelos de punta. Socialismo del siglo XXI suena demasiado a aquello que proclama Chávez, que al final ni es socialismo ni es nada, sino algo más parecido a petrolismo, una esperanza radicada en el precio del crudo y no en los individuos. Entre el capitalismo y el estalinismo, tampoco. El estalinismo, por el horror humano y la traición que hizo al socialismo y a la sociedad soviética, es ya reliquia de museo. El capitalismo tiene que ser superado: entonces quizá el nuevo sistema tenga que ser superior al capitalismo.
Observar y estudiar muchos sistemas y movimientos de la izquierda está muy bien, pero sin caer en el error de elegir entre libertad e igualdad, que es lo que pasó en la Rusia bolchevique, y de ahí todas las “revoluciones” y sistemas comunistas siguientes siguieron ahondando. “(…) el vietnamita, el chino…”. ¿Eso son modelos anticapitalistas? Pues en esto sí que ha errado. Me quedo con una frase genial: “Asumiendo que la sociedad ideal por la que luchamos a lo mejor no existe”. Eso sí que es antidogmático y acertado. Aunque sea una de las ideas de la socialdemocracia de Kautsky: al final toda la izquierda asume implícitamente la práctica reformista. A Bernstein y a Kautsky.
Los trotskistas escindidos de Izquierda Unida, el Espacio Alternativo, se han constituido como nuevo partido, la Izquierda Anticapitalista (IA). Su intención es presentarse a las elecciones europeas de 2009, agruparse con los partidos de izquierda radical y trotskista como el Nuevo Partido Anticapitalista francés de Olivier Besancenot, en base no sólo a “organizar la resistencia y reforzar las luchas sociales” y “una alternativa política anticapitalista (…) que nunca acepte participar en la gestión del sistema”, como recoge en su primer Manifiesto, apoyado por casi 800 intelectuales y profesionales de los movimientos ecologista, anti-Bolonia, ecologista y feminista, entre otros.
Resumiendo un poco el Manifiesto, Izquierda Anticapitalista ve que “el capitalismo global ha generado unas fuerzas destructivas (…) provocan una mayor desigualdad social”, que en “el Estado Español” (sic) la crisis está ya desarrollada y acusa al Gobierno socialista de no combatirla eficazmente, porque está profundizando en medidas fiscales regresivas, privatizaciones, obras públicas, “regalos fiscales al gran capital”, se privatizan servicios públicos y se niegan los derechos a la vivienda y pensiones dignas, todo inmerso en una política común en la Unión Europea “al servicio de las multinacionales y no de los pueblos”. Frente a esto, buscan la “resistencia” y “criterios unitarios”, sin participar en la gestión del sistema; esto es, sin apoyar o entrar en ninguna responsabilidad de la administración. No ven alternativa al sistema, la quieren construir y tejer un “proyecto político anticapitalista alternativo”.
Entrando en la crítica y la opinión, Espacio Alternativo fue una de las múltiples corrientes de Izquierda Unida, enfrentadas a muerte en la lucha por el control y reparto del pastel de poder interno de la federación izquierdista, porque el externo es cada vez más menguante. Y fuera de Izquierda Unida, es ya inexistente. La izquierda de la izquierda tiene una costumbre a no ver su potencial menguado, a dividirse en la mínima disputa. Pueden ver que existe la pluralidad, pero no aceptan no poder controlar a esa pluralidad.
Primero, se está volviendo a un tema recurrente y erróneo en la izquierda de la izquierda: el anti-algo. Coincide toda la izquierda socialista que el capitalismo está muerto, no porque haya generado fuerzas destructivas ahora, sino porque el capitalismo da vida a unas fuerzas antagónicas pero también simbióticas y que, en estos momentos de crisis, el equilibrio de fuerza queda desnivelado, con el peligro de que un polo sea devorado por el otro, aunque eso supone la inmolación del depredador. Si vemos la realidad, el poder económico de la élite no es capaz de salir, por ahora, de la crisis económica. Las clases humildes no pueden por sus propios medios de salir tampoco de la crisis, pero, si éstas caen, el otro queda eliminado, porque pierde su razón de ser. El papel que están jugando los Estados es a sostener la economía con frágiles andamios financieros, no por hacer un “regalo fiscal”. Si los andamios caen, el edificio se viene abajo. Un Zimbabue a escala mundial es una perspectiva demasiado atroz. Los criterios unitarios, ¿cuáles son? Si no se han seguido los criterios unitarios de IU, imagino que todo criterio será el que se adapte a sus ideas. A pocas ideas, pocos criterios.
Así pues, la simple crítica al capitalismo, el anticapitalismo, no es suficiente, porque no observa alternativa teórica o práctica alguna. La labor de la izquierda socialista será teorizar y desarrollar esa nueva economía. Entonces, la socialdemocracia, como movimiento mayoritario, fuerte y vivo de la izquierda, le corresponde liberarse de cualquier apoyo al capitalismo, aunque sea el capitalismo corregido, y empezar a elaborar esa teoría. La socialdemocracia posee una gran base ciudadana, pero está amenazada por élites reacias a ver su poder en peligro. La izquierda de la izquierda carece de bases amplias, pero también se haya inmóvil en el anti-algo por sus reducidas élites, élites sin bases. Es en la ciudadanía donde está el motor, la presión, la fuerza. La revolución, si la queremos llamar así.
¿Cuál es la estrategia de la izquierda radical? ¿Cómo pretender la transformación del sistema actual a su pretendido “proyecto”? Como Kautsky, que veía que el Partido era un partido revolucionario pero que no hace la revolución sino que la espera, la izquierda radical espera el momento, no cambiar ahora sino esperar a que la situación sea lo más crítico posible, mientras se dan una imagen de confianza. En la perfecta interpretación marxista de pauperización del proletariado. Seguro que ese es un motor de cambio muy radical y revolucionario, pero con millones de muertos por el camino. Antes de que ninguna vida se pierda por la ceguera de unos y otros hay que cambiar el sistema. Todos sabemos lo que puede pasar, por eso, actuemos ahora.
La visión económica de la izquierda radical es muy simplista y errónea, si no mentirosa. Piden que se cumplan los derechos a vivienda digna y pensiones, donde todos estamos de acuerdo. Denuncian que aumenta el paro. Pero meten en el mismo saco de todos los problemas económicos, en este “Estado Español” de terminología franquista, a privatizaciones, obras públicas, servicios públicos deteriorados, etcétera. ¿Qué privatizaciones? ¿Qué deterioro del servicio público? Si quieren un culpable de privatizar y deteriorar, no vayan a la Moncloa, sino a la Puerta del Sol. ¿Obras públicas? No sé si la izquierda radical sabe que una buena forma de mantener el empleo y mover a la economía es la obra pública. Sin la obra pública, no se podrá mejorar el transporte; sin la obra pública, no se podrá intervenir en el mercado inmobiliario, como la Operación Campamento o las obras de Carabanchel para un servicio público como un hospital y cumplir el derecho a la vivienda con viviendas de protección oficial. Y hay que añadir que el trabajo, y la obra pública, es cotizar a la Seguridad Social, a garantizar las pensiones. El dinero no cae del cielo, y no puede haber derechos si no hay responsabilidades.
La base del cambio está en los ciudadanos, no en un ente de vida propia, aunque sea llamado “pueblo”. Esos intentos de seccionar Europa por pueblos sólo pueden ayudar a configurar élites que los controlen, sean de las viejas o de las nuevas élites que ansían formar. Si la crisis puede servir para enseñar, es que las decisiones tomadas en cada lugar, sin coordinación, sin una mínima unidad, no pueden sacarnos de la crisis. Ni la Europa de Gobiernos que el Tratado de Lisboa pretende consolidar, ni la Europa de los pueblos, pueden pretender solucionar nada y llevarlo a buen puerto. Ambos tienen en común perpetuar la división. Uno ve bien la globalización y otro la ve como la caja de Pandora. La globalización es un proceso irrefrenable del progreso; el que quiere acabar con ella, quiere acabar con el progreso, y no será izquierdista, será reaccionario. La actualidad globalizada requiere medidas unitarias, una Europa unida en una superestructura fuerte, con capacidad de decidir para sacarnos de la crisis. Y más allá de Europa, unas decisiones unitarias, sabiendo cómo actuar en cada territorio mundial, en cada nación, en cada región, como un ente único simbiótico.
Me extrañaba mucho no ver en ningún sitio de Madrid un cartel sobre los actos de la Fiesta del PCE, que se solía celebrar estos días. Así que me he ido a visitar la web del Partido Comunista, para encontrarme con un inquietante comunicado de la Comisión Federal de la Fiesta, del 22 de Julio: "tras analizar en profundidad la situación en la que se encontraba la planificación de la Fiesta para este año y debido a las enormes dificultades con las que nos hemos encontrado, han llegado a la conclusión de que no es posible asegurar las mínimas condiciones para garantizar el éxito, tanto político como económico, de la Fiesta y ha decidido posponer la misma a la primavera del 2009. Entendemos que la histórica Fiesta que hemos conocido ya no es posible en sentido material y económico". Me he quedado de piedra, más viendo las causas que expone el comunicado:
Presión desde el Ayuntamiento de Madrid para que desalojar la Casa de Campo. La Empresa Madrid, Espacios y Congresos (quien gestiona la Casa de Campo) ha venido desarrollando una política de privatización y encarecimiento de los espacios que cada año hacían más inviable económicamente el resultado de la Fiesta.
El modelo de Fiesta basado en grandes actuaciones musicales que atraían al público necesario para financiar con la entrada al conjunto de los gastos de la Fiesta se agotó hace años. La proliferación de conciertos, festivales y fiestas de distritos y localidades hacen que la Fiesta sea un festival más y no el mejor ni el más barato.
Los espacios de las federaciones han venido también resintiéndose en los últimos años por un descenso en el consumo, en el trabajo voluntario y un aumento en los costes.
Los cambios producidos en las costumbres de la sociedad y en su forma de entender el ocio, con la aparición de fenómenos como el botellón, la costumbre de ir a colarse a la Fiesta y fuertes dosis de violencia gratuita en grupos minoritarios, han generado, al margen de la reducción de ingresos por taquillas y consumo, gravísimos problemas de seguridad que tuvieron su culmen en la Fiesta del pasado año.
El incremento de los precios de todas las infraestructuras necesarias para el montaje y desmontaje de la Fiesta, así como la disminución del trabajo voluntario en estas tareas es otro factor que explica el cada vez mayor encarecimiento del coste de la Fiesta.La situación económica por la que atraviesa el Comité Federal, ha impedido asumir el déficit que la Fiesta hubiera generado. El incumplimiento del protocolo económico de IU con el PCE desde hace más de quince meses lo ha hecho imposible.La actual crisis económica también repercutiría negativamente en el resultado de la Fiesta.
La "nueva Fiesta del PCE" que quieren proponer es que siga teniendo como elementos centrales el debate político, el intercambio de ideas, el encuentro entre los camaradas comunistas, la cultura y el ocio. Una nueva Fiesta para primavera.
Desde hace unos años, las veces que asistí a la Fiesta del PCE pude observar una decadencia paulatina de la misma, de las grandes actuaciones de Ana Belén, Victor Manuel, Silvio Rodríguez y El Canto del Loco, un año, a un maravilloso recital de la poesía de Mario Benedetti, al siguiente, y que provocó que me fuera rápidamente a comprar un libro de su poesía. Pero el siguiente ya no fue lo mismo. No creo que haya muerto la Fiesta por sí misma, quien ha muerto ha sido el Partido Comunista: elecciones generales de Marzo, con Izquierda Unida que no llega ni al 4%.
Justo antes, he leído un artículo de Público sobre la Fiesta de l’Humanité, que congrega a toda la izquierda francesa, aunque sea una fiesta muy comunista: del Partido Socialista hasta los trotskistas pasando por Verdes y el Partido Comunista. La fiesta, un foro del periódico fundado por el socialista Jean Jaurès, aún es multitudinaria porque integra a toda la izquierda. Es perfecto. Aunque la realidad de la noticia era la proclamación de un pacto de gobierno entre socialistas, comunistas y verdes como alternativa a Sarkozy, y dejando fuera al líder de la trotskista Liga Comunista Revolucionaria, Olivier Besancenot, cuyo partido aun siendo de la ideología que es, en las presidenciales obtuvo en 2002 y 2007 el 4% de los votos frente a al 3 y 2% de los comunistas en esas elecciones. Veo un panorama igual que en la izquierda alemana: la existencia de un partido con el que no se puede contar, sea La Izquierda en Alemania, sean los votos trotskistas en Francia. La segunda vuelta, propia de Francia, mitiga levemente ese problema y además deja fuera a los extremos izquierda y derecha, porque se quedan solos. ¿Ese es el destino de la izquierda? ¿Quedarse fuera del gobierno porque están en una postura maximalista? Con el maximalismo se quedan solos, y, o queda la revolución, o la soledad respetando la democracia y que la mayoría dice no a sus pretensiones.
El mejor camino es la reforma, y todos coincidimos prácticamente que el sistema neoliberal es nefasto y hay que cambiarlo.
"Instrúyanse, porque necesitaremos toda vuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitaremos todo vuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitaremos toda vuestra fuerza".
Antonio Gramsci, Fundador del Partido Comunista Italiano
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