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jueves, 15 de octubre de 2009

El poder sin oposición (I): La práctica dista de la teoría

Es muy cierto que todo poder tiende, lo quiera o no, a copar todos los aspectos de la vida pública, hasta la vida privada. Esto es así porque ningún poder establecido desea finalizar su dominio en algún momento. Mantenerse en el poder exige una combinación de persuasión, coacción e información sobre la comunidad civil. El poder corrompe, sea cual sea su naturaleza.


Es por eso que se necesita de una arquitectura constitucional de pesos y contrapesos del poder, que faciliten el ejercicio del mismo a la vez que lo controlan y fiscalizan para evitar el abuso al que, por naturaleza, tiende. Tribunales, parlamentos, elecciones… todo para evitar la tiranía. La existencia de la oposición, necesidad reconocida desde Edmund Burke o Benjamin Constant, va en este sentido. Independientemente de cual sea el sistema de partidos, menos en el de unipartidismo puro, existen dos bloques: bloque gubernamental y bloque opositor.


Citando unos apuntes de clase recogidos en este blog, «El sistema no es inmutable, participan en ella todos, (…) hay que “actualizar” respetando el pasado con nuevos elementos. La reforma, o conservar progresando, progresar conservando. Esto deriva en la existencia de dos fuerzas políticas para Burke; una que quiere conservar, y otra que quiere progresar, que son simbióticas». La existencia de la oposición en el régimen liberal democrático (o al régimen socialista en la mente de Kautsky) viene obligada por la necesidad de garantizar una alternativa al gobierno de turno y que a su vez fiscalice, desde los bancos de la oposición, los actos del gobierno, evitando que éste extienda un dominio tiránico o hegemónico sobre la sociedad.


Pero como siempre ocurre, la práctica dista mucho de la teoría. Menos los países anglosajones, Gran Bretaña y Estados Unidos, todos los países que imitaron el modelo liberal lo copiaron mal, pues el gobierno siempre ejercía un dominio nefasto, ahogando a la sociedad y persiguiendo a la oposición. No puede decirse que sobre ésta cayera un halo de víctima, pues cuando la oposición tornaba gobierno, se ejecutaba el mismo acto, pero con los papeles intercambiados.


¡Qué mejor ejemplo para nosotros que el régimen isabelino español! Cánovas supo muy bien que con sistemas así no iban a sobrevivir ni reyes ni sus cabezas, y su régimen de la Restauración copió la fachada liberal británica. Debe haber alternancia, hay alternancia. Debe dejar de perseguirse a la oposición, se crea una oposición leal a la dinastía y se persigue a las fuerzas obreras y democráticas. Gobierno y oposición dinásticos se reparten cargos, influencias y ejecutivos, y dejan de ser tanto gobierno como oposición. De este cóctel salen todos los regímenes liberales europeos que cayeron tras la Primera Guerra Mundial.

jueves, 19 de febrero de 2009

Liberalismo democrático (II): El pensamiento político de John Stuart Mill


A John Stuart Mill (1806-1873) hay que situarle en la opción reformista del Partido Liberal británico. Él observa la democracia representativa como la evolución consecuente del liberalismo, que corresponde a la evolución británica de progresivos avances en el liberalismo. Por eso teme menos que Alexis de Tocqueville, aunque tenga sus cautelas.

Es un defensor de la libertad liberal, considera que las instituciones y Estados están al servicio de la libertad de los individuos, como Benjamin Constant. En 1851 habla sobre el gobierno representativo en sus obras para plasmar esa realidad de gobierno democrático, defendiendo lo mismo que Tocqueville. Lo que le distancia de él es que Tocqueville fue historiador y político. Stuart Mill fue más: su labor parlamentaria es ínfima con su trabajo de economista y filósofo.

Su padre, James Mill, fue colaborador del pensador Jeremy Bemtham, padre del utilitarismo. Stuart Mill asume sus presupuestos o introduce correcciones. Hay una serie de acciones que llevan a la felicidad, entendida como placer, y unas malas que llevan a lo contrario, al dolor y a la ausencia de placer. El único sentido de la vida es el bien por excelencia, la felicidad.

Los ilustrados veían la felicidad en la propiedad, en el bienestar material. Stuart Mill se distancia de ellos, no es sólo con eso como se consigue. Junto a los aspectos materiales introduce la cualidad, más que cantidad, la espiritualidad, los bienes espirituales, que hace que el hombre sea diferente a los animales y tienen una jerarquía superior a las demás. “Prefiero ser un tonto insatisfecho a un cerdo satisfecho”, dijo, en esas ideas que hacen que la Razón haga progresar al hombre por encima de los bienes materiales.

Los utilitaristas consideraban la felicidad general como sumatorio de las felicidades individuales. Stuart Mill considera que la felicidad es una interrelación de felicidades individuales y que un individuo es feliz con la ayuda de la felicidad de los demás. Le hace ser más feliz ser altruista que egoísta. El altruismo, aunque parezca contrario al liberalismo, sirve para llegar a la felicidad.

Desarrolla el concepto de la individualidad, que los individuos se desarrollan y relacionan formando su propia individualidad, sus caracteres y cualidades específicas frente a la armonización e igualdad social. Los hombres no son máquinas que se construyen con un modelo establecido. Como un árbol, pertenecen a una especie, pero todo árbol es distinto. Cada individuo es un ser singular y único, no se repiten los individuos y no se adaptan a un patrón modelo.

Es mejor que cada uno desarrolle su propia existencia y así alcanza la plenitud, con su camino propio y sirve de ejemplo para quienes no lo siguen, abran los ojos y permita que sean ellos mismos, y así la civilización prospera. El progreso lo ve en lo plural, no en lo homogéneo. Para Stuart Mill no existe la envidia, cada uno es uno propio a su fuerza. Es como una relectura de Kant, de que cada uno desarrolla su libertad si se desarrolla de acuerdo a sus facultades.

El altruismo también da felicidad. Por poner un ejemplo moderno, unos serán felices invirtiendo en la Bolsa y otros colaborando con una ONG en Vietnam. Cada uno tiene que buscar su propia vía a la felicidad, aunque para Stuart Mill lo material no es lo que da la felicidad, al contrario que Constant, que cree que lo que da más cotas de libertad y felicidad es la propiedad.

Stuart Mill veía en su tiempo el afloramiento del dominio de la multitud que empezaba a dominar el mundo y el voto. Lo veía como la muchedumbre de la mediocridad colectiva, que es mucho peor que el dominio total del Estado, arrebatando la individualidad. Todo le hace pensar que va a venir un dominio de la multitud y, que si no hay mecanismos de corrección, sería preciso promover a los sectores instruidos al primer orden para hacer frente a los Muchos, frente al despotismo de la costumbre.

Ésta es una llamada a las élites para situaciones extremas. Quiere llegar a la plenitud cívica, a una evolución, que lleva al pluralismo. Esa llamada es distinta a la de los fascismos posteriores. Es para llamar a la resistencia frente a las costumbres, para defender la individualidad, la espontaneidad, la diferencia, el pluralismo y el no conformismo.

Se pone en frente de la inteligencia la costumbre y la cultura de las masas. Por eso llama a las élites, que conservan la individualidad, para que puedan convencer y guiar a los muchos de forma extrema, algo distinto del fascismo. El fascismo tiene una visión aristocratizante, con unos pocos para gobernar y unos muchos no capacitados. Stuart Mill no quiere que los Pocos gobiernen.

Así, Stuart Mill se sigue centrando en un concepto de libertad negativa. Para él la libertad es no verse impedido por una fuerza externa que obligue a lo que no se desea. Siguiendo a Constant, busca la mayor esfera individual, y la mínima para el poder público. Recupera una concepción de libertad de la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano francesa de 1789: poder hacer todo aquello que no perjudique a los demás.

Sobre ello construye su libertad. Los demás están legitimados a protegerse del que perjudique, porque da un mal uso de la libertad, y se guardan unas sanciones correspondientes. Todo lo que no perjudica a los demás se puede hacer. En esa esfera el Estado no puede intervenir si nuestra libertad no daña al resto.

El elemento que permite dirimir la intervención del Estado es el prejuicio, intervenir en la libertad del otro para protegerse de daños. Stuart Mill busca como espacio libera la opinión, la conciencia, decidir el futuro propio, asociación, etc. Quiere un Estado no paternalista.

Isaiah Berlin realiza una crítica a Stuart Mill. No entiende como él, una vez que aboga por la individualidad y el desarrollo de cada individuo, con un concepto de libertad de Kant, pero que acaba siendo un concepto negativo. Tanto más cuando abogaba en 1848 cosas alejadas del liberalismo en “Principios de economía política”, como restringir la propiedad, la intervención económica, ampliar la educación… cosas muy cercanas al socialismo.

La idea de que hubiese derivado a posiciones más conservadoras en 1859 es que la revolución de 1848, cuando se integró a las clases medias en el sufragio por una reforma electoral, le cambió parte de sus postulados.

En “El gobierno representativo” considera que el gobierno ideal es donde la soberanía reside en todo el agregado o conjunto comunitario, donde todo ciudadano tiene voz en el ejercicio de la soberanía y de cuando en cuando es llamado a colaborar en el gobierno, bien de carácter local o general, con el sufragio pasivo. Para construir la democracia hay que alcanzar un alto grado de civilización.

La democracia es la mejor forma de gobierno y en donde los intereses y derechos de los individuos se protegen mejor si los mismos individuos se encargan de su dirección y defensa. La prosperidad general alcanza su grado más elevado en razón de volumen y variedad de facultades aplicadas a su formación.

Defiende la mayor participación posible exigiendo madurez cívica y desarrollo. Sólo puede ser posible en comunidades locales el ejercicio directo de la soberanía. En las grandes naciones la democracia es representativa.

Considera que el sufragio universal aún está lejos en la Gran Bretaña de su tiempo. Su padre fue defensor de la primera reforma electoral de 1832 (Reform Act 1832). Stuart Mill defiende la segunda reforma, la Reform Act 1867, pero que aún queda lejos de la última, de 1918, que incorpora el sufragio femenino.

Stuart Mill apuesta por incrementar la participación para intentar evitar la tiranía de las mayorías e integrar a las clases populares que paguen una contribución mínima. Las clases populares tienen trabajos rutinarios y sus expectativas económicas y de vida son reducidas. La participación es para Stuart Mill una escuela de ciudadanía, permite que las clases populares sepan de las dificultades de conseguir el interés general y a diferenciar interés personal del general.

Es un mecanismo de integración porque tratan con individuos distintos de su clase y tienen otra forma de ver las cosas. Quiere que haya una representación heterogénea y una interrelación con individuos distintos a la vida cotidiana.

Esas clases tienen el voto si pagan, porque Stuart Mill dice que nadie puede discutir sobre los presupuestos si no se participa en la contribución. Otra exigencia es el alfabetismo, es decir, primero la educación universal al sufragio universal. Stuart Mill es partidario del sufragio femenino: todo individuo merece su derecho al voto como parte contribuyente. Las mujeres necesitan del voto para protegerse y defenderse del Estado y de los hombres.

En esos momentos, en Gran Bretaña se concedía a los más instruidos el doble voto frente a los menos instruidos cívicamente. Stuart Mill defiende los distritos plurinominales (en Gran Bretaña siempre han existido los distritos uninominales en las elecciones generales), la elección indirecta y la representación proporcional para que en el parlamento estén las élites más formadas del país, no por partidos sino por su preparación intelectual, votados por los ciudadanos. Esto es una defensa para las élites. Frente a una mayoría debe existir siempre una minoría, indispensable para que la mayoría no abuse del poder y no se degrade: la oposición es imprescindible para que permanezca la libertad de pensamiento, pluralismo y variedad de carácter de opiniones.

La verdad no pertenece a la mayoría, está construida por todos. Si no, decae el Estado, la sociedad y la civilización. Si no hubiera disidentes habría que crear argumentos contra nosotros mismos para tener salud intelectual, dice Stuart Mill. Tiene que existir la crítica y la argumentación.

jueves, 5 de febrero de 2009

El pensamiento político de Benjamin Constant



La libertad individual lo da todo. Benjamin Constant (1767-1830) compara la libertad de los antiguos con la de los nuevos, la democrática con la constantiniana. Se enfrenta al concepto de libertad de Rousseau. En la antigüedad todos participaban, la comunidad tenía preeminencia de la comunidad frente a los individuos.


El mundo moderno de Constant entiende otra libertad: independencia e individualismo, lo particular, el poder mínimo, que el poder público sea lo más reducido posible a favor de la esfera privada. Sólo así se puede alcanzar la libertad y la felicidad y eso redunda en la felicidad general.


El poder reside en la nación en su conjunto, es indivisible. Ni soberanía nacional ni soberanía delegada, porque ésta puede ser absoluta. Debe ser por tanto, limitada. A Constant le da igual quién gobierne, lo importante es el grado, no su portador.


Constant recurre a dividir el poder en el régimen de monarquía constitucional con el poder neutral. Este poder neutral de la corona es separar el ejecutivo entre el poder real y el poder gubernativo. Para definir su carácter, distingue la auctoritas de la potestas. El poder real es la auctoritas, un poder real sin poder efectivo, exento de responsabilidad. Debe preservar lo existente, no crear. La corona es inviolable e insustituible, el símbolo de continuidad del Estado. La corona nombra al Gobierno y disuelve la cámara baja.


El Gobierno debe poseer tanto la confianza real como la parlamentaria. A medida que divide el poder lo reduce. Constant defiende la división del parlamento en dos cámaras, donde están la mayoría gubernamental y la oposición. Una es la cámara representativa, donde se representan los intereses nacionales y donde deben participar los que tienen buena ilustración y tener interés en la cosa pública, tener tiempo libre y por tanto propiedad.


El derecho de participación es una función, de ahí que sea un sufragio censitario. En esto, los progresistas querían un cuerpo electoral más amplio, con todas o casi todas las capas de la burguesía, frente a la propuesta conservadora, de ceñirlo a la alta burguesía.


Benjamin Constant plantea la carrera judicial para los funcionarios del poder judicial y el juicio por jurados para los delitos de opinión. Constant se opone a la centralización del Estado liberal. Las cuestiones generales deben ser del poder central, las especiales y específicas por los poderes locales. Así, defiende algo distinto al centralismo francés y apoya la existencia de la diferencia y del pluralismo.


El Estado debe garantizar las esferas de los derechos, que según la libertad moderna son cinco: libertad de movimientos, libertad religiosa, libertad de opinión, seguridad jurídica frente a la arbitrariedad y propiedad privada.


Constant no considera a la propiedad como anterior a la sociedad. La propiedad es artificial, una convención social, pero no implica que sea menos sagrada que el resto, porque está vinculada a la vida y a la libertad, y por ello puede tener, no obstante, las mismas limitaciones que el resto, para garantizar la convivencia social.


Constant abre el camino a la democracia, con los caminos de independencia de los poderes, moderación de la corona, descentralización del Estado, necesidad de una oposición leal…


lunes, 2 de febrero de 2009

Liberalismo progresista y los doctrinarios liberales


El pragmatismo liberal-progresista se asienta en que son políticos, como los doctrinarios franceses. Se preocupan poco de profundizar en las ideas, sino más bien en obtener logros.


Quieren legitimar los aspectos liberales de la Revolución, como el régimen representativo, la propiedad privada burguesa, la igualdad jurídica, frente al retorno absolutista y a los radicales rousseaunianos. Apuestan por dotar de más poder a la monarquía y a la nobleza, la monarquía constitucional.


La corriente doctrinaria nació con la Restauración de 1815, y tuvieron su máximo apogeo en la Monarquía de Julio, de Luis Felipe de Orleáns. Es el movimiento político del justo medio, para defender los intereses de la burguesía conservadora. Se caracterizan por no tener doctrina ni principios, sino por ser prácticos. Sus grandes figuras serán Collard (1763-1845) y Guizot (1787-1874). Sus intervenciones tienen un tono elevado, son alumnos de la doctrina cristiana. Buscan un equilibrio entre el individualismo puro y el corporativismo.


Eso se consigue con la libertad de los individuos y el equilibrio de las libertades, las antiguas y las modernas. Para ellos, las libertades antiguas son derechos de estamentos, particulares y municipales que redundan en beneficio de la sociedad porque frenan el poder absoluto, como los cuerpos intermedios de Montesquieu.


Las libertades modernas exigen derechos generales, entregadas al uso de quienes sepan usarlas. Deben desarrollarse en ámbitos acotados y ordenados, con control, de libertad. Dando sentido a las libertades, para ellos hay un elemento normativo, una doctrina de la Razón.


Guizot habla de moral, verdad, Razón, de cada individuo, que hace que su libertad no se corrompa sino que tenga sentido. Es una conciencia o imperativo categórico, una ley social que articule la sociedad, la soberanía de la Razón, que no es ni monárquica ni nacional, que son su usurpación por la fuerza. En la Razón está el soberano legítimo y nunca puede ser encarnada en una institución humana.


Como esta soberanía no se encarna hay que fijarse en la soberanía de hecho, en el ejercicio del poder, que tiene dos posibilidades: monárquico o nacional. Estas dos posibilidades han pretendido ser considerados como la soberanía de derecho. Se recurre a Montesquieu, que la soberanía uno solo, sino que el poder sea compuesto, dando lugar a la soberanía compartida entre la corona y el parlamento.


La libertad tiene que partir de derechos generales, pero su ejercicio se reserva a las clases aptas. A lo largo de la historia el poder residió en los monarcas o en la nación, y siempre ha tendido a ser absoluto y a asumir el poder en su totalidad.


Los doctrinarios creen que el poder reside en más de una potestad para que se contrarreste y ninguna se arrogue la soberanía. En la historia han sobresalido la corona y el parlamento, y cada una aporta algo a la razón: la corona la razón histórica y el parlamento la razón actual, objetiva y pública.


¿Cómo se construye la razón del parlamento y la corona? Por medio del régimen representativo. Pero todo el mundo no puede participar en esa razón porque la sociedad es desigual, debe hacer destacar a los capaces, a los propietarios. Los individuos racionales son los que son propietarios, la razón es entonces igual a propiedad.


La sociedad debe proteger a la propiedad y a los aptos porque son la expresión de la capacidad. Estos son derechos abiertos a todos, en potencia, a quien obtenga la propiedad.


Esto necesita del concurso de la corona, como posición superior al parlamento. No conceden al parlamento potestad exclusiva, por eso el monarca elige gobierno y senado y posee del veto absoluto o suspensivo.


El poder moderador de la corona es deudora de Benjamin Constant, el poder neutral, que él teoriza. El rey, en la monarquía constitucional, posee el poder neutral, discrecional, el rey reina y gobierna. Se establece así la doble confianza que debe poseer el gobierno de corona y parlamento para poder gobernar, pero se buscará siempre la confianza del rey. En España esto se ve en las constituciones liberales de 1837, 1845, 1869 y 1876, y en Bélgica, por poner otro ejemplo, en la Constitución de 1831 cuando fue promulgada.

"Instrúyanse, porque necesitaremos toda vuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitaremos todo vuestro entusiasmo. Organí­cense, porque necesitaremos toda vuestra fuerza".

Antonio Gramsci, Fundador del Partido Comunista Italiano

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Bienvenidos al Árbol Socialdemócrata, un sencillo blog que pretende dar su pequeña aportación a los ideales del socialismo democrático y de la libertad.

Os invito a leerme, no sólo por afinidad, conformidad a lo escrito o discrepancia, sino para que cada uno cree conciencia propia y ajena. Todos tenemos que contribuir a la libertad, ser una nueva ventana a la esperanza por un mundo mejor.

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En nuestros conflictos políticos, la República tiene que ser una solución de término medio, transaccional y la válvula de seguridad contra sus desaciertos es el sufragio universal. Lo que se pierde en unas elecciones, puede recuperarse en otras. Nada duradero se funda sobre la desesperación y la violencia. La República no puede fundarse sobre ningún extremismo. Por el solo hecho de ser extremismo, tendría en contra a las cuatro quintas partes del país.

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