El pasado 2 de febrero en el Círculo de Bellas Artes se celebró un debate con motivo de la revolución tunecina, "Túnez, la revolución de un pueblo", moderado por Teresa Aranguren, escritora y periodista, con la intervención de Kamel Jendoubi (que ya participó el día anterior en el coloquio "¿Hacia adónde va Túnez?", en Casa Árabe), presidente de la Red Euromediterránea de Derechos Humanos; Miguel Hernando de Larramendi, profesor de Historia en la UCLM y experto en el mundo árabe contemporáneo; y Jesús Núñez, director del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria.
Debido a que Kamel Jendoubi participó en el coloquio del día anterior, que recogí aquí la semana pasada, y que hizo una intervención similar, comentaré la invertención de los otros dos invitados.
El profesor Hernando de Larramendi comentó que las revoluciones del norte de África eran la manifestación de un proceso que nadie quería ver. Nadie pensaba que Ben Ali, el derrocado presidente tunecino, fuera a caer tan rápidamente o que la inmolación de Mohamed Bouaziz llevaría a la situación actual. Dado el tiempo que ha transcurrido, la respuesta que se puede esperar no es si va a haber oportunidad para la democracia, sino si esta perdurará y qué alcance va a tener, tanto para la región del Magreb y del mundo árabe musulmán como para las relaciones internacionales.
Nadie pensaba que esta ola de protestas empezara por Túnez, siguió Larramendi, "fue una sorpresa". Lo ocurrido es, para él, un "efecto demostración" que responde a la sociología del mundo árabe: la juventud ha sido el motor de la revolución. Lo que Túnez está transmitiendo al resto de regímenes "cleptócratas y represores feroces" árabes es que la movilización permite hacerles caer, dado que encierran una gran vulnerabilidad.
Se ha tendido a olvidar por la mediatización entre los regímenes autoritarios y el islamismo que en medio existe una sociedad civil, con formación elevada pero nulas perspectivas laborales. Esas tensiones sociales existen en Túnez y en otros países árabes. Por diferentes motivos y ámbitos había un caldo de cultivo presente que no se ha traducido en movilización política hasta ahora, al unirse las causas políticas con las demandas económicas.
Ya nada será igual. Son revueltas tradicionales frente a la corrupción y a la represión, pero el miedo que había se ha perdido al ver que es posible la confrontación con un Estado incapaz de responder a las demandas expresadas. La revolución en Egipto ayuda a consolidar esta ola de cambios y a que lleguen a otros países (Jordania, Yemen, Palestina, Marruecos...).
Son necesarias las reformas y la democratización. La cumbre de la Liga Árabe celebrada en Túnez en 2004 recurría a argumentos de seguridad para mantener los regímenes autoritarios y negar posibles avances: las reformas nunca pueden venir de fuera sino de dentro, decían.
La capacidad de respuesta en distinta en cada régimen. Túnez no es un ejemplo aislado, proyecta que las demandas económicas buscan atajar el problema de raíz: los regímenes. Nos encontramos, dijo Larramendi, con que, caigan o no, introducir la cuestión de cambio político lleva a que los regímenes tienen que adaptarse: el miedo que existe es que esos cambios sean cosméticos y no reformas profundas.
La respuesta de Mubarak a las protestas es de no aprender del caso tunecino. Como Ben Ali, Mubarak mira al exterior; el tunecino no tuvo quien le apoyase pero Mubarak sabe que su supervivencia depende del apoyo exterior.
Por desgracia, como bien apuntó Larramendi, Túnez ha desaparecido de la actualidad. Su proceso de esperanza hay que seguirlo con atención. Para el resto del mundo árabe, todos los cambios fracasarán si no integran la lección de Túnez de integrar a la juventud como motor de cambio y de la historia.
Jesús Núñez, mucho más crítico con la postura de la Unión Europea y de Estados Unidos, dijo que "no estábamos dormidos". "0jalá", proseguía, porque "sabíamos lo que pasaba". La explicación de Núñez a la postura occidental es que se tomó la opción de asegurar la estabilidad a toda costa de los regímenes existentes, al considerarles como los únicos interlocutores válidos que garantizaban la seguridad de los intereses occidentales en la región. La dialéctica occidental fue la de distinguir a los regímenes entre radicales (ejemplo: Libia) y moderados, añadiendo: "¿por qué hablamos de países moderados, qué vemos a los saudíes?
Esta posición ha funcionado hasta ahora: la estabilidad ha redundado en beneficio de los intereses económicos occidentales. Este juego ya no sirve, en opinión de Núñez: no vale agitar el espanto del islamismo porque antes de los regímenes autoritarios árabes no existía.
Lo que ocurre ahora en el Magreb es un cambio estructural: las cosas no serán igual. No hay que confundir cambio con democracia, porque el primero puede no llevar al segundo. Queda la resistencia de actores locales y externos que apoyaron y apoyan a los regímenes autoritarios; también hay que ver si se consolida la democracia en Túnez: el islamismo no puede destruir la democracia porque aún no existe.
Anteriormente, Obama apoyó a Ben Ali. Ahora dice lo que tiene que decir en el momento de las revueltas. Francia dijo que podía colaborar en la represión policial para mantener el control de la calle. "¿Qué es peor -dijo-, decir o no decir nada como muchos países?", en abierta crítica a muchos países, como España, que no han dicho nada relevante o han esperado hasta ver acontecimientos.
Pesan más los intereses, arrinconando a los valores y principios que defendemos: la UE daba una buena calificación a Túnez para darle el estatuto avanzado a cambio de nada, pese a las denuncias de vulneración de derechos humanos y falta de libertades. Si ahora los regímenes árabes consiguen aguantar la presión un par de semanas y que garantizan la estabilidad a la UE le basta. El interés de la Unión no es que las demandas de la calle se vean satisfechas, sino que haya estabilidad, pues los intereses no han cambiado. Si no se satisfacen las demandas, los futuros estallidos serán más violentos. El protagonismo debe ser local pero la UE tiene que apoyar los cambios o nuevos gobiernos, no atraparlos por la idea europea de estabilidad y dejar que cualquier gobierno lo digo o lo asegure: deben hacerse leyes de amnistía, investigar los crímenes y reformas de las leyes electorales para garantizar la integración de la sociedad.
Debido a que Kamel Jendoubi participó en el coloquio del día anterior, que recogí aquí la semana pasada, y que hizo una intervención similar, comentaré la invertención de los otros dos invitados.
El profesor Hernando de Larramendi comentó que las revoluciones del norte de África eran la manifestación de un proceso que nadie quería ver. Nadie pensaba que Ben Ali, el derrocado presidente tunecino, fuera a caer tan rápidamente o que la inmolación de Mohamed Bouaziz llevaría a la situación actual. Dado el tiempo que ha transcurrido, la respuesta que se puede esperar no es si va a haber oportunidad para la democracia, sino si esta perdurará y qué alcance va a tener, tanto para la región del Magreb y del mundo árabe musulmán como para las relaciones internacionales.
Nadie pensaba que esta ola de protestas empezara por Túnez, siguió Larramendi, "fue una sorpresa". Lo ocurrido es, para él, un "efecto demostración" que responde a la sociología del mundo árabe: la juventud ha sido el motor de la revolución. Lo que Túnez está transmitiendo al resto de regímenes "cleptócratas y represores feroces" árabes es que la movilización permite hacerles caer, dado que encierran una gran vulnerabilidad.
Se ha tendido a olvidar por la mediatización entre los regímenes autoritarios y el islamismo que en medio existe una sociedad civil, con formación elevada pero nulas perspectivas laborales. Esas tensiones sociales existen en Túnez y en otros países árabes. Por diferentes motivos y ámbitos había un caldo de cultivo presente que no se ha traducido en movilización política hasta ahora, al unirse las causas políticas con las demandas económicas.
Ya nada será igual. Son revueltas tradicionales frente a la corrupción y a la represión, pero el miedo que había se ha perdido al ver que es posible la confrontación con un Estado incapaz de responder a las demandas expresadas. La revolución en Egipto ayuda a consolidar esta ola de cambios y a que lleguen a otros países (Jordania, Yemen, Palestina, Marruecos...).
Son necesarias las reformas y la democratización. La cumbre de la Liga Árabe celebrada en Túnez en 2004 recurría a argumentos de seguridad para mantener los regímenes autoritarios y negar posibles avances: las reformas nunca pueden venir de fuera sino de dentro, decían.
La capacidad de respuesta en distinta en cada régimen. Túnez no es un ejemplo aislado, proyecta que las demandas económicas buscan atajar el problema de raíz: los regímenes. Nos encontramos, dijo Larramendi, con que, caigan o no, introducir la cuestión de cambio político lleva a que los regímenes tienen que adaptarse: el miedo que existe es que esos cambios sean cosméticos y no reformas profundas.
La respuesta de Mubarak a las protestas es de no aprender del caso tunecino. Como Ben Ali, Mubarak mira al exterior; el tunecino no tuvo quien le apoyase pero Mubarak sabe que su supervivencia depende del apoyo exterior.
Por desgracia, como bien apuntó Larramendi, Túnez ha desaparecido de la actualidad. Su proceso de esperanza hay que seguirlo con atención. Para el resto del mundo árabe, todos los cambios fracasarán si no integran la lección de Túnez de integrar a la juventud como motor de cambio y de la historia.
Jesús Núñez, mucho más crítico con la postura de la Unión Europea y de Estados Unidos, dijo que "no estábamos dormidos". "0jalá", proseguía, porque "sabíamos lo que pasaba". La explicación de Núñez a la postura occidental es que se tomó la opción de asegurar la estabilidad a toda costa de los regímenes existentes, al considerarles como los únicos interlocutores válidos que garantizaban la seguridad de los intereses occidentales en la región. La dialéctica occidental fue la de distinguir a los regímenes entre radicales (ejemplo: Libia) y moderados, añadiendo: "¿por qué hablamos de países moderados, qué vemos a los saudíes?
Esta posición ha funcionado hasta ahora: la estabilidad ha redundado en beneficio de los intereses económicos occidentales. Este juego ya no sirve, en opinión de Núñez: no vale agitar el espanto del islamismo porque antes de los regímenes autoritarios árabes no existía.
Lo que ocurre ahora en el Magreb es un cambio estructural: las cosas no serán igual. No hay que confundir cambio con democracia, porque el primero puede no llevar al segundo. Queda la resistencia de actores locales y externos que apoyaron y apoyan a los regímenes autoritarios; también hay que ver si se consolida la democracia en Túnez: el islamismo no puede destruir la democracia porque aún no existe.
Anteriormente, Obama apoyó a Ben Ali. Ahora dice lo que tiene que decir en el momento de las revueltas. Francia dijo que podía colaborar en la represión policial para mantener el control de la calle. "¿Qué es peor -dijo-, decir o no decir nada como muchos países?", en abierta crítica a muchos países, como España, que no han dicho nada relevante o han esperado hasta ver acontecimientos.
Pesan más los intereses, arrinconando a los valores y principios que defendemos: la UE daba una buena calificación a Túnez para darle el estatuto avanzado a cambio de nada, pese a las denuncias de vulneración de derechos humanos y falta de libertades. Si ahora los regímenes árabes consiguen aguantar la presión un par de semanas y que garantizan la estabilidad a la UE le basta. El interés de la Unión no es que las demandas de la calle se vean satisfechas, sino que haya estabilidad, pues los intereses no han cambiado. Si no se satisfacen las demandas, los futuros estallidos serán más violentos. El protagonismo debe ser local pero la UE tiene que apoyar los cambios o nuevos gobiernos, no atraparlos por la idea europea de estabilidad y dejar que cualquier gobierno lo digo o lo asegure: deben hacerse leyes de amnistía, investigar los crímenes y reformas de las leyes electorales para garantizar la integración de la sociedad.
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