Por fin, ayer por la noche (hora española) el Consejo de Seguridad de la ONU votó por establecer una zona de exclusión aérea sobre Libia, con las significativas abstenciones de China y Rusia, con derecho a veto, y de los miembros no permanentes Alemania, India y Brasil. De momento, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Qatar son los países dispuestos a intervenir decididamente para evitar los ataques de Gadafi al poder rebelde de Bengasi. Egipto podría contribuir igualmente con tropas.
La decidida intervención militar, en principio, rompe la doctrina Bush de la guerra de Irak: el ataque contra el sanguinario régimen de Gadafi viene avalado por las peticiones de la resistencia de Bengasi, el apoyo de la Liga Árabe y la autoridad de las Naciones Unidas. La otra cara de la moneda es la desesperante tardanza de la comunidad internacional por tomar una decisión al respecto y la persistente división de la Unión Europea sobre las revoluciones y revueltas en el mundo árabe. Ahora, cuando la resistencia agoniza en unas pocas ciudades, esperando el sangriento golpe de Gadafi, quizás sea todo demasiado tarde. A lo mejor se podrá hacer retroceder o destruir el tiránico régimen de la Yamahiriya de Gadafi, pero el daño se ha hecho: la sinrazón humana ha ocasionado ya demasiados muertos. Las dudas del mundo y el contraataque de Gadafi hacen peligrar la "primavera árabe": Los regímenes de Bahrein y Yemen han empezado a reprimir sin piedad a los manifestantes.
¿Qué significa esta posible o inminente intervención? ¿Es un acto más por preservar los intereses occidentales o por evitar la prometida masacre de Gadafi? En una visión perversa, no es la resolución de la crisis libia lo que hará bajar el precio del petroleo, sino la degradación de la crisis nuclear de Japón. Sin duda alguna, está en el acervo de todo país soberano determinados intereses: es intrínseco a toda institución humana. La humanidad, aparte del afán de competencia por la supervivencia, propio de todo organismo vivo, también posee el altruismo, la cooperación y la solidaridad, en simbiosis con lo anterior. Sin duda, ambas facetas están presentes en este caso: habrá quienes consideren o quieran ver con mayor fuerza la existencia de intereses económicos y geopolíticos en la intervención en la guerra civil libia. También habrá los que consideren que la intervención es necesaria para poner freno a las violaciones de los derechos humanos, evitar las amenazas de más muertes o de olas de refugiados, etcétera, reconociendo que ambos bandos pueden cometer esas barbaridades.
La única postura defendible es reconocer que los libios poseen, como todos, derechos inherentes, entre los que se cuentan el derecho a la vida, a la libertad y a gobernarse a sí mismos como decidan. El mundo ha guardado un incómodo silencio a este respecto: Gadafi era, paradójicamente, el "fiel aliado" de las potencias occidentales contra el islamismo, a la vez que uno de los modelos de la extrema izquierda por su "revolución verde". Los mejores ejemplos a estas dos paradojas son las peligrosas amistades de Gadafi con Berlusconi y con Hugo Chávez, así como la financiación de la campaña electoral de Sarkozy, si damos crédito a las palabras de Saif al Islam, el hijo del tirano libio. Igualmente, la apreciación sobre los rebeldes es variopinta: se les llama libertadores, se les reconoce como los legítimos portavoces de Libia por algunos países y también se les acusa de cercenar los derechos de las mujeres.
Es decir, se agita el miedo al islamismo. Pero, una vez más, ¿ese miedo al islamismo radical es justificación suficiente para mantener el represivo poder de Gadafi sobre sus compatriotas? Las medidas palabras de diversos personajes públicos, desde los más "gubernamentales" a los más "anticapitalistas", les unen por primera vez en vagas defensas de la permanencia de Gadafi.
Pese a que estamos viviendo meses movidos por las revoluciones árabes, no nos despegamos de considerar la "minoría de edad" de la nación árabe, a la que muchos aún ven incapaz, propensa a entregar el poder a los que hablan en nombre de Dios y reprimir a sus minorías nacionales, religiosas, a los homosexuales o a las mujeres. Esa visión, la más pura herencia colonialista, es la que justifica la permanencia de tiranos considerados occidentalizados, laicos o revolucionarios. Pero, ¿hemos olvidados la lucha de Europa por la Ilustración, por sacudirnos el yugo de los estamentos y de la Iglesia? ¿Hemos olvidado que hasta hace pocos años aún se justificaba la violencia doméstica, la marginación de los homosexuales, o se prohibía el aborto, el divorcio y no se observaban las mínimas garantías de los derechos civiles? ¿Es que los europeos somos una raza superior, dotada de mayor conciencia propia que el resto de humanos del orbe? No hace mucho que Europa ha vivido los peores crímenes de la Historia, que existieron unos campos de exterminio donde murieron millones de judíos y otras minorías, o que en Yugoslavia también se intentó una limpieza étnica.
La decidida intervención militar, en principio, rompe la doctrina Bush de la guerra de Irak: el ataque contra el sanguinario régimen de Gadafi viene avalado por las peticiones de la resistencia de Bengasi, el apoyo de la Liga Árabe y la autoridad de las Naciones Unidas. La otra cara de la moneda es la desesperante tardanza de la comunidad internacional por tomar una decisión al respecto y la persistente división de la Unión Europea sobre las revoluciones y revueltas en el mundo árabe. Ahora, cuando la resistencia agoniza en unas pocas ciudades, esperando el sangriento golpe de Gadafi, quizás sea todo demasiado tarde. A lo mejor se podrá hacer retroceder o destruir el tiránico régimen de la Yamahiriya de Gadafi, pero el daño se ha hecho: la sinrazón humana ha ocasionado ya demasiados muertos. Las dudas del mundo y el contraataque de Gadafi hacen peligrar la "primavera árabe": Los regímenes de Bahrein y Yemen han empezado a reprimir sin piedad a los manifestantes.
¿Qué significa esta posible o inminente intervención? ¿Es un acto más por preservar los intereses occidentales o por evitar la prometida masacre de Gadafi? En una visión perversa, no es la resolución de la crisis libia lo que hará bajar el precio del petroleo, sino la degradación de la crisis nuclear de Japón. Sin duda alguna, está en el acervo de todo país soberano determinados intereses: es intrínseco a toda institución humana. La humanidad, aparte del afán de competencia por la supervivencia, propio de todo organismo vivo, también posee el altruismo, la cooperación y la solidaridad, en simbiosis con lo anterior. Sin duda, ambas facetas están presentes en este caso: habrá quienes consideren o quieran ver con mayor fuerza la existencia de intereses económicos y geopolíticos en la intervención en la guerra civil libia. También habrá los que consideren que la intervención es necesaria para poner freno a las violaciones de los derechos humanos, evitar las amenazas de más muertes o de olas de refugiados, etcétera, reconociendo que ambos bandos pueden cometer esas barbaridades.
La única postura defendible es reconocer que los libios poseen, como todos, derechos inherentes, entre los que se cuentan el derecho a la vida, a la libertad y a gobernarse a sí mismos como decidan. El mundo ha guardado un incómodo silencio a este respecto: Gadafi era, paradójicamente, el "fiel aliado" de las potencias occidentales contra el islamismo, a la vez que uno de los modelos de la extrema izquierda por su "revolución verde". Los mejores ejemplos a estas dos paradojas son las peligrosas amistades de Gadafi con Berlusconi y con Hugo Chávez, así como la financiación de la campaña electoral de Sarkozy, si damos crédito a las palabras de Saif al Islam, el hijo del tirano libio. Igualmente, la apreciación sobre los rebeldes es variopinta: se les llama libertadores, se les reconoce como los legítimos portavoces de Libia por algunos países y también se les acusa de cercenar los derechos de las mujeres.
Es decir, se agita el miedo al islamismo. Pero, una vez más, ¿ese miedo al islamismo radical es justificación suficiente para mantener el represivo poder de Gadafi sobre sus compatriotas? Las medidas palabras de diversos personajes públicos, desde los más "gubernamentales" a los más "anticapitalistas", les unen por primera vez en vagas defensas de la permanencia de Gadafi.
Pese a que estamos viviendo meses movidos por las revoluciones árabes, no nos despegamos de considerar la "minoría de edad" de la nación árabe, a la que muchos aún ven incapaz, propensa a entregar el poder a los que hablan en nombre de Dios y reprimir a sus minorías nacionales, religiosas, a los homosexuales o a las mujeres. Esa visión, la más pura herencia colonialista, es la que justifica la permanencia de tiranos considerados occidentalizados, laicos o revolucionarios. Pero, ¿hemos olvidados la lucha de Europa por la Ilustración, por sacudirnos el yugo de los estamentos y de la Iglesia? ¿Hemos olvidado que hasta hace pocos años aún se justificaba la violencia doméstica, la marginación de los homosexuales, o se prohibía el aborto, el divorcio y no se observaban las mínimas garantías de los derechos civiles? ¿Es que los europeos somos una raza superior, dotada de mayor conciencia propia que el resto de humanos del orbe? No hace mucho que Europa ha vivido los peores crímenes de la Historia, que existieron unos campos de exterminio donde murieron millones de judíos y otras minorías, o que en Yugoslavia también se intentó una limpieza étnica.
1 comentario:
Un apunte similar en mi blog:
http://elcuadernodepelayo.blogspot.com/2011/03/guerra-en-libia.html
Agregaré tu blog como amigo.
Saludos
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