Berlusconi ya ha salido del hospital y la división en la sociedad italiano no ha hecho sino agrandarse conforme pasaban los días. La prensa adicta al Ducetto ya ha elaborado su lista de “culpables” de la agresión, por haber incitado a Tartaglia con sus feroces ataques contra el primer ministro. Esa lista empieza por Di Pietro, el Partido Democrático y los jueces de la Corte constitucional hasta los pocos programas televisivos y grupos mediáticos contrarios a Berlusconi.
El Gobierno italiano ya da muestras de querer aprovechar la coyuntura, y ha anunciado un decreto que limita la libertad de expresión en Internet. No olvidemos el escándalo desatado en España con el anuncio de la intención del Gobierno de permitir cerrar páginas web sin permiso judicial.
Corea del Norte, China y Cuba son los nuevos referentes, en un mundo donde la clase partitocrática se está dando cuenta de la importancia que va consiguiendo día a día la posibilidad de formas pirata de intercambio de productos ajeno al mercado oficial o de la libre circulación de ideas por medios no sujetos al control de las grandes empresas mediáticas y los grupos de interés. Para perseguir métodos delictivos bastan las leyes actuales; para lo de siempre está lo de siempre, la ley, pero para lo nuevo hace falta una nueva ley. Desgraciadamente no es una ley que garantice, es una ley que persigue.
Una agresión no justifica la construcción de todo un orden reaccionario. Berlusconi tiene la excusa, pero la libertad y los que la defienden no pueden abandonar lo que ya no es sólo un debate o una resistencia, es una lucha.
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