Los pasados días 5 y 6 de mayo la Fundación Pablo Iglesias celebró en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el debate "Neopopulismo de derecha en Europa". El debate fue bastante instructivo y extenso, por lo que no puedo resumirlo en pocas palabras aquí, sino que me limitaré a expresar algunas reflexiones dadas y otras propias sobre este fenómeno político y social.
El neopopulismo es el nuevo adversario al que se enfrentan los socialdemócratas, ya que compite por los votos de su base social. La derecha sufre menos este fenómeno, juega con él para alejar del gobierno a la izquierda pero, como en Países Bajos, Austria y otros países, a veces cuando se juega con fuego se corre el peligro de quemarse.
Hoy día, el neopopulismo es fuerte o adquiere fuerza en varios países europeos: Francia, Países Bajos, Italia, Suecia, Finlandia, Dinamarca, por citar los más destacados. ¿Qué tienen en común? Cada uno juega con un discurso distinto, adaptado a las circunstancias de sus países, pero con una base en común: un lenguaje llano y simple, que no resiste a un debate y análisis rigurosos, empeñado en señalar la inmigración como fuente de todos los problemas. Subyace, en mi opinión, un racismo en este empeño, pero desviado hacia dos cuestiones más "debatibles": el Islam y el empleo. Por este lenguaje neopopulista, los inmigrantes han destruido las otrora homogéneas sociedades al traer sus costumbres, su religión y su competencia en el trabajo al aceptar salarios bajos.
Josep Borrell estuvo muy acertado en su análisis de la situación, una intervención realmente admirable, que ojalá tuviera más repercusión mediática. Las élites que controlan la socialdemocracia europea han ido progresivamente alejándose de sus bases populares. Estas élites se han desvinculado y han dejado de socializar la política, centrados en fraccionarse en pequeños grupos para luchar por los escasos cargos de la oposición, interiorizando que su derrota política tendrá larga trayectoria.
Los trabajadores han interpretado esto como una traición, dejándoles sin ayuda, ni respuestas ni argumentos con los que hacer frente al fenómeno de la inmigración, subestimando el efecto que iba a causar la llegada de personas con una cultura y experiencias distintas. Por ello las clases trabajadoras, cada vez más, recurren a partidos ajenos a la socialdemocracia, no por creer realmente en que esos partidos neopopulistas puedan resolver sus problemas, sino para marcar el descontento frente a lo tradicional.
Compartiendo el análisis de Borrell, la socialdemocracia debería recuperar el espacio perdido rompiendo con el conformismo en el que durante décadas ha ido acunándose, confiado en ser el partido de los trabajadores per secula seculorum. El lugar de la izquierda no está en la acomodación con unas élites políticas y económicas nocivas para los trabajadores, sino en romper con esas élites y volver a apelar a la fuerza de las clases populares para, mediante las reformas y la democracia, avanzar realmente hacia un mundo, sino el de la utopía del socialismo, sí más aceptable, donde el lema es trabajar para vivir y no al revés.
Cuestiones como la reforma de la economía para una gestión más popular, como señaló Torcuato di Tella, sociólogo argentino y embajador de su país en Italia, o la reforma fiscal y la eficacia del Estado social, según Borrell, para relegitimar lo público y eliminar sus aspectos más corporativos, avanzando además en la integración política en Europa. Hay que escuchar por un instante los discursos efectistas del neopopulismo y reconocer los fallos de la socialdemocracia: la crisis, el trabajo, la integración de los inmigrantes y el Estado del bienestar. No hay que caer en el falso discurso de la criminalización del inmigrante, personas que sostienen con su trabajo los países europeos, sino encontrar las respuestas que atenazan a los ciudadanos europeos, que no son volver al "calor de las fronteras" nacionales, en palabras de Fernando Vallespín, sino en señalar que las respuestas sólo pueden ser supranacionales.
El neopopulismo es el nuevo adversario al que se enfrentan los socialdemócratas, ya que compite por los votos de su base social. La derecha sufre menos este fenómeno, juega con él para alejar del gobierno a la izquierda pero, como en Países Bajos, Austria y otros países, a veces cuando se juega con fuego se corre el peligro de quemarse.
Hoy día, el neopopulismo es fuerte o adquiere fuerza en varios países europeos: Francia, Países Bajos, Italia, Suecia, Finlandia, Dinamarca, por citar los más destacados. ¿Qué tienen en común? Cada uno juega con un discurso distinto, adaptado a las circunstancias de sus países, pero con una base en común: un lenguaje llano y simple, que no resiste a un debate y análisis rigurosos, empeñado en señalar la inmigración como fuente de todos los problemas. Subyace, en mi opinión, un racismo en este empeño, pero desviado hacia dos cuestiones más "debatibles": el Islam y el empleo. Por este lenguaje neopopulista, los inmigrantes han destruido las otrora homogéneas sociedades al traer sus costumbres, su religión y su competencia en el trabajo al aceptar salarios bajos.
Josep Borrell estuvo muy acertado en su análisis de la situación, una intervención realmente admirable, que ojalá tuviera más repercusión mediática. Las élites que controlan la socialdemocracia europea han ido progresivamente alejándose de sus bases populares. Estas élites se han desvinculado y han dejado de socializar la política, centrados en fraccionarse en pequeños grupos para luchar por los escasos cargos de la oposición, interiorizando que su derrota política tendrá larga trayectoria.
Los trabajadores han interpretado esto como una traición, dejándoles sin ayuda, ni respuestas ni argumentos con los que hacer frente al fenómeno de la inmigración, subestimando el efecto que iba a causar la llegada de personas con una cultura y experiencias distintas. Por ello las clases trabajadoras, cada vez más, recurren a partidos ajenos a la socialdemocracia, no por creer realmente en que esos partidos neopopulistas puedan resolver sus problemas, sino para marcar el descontento frente a lo tradicional.
Compartiendo el análisis de Borrell, la socialdemocracia debería recuperar el espacio perdido rompiendo con el conformismo en el que durante décadas ha ido acunándose, confiado en ser el partido de los trabajadores per secula seculorum. El lugar de la izquierda no está en la acomodación con unas élites políticas y económicas nocivas para los trabajadores, sino en romper con esas élites y volver a apelar a la fuerza de las clases populares para, mediante las reformas y la democracia, avanzar realmente hacia un mundo, sino el de la utopía del socialismo, sí más aceptable, donde el lema es trabajar para vivir y no al revés.
Cuestiones como la reforma de la economía para una gestión más popular, como señaló Torcuato di Tella, sociólogo argentino y embajador de su país en Italia, o la reforma fiscal y la eficacia del Estado social, según Borrell, para relegitimar lo público y eliminar sus aspectos más corporativos, avanzando además en la integración política en Europa. Hay que escuchar por un instante los discursos efectistas del neopopulismo y reconocer los fallos de la socialdemocracia: la crisis, el trabajo, la integración de los inmigrantes y el Estado del bienestar. No hay que caer en el falso discurso de la criminalización del inmigrante, personas que sostienen con su trabajo los países europeos, sino encontrar las respuestas que atenazan a los ciudadanos europeos, que no son volver al "calor de las fronteras" nacionales, en palabras de Fernando Vallespín, sino en señalar que las respuestas sólo pueden ser supranacionales.
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