Nos habíamos acostumbrado a la fanfarronería de los líderes conservadores. Rajoy no dejaba de apoyar a Francisco Camps, sus lugartenientes desdeñaban la labor de la justicia y el presidente valenciano confundía votos con fallos judiciales inapelables. Por eso, su última victoria electoral, hace apenas dos meses, le convenció de que los votos perdonan todos los delitos, delitos de los que, decía, no era culpable "porque se paga sus trajes".
Bien, al menos los trajes del caso Gürtel, con los que se le acusa de cohecho, no están pagados por él. Porque cuando el juez ya no ha dejado otra opción entre declararse culpable o ir a juicio de una vez, a Camps se le han cerrado todas las salidas: o se enfrentaba al escarnio de seguir siendo presidente de la Comunidad Valenciana declarándose culpable y pagar una multa por evitar un juicio, pero pasando a poseer antecedentes penales, o enfrentarse al juicio y a la posibilidad de ser condenado por cohecho e inhabilitado. Al final, mientras otros acusados han aceptado declararse culpables, Camps ha optado por la vía del medio al hacer caso de las presiones personales y políticas por dejar su cargo. ¿Por qué? Porque en el camino al poder de Mariano Rajoy, un curioso camino donde el caminante no camina, sigo que permanece en el mismo sitio, esperando que le concedan la victoria, no puede haber ningún obstáculo, y la mancha de un presidente conservador condenado, que había sido uno de los principales apoyos de Rajoy contra las pretensiones de otros barones regionales -o baronesas- era una piedra demasiado grande para sortearla.
No obstante, la mancha sigue ahí. Camps no ha dimitido pidiendo perdón, ni reconociendo su culpa. Su discurso de dimisión, que he leído íntegro, es un sinsentido de cabo a rabo. No dice la razón de su dimisión. Es "un sacrificio político y familiar" para la victoria de Rajoy por un proceso, el del Gürtel, "que nadie entiende". Poco más nos explica Camps, ninguna razón real da, pero sigue totalmente convencido que tres mayorías absolutas consecutivas dan la absolución judicial.
Actitudes tan canallas como la del dimitido presidente valenciano evidencian una grave degradación de la política. Personas como esta intentan dar la razón a los que piensan que "todos los políticos son iguales" o que la política no tiene nada que ver con la gente normal. Pero no es cierto. Como en todo, en la política nos encontramos desde la gente más honesta a la más deleznable, y hay muchos así, ciertamente. Pero la política es todo lo que tenga que ver con el ordenamiento de la polis, la cosa pública, que pertenece a todos los ciudadanos. Los ciudadanos tenemos que vigilar con ahínco las decisiones de nuestros representantes y premiar o censurar en consecuencia.
Es necesario, en suma, poseer la virtud política, que deben tener todos aquellos que quieren vivir en sociedad. Políticos como Camps, Rajoy, o muchos otros y de tantos partidos, si aceptan la existencia de gente que abusa de su poder en beneficio personal, carecen de virtud. Los ciudadanos también tienen su parte de la culpa. El voto es libre, cierto, pero concedido a mayores de edad que se supone responsables de sus actos. Votar a un político que se sabe corrupto -¿o es que no sabíamos lo que pasaba con los trajes de Camps hace dos meses, cuando ganó las elecciones regionales?- demuestra muy poca virtud política. Vale el ejemplo de Camps como el de cualquier otro: ninguna persona merece el voto sea de la ideología que sea. Actitudes como la de los políticos corruptos victoriosos electoralmente perjudican el sistema democrático: la mayoría electoral desvirtúa el sentido de la voluntad general y la sustituye por la tiranía de la mayoría, la voluntad de una mayoría movida por sus propios intereses, la oclocracia, en definitiva.
Bien, al menos los trajes del caso Gürtel, con los que se le acusa de cohecho, no están pagados por él. Porque cuando el juez ya no ha dejado otra opción entre declararse culpable o ir a juicio de una vez, a Camps se le han cerrado todas las salidas: o se enfrentaba al escarnio de seguir siendo presidente de la Comunidad Valenciana declarándose culpable y pagar una multa por evitar un juicio, pero pasando a poseer antecedentes penales, o enfrentarse al juicio y a la posibilidad de ser condenado por cohecho e inhabilitado. Al final, mientras otros acusados han aceptado declararse culpables, Camps ha optado por la vía del medio al hacer caso de las presiones personales y políticas por dejar su cargo. ¿Por qué? Porque en el camino al poder de Mariano Rajoy, un curioso camino donde el caminante no camina, sigo que permanece en el mismo sitio, esperando que le concedan la victoria, no puede haber ningún obstáculo, y la mancha de un presidente conservador condenado, que había sido uno de los principales apoyos de Rajoy contra las pretensiones de otros barones regionales -o baronesas- era una piedra demasiado grande para sortearla.
No obstante, la mancha sigue ahí. Camps no ha dimitido pidiendo perdón, ni reconociendo su culpa. Su discurso de dimisión, que he leído íntegro, es un sinsentido de cabo a rabo. No dice la razón de su dimisión. Es "un sacrificio político y familiar" para la victoria de Rajoy por un proceso, el del Gürtel, "que nadie entiende". Poco más nos explica Camps, ninguna razón real da, pero sigue totalmente convencido que tres mayorías absolutas consecutivas dan la absolución judicial.
Actitudes tan canallas como la del dimitido presidente valenciano evidencian una grave degradación de la política. Personas como esta intentan dar la razón a los que piensan que "todos los políticos son iguales" o que la política no tiene nada que ver con la gente normal. Pero no es cierto. Como en todo, en la política nos encontramos desde la gente más honesta a la más deleznable, y hay muchos así, ciertamente. Pero la política es todo lo que tenga que ver con el ordenamiento de la polis, la cosa pública, que pertenece a todos los ciudadanos. Los ciudadanos tenemos que vigilar con ahínco las decisiones de nuestros representantes y premiar o censurar en consecuencia.
Es necesario, en suma, poseer la virtud política, que deben tener todos aquellos que quieren vivir en sociedad. Políticos como Camps, Rajoy, o muchos otros y de tantos partidos, si aceptan la existencia de gente que abusa de su poder en beneficio personal, carecen de virtud. Los ciudadanos también tienen su parte de la culpa. El voto es libre, cierto, pero concedido a mayores de edad que se supone responsables de sus actos. Votar a un político que se sabe corrupto -¿o es que no sabíamos lo que pasaba con los trajes de Camps hace dos meses, cuando ganó las elecciones regionales?- demuestra muy poca virtud política. Vale el ejemplo de Camps como el de cualquier otro: ninguna persona merece el voto sea de la ideología que sea. Actitudes como la de los políticos corruptos victoriosos electoralmente perjudican el sistema democrático: la mayoría electoral desvirtúa el sentido de la voluntad general y la sustituye por la tiranía de la mayoría, la voluntad de una mayoría movida por sus propios intereses, la oclocracia, en definitiva.
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