El pensamiento contrarrevolucionario es un pensamiento anterior a la Revolución Francesa, es anti-ilustrado y niega el laicismo y el racionalismo. Se acerca al pensamiento revolucionario en que es un movimiento amplio, pero ni uno ni otro realizan grandes aportaciones. Tiene la necesidad de afirmar la tradición por la historia y el derecho consuetudinario. Sus valores son el orden, la autoridad, la jerarquía y la estabilidad.
Hay dos vías de este pensamiento contrarrevolucionario, el conservador y el tradicionalista, también llamado reaccionario. Los conservadores, como Burke, admiten el cambio, pero condicionado, respetando el pasado y en un proceso lento y no violento, por eso se oponen a la revolución, que no respeta el pasado y es violento, rápido y radical. El tradicionalista siempre quiere volver al pasado, pero a un pasado imaginario.
Edmund Burke es un británico irlandés defensor de la Revolución Gloriosa de 1688, y perteneciente al sector liberal conservador de la facción Whig, los defensores del Parlamento frente a la Corona. Acepta los planteamientos de las Trece Colonias y su independencia, uno de los pocos británicos en hacerlo. Pero rechaza a los revolucionarios franceses, en respuesta a un argumento de Richard Price que defendía a la francesa porque era la continuadora de la británica de 1688, en sus “Reflexiones sobre la Revolución Francesa” de 1790, que consiguió cambiar de postura a la opinión pública británica. Para él, la Revolución Francesa es un producto del dogmatismo puro de la Ilustración, que hace tabla rasa del pasado y pretende una nueva sociedad en base a ideas abstractas y universales.
Frente a la francesa, la inglesa es una revolución constitucional y dinástica, por el signo de continuidad, respetando el pasado entre síntesis de tradiciones, prejuicios e instituciones de la comunidad británica por el paso de los siglos.
Burke tiene una visión providencialista, la historia es la marcha de Dios sobre la tierra, y si uno se pone en contra, como los ilustrados, la historia pasará por encima y retomará su camino. Frente a la Razón contrapone la divinidad, se distancia de la visión ilustrada de la naturaleza, no vale para todos, no es universal. El orden natural es lo que se ha engendrado a lo largo del tiempo, es el devenir histórico y el hombre no tiene que intervenir en el desarrollo de las cosas.
El desarrollo corresponde a las sociedades, no a los individuos; Burke rechaza el individualismo. El hombre se desarrolla cuando pertenece a la sociedad, y en ella cada uno ocupa un lugar determinado. La sociedad es un ente corporativo. El Estado viene del pasado, se reafirma en el presente y se eleva al futuro, como un contrato histórico que se eterniza en el tiempo y tiene autorización divina. Los derechos no son universales, son diferentes según la sociedad. Son derechos históricos, los que mejor se adecuan. Dignifica a los prejuicios, lo que no es la Razón, como elemento esencial del desarrollo de las sociedades, porque viene del desarrollo histórico y marca las diferencias frente a la universalización de la Razón.
La naturaleza actúa a lo largo del tiempo, de infinitud de años, superando las dificultades. El modelo social es orgánico, donde prima la sociedad frente al individuo. Burke se aleja del contractualismo y del individualismo. Lo que mueve a la sociedad son lo que él llama prejuicios. Los prejuicios son sentimientos, usos, tradiciones, que escapan a la interpretación racional, identifican a una sociedad, son su identidad y razón colectiva. No hay algo más natural que el prejuicio de nacimiento, el esfuerzo de los individuos para proteger las propiedades transmitidas. Con ese instinto se protege la propiedad, las libertades y la sociedad. Burke habla de libertades, en plural, como se hacía en el Antiguo Régimen. Son derechos adquiridos por las distintas generaciones, producto de la herencia, clave para justifican las diferencias y desigualdades sociales. Cada sociedad tiene un lugar asignado que naturalmente le corresponde, la naturaleza dice que son necesarias y que deben poseer una jerarquía.
Es necesario que haya un sector que gobierne, una aristocracia natural, que se fundamenta en la propiedad y en el talento. Uno ocupa el lugar que se va construyendo a lo largo del tiempo, así, ve que existe la movilidad social. La herencia vinculada y transmitida por los antepasados debe ser igualmente transmitida por nosotros mismos, de lo que se saca la constitución histórico-tradicional. No es producto de la Razón, se adecua a los pueblos, que se desarrolla en la construcción histórica. Está legitimada por el pasado, por la costumbre, por la persistencia, por la continuidad en el tiempo. Es mejor entonces todo sistema que derive de esto, que no cualquier régimen no ensayado, para oponerse a la nueva construcción de la Revolución.
El sistema no es inmutable, participan en ella todos, pero la historia significa también cambio, todo necesita cambiar, y los que no lo hagan están obligados a dejar de existir. Pero no hay que olvidar que hay que respetar el pasado, que hay que conservar. Burke proclama así que hay que “actualizar” respetando el pasado con nuevos elementos. La reforma, o conservar progresando, progresar conservando. Esto deriva en la existencia de dos fuerzas políticas para Burke; una que quiere conservar, y otra que quiere progresar, que son simbióticas.
Burke defiende la Revolución Gloriosa desde la óptica Whig. Para él, prima el Parlamento sobre la Corona. Deben tener independencia de criterios, moral e intelectual, respecto a los electores. Pueden atender a sus exigencias, pero no pueden ser considerados mandatos. La soberanía que él ve es representativa, como también opina Sieyès. Los electores y los representantes tienen que tener condiciones dignas, como propiedad y educación, y los partidos políticos son elementos indispensables. Burke ve al partido como un cuerpo de hombres unidos con sus esfuerzos conjuntos para promover el interés nacional en base a un principio particular en el que están de acuerdo.
Burke defiende el modelo parlamentario, como el británico. Los Gobiernos deben gozar de la confianza de la cámara de los comunes, basado en la mayoría de un partido. La estabilidad viene de que los parlamentarios dirijan los partidos, y el Gobierno debe tener el poder de disolución de la cámara.
Hay dos vías de este pensamiento contrarrevolucionario, el conservador y el tradicionalista, también llamado reaccionario. Los conservadores, como Burke, admiten el cambio, pero condicionado, respetando el pasado y en un proceso lento y no violento, por eso se oponen a la revolución, que no respeta el pasado y es violento, rápido y radical. El tradicionalista siempre quiere volver al pasado, pero a un pasado imaginario.
Edmund Burke es un británico irlandés defensor de la Revolución Gloriosa de 1688, y perteneciente al sector liberal conservador de la facción Whig, los defensores del Parlamento frente a la Corona. Acepta los planteamientos de las Trece Colonias y su independencia, uno de los pocos británicos en hacerlo. Pero rechaza a los revolucionarios franceses, en respuesta a un argumento de Richard Price que defendía a la francesa porque era la continuadora de la británica de 1688, en sus “Reflexiones sobre la Revolución Francesa” de 1790, que consiguió cambiar de postura a la opinión pública británica. Para él, la Revolución Francesa es un producto del dogmatismo puro de la Ilustración, que hace tabla rasa del pasado y pretende una nueva sociedad en base a ideas abstractas y universales.
Frente a la francesa, la inglesa es una revolución constitucional y dinástica, por el signo de continuidad, respetando el pasado entre síntesis de tradiciones, prejuicios e instituciones de la comunidad británica por el paso de los siglos.
Burke tiene una visión providencialista, la historia es la marcha de Dios sobre la tierra, y si uno se pone en contra, como los ilustrados, la historia pasará por encima y retomará su camino. Frente a la Razón contrapone la divinidad, se distancia de la visión ilustrada de la naturaleza, no vale para todos, no es universal. El orden natural es lo que se ha engendrado a lo largo del tiempo, es el devenir histórico y el hombre no tiene que intervenir en el desarrollo de las cosas.
El desarrollo corresponde a las sociedades, no a los individuos; Burke rechaza el individualismo. El hombre se desarrolla cuando pertenece a la sociedad, y en ella cada uno ocupa un lugar determinado. La sociedad es un ente corporativo. El Estado viene del pasado, se reafirma en el presente y se eleva al futuro, como un contrato histórico que se eterniza en el tiempo y tiene autorización divina. Los derechos no son universales, son diferentes según la sociedad. Son derechos históricos, los que mejor se adecuan. Dignifica a los prejuicios, lo que no es la Razón, como elemento esencial del desarrollo de las sociedades, porque viene del desarrollo histórico y marca las diferencias frente a la universalización de la Razón.
La naturaleza actúa a lo largo del tiempo, de infinitud de años, superando las dificultades. El modelo social es orgánico, donde prima la sociedad frente al individuo. Burke se aleja del contractualismo y del individualismo. Lo que mueve a la sociedad son lo que él llama prejuicios. Los prejuicios son sentimientos, usos, tradiciones, que escapan a la interpretación racional, identifican a una sociedad, son su identidad y razón colectiva. No hay algo más natural que el prejuicio de nacimiento, el esfuerzo de los individuos para proteger las propiedades transmitidas. Con ese instinto se protege la propiedad, las libertades y la sociedad. Burke habla de libertades, en plural, como se hacía en el Antiguo Régimen. Son derechos adquiridos por las distintas generaciones, producto de la herencia, clave para justifican las diferencias y desigualdades sociales. Cada sociedad tiene un lugar asignado que naturalmente le corresponde, la naturaleza dice que son necesarias y que deben poseer una jerarquía.
Es necesario que haya un sector que gobierne, una aristocracia natural, que se fundamenta en la propiedad y en el talento. Uno ocupa el lugar que se va construyendo a lo largo del tiempo, así, ve que existe la movilidad social. La herencia vinculada y transmitida por los antepasados debe ser igualmente transmitida por nosotros mismos, de lo que se saca la constitución histórico-tradicional. No es producto de la Razón, se adecua a los pueblos, que se desarrolla en la construcción histórica. Está legitimada por el pasado, por la costumbre, por la persistencia, por la continuidad en el tiempo. Es mejor entonces todo sistema que derive de esto, que no cualquier régimen no ensayado, para oponerse a la nueva construcción de la Revolución.
El sistema no es inmutable, participan en ella todos, pero la historia significa también cambio, todo necesita cambiar, y los que no lo hagan están obligados a dejar de existir. Pero no hay que olvidar que hay que respetar el pasado, que hay que conservar. Burke proclama así que hay que “actualizar” respetando el pasado con nuevos elementos. La reforma, o conservar progresando, progresar conservando. Esto deriva en la existencia de dos fuerzas políticas para Burke; una que quiere conservar, y otra que quiere progresar, que son simbióticas.
Burke defiende la Revolución Gloriosa desde la óptica Whig. Para él, prima el Parlamento sobre la Corona. Deben tener independencia de criterios, moral e intelectual, respecto a los electores. Pueden atender a sus exigencias, pero no pueden ser considerados mandatos. La soberanía que él ve es representativa, como también opina Sieyès. Los electores y los representantes tienen que tener condiciones dignas, como propiedad y educación, y los partidos políticos son elementos indispensables. Burke ve al partido como un cuerpo de hombres unidos con sus esfuerzos conjuntos para promover el interés nacional en base a un principio particular en el que están de acuerdo.
Burke defiende el modelo parlamentario, como el británico. Los Gobiernos deben gozar de la confianza de la cámara de los comunes, basado en la mayoría de un partido. La estabilidad viene de que los parlamentarios dirijan los partidos, y el Gobierno debe tener el poder de disolución de la cámara.
1 comentario:
Hola!, me podrías decir en que textos de Edmund Burke viene esto, me interesa mucho, gracias!
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